sábado, 9 de agosto de 2008

Salvemos el Tatio

Otro año más acabo de regresar de Chile. Esta vez vuelvo algo preocupado por cuestiones familiares. Pero también por una serie de signos alarmantes (no sé si intuiciones o certezas) que he encontrado en este país al que prácticamente considero mi segunda patria. Casi diez años después he rehecho el camino a San Pedro de Atacama. La comparación de ambas visitas me pone algo nervioso porque comprendo que mis clases de aquel primer doctorado conjunto resultaron, por desgracia, premonitorias. Lo único que pretendía con ellas era tratar de advertir sobre los errores que habíamos cometido en Europa (y en especial en España) acerca de la protección de la naturaleza y que veo se empiezan a repetir también aquí.


Al abrir el libro que en la despedida me regalaron los alumnos de aquella primera promoción, me encuentro con una dedicatoria colectiva de Sergio, de Ramón, de María Teresa, de Fernando, de Jane… y de otros alumnos que no cito porque su firma es ilegible (aunque sus rostros están en mi recuerdo). También una referencia: La Serena, 25 de julio de 1999. El libro se llama “Recorriendo Chile, impresiones” y se trata de una serie de fotografías comentadas de Norberto Seebach. La número ocho corresponde a los géiseres del Tatio, y al lado de una imagen esplendorosa de los chorros de agua y vapor saliendo directamente del suelo, se puede leer: “La actividad volcánica, presente a lo largo de casi todo el macizo andino, es particularmente llamativa en los géiseres del Tatio, un conjunto de minivolcanes ubicado en una hondonada a los pies del volcán homónimo. A más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar se puede contemplar el espectáculo que se muestra en una amanecer invernal con aproximadamente veinte grados bajo cero”.


Todas las imágenes que ilustran este articulo están extraídas del vídeo que hice hace casi diez años en este lugar. Por tanto no se corresponden con la situación actual bastante menos impresionante, no sé si debido a que ya han comenzado los trabajos de prospección, a que se han organizado los recorridos, o sencillamente a que la situación meteorológica era menos favorable en mi segunda visita. Además su calidad técnica no es precisamente óptima al tener que extraer las fotos de las tomas de vídeo. La película pretendía recoger la secuencia desde la salida del sol hasta la práctica desaparición de los chorros unas tres o cuatro horas después.


Estos géiseres constituyen uno de los “Cincuenta lugares de ensueño” seleccionados a lo largo de todo el mundo por el diario El País en el año 2001. Aparecen asimismo en multitud de publicaciones y, por supuesto, en todas las guías de turismo. Y es que su atracción no se debe sólo al hecho de la curiosidad geológica, sino que se constituyen en el centro de la actividad turística del Norte Grande. El desierto de Atacama (el más árido del mundo) y su salar, las lagunas altiplánicas, los pukaras, los pueblecitos típicos, los flamencos, las bizcachas, la yareta (en proceso de recuperación)… tienen un alto valor individual y un extraordinario interés como conjunto. Pero lo que de verdad aglutina todo ello como un producto turístico incomparable son los géiseres del Tatio.


El ritual de levantarse a las tres de la madrugada con los coches de las excursiones recorriendo los hoteles en busca de los turistas. El camino de subida en plena noche. La llegada con el sol rozando las cumbres. El frío intenso del altiplano cuando el termómetro marca las mínimas diarias. Los borboteos del agua caliente intentando salir al exterior. Y, por fin, los chorros de agua y vapor, más o menos potentes según la diferencia de temperaturas… Todo esto se va a perder para siempre. San Pedro y los pueblos de los alrededores están llenos de banderas negras que no presagian nada bueno. Hace diez años la población indígena combatía en lucha desigual porque no se instalara la luz eléctrica en San Pedro. Perdieron. Hoy, por las calles de San Pedro no hay necesidad de usar linternas como entonces. También hoy, todo San Pedro (esta vez unidos los empresarios turísticos y los pocos indígenas que no se dedican al turismo) está combatiendo. Pero el combate parece desigual. Enfrente está Geotérmica del Norte SA, subsidiaria de las todopoderosas Codelco y Enap que pretende el aprovechamiento geotérmico de los géiseres.


