lunes, 3 de septiembre de 2012

El sprawl es bello

Me refiero al "sprawl" urbano, claro. Denostado en tiempos de la guerra fría por las izquierdas para las que cualquier parecido con el american way of life era la perversión y la podredumbre, el sistema de extensión urbana que se miraba en la ciudad de Los Ángeles es ahora estigmatizado por todos los que entendemos que el problema del siglo XXI es la llamada “sostenibilidad”. Nos repetimos una y otra vez que la ciudad difusa, la ciudad fragmentada, es el origen de todos los males de la urbanización actual. Porque produce ineficiencia en las comunicaciones horizontales, es causa de la mayor segregación socio-espacial de la historia de la urbanización, impide la socialización y la educación en la urbanidad, no permite el funcionamiento del sistema de equipamientos… Podría seguir y seguir. La pregunta es: ¿por qué este éxito tan enorme? Si es tan diabólico ¿por qué en un momento histórico determinado una parte importante de la humanidad ha optado por vivir siguiendo este modelo y no el de la ciudad compacta? Voy a intentar ejercer de abogado del diablo y trataré de mirar con buenos ojos al maligno.

Tad Lauritzen Wright, "Beautiful Urban Sprawl" (fragmento)
 Brusch marker on oak, 96x96 in., 2007  lauritzenwright

Y no voy a tener que esforzarme demasiado porque mi país es Galicia. Y el gallego, lo decía Castelao en Sempre en Galiza, “quiere una casa suya, independiente, con cuatro fachadas”. Lo que hay detrás son muchas cosas pero, en el fondo, subyace la necesidad de  una relación directa con la naturaleza y un enfoque rural radicalmente opuesto al modo de vida urbano. La ciudad por antonomasia, es decir la ciudad compacta, es un invento (como tantos otros) derivado de las necesidades de la guerra. La ciudad tal y como hoy la entendemos aparece realmente cuando surgen las murallas. Y las murallas no se construyen para impedir que los ciudadanos se dispersen por el campo dedicándose a romper alegremente los ecosistemas. Se construyen para defenderse de otros ciudadanos y separarse del mundo rural. Y, además, para conseguir que desaparezca una forma de vivir que dificulta bastante el control del territorio por parte del conquistador. Por supuesto no pueden desaparecer los oficios digamos “rurales”. Siguen existiendo la agricultura, la ganadería o los aprovechamientos forestales. Pero no lo “folk”, que ha terminado por sucumbir ante las exigencias del modo de vida urbano.

Una casa con “cuatro fachadas”, Terra Chá lucense foto del autor

Tampoco la extensión urbana de baja densidad es un invento de la ciudad jardín, como a veces se dice. Hay muchos territorios en todo el mundo que, tradicionalmente, han producido un sistema de asentamientos de este tipo. Básicamente territorios rurales. En España, toda la cornisa norte (Galicia, Asturias, Cantabria, Euskadi), pero también muchas áreas de huerta o alta productividad agrícola. Por tanto habría que empezar por diferenciar dos tipos de ocupación extensiva del territorio. Una derivada del sprawl producido por la dispersión centrífuga de las grandes ciudades. Y otra, histórica, resultado de las necesidades rurales. El problema aparece porque a esta ocupación histórica se le sobrepone un modo de vida esencialmente urbano. El resultado es la ineficiencia de la organización territorial de un patrón espacial del asentamiento disperso, adecuado a una forma de vida rural, funcionando según las exigencias de un sistema de transporte de mercancías y personas propio de la era del automóvil. Igualmente ineficiente, como ya hemos visto en otros artículos del blog (pero por motivos distintos), es la extensión centrífuga urbana construida según un "monocultivo" de ocupación del territorio caracterizado por las bajas densidades y la fragmentación.

