domingo, 30 de marzo de 2008

Morin: “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”

Este viernes he estado otra vez en Santiago de Compostela. Tenía que ir a un tribunal que juzgaba los trabajos del curso Superior de Técnico de Urbanismo de la Escola Galega de Administración Pública. Siempre que puedo, y para viajes de menos de setecientos kilómetros, uso el tren. Esta vez llegué a la estación de Santiago a las siete de la mañana (el tren salió de Madrid a las diez y media de la noche) lo que me permitió dar un paseo por una ciudad desierta. Nadie en la Plaza del Obradoiro, nadie en la Rua do Vilar, nadie en las Quintanas, nadie en la Catedral. Al principio me pareció una experiencia magnífica, pero después de media hora empecé a aburrirme porque las piedras de Santiago ya las tengo muy vistas (he nacido aquí), y comprobé en mis propias carnes que, en muchas ciudades, la parte más importante del paisaje urbano es la gente. Hice unas cuantas fotos que he aprovechado para ilustrar este artículo, y me fui al hotel a releer el libro de Morin que había traído para el viaje. Ahora es sábado y estoy en el Talgo, volviendo a Madrid, mientras escribo estas líneas.

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En el año 1999 la Unesco editó Los siete saberes necesarios para la educación del futuro cuyos materiales preparó Edgar Morin para el proyecto transdisciplinar llamado "Educación para un futuro sostenible". En el 2001 la editorial Paidós publicó la edición en castellano que es la que comentaré a continuación. De todas formas también podéis encontrar el libro en este página (y en muchos otros lugares de la red) llamada Pensamiento Complejo conjuntamente con otros materiales de Morin traducidos al castellano, aunque he de advertir que hay ligeras diferencias con la edición de Paidós que es la que seguiré y de la que están extraídas todas las citas.


Hace ya más de cinco años que este librito (no llega a las 150 páginas con tamaño inferior a la media holandesa y con una letra apta para lectores de vista cansada) es, para mí, referencia imprescindible. Aunque por el título pudiera parecer que va dirigido exclusivamente a educadores, sin embargo su alcance es mucho mayor ya que, en realidad, trata de la educación para la civilidad. Es decir, trata de cómo profundizar en la democracia y de los nuevos valores emergentes, más que de la educación en las escuelas o en la Universidad (aunque también).

El libro se organiza en siete capítulos que se corresponden con los siete saberes a los que hace referencia el título y todo el texto se inscribe en la visión de Morin acerca del “pensamiento complejo” sobre la que espero tener algún día tiempo de tratar. Aunque por razones expositivas voy a ir comentando saber a saber según el orden en el que aparecen en el libro, hay que entender que estos “siete saberes” no son esclusas cerradas sino que se interrelacionan y conectan. En suma, forman una unidad compleja y global. Además seguiré el sistema de entresacar párrafos casi completos porque la estructura y la forma en la que está escrito el libro lo permiten.

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Pero antes de empezar me gustaría reproducir parte del prefacio que escribió Federico Mayor Zaragoza, relativa a las palabras clave sobre las que debería basarse la construcción de un futuro viable, porque pienso ofrece indicaciones acerca de la base sobre la que construir la nueva ética de este siglo: “La democracia, la equidad y la justicia social, la paz y la armonía con nuestro entorno natural deben ser las palabras clave en este mundo en devenir. Debemos asegurarnos que la noción de durabilidad sea la base de nuestra manera de vivir, de dirigir nuestras naciones y nuestras comunidades y de interactuar a escala global”.

Cegueras y principios del conocimiento

Los dos primeros capítulos o saberes supongo que le serán muy queridos a Morin porque sobre ellos ha trabajado y escrito mucho y, en cierta medida, parecen muy relacionados ya que se refieren al propio conocimiento. El primero se llama Las cegueras del conocimiento: el error y la ilusión y el segundo Los principios de un conocimiento pertinente.

Por una parte entiende que el conocimiento del conocimiento es una herramienta básica “para hacer frente a riesgos permanentes de error e ilusión que no cesan de parasitar la mente humana”. Y por otra la necesidad de promover un tipo de conocimiento “capaz de abordar los problemas globales y fundamentales de modo que puedan inscribirse en ellos conocimientos parciales y locales”. Entre los trabajos que juzgamos ayer en el tribunal tan sólo uno de los doce partía de un entendimiento global de las cuestiones que abordaba y era capaz de colocarla en sus justos términos. Para todos los demás “su problema” era, sencillamente, el ombligo del mundo. Es decir, era “el problema”. Y eso que no se trataba de malos trabajos. Bien es verdad que era un curso técnico. Pero aún así hubiera sido deseable una mayor amplitud de miras. Dice Morin:

La educación del futuro se ve confrontada a este problema universal, ya que existe una inadecuación cada vez más amplia, profunda y grave entre, por un lado, nuestros saberes desarticulados, parcelados y compartimentados y, por el otro, las realidades o problemas cada vez más polidisciplinarios, transversales, multidimensionales, transnacionales, globales, planetarios…

