viernes, 30 de marzo de 2012

Desmontando la ciudad genérica

Hace unas semanas recibí un correo de José Juan Barba enviándome un artículo ya publicado en el nº 17 de la revista Formas y en el libro Jornadas Internacionales de Arquitectura y urbanismo desde la perspectiva de las arquitectas, que me pareció podía sumar ideas al debate, tan querido del blog, en torno a la identidad urbana y a la diversidad.  La lectura del texto que me envió José Juan hizo que repensara algunas cosas relacionadas con lo identitario y lo diverso y que viera la teoría queer como algo más que un intento inteligente de justificación de actitudes sexualmente diferentes. Por lo que conozco, lo queer tiende a considerar la orientación sexual como resultado del aprendizaje, y a suponer que las personas pueden adoptar roles sexuales variables, dependiendo de su socialización, siendo posible la desconstrucción (en el sentido de Derrida) y posterior construcción de dichos roles. La idea es sugerente y la cita de Koolhaas que aparece al comienzo del artículo de José Juan es pertinente porque clarifica los términos en los que se plantea la discusión en lo que se refiere a la ciudad.

"Identidad" dibujo de Sebastián Guerrini, GuerriniArt

La controversia proviene de la psicología (e incluso antes, de la filosofía) y resume una discusión casi ideológica entre las explicaciones genética y ambiental acerca el comportamiento humano. Aunque últimamente la cosa parece bastante pacífica debido a que la mayoría ha decidido resguardarse bajo el paraguas de “ni uno ni otro, sino la combinación de los dos”, la cuestión es compleja y no se puede reducir a unas líneas. Pero como lo que pretendo es despertar el interés de mis lectores por los temas que propongo, resulta obligado mencionar tres referencias genetistas importantes. La primera es de Herrnstein y  Murray, que en The Bell Curve afirman que las diferencias entre las puntuaciones medias obtenidas en los coeficientes intelectuales de los norteamericanos blancos y negros se deben a causas tanto genéticas como ambientales. Esta afirmación ha sido cuestionada ad nausean, pero algo parecido mantiene Rich Harris en El mito de la educación al defender que la personalidad de los niños está configurada tanto por los genes como por el medio. Otro de los trabajos fundamentales aparecidos en estos últimos quince años es el de Thornhill y Palmer titulado A Natural History of Rape quienes parecen demostrar que la violación no es sólo un producto de la cultura sino que está también relacionada con la naturaleza de la sexualidad humana. En estos tres estudios, cuya interpretación ha sido considerada por algunos como racista, la conclusión no es que la genética sea determinante, pero sí que “colabora”.

The Bell Curve, Reharmonized

Sin embargo el tema bascula al otro lado del péndulo ante la cuestión de las “identidades colectivas” que está en la base de la diversidad urbana. Así como parece que no hay forma de evitar la biología, aunque sea en muy pequeña medida, en la formación de las identidades personales, no sucede lo mismo con las colectivas ya que, aparentemente, en ellas la biología tiene un papel mucho más secundario (obviando a Jung, claro). Todos los lectores asiduos de este blog conocen perfectamente mi filiación orteguiana. A este respecto la filosofía de Ortega parece clara y definida: “El hombre no tiene naturaleza; lo que tiene es historia”. Siguiendo este camino algunos llegan al “sistema sociocultural” casi como un superorganismo frente al que una persona individual, en su pequeñez e impotencia, no sólo se siente incapaz de oponerse a la marcha de la gran maquinaria sino que, en definitiva, tampoco es responsable de sus actos. Margaret Meed dijo hace ya casi ochenta años que “estamos obligados a concluir que la naturaleza humana es casi increíblemente maleable, de modo que responde con precisión y de forma diferenciada a las diferentes condiciones culturales”. O mucho más recientemente Clifford Geertz: “Nuestras ideas, nuestros valores, nuestros actos, incluso nuestros sentimientos son, igual que nuestro propio sistema nervioso, productos culturales: productos manufacturados, a partir de las tendencias, las capacidades y las disposiciones con que nacemos, pero, al fin y al cabo, manufacturados”.

