Desde que he leído el artículo de Beck que luego voy a comentar, he estado dudando sobre si debía o no escribir esta entrada del blog. Ello es debido a que no quiero de ninguna forma que este medio de comunicación con los alumnos y conocidos se convierta en un instrumento de confrontación ideológica y mucho menos política. Sin embargo se empiezan a producir en diversos sectores signos de inversión de lo que parece “políticamente correcto” respecto a cuestiones como la sostenibilidad (todavía no muy preocupantes) pero que merecen ser tenidos en cuenta y esto me ha animado a hacerlo. Las ilustraciones de la entrada las he tomado del trabajo “Documentación gráfica sobre sostenibilidad” que prepararon Rafael Córdoba y Agustín Hernández para la biblioteca “Ciudades para un futuro más sostenible”. Pinchando en las que os interesen pueden verse a un tamaño mayor.
Sostenibilidad dura y economía blanda
Hasta hace unos meses el discurso sobre la sostenibilidad (que primero fue ecodesarrollo y luego desarrollo sostenible) parecía seguir un proceso ascendente y entró a formar parte de la jerga política al uso, e incluso empezaba a calar socialmente. A ello ayudaba no poco la bonanza económica y el hecho de que sus propuestas parecían inocuas, sobre todo porque frecuentemente se confundían con las ambientales (medio ambientales que así se llamaba el Ministerio ahora compartido después de la remodelación del último gobierno de España).
El hecho es que vengo notando en los foros en los que últimamente me muevo (que son bastante diversos) dos rasgos preocupantes. El primero es un cierto cansancio por parte de sus defensores, que vemos como una y otra vez nuestras propuestas de reducción de huella ecológica chocan con la realidad de una sociedad opulenta, conformista y derrochadora. Una y otra vez esta sociedad que dice estar muy a favor de tomar medidas acerca del cambio climático y de la reducción de la biodiversidad sólo acepta aquellas que le benefician directamente en forma de mejora de “su” medio ambiente aunque sea a costa del empeoramiento del medio ambiente de “los otros”. De forma que esta aceptación hipócrita de las limitaciones que deberían imponerse y la realidad de las efectivamente asumidas van haciendo mella en las voluntades más férreas.
Casi era preferible antes cuando nadie nos hacía caso y éramos una especie de proscritos agoreros que “predicábamos” estupideces. Ahora nos llaman a que vayamos a todas partes y contemos como es la realidad global y el cambio que se ha producido hace tan sólo unos años. Todo el mundo dice que sí pero, en la práctica, nadie hace nada. Bueno, no hay que ser tan negativo: digamos que se hace muy poco. Cuando contamos que la huella ecológica de la Tierra ha superado la superficie de la Tierra desde los años ochenta del pasado siglo y que, por tanto, no es posible consumir más Tierra la sociedad asiente convencida de que es así. Pero pretenden que todo siga igual. Cuando le decimos que sólo hay dos vías para que una sociedad específica se desarrolle: o bien que sea más eficiente en su funcionamiento o que crezca a costa de otros, asienten convencidos de que tal aserto no va con ellos.
El otro rasgo es que, ha pesar de no hacer nada al respecto, parte de esta sociedad empieza a decir que la culpa de que las cosas no funcionen (cuando empiezan a no funcionar) es de estas cosas que se supone que se han hecho pero que, en realidad, no se han hecho. Esta especie de trabalenguas es que para decir que ahora resulta que la culpa de que una sociedad (o una ciudad, o un país) no se desarrolle es de las medidas que se toman para hacer que esa sociedad, esa ciudad o ese país sean “sostenibles”. El problema es que esas medidas en buena parte de los casos sencillamente no han existido. Como máximo se han tomado medidas ambientales para que esa sociedad, esa ciudad o ese país viva más confortablemente. Y eso no es sostenibilidad, ni dura ni blanda. En muchos casos incluso aumenta la huella ecológica siendo, por tanto, una medida de insostenibilidad.
Ejemplos hay muchos. El pasado día 13 el catedrático de Política Económica de Barcelona Antón Costas escribía un artículo en El País titulado “¿Qué le pasa a Barcelona?” No dudo que su análisis sea correcto sobre otros factores acerca de los cuales me siento menos seguro, pero no estoy demasiado de acuerdo con el párrafo:
“Además, a Barcelona le han perjudicado las falsas ideas de la izquierda socialista y verde sobre el crecimiento, las infraestructuras y el medio ambiente. La creencia de que se puede mejorar el bienestar y el crecimiento sin impactar en el medio ambiente. Que para asegurar las necesidades de Barcelona no hacían falta nuevas infraestructuras, sino que bastaba con mejorar la eficiencia en el uso del agua, la electricidad, o la movilidad. Este pensamiento posiblemente estuvo influido por la perdida de impulso y de población que sufrió Barcelona en los ochenta. Pero cuando volvió el crecimiento y la población volvió a aumentar, esas falsas ideas bloquearon la acción.”