Modo de vida urbano sobre patrón de asentamiento rural
 "N-550 Da estrada á rúa"  n550proxecto

La relación básica de la vivienda con el territorio en un medio rural muchas veces es la pura subsistencia. En cambio en una periferia metropolitana suele ser la necesidad de naturaleza aunque sea domesticada, los precios más bajos y la independencia. Todavía se repite en todas las reuniones de miembros de urbanizaciones el ideal que impregnaba ya los primeros estatutos de la Ciudad Jardín: cuantas menos relaciones legales entre vecinos, mejor. El modelo negativo sería el de las comunidades de propietarios de los bloques de vivienda colectiva que se tienen que poner de acuerdo para casi todo. Las interminables discusiones, las rencillas por tener que pagar la reparación del ascensor que “el del primero no usa para nada” o la limpieza de las arquetas que, sistemáticamente, obtura la del 5º D tirando lo que se le ocurre por el inodoro (por supuesto lo niega, pero todo el bloque sabe que es así). Y luego, claro, además de esta ventaja (vivir en la periferia fragmentada casi sin tener necesidad de ponerse de acuerdo con el otro) el habitante del mundo “sprawliano” es un ser consciente del paso de las estaciones, oye el delicado trino de los pajaritos e, incluso, puede plantar un rosal. Y todo ello por un precio, normalmente bastante más barato que en el centro.

Urbanización en la periferia sur de Madrid GoogleMaps

Pero, sobre todo, se trataba del modo de vida USA que nos “vendían” machaconamente como el ideal en el cine, en la prensa y, luego, en la televisión. Seamos sinceros, en un sistema ideal con energía barata e ilimitada ¿quién no prefiere, como decía Castelao, tener “una casa con cuatro fachadas”? Una casa con un terrenito en el que cultivar tomates o rosales, con espacio suficiente para no sentirse agobiado por los vecinos. Y si para ir al trabajo te acomodas en el coche, pones el aire acondicionado, conduces veinte minutos por la autopista y aparcas tranquilamente en el garaje donde tienes tu plaza reservada, llegarás al trabajo relajado y de buen humor. Luego, si por la tarde te vas al club social de la urbanización, haces unos largos en la piscina y te tomas un cubata charlando tranquilamente con los amigos, te sentirás burguesamente feliz. Claro, necesitamos autopistas de seis carriles para llegar al hospital o al Círculo de Bellas Artes en menos de hora y media. Si fuéramos poquitos, si la energía fuera barata e ilimitada ¿no es mejor esto que vivir en un apartamento rodeados de familias, de ruidos, de agobios, sin más relación con la naturaleza que un geranio en un maceta y un jilguero en una jaula? No, no creo que sea culpa del modo de vida americano, ni una imposición de los medios urbanos de comunicación. Es, sencillamente, que el sprawl como forma de ocupación extensiva del territorio, no es sólo bello, sino también lo más cercano al paraíso perdido. Pienso que hay muchas razones para mantener esta afirmación pero, por ejemplo, podríamos empezar por el tema de las densidades.

Superpoblación de ratas en el experimento de Calhoun Mente Inconforme

En los años sesenta del pasado siglo XX el naturalista John Calhoun realizó una serie de experimentos (hoy probablemente serían vetados por las organizaciones de defensa de los animales) con ratas. Colocó unos cuantos ejemplares en una situación ideal con comida, comodidades, etc. y dejó que se reprodujeran. Lo único que permanecía sin modificar era el espacio que tenían a su disposición. De forma que su “ciudad de las ratas” se fue superpoblando y se empezaron a incrementar el estrés y las agresiones. La violencia se convirtió en el eje de la vida de las pobres ratas y la situación se descontroló. Según un artículo de Ramsden en el Boletín de la OMS “le siguieron el canibalismo y el infanticidio. Los machos se volvieron hipersexuales, pansexuales y, con frecuencia creciente, homosexuales. Calhoun llamó a esta vorágine ‘hundimiento conductual’. La población se redujo, acercándose a la extinción. Al final de los experimentos, los pocos animales que quedaban habían sobrevivido con un costo psicológico inmenso: sin actividad sexual y totalmente retraídos se apiñaban en una masa sin ocupación. Incluso después de reintroducirlos en comunidades normales de roedores, estos animales ‘socialmente autistas’ permanecían aislados hasta la muerte”.