Paris, La Défense, Paseos

El problema de deconstruir las identidades sociales, si seguimos a Ortega, es que para conseguirlo resulta imprescindible deconstruir la historia, y no parece sencillo. De cualquier forma a estas alturas de la discusión, después de haber dedicado tantos artículos al tema, la pregunta sería: ¿para qué deconstruir una identidad social? Probablemente el término deconstrucción no se entienda más que en un contexto estructuralista pero como imagen, sobre todo para los arquitectos, es muy potente. Si la identidad genérica se plantea como una base sobre la que ir construyendo las “identidades locales”, la posibilidad de deconstruir identidades parece irrelevante. Pero si, por el contrario, se entiende esta “identidad genérica” como una suerte de identidad común, universal, colonialista, que se impone a las “identidades locales” haciéndolas desaparecer y eliminando la diversidad, entonces las cosas se ven de otra forma. Tambiėn en el caso del intento de creación de nuevas identidades a partir de elementos de otras. Como veréis se trata de una cuestión algo al margen del escrito de José Juan y de su propuesta (muy clara en sus primeros párrafos cuando dice que su intención es intentar conseguir un paisaje multicultural urbano más enriquecido), pero no me he resistido a plantearla porque llevo bastantes años trabajando en el tema, no sólo en cuestiones relacionadas con la organización de la ciudad sino también con el paisaje, y me parecía una cobardía pasar “al lado, casi rozar” sin darme por enterado. 

Galerie Vivienne, París, Quiñonero

La mención al Libro de los Pasajes de Walter Benjamin que hace José Juan en el artículo, además de ilustrar su posición la voy a aprovechar para relacionarlo con el tema de la posible deconstrucción de la historia. O por lo menos con una construcción alternativa de la misma. Según Benjamin la línea recta que se supone representa el “progreso” debería ser sustituida por lo que llama constelación. La constelación la entiende como un símbolo de la expresión que surge cuando un historiador coloca una serie de sucesos aparentemente inconexos en el enunciado de un discurso significativo. De esta forma relaciona una serie de hechos que ya han sucedido con el presente. Habla así “del despertar del conocimiento aún no consciente de lo que ha sido”. Esta es, por supuesto, una discusión profunda que ahora no tengo más remedio que dejar a un lado. Además del tema que nos ocupa el libro debería ser conocido por los arquitectos ya que el estudio que se hace de los passages parisinos (galerías comerciales cubiertas) es sencillamente monumental. Para Benjamin las galerías constituyen “las más importante arquitectura del siglo XIX" y las interpreta como un ejemplo espectacular de ambivalencia cultural: opresión consumista y liberación como utopía de la abundancia. En cualquier caso os dejo con el artículo de José Juan que, supongo, ya estaréis deseando leer.


Ciudad genérica y ciudad queer
J.J.Barba. Dr. Arquitecto

El texto que se incluye a continuación pretende tratar el tema de la diversidad y complejidad urbana (en muchos casos perdidas entre la estandarización, las marcas y el monofuncionalismo) para poder pensar las ciudades como elementos complejos que permitan aceptar a todo tipo de ciudadanos, realizando una crítica implícita a la constante producción de guetos, tanto de ricos como de pobres, a la constante vigilancia en las ciudades y a las políticas de miedo hacia el inmigrante, el extraño, el diferente. La palabra queer en inglés tiene dos acepciones: una muy bruta que se utiliza despectivamente para decir "maricón" y otra que habla de "lo extraño y lo diferente". Seguro que los españoles recordáis una serie de televisión (cuatro) que se llamaba "Queer as folk" cuya traducción podría ser: "extraño como la gente". Es un término desarrollado, con intensidad, por algunas investigadoras en Harvard para las cuestiones de género, pero también y desde hace unos años es utilizado para definir nuevas tácticas y técnicas para conseguir que nuestras ciudades sean el resultado de un paisaje multicultural más enriquecido. Para desarrollar esta idea en el texto me apoyo en tres puntos: la escala con que miramos la ciudad, la definición de lugar frente a la de espacio y las condiciones de identidad que enuncia Rem Koolhaas en su texto sobre la ciudad genérica. (Hice mi tesis doctoral sobre Delirious New York).

