miércoles, 1 de octubre de 2008

Roger Heim, un precursor olvidado

Hace unos años, cuando nos pasábamos muchas horas juntos dedicados al Departamento de Urbanismo en la ETSA de Madrid, Fernando de Terán me regaló un librito titulado “Destruction et Protection de la Nature” del que era autor Roger Heim (creo, pero no estoy seguro, que procedía de la biblioteca de su padre, Manuel de Terán). Se lo agradecí, asegurándole que lo leería cuando tuviera la mínima posibilidad de hacerlo. La verdad que no tuve tiempo hasta bastante después, pero un mes de agosto decidí leerlo. Cuando revisé aquellas páginas amarillentas sin guillotinar y cosidas con hilo blanco comprendí que me iba a gustar. El libro, en buen estado, estaba incluido en la sección de biología de la Colección Armand Colin (que en aquellos años estaba en el 103 del Boulevard Saint-Michel de París) y aparecía fechado en 1952.


Menos mal que en la primera página aparecían algunos datos del autor: de la Academia de Ciencias, Director del Museo Nacional de Historia Natural y Vicepresidente de la Unión Internacional para la Protección de la Naturaleza. Lo digo porque no tenía ni la más remota idea de quien pudiera ser. Me llamó la atención que entre sus principales obras aparecieran 12 dedicadas a la micología, tan sólo una de Botánica General, una de ensayos y dos de viajes. Era evidente que los hongos debían ser su especialidad. Pero, en aquellos momentos, apenas me fijé. Me interesaba mucho más el índice que reproduzco íntegro a continuación:

Roger Heim, de Station Alpine

El Hombre contra la Naturaleza: primeros combates, primeras victorias; A hierro y fuego; Reliquias todavía vivas; Esplendor y desaparición de la grulla chillona; Reducción de la flora; Balance de las destrucciones terrestres; Agrupaciones y equilibrios naturales; Ruptura de los equilibrios naturales; Parásitos y antiparásitos; El bosque; Erosión y superpoblación; El desierto; Primeros remedios: los santuarios; Ciencia y turismo; La economía, la ciencia y el arte son compatibles; Impotencia de la Ley; Razones de inquietud: el ejemplo de la Camargue; Necesidad de la educación; Perspectivas y esperanzas”. Como puede comprenderse, el listado de temas despertó, de inmediato, mi curiosidad.


Su lectura me reservaba otra sorpresa: estaba magníficamente escrito. Al principio pensé que sería un libro plagado de tecnicismos botánicos pero, en realidad, iba destinado al público en general y los términos y expresiones más especializadas (que estaban) se entendían perfectamente. El texto se acompañaba de 23 figuras, casi todas suyas, que hacían todavía más agradable su lectura y algunas de cuyas reproducciones, escaneadas directamente de las páginas del libro, ilustran este articulo. Aquel mes de agosto (es el mes que suelo aprovechar para dedicarlo íntegramente a la lectura) leí muchas otras cosas también interesantes y, la verdad, es que se quedó un poco relegado frente a las urgencias y, poco a poco, lo fui olvidando. Pero la semana pasada me internaron en un hospital para operarme (complicado, pero nada de vida o muerte) y buscando que llevar para leer volvió a mi memoria. Decidí llevarlo. Al final, la operación todavía no me la han hecho (me la han aplazado mientras hago un tratamiento complementario) pero en el tiempo que estuve internado lo volví a leer y decidí escribir este artículo.


Todavía no comprendo como este libro no ha alcanzado el estatus de “best seller” o no ha sido considerado por algunas organizaciones ecologistas como imprescindible. Lo que decía el autor en el año 1952 está tan vigente, es tan obvio, lo plantea con tal pasión, que no se entiende no haya sido reeditado, ni traducido del francés a otros idiomas ahora “más universales” como el inglés o el castellano. Después de haberme reencontrado por tercera vez con el libro me ha empezado a interesar la figura de su autor. He intentado conocer un poco más de su biografía y de su pensamiento pero no me ha sido sencillo. En Internet hay poca cosa. Por ejemplo, la biografía que aparece en la Wikipedia apenas tiene unas líneas pero, al menos, sirve para saber que fue también miembro de las Academias francesas de Agricultura y ¡de Arquitectura! Para intentar sacar su figura un poco del olvido voy a dar algunos datos contrastados que he podido obtener.