Andreas Gursky, May Day V (fragmento), 2007
 C-print mounted on Plexiglas, Matthew Marks Gallery

Claro, no somos ratas. Sin embargo, otros experimentos posteriores han demostrado de forma bastante evidente que densidad de población y desordenes mentales están correlacionados. Por ejemplo, los experimentos de la Universidad de Amsterdam y el Instituto de la Salud de Utrech, o las propuestas de Stokkols en los años setenta sobre los conceptos de densidad y hacinamiento. Resulta curioso que estas correlaciones no se producen con todas las enfermedades mentales (por ejemplo, no se ha conseguido demostrar la relación con la psicosis maníaco-depresiva, y sí con la esquizofrenia). Aunque también hay evidencias de la influencia de otros factores, como los genéticos o la pobreza, son demasiado los trabajos que relacionan densidad de población excesiva con diversos trastornos mentales (Sundquist, 2004) como para no tenerlos en cuenta. La idea que trato de plantear es que la búsqueda de las bajas densidades (Las “doce viviendas por acre” de Parker y Unwin), que es uno de los primeros elementos que caracterizan el actual sprawl urbano, probablemente tiene un fondo natural más que cultural. Y que se produce como una huida de las grandes aglomeraciones que necesitan de una serie de condiciones, y de una adaptación al sistema de vida que imponen, no siempre pensado para que la gente sea feliz.

Westholm Green (Letchworth) de Parker and Unwin  stevecadman

El tema es apasionante pero no es el que pretendo tratar hoy. Además habría que introducir otros elementos como el tamaño de la ciudad. Sólo como anécdota querría apuntar que los últimos trabajos que conozco parecen concluir que las condiciones óptimas para la salud mental se encuentran en las ciudades pequeñas e intermedias con densidades no demasiado altas, en contacto directo con la naturaleza y sin la excesiva sobrecarga estimular típica de las ciudades altamente tecnificadas. La “casa con cuatro fachadas” de los gallegos podrá ser muy insostenible pero, probablemente sea un ideal, no sólo de los gallegos, sino de cualquier ser humano. Por tanto, la ciudad deseada no parece estar en Manhattan (donde la tasa de psicólogos y psiquiatras por habitante debe ser de las más altas del mundo) o en el Ensanche de Barcelona. A menos, claro está, que uno tenga mucho dinero y pueda comprar una planta entera (mejor dos) en cualquier edificio que, por ejemplo, tenga vistas al Central Park. Es decir, con espacio suficiente y acceso a la naturaleza. Porque, aunque hoy no lo voy a desarrollar, el tema de fondo, en realidad, no son las altas densidades sino las deficientes relaciones sociales que traen consigo y las dificultades de acceso a las zonas verdes que funcionan como terapia natural ante el exceso de estímulos que se produce.

El acceso cercano a la naturaleza reduce el estrés
 Nueva York, Central Park, visitingdc

El segundo elemento que caracteriza esta forma extensiva de ocupar el territorio es la rotura de ciudad en miles de esquirlas, que aumentan de forma muy importante los bordes entre las áreas urbanizadas y no urbanizadas. Esto trae consigo que los ecosistemas naturales se conviertan en áreas de pseudonaturaleza impidiendo reciclar la entropía que, tradicionalmente, se encargaban de manejar. Pero justamente, este contacto con la naturaleza es lo que le falta al invento de “la ciudad”. Cuando en la asignatura de paisaje desarrollo el tema del jardín lo explico como recuerdo del paraíso perdido. El Jardín del Edén está ahí, como un ideal al que hay que tender. Cuando la humanidad es expulsada del Paraíso Terrenal, pierde una parte muy importante de su ser. Y trata de recuperarla en cuanto puede. Por eso, ese acercamiento a la naturaleza (aunque sea simplemente a su imitación), esa aproximación al borde de la ciudad desde el que se atisba esa parte perdida, tampoco es un invento de los “mass media”. Es tan natural como la cuestión de las densidades. Para que todos tengamos áreas no cementadas cercanas no hay más remedio que aumentar la longitud de los bordes. Si entendemos los ideales de belleza como arquetipos, el arquetipo estético de la ciudad sería la naturaleza. Eso sí, domesticada (urbanizada), por supuesto.