Pérdida de la capacidad de identificar lugares
 París, desde un satélite, 1980, CCCB, Barcelona

En 1995 se publicó un texto titulado La Ciudad Genérica. Su autor, el holandés Rem Koolhaas, planteaba una reflexión  a medio camino entre un discurso irónico-provocativo y un análisis sobre la constatación de los crecimientos contemporáneos de la ciudad, que comenzaban a ser una realidad cotidiana a lo largo de todo el planeta: “¿Son las ciudades contemporáneas como los aeropuertos contemporáneos, es decir, 'todas iguales'? … Y si es así, ¿a qué configuración definitiva aspiran? La convergencia es posible sólo a costa de despojarse de la identidad. Esto suele verse como una pérdida. Pero a la escala que se produce, debe significar algo. ¿Cuáles son las desventajas de la identidad; y, a la inversa, cuáles son las ventajas de la vacuidad? ¿Y si esta homogeneización accidental − y habitualmente deplorada - fuese un proceso intencional, un movimiento consciente de alejamiento de la diferencia y acercamiento a la similitud? ¿Y si estamos siendo testigos de un movimiento de liberación global: '¡Abajo el carácter!'? ¿Qué queda si se quita la identidad? ¿Lo Genérico?”

¿Londres, Hong Kong, París? Farrer Road, Singapur, Zaha Hadid
 Toponegligencia versus topofilia, Jmmag&Partners

Seguramente hablar de ciudad no sea más que la metáfora de un hecho irreproducible en nuestra sociedad, pero su utilización como “pica” en un magma de construcción ingente nos ayudará a destacar con mayor claridad la posibilidad de una alternativa, la ciudad queer. Para ello necesitamos cuestionarnos algunos conceptos como ¿qué es la identidad? y ¿de qué geografías y paisajes estamos hablando? Con estas premisas recuperaré la idea de lugar, como instrumental básico para construir ciudad, entendiéndolo como espacio sin o con identidad, y por ende con esta nueva idea de lugar discutir la visión de la ciudad que recorremos, identificando los lugares en función de la escala de percepción, como conjunto de lugares o como mero espacio vacío, vacuidad. La sobre-utilización de algunas palabras, como por ejemplo “lugar”, a veces les hace perder significado, las acerca a la vacuidad, y se hace necesario volver a leer su definición, que a veces no es tan antigua como nos pudiese parecer, todo lo contrario es mucho más cercana y precisa si miramos otros campos de la ciencia. Realizaré un acercamiento al concepto de “lugar” a través de las definiciones de los geógrafos.

Acerca de los lugares

Los escritos de conocidos geógrafos "clásicos" y las referencias presentadas por diversos autores contemporáneos presentan el concepto de lugar de una manera excesivamente coloquial, es decir, presentan los lugares bajo un prisma que los define como porciones concretas y singulares del espacio a las que se asocian topónimos. Esta adscripción,  a una definición tan ambigua, hizo que el concepto como tal, es decir el  término "lugar", apenas fuera usado científicamente, su definición era tan discutida que ni tan siquiera los geógrafos se pusieron de acuerdo para establecer una definición científica clara en los diccionarios hasta la década de 1970. Su escaso uso se debía fundamentalmente a entender que el concepto como tal no se ajusta al lenguaje científico. Sería a partir de los años de 1970 cuando aparecen, además de ese sentido común y bastante ambiguo que perdura relacionando espacios-topónimos, dos acepciones más precisas del término.

Actividades femeninas, 1919, "Metalocus" nº 19
Mujer reparando la cubierta del Ayuntamiento de Berlín

La primera se generó por una cuestión meramente de cuantificación. Según Beguin los lugares se pueden entender como “unidades espaciales elementales cuya posición es, a la vez, identificable en un sistema de coordenadas y dependiente de las relaciones con otros lugares.” Con esta interpretación el lugar pasó a ser de manera clara el sitio donde se localizan los fenómenos geográficos, ya sean poblaciones, objetos materiales o funciones. Posteriormente, profundizando  en esta línea de definición, en 1997 (Pumain, Saint Julián) se reelaboró el concepto en los siguientes términos: “El análisis espacial estudia las reglas espaciales de los lugares intentando encontrar las lógicas de organización, ya sean aquéllos agrupados bajo la forma de una serie de puntos o puestos en relación con otros lugares que son los puntos de apoyo (nudos, cruces, etc.) de redes”. La imagen de Gordon Matta-Clark de la serie Anarchitecture, de 1974, en la que se ve un solar devastado tras el paso de un tifón, refleja con bastante precisión esta definición, de un territorio-espacio acotado geométricamente independientemente de la función que su visión nos pudiera sugerir.