Nace el 12-2-1900 en París y muere el 17-9-1979. Estudia en l'École Centrale (su padre quería que fuera ingeniero) donde se diploma en 1923. Pero pronto se dedica, aplicando los métodos aprendidos, a lo que más le gusta: la botánica. Consigue un puesto de Conservador en el Jardín Alpino de Lautaret. De vuelta a París en 1927 entra en el Museo de Historia Natural donde se especializa en micología. Su tesis doctoral sobre este tema, leída en 1931, tuvo una gran repercusión en su momento. La tesis está ilustrada con magníficas acuarelas que le consagran como un artista de talento. Durante la guerra forma parte de la Resistencia. La Gestapo lo detiene en 1943 y lo deporta a Buchenwald y luego a Mauthausen. Sufre meses de torturas y, por fin es liberado en el último momento por las tropas norteamericanas en mayo de 1945.

Imagen de RCNnet Library

Una vez terminada la guerra continua en el Museo trabajando en el Laboratorio de Micología pero muy pronto, en el mismo año 1945, es nombrado su Director. En 1954 pone en marcha el laboratorio marino de Dinart y en 1962 en el Congo la estación experimental de Maboké para estudiar la vida de la sabana y el bosque. Recorre muchos países realizando investigación sobre el terreno y publica varios trabajos sobre todo relativos a las relaciones entre los hongos y las termitas. Pero su fama proviene de sus estudios sobre los hongos alucinógenos (la mayor parte de las referencias que se pueden encontrar en Internet sobre su persona se refieren a este tema). Después de sus investigaciones en México con Robert Gordon Wasson y su esposa Valentina Pavlovna publica en 1958 una de sus obras más célebres "Les champignons toxiques et hallucinogènes du Mexique".

A la izquierda Heim a la derecha Wasson, de RCNnet

Por supuesto que lo he traído a este blog no por estos trabajos sino por su lucha perseverante por la protección de la naturaleza. Sus acciones en este campo han sido muy importantes en su momento. Así, su defensa de la Forêt de Fontainebleau, lugar famoso en todo el mundo por haber sido reproducido en las pinturas de Corot, de los integrantes de la escuela de Barbizon o las de muchos impresionistas famosos como Monet, Renoir, Cézanne, Seurat o Sisley.

Monet, La Forêt de Fontainebleau, 1865, del Museum of Art

Luchó también por el Orix de Arabia, bóvido que actualmente sólo se puede encontrar en los zoológicos ya que los intentos de reintroducción en su hábitat natural no han tenido demasiado éxito. También por la preservación de los últimos Varanos de Komodo todavía en peligro de extinción (también conocidos como dragones de Komodo son los reptiles más grandes del mundo). Estas campañas hicieron que fuera nombrado Presidente de la Unión Internacional por la Conservación de la Naturaleza (UICN) entre 1954 y 1958.

Dragon de Komodo, de Nicholas Hinks

Sus publicaciones intentando que al amor a la naturaleza llegara al gran público también son importantes. Aparte del libro que estamos comentando “Destruction et protection de la nature” (Destrucción y protección de la naturaleza) habría que destacar un recopilatorio de textos de conferencias publicado en el año 1973 con el título de “L'Angoisse de l'an 2000” (La agonía del año 2000) obra verdaderamente premonitoria y visionaria de la que he podido leer algunos capítulos. También los prólogos de algunos libros como “Printemps silencieux” (La Primavera silenciosa) de Rachel Carson publicado en 1963 y del que luego, al final del artículo haré una referencia. O “Avant que Nature meure” (Antes de que la naturaleza muera) de Jean Dorst publicado en 1965. A todo esto habría que añadirle numerosos artículos en periódicos y revistas así como programas de radio, siempre trabajando a favor de la conservación de la naturaleza.


