domingo, 24 de febrero de 2008

Turismo insostenible

Acabo de llegar de unas Jornadas llamadas “Els Nous reptes, economia, desenvolupament sostenible i turisme” a las que fui invitado por el Gobierno de Andorra. En concreto, la sesión en la que tenía que intervenir llevaba el nombre de Desenvolupament Sostenible i Turisme y querría contaros algunas de las impresiones que me produjo el encuentro porque pienso pueden ser de interés para todos los que, de una forma u otra, estamos relacionados con el término “sostenibilidad”.


La primera y destacada, es que el sector turístico, aparentemente, está bastante preocupado con el tema. Y en un país como Andorra en el que, cada vez más, el turismo se está convirtiendo en su única industria de exportación están dispuestos a afrontar el nuevo escenario de forma decidida. Con un precio del barril rondando los 100 dólares, una economía mundial que no está pasando por sus mejores momentos y las evidencias del cambio climático cada vez más persuasivas, parece imprescindible empezar a hacer algo. Es verdad que en un país tan pequeño (unos ochenta mil habitantes) las alertas se perciben de forma mucho más inmediata y la capacidad de reacción es mayor. Pero otros países que obtienen una parte significativa de su renta del turismo deberían también estar reflexionando sobre la agenda que se les viene encima.

Clausura, Albert Pintat, cap de Govern

Hasta ahora, la relación entre turismo y sostenibilidad se entendía como “mantener cuidado su medio territorial”. Este “mantener cuidado” se refería, básicamente, al paisaje, natural y urbano. Luego se empezaron a introducir criterios locales sobre todo de ahorro energético y, en los casos más avanzados, de ecoeficiencia. Surgieron entonces una serie de entidades certificadoras que permitían exhibir etiquetas de “turismo verde” “ecológico” “energéticamente eficiente” “sostenible”, etc. Pero, es mi opinión personal, más como mercadotecnia o sistema de venta del producto turístico que otra cosa. En este sentido Herbert Hamele, de Ecotrans (explicación en castellano de la Fundación Global Nature aquí), en su ponencia llenó la pantalla con más de 60 ecoetiquetas turísticas europeas (sobre este tema podéis leer este artículo de Herbert de hace tres años).

Tomás Azcárate, el Presidente del Instituto de Turismo Responsable también estuvo explicando como es la certificación Biosphere, el procedimiento de certificación de un destino turístico y la Sostenibilidad turística integral.


En cualquier caso estos son pasos imprescindibles que hay que dar pero que, desde mi punto de vista, se quedan muy lejos de las implicaciones reales que supone el producto turístico en la huella ecológica del planeta. Uno de los problemas es que la mayor parte de las certificaciones se limitan a medir los impactos directos de la actividad turística sobre el propio territorio del destino turístico, pero no miden los que producen otras actividades necesarias para el funcionamiento de esta industria y excepto casos muy contados (Herbert me habló luego en la comida que en algún lugar de Austria se hace) tampoco se mide el impacto que produce el transportar al turista desde su lugar de origen al destino y la vuelta. De forma que, se supone por ejemplo, que las infraestructuras como aeropuertos, tanto en los lugares de origen como en los de destino, son ajenas al paquete y, por tanto, a la certificación.

Andorra, el río Valira

Pero no quería hablar hoy de ecoetiquetas e indicadores aplicados al turismo. Al fin y cabo, la industria turística, como cualquier otra, entiende que los que contaminan y consumen son los demás. O por lo menos que la parte más importante les corresponde a “los otros”. Por otra parte, aunque muchas ecoetiquetas son, sencillamente, fórmulas de ventas, a veces tienen un significado añadido, relacionado con la conciencia ecológica del turista y con la competitividad bien entendida. Trataré ahora de explicar esto que era la base central de mi ponencia.