La polémica lleva ya tiempo instalada (puede leerse aquí un articulo sobre el tema y, sobre todo, los comentarios al mismo) y la lucha es a tres bandas. Por una parte el pueblo atacameño (Likanantai), por otra los empresarios y empleados en el sector turístico, y por otro Codelco y Enap. Hasta ahora la población autóctona de San Pedro ha ido perdiendo combate tras combate en la lucha por la defensa de su cultura e identidad (la luz eléctrica no es más que una anécdota, aunque significativa) frente a las operadoras turísticas (pueden leerse mis cuatro principios del Turismo Sostenible en el artículo “Turismo insostenible” en este mismo blog). El hecho de que, en estos momentos, tanto el sector turístico como la comunidad autóctona atacameña estén unidas frente al proyecto de explotación geotérmica del Tatio lo único que indica es que la gravedad del ataque es todavía mayor.


El 24 de julio, víspera de San Santiago, en la plaza de armas de San Pedro estábamos unos cientos de personas apoyando a la Mesa de Defensa del Tatio compuesta por el Consejo de Pueblos Atacameños, la Asociación de Guías y conductores de San Pedro de Atacama, empresarios turísticos y la comunidad en general (incluido el ex Juez de la Corte de Apelaciones Juan Guzmán Tapia, el mismo que procesó a Pinochet que encabezaba la asesoría jurídica). Dijo el juez “Es una violación a los derechos humanos, es una violación a la naturaleza, es una violación a la cosmovisión de un pueblo que lleva aquí más de 15 mil años (con muestras arqueológicas de su presencia de 5 mil años atrás) que vive y conservó estás riquezas, estas bellezas, estos pilares de nuestra economía y en el caso que se destruyan vamos poco a poco a convertirnos en San ‘Seco’ de Atacama”.


En el conflicto han intervenido otras voces muy autorizadas como la del ministro de Energía Marcelo Tokman (puede leerse una entrevista en El Nortero) a favor del proyecto. Llega a decir: “Nosotros cuando hacemos la identificación que de riqueza que tiene este país, de sus recursos naturales, cuando viene cualquier experto desde el extranjero, nos indican que Chile tiene un potencial enorme tanto en generación hidroeléctrica, como en generación eólica, en términos de radiación solar, y una posición privilegiada desde el punto de vista de la generación de energía a partir de la geotermia”. Independientemente de que (supongo) que Chile tendrá sus propios expertos sin que nadie “que venga del extranjero” les tenga que decir nada, pienso que no habría sólo que consultar a los expertos en energía, sino también a los defensores del medio natural al sector turístico y, por supuesto, a la comunidad de Atacama.


Como el propio Marcelo Tokman dice: “Los proyectos energéticos tienen una característica: que tienen algún tipo de impacto ambiental”. En el caso de los aprovechamientos geotérmicos parte de los impactos podrían ser asumibles. Así, la emisión de ácido sulfídrico (sólo en determinadas condiciones), de CO2 (se produce menos que en la generación por combustión), la contaminación de las aguas próximas por arsénico y amoniaco, y la contaminación térmica. Existen plantas funcionando con buenos resultados como en Nesjavellir (Islandia). El problema en el caso del Tatio es claramente paisajístico debido a la imposibilidad de explotar energéticamente los géiseres sin deteriorar un paisaje natural que es el centro de la producción turística de la zona. Y aquí entramos de lleno en el tema de este blog. Por supuesto que lo que voy a decir no es para “recomendar” a mis amigos chilenos lo que tienen que hacer sino, simplemente, comentar mi experiencia al respecto relacionada con el caso español por si puede servir de ayuda tanto en posicionamientos personales como colectivos.