Independientemente de que esas “falsas ideas” sobre el crecimiento, las infraestructuras y el medio ambiente pienso que no deberían ser patrimonio de la “izquierda socialista y verde”, ni de la derecha, ni de ningún partido político en especial, sino de una sociedad entera que se enfrenta a un reto nuevo en la historia de la humanidad, me quedé con la impresión después de leerlo de que el ideal de nuestras sociedades se pretende que sea el modelo de consumo por el consumo y el desarrollo ilimitado. Efectivamente, con unos valores sociales que hacen equivalentes calidad de vida y consumo energético resulta imprescindible consumir más para tener más calidad de vida. Visto así el aumento de la eficiencia del sistema es, sencillamente, una memez. ¿Para qué aumentar la eficiencia del sistema si aumentándola reducimos el consumo, es decir reducimos nuestra calidad de vida? La segunda cuestión (sobre la que no voy a entrar) es que me gustaría conocer ejemplos de estas mejoras en “la eficiencia en el uso del agua, la electricidad, o la movilidad” para constatar si, efectivamente, estas mejoras en la eficiencia fueron suficientes o no y en qué se aplicaron. Y si es culpa de estas mejoras en la eficiencia el hecho de que Barcelona parece que tenga algún problema (cosa también discutible).
De la fe en el mercado a la fe en el Estado
Estas tendencias hipócritas de nuestra sociedad ya fueron reflejadas por Ulrich Beck en el libro “La sociedad del riesgo” comentado en otra entrada de este blog y que considero básico para entender el sustrato profundo de la modernidad. Pues bien, Ulrich Beck ha publicado el pasado día 15 un artículo en el diario El País titulado “De la fe en el mercado a la fe en el Estado” que complementa los planteamientos que hizo en “La sociedad del riesgo”. Aunque recomiendo su lectura íntegra (he puesto el enlace embebido en el título del artículo, basta pinchar dos líneas arriba) no me resisto a copiar algunos párrafos que, por su evidencia, son contundentes.
“Primer acto de la obra La sociedad del riesgo global: Chernóbil. Segundo acto: la amenaza de la catástrofe climática. Tercer acto: el 11-S. Y en el cuarto acto se abre el telón: los riesgos financieros globales. Entran en escena los neoliberales del núcleo duro, quienes ante el peligro se han convertido de repente desde la fe en el mercado a la fe en el Estado. Ahora rezan, mendigan y suplican para ganarse la misericordia de aquellas intervenciones del Estado y de las donaciones multimillonarias de los contribuyentes que, mientras brotaban los beneficios, consideraban obra del diablo. Qué exquisita sería esa comedia de los conversos que se interpreta hoy en la escena mundial si no tuviera el resabio amargo de la realidad. Porque no son los trabajadores, ni los socialdemócratas o los comunistas, ni los pobres o los beneficiarios de las ayudas sociales quienes reclaman la intervención del Estado para salvar a la economía de sí misma: son los jefes de bancos y los altos directivos de la economía mundial.”
Aquellos que sigáis este blog con una cierta continuidad estaréis al tanto que uno de los postulados de la sostenibilidad es que el ajuste se puede producir sin intervención. Es decir que el mundo no entrará en colapso como dicen los agoreros o los catastrofistas. Según algunos sectores (liberales) no hay que preocuparse, si lo dejamos se ajustará sólo. Cuando la huella ecológica de la Tierra y las reservas acumuladas a lo largo de milenios no puedan soportar el consumo de la Humanidad, el consumo bajará. El problema, por supuesto, no está ahí. El problema es sobre quién recaerá el coste de este ajuste. Algunos pensamos que no sobre las clases más desfavorecidas (ya que no se les puede despojar de lo que no tienen) sino sobre las clases que tienen algo. De forma que se ajuste se producirá no por disminución del consumo de los que más consumen sino elevando la línea que marca el índice de pobreza.
“Como se ha demostrado con la "crisis asiática", además de la "crisis rusa" y la "crisis argentina", y ahora también con los primeros síntomas de la "crisis americana", los primeros afectados por las catástrofes financieras son las clases medias. Olas de bancarrotas y de desempleo han sacudido estas regiones. Los inversores occidentales y los comentaristas en general observan las "crisis financieras" solamente bajo la perspectiva de las posibles amenazas para los mercados financieros. Pero las crisis financieras globales no pueden "encasillarse" dentro del subsistema económico, como tampoco las crisis ecológicas globales, ya que tienden más bien a generar convulsiones sociales y a desencadenar riesgos o colapsos políticos”.
Cuando llegan las vacas flacas es la hora de blindarse. La Tierra como objeto a consumir es finita y limitada. Si la única solución para seguir aumentando el consumo es a costa de los otros (aunque los otros apenas tengan para subsistir) pues se lo quitamos y ya está.
Desde mi punto de vista en este articulo se destapan no las contradicciones (al fin y la cabo la contradicciones aparecen debidas a posiciones de buena fe) sino las hipocresías y las mentiras de un sistema que, además, no sabe mentir bien. En algún comentario a una entrada anterior se decía algo así como “zapatero a tus zapatos” “arquitecto a tus arquitecturas” “economista a tus economías”, etc. Tanto Beck como Bauman denuncian algo que ya comienza a ser un clamor: el aparato técnico – científico – burocrático se ha alejado hasta tal punto de la sociedad que piensa que puede engañarla impunemente. O por lo menos que puede manipularla adecuadamente. Claro que también puede suceder que las islas separadas en que se han convertido los saberes especializados impidan ver una realidad que es global y que los zapateros sólo sepan ver en clave de zapatos, los arquitectos en clave de arquitecturas y los economistas en clave de economía, perdiendo la visión real de las cosas. Es decir, que los que formamos parte de este aparato estemos engañándonos a nosotros mismos.