Uno de los elementos fundamentales de la sostenibilidad es la participación. Y para que el turista participe tiene que haber una conciencia ecológica que le lleve a no utilizar, por ejemplo, aquellas instalaciones que no cuenten con una certificación seria de que su grado de insostenibilidad no es desaforado. Por tanto no estoy en contra de la etiqueta “sostenible”. Lo que no me parece normal es que estas etiquetas existan a cientos porque el turista acabará por no creer en ellas. Bastaría una única etiqueta homologada por la Unión Europea (por ejemplo) con entidades certificadoras privadas que realizaran la certificación siguiendo las normas aprobadas y con los adecuados controles a las entidades realizados por el organismo homologador. Se podría también pensar en la existencia de grados diferentes y en la posibilidad, a medio plazo, de que fuera obligatoria. Esto en lo que se refiere a los impactos directos.

La actividad turistica sustituye a la comercial

Desde mediados de los años ochenta del pasado siglo XX la huella ecológica de la Tierra ha sobrepasado la superficie del planeta. Esto quiere decir que es imposible el llamado “desarrollo sostenible” si por desarrollo se entiende consumir más planeta. La razón es que no hay más planeta que consumir ¿qué se puede hacer entonces? Desde el punto de vista técnico la única solución es aumentar la eficiencia. Es decir, conseguir más calidad de vida consumiendo menos energía, menos suelo, menos agua, contaminando menos… Es decir, que la competitividad debería empezar a tener otro significado. En lugar de la lucha con el otro para quitarle su cuota de riqueza y quedármela yo (el botín de guerra al que nos tienen acostumbrados tantos planes estratégicos), la competencia debería ser con nosotros mismos.


Por ejemplo: un paquete turístico sería más eficiente sin con todas las demás variables fijas conseguimos que los turistas vengan desde más cerca. Es por esto que paquetes de vacaciones en los cuales la mayor parte del precio es el de transportar al turista deberían estar fuertemente penalizados. Por lo menos debería de existir una etiqueta obligatoria de sostenibilidad para el que turista supiera que, sencillamente, en ese viaje está quitándole la huella ecológica a un niño de Zambia que apenas tiene para comer. Sigo pensando que son perfectamente válidos los cuatro principios que presenté en el Congreso de Turismo del Mercosur sobre Preservación y Revalorización del Patrimonio Natural y Cultural celebrado en Tucumán (Argentina) en octubre de 2002:

1. La actividad turística, tal y como se entiende en la actualidad, es una de las actividades globalmente más insostenibles que realiza el ser humano.
2. Su justificación más importante es ayudar a la redistribución de rentas entre la población local y la turística. Existe una segunda justificación, cada vez de menor importancia en una sociedad de información global, que es la de ayudar al conocimiento de los pueblos y a su entendimiento mutuo.
3. El valor ambiental y cultural del territorio es siempre superior a su valor turístico y, por tanto, la actividad turística nunca debería impedir a largo plazo el mantenimiento de estos valores.
4. El territorio y la actividad turística que genera deberían permanecer siempre bajo control de las autoridades locales para impedir que la mayor parte de los beneficios se escapen a otros lugares, produciéndose en muchos casos un auténtico neocolonialismo encubierto.


Probablemente parte de la industria turística esté empezando a encontrar (antes que otras industrias menos dependientes del territorio) dificultades derivadas de la insostenibilidad del actual modelo de vida. Y ello es debido a dos de sus consecuencias más evidentes: el cambio climático y la reducción de la biodiversidad. En Andorra es muy claro ya que parte importante de su turismo es de nieve. Y cada vez hay menos nieve. De hecho, según Conrad Blanch director general de Grandvalira, este tipo de turismo ha descendido de forma muy apreciable en los dos últimos años (sobre todo en el último). Probablemente empezará a pasar pronto en los destinos de “sol y playa” (demasiado calor para que estos destinos sean agradables) y en todos aquellos relacionados con la abundancia de especies vegetales y animales.


Es imprescindible empezar a pensar en cómo minimizar los impactos en las zonas y actividades más afectadas. Pero, sobre todo, en informar al turista de las consecuencias que, en determinados casos, puede tener su actividad.