Lugar, tan solo como espacio geométrico
Gordon Matta-Clark. "Anarchitecture", 1974, MNCARS, Madrid

La segunda se planteó dando al concepto de lugar la capacidad de generar identidad.  Esta definición está llena de matices, pero básicamente siempre orbita alrededor de la idea de que el lugar se genera cuando se produce una relación entre uno o más individuos y una porción del espacio, o en una porción del espacio, acentuando así el carácter ontológico que permite la aparición de los lugares en la línea planteada por Yi-Fu Tuan o en la de los no lugares, como diría Marc Augé. Lugar y hombre interactúan mutuamente. El lugar participa de la identidad de quién está sobre él, -cada uno se define, y define su entorno, especialmente según su pertenencia espacial-, son los individuos los que le dan identidad y existencia al lugar. Esta relación estrecha permite recuperar la noción de arraigo y supone una dimensión temporal. El lugar se inscribe en la duración; es memoria y por tanto tiempo. El lugar así considerado es más que un punto, un nombre o una localización: tiene significación, tiene una identidad. Por tanto, el lugar nos aparece como el producto de una relación social; un espacio se hace lugar cuando en él o con él se mantienen vínculos entre los individuos. La segunda de las imágenes de Gordon Matta-Clark, en la que se ve una típica casa americana transportada por el río en una balsa, refleja magistralmente esta definición. El vínculo que un individuo puede establecer con su morada, y por ende su capacidad para considerarla como casa, normalmente no depende de la ubicación o implantación en el territorio, sino de la relación que quien la habita establece con la misma, la capacidad que su habitante tiene para dotarla de identidad.

Lugar ontológico, tiempo y movimiento. Como espacio de relación
Gordon Matta-Clark, "Anarchitecture", 1974, MNCARS, Madrid

El lugar como algo que depende del tiempo y del movimiento, en contraposición a su enraizamiento clásico con el terreno. Con esta segunda definición, y con un aumento de escala en su aplicación, la discusión sobre la generación de ciudad no tiene ningún sentido. El concepto de ciudad al que muchos se refieren actualmente está ligado íntimamente a la generación física de estructura urbana, olvidando que el carácter metropolitano de la arquitectura no debe proponerse como bálsamo para solucionar problemas meramente de alojamiento, sino como inductor para provocar  acontecimientos públicos o sociales, lugares en el sentido de Yi-Fu Tuan. El carácter metropolitano de la arquitectura no debe proponerse como bálsamo para solucionar problemas sino como inductor para provocar  acontecimientos públicos.

Los no lugares y lo genérico

La ya clásica definición dada Marc Augé en 1992 sobre los “no lugares” permite aclarar en profundidad esta aproximación a la idea de carácter ontológico del espacio que define un lugar planteado por Tuan: los no lugares. Augé los definía como espacios monofuncionales y compartimentados, caracterizados por una circulación ininterrumpida, e in fine, poco propicios para las interacciones sociales. Al depender del tiempo y de la movilidad, incluso la distancia entre los lugares pasa a ser un concepto relativo. Al no depender de un espacio concreto los lugares pueden concentrarse o estar dispersos. El desarrollo, cada vez con más intensidad, de los planteamientos de Yi-Fu Tuan aplicados a otras áreas de la ciencia como la creación de nuevos paisajes, abre la puerta a nuevas consideraciones que permiten la identificación de los lugares desde un ámbito más complejo en el que se insertan conceptos como movilidad y tiempo.