¿El sprawl urbano es bello? Sun Belt Sprawl, Nevada
 "Sin título XI", 2010, Christoph Gielen, The New York Times

Por tanto este tipo de sprawl urbano es bello. Claro, para conseguir esta “belleza” probablemente tengamos que machacar el planeta y hundir en la miseria las posibilidades de progreso real de nuestros descendientes. Y todo ello, no para volver al Jardín del Edén sino, simplemente, para atisbar un poco, lejanamente, como sería. El problema es que, en nuestro intento de perseguir un ideal ya hemos dado pasos irreversibles. El estado de nuestros territorios es el que es, y deberíamos dejar de lamentarnos para intentar encontrar salidas. Una vez planteada la situación sin tópicos (la gente no es imbécil y alguna ventaja le han debido de ver a este sprawl) habría que empezar a hablar de ventajas e inconvenientes. Como estos últimos ya los he repetido hasta la saciedad en muchos sitios, en lo que queda de artículo me centraré en algunas de las bondades que hacen todavía más bello este sprawl. No lo he dicho hasta ahora pero, claro, el título es un remedo de la campaña publicitaria de Adolfo Domínguez, “la arruga es bella” que intentaba romper una serie de tópicos sobre la forma de vestir. Mi objetivo es mucho más modesto: tratar de ver la organización de nuestros territorios con una óptica distinta que ayude a encontrar soluciones alternativas.

Flujos comerciales mundiales  Le monde diplomatique
Señalar en la imagen para verla más grande

Las preguntas iniciales serían: ¿es previsible una situación continuista respecto a la actual en relación con la organización social y territorial? ¿se pueden seguir manteniendo los actuales derroches en materia de transporte (de personas pero también de mercancías) con los problemas energéticos y de contaminación que conllevan? ¿es suficiente con aumentar las densidades de nuestras ciudades si seguimos trayendo petróleo en grandes barcos desde miles de kilómetros, productos manufacturados desde China o la India, cereales de Rusia, carne de Argentina o electricidad de las nucleares francesas? Es decir, ¿es suficiente que apretemos mucho a los urbanitas en ciudades congestionadas si resulta que los problemas de transporte horizontal (y, a veces, vertical) de mercancías y personas se refieren a los intercambios transcontinentales y de largas distancias? ¿no sería mucho más racional penalizar este tipo de intercambios? Y no es nada complicado hacerlo, sencillamente hay que poner a su verdadero coste el precio de la energía destinada al transporte. Porque claro, en el precio de la energía no están incluidas todas las externalidades ambientales que trae consigo su consumo. Y lo que estamos haciendo, en realidad, es subvencionar la ineficiencia y crear problemas con el clima.