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Esta visión miope de las cosas es ya inexcusable cuando procede de un docente. Cosa por otra parte bastante corriente cuando los especialistas hablan de sus “áreas de conocimiento” negando y menospreciando todo aquellos que sus miradas con anteojeras no son capaces de entender. Yo comprendo que toda una vida dedicada a un “área de conocimiento” o a una disciplina marca indeleblemente a fuego, pero poco se diferencia ese pretendido saber científico del que se refiere Morin al hablar de la noósfera:

Es más, las creencias y las ideas no sólo son productos de la mente, sino que también son seres mentales que tienen vida y poder. De esta manera, pueden poseernos. Debemos ser muy conscientes de que desde los primeros momentos de la humanidad nació la noósfera -esfera de las cosas del espíritu- con el despliegue de los mitos y de los dioses; la formidable sublevación de estos seres espirituales impulsó y arrastró al “Homo sapiens” hacia delirios, masacres, crueldades, adoraciones, éxtasis, y hechos sublimes desconocidos en el mundo animal. Desde entonces, vivimos en medio de una selva de mitos que enriquecen las culturas.

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El mundo del siglo XXI es un mundo esencialmente complejo. Negar esta complejidad y presuponer que la realidad es sólo de color amarillo porque la estamos viendo exclusivamente con nuestras gafas disciplinares es, como mínimo, empobrecedor. Pero negarse en redondo a ponerse cualquier gafa con cristales de otro color es sectario. Es comprensible que si te has pasado treinta años escrutando exclusivamente un campo del saber, a veces muy pequeño, tengas miedo a mirar de otra forma. Por eso es tan importante no perder la visión global. Pero que ese mismo miedo atenace también a un joven que se acerca por primera vez a un área específica del conocimiento sólo puede tener una explicación: previamente, tanto la sociedad como los docentes le hemos cercenado convenientemente su capacidad de mirar sin complejos.

Enseñar la condición humana

Conocer lo humano es el tercero de los saberes necesarios: “Es importante que reconozcamos nuestro doble arraigo en el cosmos físico y en la esfera viviente, a la vez que nuestro desarraigo típicamente humano. Estamos simultáneamente dentro y fuera de la naturaleza”. En el estudio de lo humano del ser humano analiza tres bucles: cerebro / mente / cultura; razón / afecto / impulso; individuo / sociedad / especie. Al terminar este importante capítulo dice que “somos seres infantiles, neuróticos, delirantes siendo al mismo tiempo racionales. Todo esto constituye el tejido propiamente humano”. Al releer esta parte me he acordado de Humberto Maturana. Debería tener tiempo algún día para comentaros El árbol de conocimiento que escribió conjuntamente con Francisco Varela y que es, para mí, otra de esas “lecturas imprescindibles”.

Enseñar la identidad terrenal

Sobre el cuarto y el quinto de los saberes vengo insistiendo a mis alumnos desde hace algunos años, desde que me percaté de su importancia. Enseñar la identidad terrenal es el cuarto: “El destino ahora de carácter planetario del género humano es otra realidad fundamental ignorada por la educación. El conocimiento del desarrollo de la era planetaria va a incrementarse en el siglo XXI, y el reconocimiento de la identidad terrenal, que cada vez va a ser más indispensable a escala personal y para todos, debe convertirse en uno de los más importantes objetos de la educación”.

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De todo este capítulo, importantísimo desde mi punto de vista, me gustaría destacar sólo un punto, casi anecdótico, porque no me atrevo a comentar nada del resto. Tan sólo recomendaros que lo leáis como todo el cuidado y el cariño que podáis. Este punto se refiere a la aportación de las contracorrientes que, según Morin, van a tener una importancia decisiva en la conformación de esta identidad terrenal: la ecología frente al aumento de la degradación ambiental y las catástrofes técnicas; la resistencia a la vida prosaica puramente utilitaria; la resistencia a la primacía del consumo estandarizado; la emancipación frente a la tiranía del dinero; la pacificación de las almas y de las mentes frente a la violencia.

Afrontar las incertidumbres

El quinto de los saberes lo titula Afrontar las incertidumbres: “La fórmula del poeta griego Eurípides, que data de hace 25 siglos, resulta más actual hoy que nunca: Lo esperado no se cumple y para lo inesperado un dios abre la puerta. El abandono de los conceptos deterministas de la historia humana que se creían capaces de predecir nuestro futuro, el examen de los grandes acontecimientos y accidentes de nuestro siglo, que fueron todos inesperados, el carácter de ahora en adelante desconocido de la aventura humana, deben incitarnos a preparar nuestras mentes para esperar lo inesperado y poder afrontarlo. Es imperativo que todos los que tienen a su cargo la educación estén a la vanguardia de la incertidumbre de nuestros tiempos”.

