lunes, 14 de febrero de 2011

Lucía Loren y el Bosque Hueco

Cuando escribí el articulo sobre los “árboles” que plantó Ecosistema Urbano en la Villa de Vallecas lo tenía pensado en dos partes. En la primera iban estos “Árboles de Aire” del bulevar de la Naturaleza, y la segunda pensaba dedicarla a una visita que hice a la Puebla de la Sierra (Comunidad Madrid, España) para ver las intervenciones que Lucía Loren había hecho en algunos robles centenarios cercanos al pueblo. Pero como me pasa casi siempre, cuando quise darme cuenta había escrito tantos folios sobre el ensanche de Vallecas que ya no tenía sitio para la segunda parte. Hace unos días me encontré una excelente tesis doctoral del Departamento de Pintura de la Facultad de Bellas Artes de la Complutense de Madrid (bueno, no creo que yo haya encontrado nada por la sencilla razón de que no la he buscado, más bien la tesis me ha debido de encontrar a mí, o todavía más probable, el azar ha hecho que coincidamos) cuya autora es Gregoria Matos y dirigida por Tonia Raquejo. Pues bien, entre los autores que se estudian y reseñan en la misma figura Lucía Loren. Entonces me acordé de mi primitiva intención y decidí escribir la segunda parte de aquel artículo.

Puebla de la Sierra

La Puebla de la Sierra es una pequeña aldea situada al norte de la Comunidad Madrid. Se trata de la población más alejada de la capital, algo más de cien kilómetros. Cuenta con muy pocos habitantes (también alrededor de cien) y en los inviernos a veces está aislada debido a la nieve o al hielo, ya que está a más del mil cien metros de altura sobre el nivel del mar y los accesos son más bien rudimentarios. Mis relaciones con este pueblo que se encuentra a trasmano de todo, empezaron ya hace algunos años cuando en un curso de doctorado (debió ser en el 1997-98 o en el 1998-99) uno de mis alumnos decidió hacer un trabajo sobre la misma. Intentaba demostrar su posible sostenibilidad sin que necesariamente se convirtiera en un emporio de la construcción e intentando que sus habitantes disfrutaran de unas rentas complementarias a las labores agrícolas, ganaderas y forestales propias del entorno rural en que se encontraba. Carlos Asensio (ese era el nombre el alumno) organizó un equipo de gente para hacer la propuesta. Si alguien quiere leerla está publicada como un anexo en el nº 28 de los “Cuadernos de Investigación Urbanística” que escribí con Ester Higueras y que se titula Turismo y uso sostenible del Territorio. Cuando terminó aquel curso, e invitados por Carlos, fui con los alumnos a ver el pueblo. Debo reconocer que me sorprendió que un entorno rural tan puro y tan bien conservado se pudiera encontrar tan cerca (apenas una hora y media de carretera). Nuestro anfitrión nos enseñó las tinadas, los bosques, el río y el pueblo. Luego volví varias veces pero, por diversas circunstancias de la vida, mi última visita fue cuando empezaba el 2003.

Interior del pueblo (PavleMadrid)

Desde entonces parece que el pueblo se despierta. Ese mismo año (el 2003 pero yo no tuve conocimiento de ello) Lucía Loren, que había tomado contacto con el pueblo en el año 2000, empieza su proyecto “El bosque hueco” con una subvención de los Premios de Creación Plástica de la Comunidad de Madrid. En el año 2005, y por iniciativa de Federico Eguía, escultor nacido en la Puebla, se crea el llamado “Valle de los Sueños”. En un paseo de poco menos de un kilómetro y medio, con un recorrido que atraviesa parte del pueblo y sus alrededores, se distribuyen unas treinta esculturas. Algunas cedidas y otras donadas. En el año 2006 se convoca la I Bienal de Escultura “El valle de los sueños”. La medalla de oro fue para Perry Oliver por Reglas afectadas XIV y la de plata para José Pablo Arriaga por Makila. En el 2008 volvieron a repetir con la II Bienal. Ahora la medalla de oro fue para Jorge Egea por Minotauro y la de plata para Alfredo Garzón por L’Africaine. Ya podéis comprender que no me podía quedar tranquilo sin ver qué estaba pasando en aquella aldea perdida de la Sierra Norte madrileña. De forma que, ya hace unos meses, me fui a revisitar esta aldea de la que tenía tan buenos recuerdos. Y las cosas habían cambiado bastante desde la última vez. Muchas casas rehabilitadas, las calles bastante cuidadas y, en general, el pueblo respiraba un cierto optimismo. Pero el motivo del viaje era más artístico que puramente de turismo.

El árbol de las figuras (Luis Elorriaga)

Verdaderamente la impresión que produce el recorrido es extraña. Acostumbrados como estamos a los museos o, como mucho, al arte urbano (es decir, esculturas e instalaciones en las calles de nuestras ciudades) el arte en el medio rural tiene el encanto de lo inesperado. Además llegamos a la hora de comer: una hora intempestiva. El ayuntamiento estaba cerrado y no había forma de enterarse de cómo hacer el recorrido, ni de obtener el folleto donde viene explicado… Como siempre, volvió a ocurrir que mis habilidades turísticas brillaron por su ausencia. A cambio realizamos un paseo azaroso mezcla de calles, caminos, puentes, esculturas y árboles. Intentamos ir siguiendo unas flechas (a veces lo conseguíamos y a veces no) que, tras algunos esfuerzos, nos iban llevando de escultura en escultura. Eso sí, nada que ver con un museo tradicional.