Lo mejor será, como he hecho en otras ocasiones, que transcriba una serie de párrafos del libro que pienso pueden ser de interés por su capacidad de sugestión. El comienzo es ya bastante duro: “Pero el Hombre ha adquirido también el hábito de destruir a los demás. Si mata frecuentemente a sus semejantes por rapiña, robo, crimen o guerra, caza también sin necesidad; ha masacrado una gran parte de la fauna terrestre y acuática, talado los bosques, primero por necesidad, luego para enriquecerse, quemado la vegetación por pereza o por sadismo”. Luego, más adelante, en el capitulo llamado “A hierro y fuego” cuando habla del cazador moderno que caza por un reflejo de vanidad, por la satisfacción de probar su destreza, y por un sordo deseo de triunfo:


Muchas veces se compara la responsabilidad del cazador, egoísta o ignorante, que no duda en tirar sobre un Okapi o un Rinoceronte blanco, que se han convertido en animales casi únicos, a la de un hombre que destruye en un museo un cuadro célebre. De hecho, la comparación, por simple que parezca, pone de relieve tanto en uno como en otro caso, el carácter catastrófico de la destrucción debido al valor irremplazable del objeto”… “La destrucción voluntaria de una reliquia viviente, la eliminación de una Jirafa africana o de un Kagou de Nueva Caledonia en la medida en que compromete la supervivencia misma de esas especies es, tanto en el plano filosófico como científico, incluso tan grave como la muerte de un hombre y tan irreparable como la rotura de un cuadro de Rafael”.


Luego, refiriéndose a las agrupaciones y equilibrios de la naturaleza: “¡Protección de la naturaleza! ¿Cómo conseguirla en medio de equilibrios azarosos? Proteger la vida salvaje es proteger las condiciones esenciales que mantienen las especies. Es decir, los hábitats, o si se prefiere, las formaciones naturales relativamente estables en las que viven animales y plantas. La protección de los hábitats conduce a precisar sus razones y límites obligatorios. La Protección de la Naturaleza conduce así a la ecología. No habrá Protección de la Naturaleza sin experiencias y no habrá experiencias sin método y sin ciencia”. Esta fe en la razón humana la reafirma en el final del capitulo siguiente (llamado “Ruptura de los equilibrios naturales”) cuando dice: “De forma que se ha exagerado el conflicto que opone el nuevo orden humano, creado por la civilización, al orden de la Naturaleza. El Hombre sería perfectamente capaz de conciliar este antagonismo mediante decisiones extraídas de la razón y basadas en la experiencia. Es posible que estemos todavía a tiempo. Pero el tiempo se acaba. Debería ser suficiente saberlo y quererlo”.


La verdad es que no hay ni una sola página sin algo aprovechable, sin una idea para pensar, sin una intuición para desarrollar. Ya pasada más de la mitad del libro empieza a hablar de los Parques Nacionales y de las Reservas. Y en un capítulo que he leído varias veces porque, para mí, tiene un interés particular (“Ciencia y Turismo”) escribe: “Como hemos dicho, el planteamiento turístico de parque nacional es de origen americano. Se inspira a la vez en una perspectiva espectacular y artística, en un papel educativo y en una necesidad propagandística claramente demostrable. Su objetivo práctico es la recreación sana y pública, su método educativo el ejemplo, su motivo implícito la mejora espiritual del individuo, y la consecuencia feliz es la salvaguardia de monumentos naturales que constituyen un capital precioso para la humanidad. El peligro de la fórmula reside en los excesos que este planteamiento recreativo puede originar; de forma que los individuos, sin comprender el valor excepcional de los espectáculos que encontrarán en el parque, pueden no descubrir ningún motivo de interés en su incorregible indiferencia y, en consecuencia, o bien exigir, como compensación, comodidades o distracciones ajenas a la Naturaleza, o bien su satisfacción estridente mediante un turismo industrializado y agresivo”.