En realidad ¿qué enfrentamos? Por una parte la posibilidad de obtener energía eléctrica y, por la otra, de degradar un paisaje extraordinario. La pregunta sería ¿cuánta energía eléctrica? En el Tatio ya se intentó en los años setenta del pasado siglo una explotación energética (los restos de la maquinaria todavía permanecen como esqueletos oxidados sobre la misma explanada). Según Arturo Hauser (en una entrevista para Minería 2015): “Posteriormente en la década del 70 Corfo formó un comité geotérmico, el cual con el apoyo de Naciones Unidas, donde hicieron 13 pozos en El Tatio tanto para estudio como para producción. Ellos concluyeron que existía un gran potencial, pero que fue minándose en el camino, pues de los potenciales 50 megawatts que generaría la planta, estudios posteriores fueron bajando el nivel de optimismo, pasando por 30 MW e incluso 12 MW, y eso no hacía viable el proyecto”. Y luego, más adelante: “En el norte, si bien la situación hidrológica es muy distinta, se soluciona la oferta de energía a través de las centrales térmicas. Ahora en los últimos años esto se vio reforzada por la entrada del gas argentino a bajo precio, y por tanto los costos del KW ha bajado y por tanto hay una sobreoferta, y Tocopilla por ejemplo le vende a Quebrada Blanca, a Chuquicamata, a Collahuasi, pero aún así existe este exceso de oferta. Entonces en esta zona norte, ocurre una cosa contradictoria: por un lado hay un interesante posibilidad de desarrollar energía geotérmica, pero el costo del KW va a tener que competir con la sobreoferta existente a partir de plantas de ciclos combinados”.


Por tanto ¿por unos ridículos 12, 30, incluso 50 MW que tendrán que competir en situación de sobreoferta, se pretende terminar con un paisaje reconocido internacionalmente? Porque cualquiera que esté en el mercado turístico (que es el que obtiene rendimiento como recurso al paisaje) sabe que, a pesar de las buenas intenciones del ministro Tokman: “desde el punto de vista del turismo, desde ahora sólo se ha aprobado la exploración, esto estará detrás de una colina, y no se verá desde el sitio turístico, y se ha autorizado trabajos sólo después de las 10 de la mañana, cuando ya no hay movimiento” (?), Atacama dejaría de ser un destino turístico mundial para quedarse en un destino doméstico. La razón la ofrece el mismo gobierno chileno cuando pretende vender Chile en New York con el slogan “Pure Chile” (puede leerse en el artículo anterior una discusión sobre el tema). Un Chile puro, sin contaminar, sin intermediación entre la geografía y el turista no parece compatible con esta explotación geotérmica del Tatio para obtener la “fabulosa” cantidad de 40 MW (en el mejor de los casos).


Claro que puede haber otras razones. Resulta que según un estudio de Alfredo Lahsen Azar (Departamento de Geología de la Universidad de Chile) en un trabajo titulado “La energia geotermica: posibilidades de desarrollo en Chile”: “El agua potable en el Norte de Chile es ocasionalmente escasa, y gran parte de ella es transportada mediante tuberías desde la alta cordillera. Los fluidos geotermales tienen el calor suficiente para su desalinización, esto se ha comprobado en El Tatio con una planta desalinizadora piloto que funcionó de 1975 a 1976 y permitió demostrar que se podría obtener agua pura en una proporción de 10 l/seg por cada MW eléctrico que se instalase”. Con 40 MW se estaría en condiciones de suministrar 400 l/seg. La industria minera está ávida de agua por la que tiene que pagar un alto precio. Y 400 l/seg parecen algo bastante interesante. Habría que estudiar, claro está, el precio resultante por litro y la contaminación producida por el proceso de desalinización. No sé si el tema del agua será “la bestia oculta” de esta cuestión pero no habría que desecharlo.