Los lugares vacíos o “no-lugares”
Gordon Matta-Clark, South Bronx, proyecto Cristales Rotos, 1976, IVAM, Valencia

Con estos instrumentos y caracterizada la ciudad genérica como un elemento vacuo sin identidad, formado por “no lugares”, y si las relaciones entre los individuos son una característica básica de los lugares, cabe preguntarse si ¿la relación de identidad podría producirse en un lugar en función de un tiempo concreto? y por tanto, cabe también  preguntarse si ¿es posible que los espacios genéricos pueden dejar de serlo y convertirse en lugares con identidad si en ellos se producen relaciones entre los individuos? La ciudad genérica se caracteriza por la acumulación de espacios monofuncionales, con acumulación de infraestructuras que no comunican (que tan sólo unen, conectan), que limitan el espacio, que sólo generan movilidad in fine. En realidad es la acumulación de “no lugares”. Una de las primeras respuestas, que a todos se nos ocurre, es que todo esto es en gran medida consecuencia del aumento de escala de las estructuras urbanas. Sin embargo, el aumento de escala lleva aparejado que la forma de mirar de quienes proyectan “ciudad” haya condicionado en gran medida las propuestas realizadas.

La escala de la mirada
   
Como hemos analizado, la identificación  de un lugar depende de las relaciones entre individuos, y es evidente que los individuos tienen una determinada escala. Esto significa que la no puesta en consideración de este importante elemento a la hora de proyectar una ciudad o simplemente su olvido por una cuestión de escala, está haciendo que desde su inicio el diseño de nuevos crecimientos olvide los lugares. La gran escala con que se trabaja genera homogeneidad. No se controla la pequeña escala de los individuos, o al menos se produce una fractura en la continuidad de acción y proyecto. En este sentido parece lógico pensar que los aeropuertos sean “no lugares”. Son los espacios desde donde despegamos y podemos ver la escala a la que se proyectan los crecimientos urbanos. A esa distancia los individuos no existen, desaparecen, por tanto podría ocurrir que la ciudad genérica en sí misma no fuese mala ni buena. La ciudad genérica dependería de una segunda lectura y de analizar si en ella somos capaces de generar lugares, identidad.

Vista aérea idealizada, Barcelona, principios del siglo XIX, CCCB, Barcelona

¿Nos encontramos, como propone Koolhaas, frente a un modelo actual de globalización que es en realidad reflejo de una “nueva naturaleza” de lo contemporáneo? O por el contrario ¿podríamos hablar de prácticas compartidas, de identidades híbridas y procesales (ver por ejemplo en García Canclini, Néstor Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, México, Grijalbo, 1990 o sus reflexiones sobre espacialidades-queer), y también de fenómenos asociados a la globalización que se oponen al modelo neo-comercial o globalizador-mercantilista, como aquellos relacionados con las migraciones, con la llamada globalización inversa o desde abajo, o el uso de Internet por parte de los movimientos sociales, entre otros? En este sentido cabría cuestionarse la identidad social de la ciudad. ¿Se pueden incluir en este debate los análisis de Guy Debord sobre la historia en la ciudad, no como un bien ligado a lo artístico - hoy lo turístico - sino como memoria de las luchas y conquistas sociales? Ese debate crítico no debe hacernos olvidar que la forma de producir proyectos desde las ideas de Rem Koolhaas supone aspectos liberadores o de apertura a nuevos campos para la creación de arquitectura y ciudad.

Ciudad queer

“Cada época sueña con la siguiente”. Con esta frase inició Walter Benjamín el capítulo “F”, “Construcción en Hierro”, del Libro de los Pasajes en el que desarrolló toda una interpretación de cómo las nuevas e incipientes tecnologías constructivas estaban generando nuevos espacios de relación en el siglo XIX, nuevas perspectivas espaciales, nuevas formas de habitar y entender la ciudad. La realidad actual no es muy diferente de la que presenciaba Walter Benjamín, nos encontramos ante ciudades altamente polucionadas y desestructuradas. Los problemas que nos presentan para poder habitarlas nos están obligando a repensarlas y nos están haciendo pasar de vivir en muchos casos una pesadilla, a imaginar y buscar cómo deberían ser. La cita de Walter Benjamín se apoya en una búsqueda de las pautas de la modernidad inspirada en la vida cotidiana contemporánea. De igual manera en la actualidad, del análisis de términos coincidentes en nuestro tiempo como lo queer, podemos realizar acercamientos más intuitivos a nuestra realidad contemporánea, más cercana, más sostenible, híbrida, mestiza.