Después de plantear las incertidumbres de lo real y las incertidumbres del conocimiento aparecen unos párrafos sobre la ecología de la acción en los que hace referencia a autores y teorías (incluyendo las suyas) que me parecen fundamentales para plantear una praxis basada en la incertidumbre. Así, los teoremas de Gödel, Chaitin o Arrow:

En este campo señalemos el teorema de Arrow que constituye la imposibilidad de asociar un interés colectivo a partir de intereses individuales; como definir una felicidad colectiva a partir de la colección de felicidades individuales. En otras palabras, no hay posibilidad de plantear un algoritmo de optimización en los problemas humanos: la búsqueda de la optimización rebasa toda capacidad de búsqueda disponible; finalmente deja de ser óptima, llegando incluso a ser pésima ésta búsqueda de un "optimum".

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También señala la teoría de los juegos de Von Neumann y sus propias ideas reflejadas en la Introducción al pensamiento complejo. Tan sólo echo en falta las referencias a Prigogine y su teoría sobre las estructuras disipativas. Pero claro, en un librito tan pequeño es necesario priorizar. La llamada ecología de la acción la concreta en cuatro principios: el bucle riesgo / precaución; el bucle fines / medios; el bucle acción / contexto, y la impredictibilidad a largo plazo.

Enseñar a comprender

El capítulo sexto está dedicado a Enseñar a comprender. La explicación de la comprensión la organiza en dos grandes apartados: la comprensión intelectual u objetiva que conlleva la inteligibilidad y la explicación; y la comprensión humana que, además, implica un conocimiento sujeto a sujeto. Dice: “Comprender incluye necesariamente un proceso de empatía, de identificación y de proyección. Siempre intersubjetiva, la comprensión demanda apertura, simpatía y generosidad”. Luego plantea los temas del egocentrismo, el etnocentrismo y el sociocentrismo, que conducen a una reducción del conocimiento de lo complejo que entiende es el modo de pensar dominante no sólo en los estudios de física, sino también en ética.

La ética del género humano

Para terminar Morin se refiere en el capítulo séptimo a la ética del género humano. Este saber resume, de alguna manera, todos los anteriores. Plantea los valores del nuevo milenio que concreta en dos grandes finalidades ético-políticas: la democracia como sistema de control mutuo entre sociedad e individuo, y el entendimiento de la Humanidad como planetaria. Como ya he comentado suficientemente esta segunda finalidad voy a terminar este artículo refiriéndome a unos de los problemas capitales (según Morin) a los que se enfrenta la democracia del siglo XXI: el control de la enorme maquinaria que surgió cuando se asociaron ciencia, técnica y burocracia. Ya comenté algo de esto cuando escribí el artículo sobre la sociedad del riesgo de Beck. Pero no está de más plantear miradas sobre este tema desde otros ángulos.

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Esta enorme maquinaria (se refiere a la ciencia, la técnica y la burocracia funcionando conjuntamente) no produce sólo conocimiento y elucidación, también produce ignorancia y ceguera. Los avances disciplinarios de las ciencias no han aportado solamente las ventajas de la división del trabajo, también han aportado los inconvenientes de la superespecialización, la diversificación y la parcelación del saber. Este último se ha vuelto cada vez más esotérico (accesible sólo a los especialistas) y anónimo (concentrado en bancos de datos y utilizado por instancias anónimas, empezando por el Estado). … /… En tales condiciones, el ciudadano pierde el derecho al conocimiento; tiene el derecho a adquirir un saber especializado haciendo estudio “ad hoc”, pero carece como ciudadano de un punto de vista global y pertinente.

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Para terminar, una cita (de la página 137 del libro) que suelo utilizar frecuentemente cuando tengo que hablar de los problemas de la ciudad tanto a políticos como a técnicos. Cita con la que estoy totalmente de acuerdo y que me parece fundamental para poder entender la especie de desidia democrática por la que está pasando parte de la ciudadanía:

En el fondo, la fosa que se agranda entre una tecnociencia esotérica, hiperespecializada y los ciudadanos, crea una dualidad entre los conocientes –cuyo conocimiento es parcelado, incapaz de contextualizar y globalizar- y los ignorantes, es decir el conjunto de los ciudadanos. …/… Así es como la reducción de lo político a lo técnico y a lo económico, la reducción de lo económico al crecimiento, la perdida de los referentes y horizontes, produce conjuntamente el debilitamiento del civismo, la evasión y la búsqueda de refugio en la vida privada, alteración entre apatía y revoluciones violentas; así, a pesar de que se mantengan las instituciones democráticas, la vida democrática de debilita.

O Carballiño, paisaje desde el tren

Bueno, el tren está ya en O Carballiño y a partir de aquí, y hasta A Gudiña viene un paisaje variado que al final se hace duro, minimalista, de montaña rasa (que es uno de mis preferidos del camino hasta Madrid). De forma que voy a dejar de escribir para dedicarme al placer de contemplar.