En el otro lado de la balanza está el paisaje. Sólo conozco tres formas de valorar un paisaje: por su belleza, por razones de identidad o como recurso turístico. De las tres sólo la última puede cuantificarse monetariamente. Las dos primeras resultan de imposible traducción a pesos, dólares o euros (o, por lo menos, yo no conozco ningún sistema medianamente fiable para hacerlo). No se trata ahora de hacer una evaluación del significado paisajístico del Tatio (estoy escribiendo un artículo no realizando un trabajo profesional) simplemente me interesa que el lector reflexione sobre algunos hechos. Acerca de la identidad le corresponde más bien hacerlo a la población atacameña. Pero resulta que los géiseres del Tatio tienen actualmente un significado importante respecto a la propia identidad chilena que trasciende lo puramente local. Al comienzo del artículo citaba los “Cincuenta lugares de ensueño” seleccionados por el periódico El País en todo el mundo. Hay que hacer notar que el único de Chile es, precisamente, el que corresponde a los géiseres del Tatio. No las Torres del Paine, o la Tierra de Fuego, o la Patagonia, o el glaciar de San Rafael, o Chiloé. A veces las identidades se crean por cómo nos miran los otros ¿se puede contraponer una identidad internacionalmente tan poderosa a 40 MW o 400 l/seg de agua? ¿no es mucho más lo que se pierde que lo que se gana? Y no voy a entrar en cuestiones relativas a la belleza, o a la creación de empleo o riqueza que proporciona la actividad turística porque me alargaría demasiado y, además, se trata de un tópico mucho más conocido.


Y, para terminar, tan solo una anécdota que me va a permitir apoyar desde la experiencia los razonamientos anteriores. La mayor parte de mis alumnos saben (lo he contado muchas veces) que mi primer trabajo profesional fue un Plan Especial de Protección de la cuenca de un río en A Coruña (Galicia, España), tratando de evaluar la relación entre los beneficios de construir una presa o dejar el territorio como estaba. Este plan fue realizado hace cerca de treinta años y todavía no existían metodologías de evaluación de paisaje suficientemente contrastadas. El ingeniero que calculaba el rendimiento de la presa obtuvo unas cifras de beneficios derivados de su construcción realmente impresionantes. El dossier económico constaba de más de cuatrocientos folios justificados línea a línea. Nuestro estudio ecológico, paisajístico y cultural del área que iba a quedar anegada por la presa sólo podía oponer en contra una cifra ridícula correspondiente a los aprovechamientos forestales que se iban a perder. De forma que nos negamos a adjuntar ningún estudio económico.


Ya entonces nos dimos cuenta de que determinados intangibles son imposibles de monetarizar y que la pretensión de llevar estos intangibles al terreno económico es suicida desde el punto de vista de su conservación. De forma que contrapuse una argumentación racional, social e histórica a la montaña de números del ingeniero. No sé si sería debido a esta argumentación o a otras circunstancias que suelen rodear a este tipo de proyectos, pero la presa no se hizo nunca. Hoy, esta población es una de las más prósperas del país debido a la riqueza paisajística y etnográfica que presenta.


Otro proyecto gemelo realizado en una provincia cercana (no diré cual por si alguno de mis compañeros se siente aludido) en circunstancias parecidas sólo ha servido para anegar tres pueblos bajo las aguas. Pueblos que, en su momento, han tenido que ser trasladados y construidos de nuevo ladera arriba. En el momento actual apenas sobreviven, con una población diezmada y sin apenas recursos para afrontar cualquier actividad de exportación que les permita un desarrollo adecuado. Probablemente en este caso la construcción de la presa estuviese justificada por el escaso valor paisajístico y ecológico del área a inundar (desconozco en profundidad el trabajo) pero la dificultad de enfrentar valores económicos con valores culturales de casi imposible cuantificación es evidente. A veces, también, los intereses locales han de ser supeditados a los generales y resulta imprescindible plantear el tema de forma global (no exclusivamente “desde Industria” o “desde Medio Ambiente” o “desde Turismo” o desde “lo local” o desde “el interés del país”). En general, la racionalidad debería prevalecer, así como las visiones a largo plazo (más de veinte años) y globales. En un caso como el del Tatio, aparentemente y desde afuera, resulta una locura vender la primogenitura por un plato de lentejas.