¿Son de verdad más eficientes las grandes concentraciones?  Pigu23

Hace ya un par de años que tengo más o menos clara la necesidad de cambiar los sistemas centrífugos de organización del territorio por otros centrípetos pero, para ello no se pueden considerar ya los asentamientos de forma puntual (como un sistema de fuerzas) sino como superficies que ocupan áreas territoriales significativas. Es decir, cambiar número de habitantes por hectáreas. Habría que empezar a reconsiderar el tema de las regiones. No mediante la fórmula tradicional de reequilibrar territorios ya que los territorios nunca se pueden equilibrar porque no son isótropos, sino pensando en bio-regiones funcionales y culturales. Esto está directamente relacionado con la autosuficiencia, productos autóctonos, materiales de la zona y eliminación en la medida de lo posible de los desplazamientos de personas, materia y energía. En un contexto de este tipo (ver Pueblos en Transición, Infraestructura Verde Urbana o Recuperando a Patrick Geddes) el enfoque cambia bastante. La prioridad deja de ser la ciudad concentrada para convertirse en la región autosuficiente. Y en una región autosuficiente, dependiendo de su vocación y posibilidades, deberían tener cabida muchas formas de asentamiento diferentes. Entre otras, claro, la llamada ciudad fragmentada o difusa. Es decir, el sprawl entendido como ocupación urbana extensiva.

Agricultura de proximidad, huerta de Valencia  urbanazos

Si se pretende una agricultura y una ganadería diferentes a las actuales probablemente “la casa con cuatro fachadas” de Castelao sea una alternativa razonable, y la dispersión rural tenga salida dirigiéndose al mismo sitio del que procedía. Determinados productos deberían ser cultivados por el consumidor o lo más cerca posible del mismo. No es normal que un pepino cultivado en Almería sea consumido en Hamburgo a 2.600 kilómetros de distancia. Lo ideal sería cultivarlo en nuestro huerto. Y en caso de no haber huerto, o para determinados productos agrícolas o ganaderos, casi imposibles de conseguir de forma autosuficiente, habría que hablar de agricultura o ganadería de proximidad. Sólo en casos muy especiales sería necesario recurrir a cultivos más lejanos. Soy consciente de que esta propuesta implicaría un cambio radical en el comercio mundial y en la forma de vivir. Pero no creo que la alternativa, concentrar a la mayor cantidad de consumidores muy cerca los unos de los otros hasta el límite del hacinamiento, produzca resultados suficientemente importantes como para afrontar el problema de la sostenibilidad de una forma creíble. Esto en lo que se refiere al tema de la alimentación. De igual forma habría que plantear la cuestión del agua o de los residuos. También aquí hay ventajas que no debería desaprovechar una organización extensiva del territorio.

El transporte de materiales incluye también los residuos
 África, sumidero de residuos peligrosos del mundo  Gente Fina

El otro gran problema es el relativo al consumo energético. Y aquí las ventajas se pueden extender, tanto a la ocupación extensiva originada por el sprawl urbano como a la de origen rural. Probablemente este sea el campo en el que se están dando los pasos más importantes. Aunque hasta ahora las grandes compañías suelen preferir sistemas de distribución y generación energéticos jerarquizados, no siempre este tipo de organización es la mejor. Tampoco es el momento de plantear esta cuestión, pero se empieza a considerar la generación distribuida como la más eficiente y no sólo desde el punto de vista de los costes. Por supuesto que estoy hablando de energías renovables y de autosuficiencia. Aquellos que se han acercado, aunque sea sólo asomándose, al campo de la arquitectura bioclimática y al concepto "cero emisiones" saben que, si existe alguna posibilidad de intentarlo es, precisamente, en viviendas unifamiliares. Pero los sistemas de generación distribuida están dando un paso más y ya se habla de los sistemas de generación distribuida en red. Y es que las redes deberían ser la base conceptual de la solución para los territorios difusos y fragmentados. Y no sólo en materia energética, sino también en comunicaciones, relaciones sociales y equipamientos.