Reconstrucción de la estructura urbana a través de la forma y no de los habitantes
Berlín tras la Segunda Guerra Mundial, CCCB, Barcelona

¿Pueden las ciudades ser discutidas en términos queer? Recordemos brevemente en qué consisten las teorías y prácticas queer. Los movimientos e investigaciones acerca de lo queer suponen unas de las propuestas más vanguardistas a principios del siglo XXI desde el punto de vista social e intelectual. Con ellas se pretende reconstruir o deconstruir los límites de la formación de la identidad a partir del desarrollo del pensamiento de la diferencia en el terreno de la construcción de las identidades sexuales. Lo queer es lo raro, es la expresión de un grupo humano que quiere deshacerse de identidades vividas de forma opresiva. Como diría Beatriz Preciado, en su “Manifiesto contra-sexual”, los movimientos que abanderan estas teorías son fundamentalmente comunidades gays y lesbianas de EE.UU. que se sienten incómodos con los perfiles y los referentes identitarios. Sin embargo, en Europa esos mismos movimientos se inspiran en las culturas anarquistas y en las emergentes culturas transgénero, en ambos casos hay una búsqueda y una necesidad por consolidar la reconstrucción de la idea de identidad.

Las vías para los vehículos no unen territorios generan brechas amuralladas
Imagen de la ciudad de Caracas, CCCB, Barcelona

En este sentido es importante volver a recordar las palabras de Rem Koolhaas en su texto sobre La ciudad Genérica para insertar este debate sobre la identidad en paralelo con el de la ciudad contemporánea. Koolhaas habla de la pérdida de identidad de la ciudad en su transformación hacia lo genérico y se cuestiona si dicha pérdida a la escala que se produce, debe significar algo. En este sentido pronuncia las siguientes preguntas: “¿nos encontramos ante una pérdida de identidad o una reconstrucción de identidades?, ¿cuáles son las desventajas de la identidad? y a la inversa ¿cuáles son las ventajas de la vacuidad?, ¿y si esta homogeneización accidental –y habitualmente deplorada desde parámetros europeos – fuese un proceso intencional, un movimiento consciente de alejamiento de la diferencia y acercamiento a la similitud? ¿y si estamos siendo testigos de un movimiento de liberación global: ‘abajo el carácter’? ¿qué queda si se quita la identidad?¿lo Genérico?” No entraré aquí en el debate sobre lo Genérico pero sí quiero resaltar cómo la reconstrucción o destrucción del carácter identitario de nuestras ciudades está en cuestión desde el mismo momento en que lo está su estructura y la identidad de sus habitantes.

Robert & Shana Parkeharrison, Turning to Spring, 2001
 De la serie "Architect’s Brother", Bienal de Venecia, "Metalocus", nº 19

Las ciudades o las estructuras urbanas de las que estamos hablando son estructuras complejas que permiten sociedades mixtas, no autistas, enfrentadas a conocer al extraño, a dialogar, que van perdiendo su carácter de identidad segregadora. Estas sociedades urbanas generan una cultura de la información y lo que sus ciudadanos consiguen con la discriminación de la misma es una cultura del conocimiento, como diría T. S. Eliot, lo que la cultura del conocimiento produce es materia de entendimiento, alejando el miedo a lo desconocido, al otro diferente, sin necesidad de que todo se homogeneice. En este contexto es en el que mejor se entiende la recuperación y uso de la idea queer como instrumento de desarrollo urbano, es decir, en la reconstrucción de identidades diferentes para el hecho urbano, que no sean tan sólo básicamente económicas o especulativas.