Ante este problema propone otro planteamiento, de origen europeo, el de Reserva Natural. Territorios en los que “razones de orden científico, económico o estético, recomiendan sustraer a la libre acción de hombre y someter al control de un poder jurídicamente responsable para conseguir una conservación o una protección eficaz”. Así distingue entre Reservas Naturales Integrales, Botánicas, Zoológicas, Geológicas, Paleontológicas, Prehistóricas, Antropológicas… Termina el capítulo con unas palabras totalmente actuales: “Después de medio siglo estos territorios reservados han sido objeto de numerosas preocupaciones y de una legislación abundante. Las personas inteligentes pueden encontrar motivos momentáneos de satisfacción. Pero este paliativo deja intacta la gravedad del problema económico. Las Reservas no son oasis o islotes que la desertificación o la erosión rodean peligrosamente y que se reducen poco a poco. Las prácticas destructivas continúan distanciando aprovechamiento y protección. Se trata de abordar el verdadero problema: ¿el Hombre será capaz de aprovechar sin destruir?”.


El capitulo siguiente parece dar la respuesta a la pregunta anterior (“La Economía, la Ciencia y el Arte son compatibles”), aunque el que continúa (“La impotencia de la Ley”) parece desmentirlo. El apartado dedicado a la necesidad de la educación tampoco tiene desperdicio. En suma, un libro básico de un auténtico precursor por desgracia demasiado olvidado. Sin embargo son escasas las citas y referencias que se pueden encontrar en Internet. Una de las pocas que hemos encontrado en toda la web ha sido en Rebelion recogiendo un articulo de Dominique Guillet en Ecoportal y en Eco-nature (en los tres casos se reproduce el mismo párrafo): “Si la FAO tiene razón, entendemos entonces porque el presidente de la Academia Nacional de Ciencias, Roger Heim, declaró en 1963 en su prefacio a la traducción francesa de la obra de Rachel Carson “La Primavera Silenciosa”: “Se arresta a los ‘gángsteres’, se dispara contra los autores de ‘hold-up’, se guillotina a los asesinos, se fusila a los déspotas –o supuesto tales- pero ¿quién pondrá en la cárcel a los envenenadores públicos que instalan cada día los productos que la química de síntesis entrega a sus provechos y sus imprudencias?


Aunque no lo he hecho hasta el momento en ninguno de los artículos del blog, dada la dificultad de conseguir datos de este auténtico precursor olvidado, en este enlace de la La bibliothèque de l' écologie se puede encontrar una biografía algo más extensa que la reseñada (en francés, lo siento) y una bibliografía seleccionada de bastante interés.

Me gustaría hacer mías las palabras que utilizó Roger Heim para acabar este libro y que se corresponden a una tríada de los Bardos: “Deben reunirse tres condiciones, nos dice la profética sentencia, para realizar la “awen”, es decir la inspiración creadora de las grandes cosas: Un ojo que sepa ver la Naturaleza, un corazón que sepa sentir la Naturaleza, una voluntad que se atreva a seguir la Naturaleza”.

Los cuatro libros antiguos del País de Gales (El Libro Blanco de Rhydderch, El Libro Rojo de Hergest, El Libro Negro de Carmarthen, y El Libro de Taliesín) contienen un número de poemas que se refieren a la Awen. Estos libros constituyen el legado que sobrevive de la obra de los Bardos de la Gran Bretaña medieval herederos de la tradición druídica. En realidad, la Awen no parece ser más que la inspiración, el genio poético. Según algunos autores, su significado puede provenir de “aw” (fluido, flujo) y “en” (ser, espíritu primario) lo que relacionaría la inspiración con el flujo de la vida o del espíritu y, por tanto, la Naturaleza se constituiría en su referente esencial. Todavía hoy debería de ser ese referente esencial. Si lo perdemos, parece bastante probable que nuestros problemas se conviertan en irresolubles por falta de esa inspiración creadora que reclamaba Roger Heim para poder conciliar Naturaleza y Progreso.