Electricidad, generación distribuída  Guía Básica de la Generación Distribuída

Durante seis folios he realizado el ejercicio de enfrentarme al maligno mirándolo con buenos ojos. Espero que, a pesar de todo, después de esta lectura nadie en su sano juicio llegue pensar que la organización ideal de nuestros territorios sea su ocupación extensiva y que las ciudades deberían construirse mediante millones de casitas unifamiliares. Para mí el sprawl urbano sigue siendo el maligno (a pesar de ser bello). Pero hay dos cuestiones evidentes. La primera es que cientos de miles de hectáreas de nuestros territorios están así organizadas. Lo están ya. No se trata de ningún proyecto. Y hay que darles una salida que, por supuesto, no es la demolición. La demolición agravaría todavía más el problema ya que tiene un costo ecológico superior a los beneficios que produce (si exceptuamos el efecto ejemplarizante). Por tanto el objetivo debería ser aprovechar las bondades. La segunda es que un sistema urbano verdaderamente resiliente ha de ser complejo, ha de contar con todas las formas de organizar el territorio adecuadas a su bio-región. Es decir, desde las grandes ciudades con altísimas densidades hasta superficies del territorio sin huella humana. También, y según los casos (pero, probablemente, nunca de forma exclusiva o mayoritaria) en forma de “doce casas por acre”. 

¿Territorio agrícola? Noooo… sembrado de casas
 Sprawl urbano de Los Ángeles, Gamut’s Edge

Os habréis dado cuenta de que ni me he molestado en definir el sprawl urbano. He utilizado directamente el término no en su traducción literal, sino haciéndolo sinónimo no sólo de extensión urbana dispersa y fragmentada, sino también incluyendo patrones de asentamiento que no se corresponden con la extensión de ninguna ciudad sino con la ocupación rural del territorio reconvertida al modo de vida urbano. Cuando hace ya bastante años hice mi tesis doctoral sobre el rural en Galicia me pasé meses intentando distinguir entre población dispersa, diseminada y concentrada. Sobre los conceptos de rural y urbano. Ahora me doy cuenta de que era irrelevante. Lo verdaderamente importante eran las formas de vida. Cómo los aldeanos que ocupaban aquellas casas (casi todas con cuatro fachadas) se relacionaban entre ellos, dónde compraban y cuándo, a qué sitios iban a divertirse, cuánto dinero ganaban, cómo lo gastaban, cuántos hijos tenían, en qué trabajaban. En el título podía haber utilizado la expresión “ciudad difusa” como se suele denominar en Italia, o “ciudad fragmentada” que es la que suelo utilizar yo mismo. O, sencillamente, ciudad dispersa. Pero, probablemente, de no haber usado sprawl el artículo hubiera salido en menos buscadores.

Ejemplo de organización poco compleja y jerarquizada
 El tráfico en Lisboa, oct 2009, proyecto CityMotion, MIT  pmcruz

A estas alturas de la vida ya pocas cosas me parecen evidentes pero, probablemente, en materia de organización del territorio pienso que nuestros esfuerzos deberían centrarse de forma prioritaria en tres campos. El primero está relacionado con la complejidad. Para que nuestros territorios sean verdaderamente complejos, deben albergar formas de asentamiento variadas, acordes con las regiones de las que forman parte. Deben tender a la autosuficiencia. Sin hacer de ello un dogma, claro. Si en nuestra región no hay litio pues no hay litio, pero no vamos a dejar por ello de tener un móvil. Eso sí, nuestro móvil probablemente debería ser mucho más caro (dependiendo del coste real del transporte) que en una región que contara con abundantes reservas de este mineral porque allí, probablemente, debería ser donde se fabricaran las baterías. Y dentro de la variedad que sea necesaria para que nuestro territorio sea complejo y adecuado a sus condiciones naturales, sociales y económicas bio-regionales, una parte del patrón de asentamiento sería fragmentado, disperso o difuso, claro que sí. Incluso Le Corbusier en su propuesta de La Ville Contemporaine distribuía los habitantes así: 400.000 en cuatro rascacielos; 600.000 en bloques continuos de varias plantas; y 200.000 en casas jardín.