Ciudades del Poder, Quinta Avenida, Nueva York, 2005, Metalocus, nº 19

En sus estudios, Yi Fu-Tuan descubrió una especie de psicogeografías, similares a las planteadas por la Internacional Situacionista, pero procedentes de mediados del siglo XIX. Una serie de planos de ciudad donde se presentaban la ciudad de la feminidad frente a la de la masculinidad. Los planos de diferentes ciudades de Europa y Norte América reflejaban, no los edificios que componen las estructuras urbanas entendidas como ciudades, sino los lugares de encuentro, donde las mujeres podían reunirse, encontrar una identidad común. Esta visión, que podríamos considerar claramente queer, identifica la ciudad o estructura urbana como una acumulación de lugares frente a la tectonicidad de la ciudad masculina representada por lo físicamente construido. La ciudad del poder, la ciudad de la representación, la ciudad construida enfrentada a la ciudad de los lugares, de los espacios con identidad. Sufragistas, mujeres comprometidas con la ayuda social, mujeres de clase alta con la necesidad de encontrar espacios que las representasen, buscaban  en la ciudad espacios para la distensión, la cultura, la política o el ocio, algo permitido sólo a los hombres. Las compras de productos para el hogar solían desarrollarse en los pasajes comerciales como las Galeries o Passages de París, y las Arcades en Londres o Estados Unidos, generando nuevos espacios de reunión e identificando nuevos puntos de encuentro como los de los grupos sufragistas o las casas y asociaciones de ayuda y educación a las mujeres sin formación, o algunos clubes sociales sólo para mujeres.

La Gran Vía de Madrid, Reto Halme, 1995.

Si transportamos el concepto queer a nuestras estructuras urbanas nos encontramos con que acciones como la sostenibilidad no deben ser la reconstrucción activa de nuestras ciudades mediante apósitos tecnológicos, sino que deben realizarse mediante acciones pasivas y conscientes de su realidad social, entendiendo que la construcción de ciudad no es sólo funcional, sino ontológica, por lo que la zonificación es el ejemplo más claro de reduccionismo y simplificación de la complejidad urbana. La no dispersión de las estructuras urbanas, la densificación de las mismas, consiguiendo que su actividad social sea densamente compleja y compacta – que no complicada-, consigue que las sociedades sean más abiertas, mestizas, menos autistas con el entorno, a la vez que reducen el consumo de energía, la polución y los problemas de movilidad. Los planteamientos aplicados a las estructuras urbanas para intentar conseguir que sus desarrollos sean queers deberían caracterizarse por un programa básicamente apoyado en criterios de identificación, reconocimiento y generación de lugares con sentido ontológico.

La ciudad como escenario, Madrid, 2000
Actuación de Leo Bassi, fotografía de José Juan Barba

El sueño de una ciudad en equilibrio con su entorno, natural o artificial, ha generado un amplio debate frente a la realidad construida, un debate que cada vez es más intenso, un debate que debe entenderse inmerso en la crisis de identidad de la ciudad como elemento urbano. Los problemas urbanos no los resuelve la arquitectura, los proyectos de los arquitectos tan sólo proponen situaciones más o menos inéditas que condicionan y generan nuevas problemáticas, las hacen variar y evolucionar en una especie de situación de asistencia política continuada. La ciudad genérica es en gran parte el resultado de ser pensada mediante llenos y vacíos unidos supuestamente mediante “sinergias”. ¿Qué ocurre si pensamos la ciudad a través de lugares? y ¿qué ocurre si a esos lugares, por una cuestión de escala, se le une el concepto de paisaje?

Lugares y paisaje

Cuando los lugares se generan en el exterior de los edificios son considerados a menudo como vacíos, como espacios no construidos. Las ordenanzas, las leyes urbanísticas no nos hablan de ellos de manera directa sino sólo indirectamente por oposición a lo lleno o construido. Aunque la idea de paisaje es una idea desarrollada en nuestra cultura desde el mundo clásico, que ha ido mutando y cambiado a lo largo de la historia, su unión al concepto de lugar es mucho más reciente. Transcurridas casi tres décadas, desde su concreción, el acercamiento del concepto de lugar al de territorio es más cercano y por ende el entendimiento del paisaje a través de la visión ontológica del lugar comienza a ser una realidad. El paisaje es entendido como el lugar donde es más estrecha la relación individuo-espacio. El lugar-paisaje y el hombre se funden mutuamente, el paisaje participa de la identidad de quienes están en él o con él, es decir, se considera el paisaje no sólo como generador de identidad. El paisaje deja de ser un escenario contemplado por el hombre para pasar a ser un elemento en relación con él.