La mayor parte de la costa española es una inmensa ciudad extensiva
 Todas las líneas rojas sobrepasadas, Oliva, Valencia, Google Maps

El segundo esfuerzo debería estar centrado en saber qué regiones han llegado ya a la línea roja en cantidad de hectáreas dedicadas a la ocupación urbana extensiva. Me temo que en buena parte de nuestro país ha sido sobrepasada. Aunque determinarla no es tan sencillo. Sobre todo si entendemos el territorio como un conjunto de bio-regiones con tendencia a ser autosuficientes. Porque todo se complica si pensamos no sólo en regiones naturales sino que consideramos como parte de su ser, la historia, la cultura, las personas, los caseríos y las ciudades. Las ciudades han dejado de estar en un territorio que las soporta como se entendía hasta hace poco, es que forman parte indisoluble del mismo, “hacen” territorio. Pero me parece bastante claro que este es el enfoque de la ciudad del siglo XXI. En cualquier caso, aunque tengamos mucho sprawl urbano de tipo extensivo y la situación no pueda llegar a convertirse nunca en ideal, hay que trabajar para aprovechar las ventajas. Y, por supuesto, si hemos sobrepasado las posibilidades del territorio, no seguir ahondando en el error. Claro que este sprawl es bello, pero mucho dulce puede hacer que nos atragantemos y terminemos ahogados en un mar de viviendas con cuatro fachadas (o con dos si se trata de trenecitos de adosados).

"Siempre hay que coger la mitad, para que no se acabe la caza"
 Rodaje de "Tasio" (Montxo Armendáriz, 1984)  kabemayo

Y el tercero, por supuesto, es la preservación de la naturaleza. Sin áreas naturales no es nada posible. Ni la ciudad compacta, ni las extensiones urbanas de baja ocupación, ni las áreas rurales. Muchas sociedades se comportan de forma realmente bestial y egoísta: “que conserven ellos”. Una parte muy importante de las regiones más dinámicas del mundo basan su prosperidad en que otras estén bajo el listón del nivel de pobreza conservando para ellas. Pero desde el punto de vista territorial este modelo de ocupación centrífuga del territorio no tiene futuro por muchas razones. Sobre todo, por su ineficiencia y por la dilapidación de recursos que conlleva. En realidad las cosas no son tan complicadas. Cada hábitat cuenta con recursos capaces de mantener determinada cantidad de animales y plantas (incluidos los humanos). Es conveniente no agotarlos porque, de lo contrario, entraremos en una situación regresiva. Cuando el padre de Tasio, en la película dirigida por Montxo Armendáriz, descubre que coge huevos de los nidos le dice: “siempre hay que coger la mitad, para que no se acabe la caza”. Hay grupos humanos que no sólo están cogiendo todos los huevos del hábitat donde viven, sino también los de todos los nidos que existen. Están dejándonos en un planeta sin caza.


Nota 1: al subir el artículo al blog me acabo de dar cuenta de su extensión. Me he pasado como tres folios (literal, no estoy parafraseando la expresión “tres pueblos”). Espero que me disculpéis, es verano y me he dejado llevar por la inercia de estar sin horarios.

Nota 2: escribí esta entrada incentivado por un enlace que me envió mi amigo Emilo Luque relativo a un artículo firmado por Echenique, Hargreaves, Mitchell y Namdeo, publicado en el número 78 de JAPA, y que viene a añadir más leña al fuego de la polémica en relación al maligno (es decir, al sprawl urbano entendido como ocupación extensiva y fragmentada del territorio). Maligno que, para algunos, tiene más ventajas que inconvenientes. O, por lo menos, no parece que la alternativa, la ciudad compacta, sea tampoco un ente celestial lleno de bondades.

Nota 3: ya  puede comprenderse que, en el inglés, la palabra sprawl puede jugar con sus dos acepciones. La de extenderse, desparramarse, o la de adoptar una postura desgarbada (aunque también puede indicar comodidad) despatarrándose. La del desparrame sería una buena imagen referida al crecimiento centrífugo de las ciudades. Pero no me he atrevido a titular “El desparrame urbano es bello”, por las connotaciones de juerga y disipación que podría dar a entender.