Constant, Nueva Babilonia, psicogeografía, La escala prevalece

En este sentido son realmente sugerentes las psicogeografías planteadas en las décadas de 1960 y 1970, pero si cabe son más importantes las que se han mencionado antes sobre los movimientos de mujeres  en Berlín, París, Londres o Nueva York, de mediados del siglo XIX, donde las ciudades no se constituían por sus construcciones, por sus llenos, sino que aparecían ciudades de género. Diagramas que presentaban las ciudades desde la movilidad y las actividades que en determinados lugares se producían entre las mujeres. Lugares como los pasajes, clubs femeninos, pequeños locales de baile, bares, cafés, los lugares de encuentro de las sufragistas, las escuelas de mujeres, las casas de acogida o alojamiento denominadas en Estados Unidos settlements,  es decir, los espacios de relación pública y los de privada o íntima relación. Las ciudades se reconstruían por otros mediante la acumulación de geografías y paisajes formados por la acumulación de “lugares”. La ciudad reconstruida no es una ciudad virtual generada a partir de los movimientos físicos de individuos, sino una ciudad real formada por individuos y no sólo por estructuras físicas vacías.

Settlement House, Chicago, finales del XIX, UIC

Frente a la ciudad de lo genérico está la ciudad de lo diferente, la ciudad queer. Resulta que sí es posible una construcción queer de la ciudad, si entendemos que mirar lo que hoy nos parece “raro” recompone nuestra forma de ver y rompe con la dinámica aceptada como salvadora, planteada por el desarrollismo. La supuesta generación de riqueza a costa de cualquier precio puede no ser la salvación de nada. La necesidad compulsiva de lanzarse hacia adelante en la construcción de masa urbana, masa difusa, sectorizada y sin identidad, sin entender qué ciudad queremos, con la única excusa de que este desarrollismo soporta nuestra economía actual, nuestra forma de vida, nuestros trabajos, nuestra movilidad, puede ser simplemente el final de nuestra economía. El autismo en las propuestas hace que en nuestra cotidianeidad el urbanismo y la arquitectura se estén convirtiendo en algo perteneciente al estricto ámbito legal, cada vez son más los abogados que desplazan a los arquitectos o urbanistas de sus campos de batalla, esto es especialmente evidente en el ámbito del planeamiento.

La ciudad y los lugares. Swoon, Nueva York, 2005, Metalocus, nº 16

La necesidad de reintroducir en la normativa, en los planeamientos urbanos y en las ordenanzas, la idea de lugar, de paisaje, desde una visión ontológica-queer y no sólo geométrica, parece cada vez más una necesidad. Más cualificación frente a un exceso de cuantificación, más identidad frente al mar de la vacuidad, más “polis” en las “urbes”, más ciudadanos frente a un sobre-musculado desarrollo de estructuras e infraestructuras, más cuerpos relacionándose socialmente. Si lo queer supone no tener miedo a lo que hoy nos parece raro, podremos afrontar soluciones sin miedo a que nuestras estructuras actuales tiemblen y se reconfiguren. Al igual que Cicerón con la conocida historia de Simónides, quienes quieran generar ciudad queer, ciudad heterogénea, ciudad con memoria, deben producir lugares específicos, ontológicos, queer, para poder crear imágenes mentales de los hechos que acontezcan y de manera que sea posible recordarlos, para después almacenarlos en lugares, en espacios de la memoria.

José Juan Barba


Algunas recomendaciones de lecturas:
  • Yi-Fu Tuan, “Space and place: humanistic perspective”, en Progress in Human Geography, Vol. 6. Londres, 1974.
  • Nestor García Canclini, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la Modernidad. Grijalbo, México, 1990.
  • Rem Koolhaas, “The Generic City”, en Domus, nº 791, marzo 1997. Edición en español: Rem Koolhaas, La Ciudad Genérica, Gustavo Gili, Barcelona, 2006.
  • Walter Benjamin, El libro de los Pasajes, hay una magnífica edifición de Rolf Tiedemann publicada por Akal en el año 2004 que es altamente recomendable. Se trata de la edición alemana de 1982 traducida por Luis Fernandez, Isidro Herrera y Fernando Guerrero.