Thor (Lorenzo Duque)

Personalmente me pareció una experiencia fantástica, llena de sensaciones contradictorias y donde las esculturas se comportaban como una especie de señales de que podía existir la antropización más absoluta incluso allí, en un sitio donde las relaciones entre la naturaleza y el hombre parecían bastante equilibradas. Me pareció que la mayor parte de las obras no tenían absolutamente nada que ver con el lugar, ni con la cultura de las gentes que lo habitan, ni con el paisaje que se apodera de todo, ni tan siquiera ofrecían una secuencia o una relación mínima entre ellas. Incluso con diferencias de calidad muy importantes, algunas de las obras expuestas en sus peanas pétreas llegan a resultar absolutamente incomprensibles en este contexto. Pero no importa. Es el contraste, el acento, el choque de una cultura dominante como es la urbana con los restos apenas perceptibles de una cultura rural que, prácticamente, ha desaparecido. Es como si el último reducto de algo se rindiera por fin, abatiera sus manos y se convirtiera en receptáculo del conquistador. En algunos casos incluso podríamos hablar de extravagancia, pero me quedo con la palabra contradicción. Probablemente los urbanitas que venimos de Madrid nos encontremos reconfortados (como si pisáramos un territorio conquistado). Pero, en el fondo, ver esta secuencia de esculturas en medio de un mundo que no es el suyo, o por lo menos que no “era” el suyo antes de su llegada, produce una cierta intranquilidad.

El rapto (Damián Gironés)

No lo he dicho pero ha llegado el momento de hacerlo. Hasta los años cuarenta del pasado siglo XX la Puebla de la Sierra se llamó Puebla de la Mujer Muerta, no porque se hubiera asesinado a ninguna mujer ni por ninguna truculencia digna de un “thriller” de misterio, sino por encontrarse en las faldas de las montañas de la Sierra madrileña cuyo perfil semeja el de una mujer muerta. En los años cuarenta del pasado siglo XX un gobernador provincial, Carlos Ruiz, solicitó el cambio de nombre. Cambio que le fue concedido y desde ese momento adoptó el actual. Me detengo en esta anécdota para que se vean las relaciones tan estrechas (incluso en el nombre) que tiene este pueblo con la topografía. Efectivamente, cuando nos acercamos viniendo de Madrid, se puede observar que su situación, en un valle bastante encajonado entre montañas, es bastante peculiar y caracteriza de forma importante las relaciones con el entorno que, además, tiene unos valores naturales extraordinarios. Hasta tal punto que el ámbito que abarcan los cinco municipios que constituyen la llamada Sierra del Rincón (La Hiruela, Horcajuelo de la Sierra, Montejo de la Sierra, Prádena del Rincón y Puebla de la Sierra) ha sido declarado en el año 2005 Reserva de la Biosfera.

Piano pétreo (Daniel Alonso)

Independientemente de que sea una de las Reservas más pequeñas del planeta (unas quince hectáreas) tiene la particularidad de que el paisaje que destaca no es exclusivamente por sus valores de naturaleza “virginal” sino, precisamente, por la combinación producida por la simbiosis entre usos agrícolas, forestales y ganaderos en un territorio bastante peculiar. Porque no es sólo el conocido Hayedo de Montejo de la Sierra situado a pocos kilómetros, sino también las Dehesas Boyal (“El Chaparral” en Montejo que incluye el hayedo, y la de Puebla), las carboneras, etc., lo que hacen de este enclave un lugar único. Otro día que me sienta menos “rural” dedicaré un artículo entero al Hayedo de Montejo porque se lo merece. De momento, mi consejo es que si os decidís a hacer una excursión por la zona no lo abarquéis todo en el mismo día aunque os parezca que están muy cerca unas zonas de las otras. Pero sigamos con el recorrido. Llegado un determinado momento hay que atravesar el río Puebla por La Puente (siguiendo las flechas indicadoras) y entonces es cuando nos tropezamos con un extraño paraje que, según la época del año y la luz, puede llegar a ser impresionante. Es un bosque de robles centenarios, retorcidos, torturados, en muchos casos vacíos en su interior, resultado de su uso a través de generaciones y que les confieren un aspecto atormentado.

El hueco y el tejido (Lucía Loren)

Es aquí donde Lucía Loren ha ido cogiendo ramas cercanas al árbol y, pacientemente, ha tejido una especie de venda intentando cerrar las heridas, cuidarlos, devolverles su ser natural sabiendo que no se trata más que de una operación simbólica. Es casi una petición de perdón, o más bien un agradecimiento por todo los que les han dado a una comunidad concreta a lo largo de los años. La intervención fue en cuatro robles y un fresno y duró un año: de enero de 2004 a enero de 2005. Para ello la autora sumergía las ramas en el río para aumentar su flexibilidad y luego, pacientemente, iba tejiendo con estas ramas los troncos vacíos. Afortunadamente esta intervención está separada del resto porque no tiene nada que ver con el recorrido escultórico que hemos realizado hasta el momento. El respeto por el lugar, el amor a los árboles que lo presiden todo, hace que nos olvidemos de lo anterior, de los contrastes, de una cultura urbana que ha aniquilado en casi toda Europa a la cultura rural. En el catálogo de una exposición celebrada en San Fernando titulada precisamente “El bosque hueco” hace ahora un par de años, la autora dice: “Rellené el hueco con ramas que encontré cerca del árbol, completando ese agujero, la herida de la muerte”. Y luego, una de las constantes del land-art que lo relaciona directamente con la sostenibilidad (y con muchas otras cosas) aparece cuando dice que su obra es “efímera y que el bosque decida cuánto debe permanecer”.

El lento viaje al estado previo a la intervención

Cuando yo me acerqué a verlo, el proceso de desaparición paulatina de la obra ya había avanzado y en el bosque las ramas, antes entrelazadas tapando las heridas (mortales en muchos casos) empezaban a volver al suelo donde Lucía las había recogido. Cuando vayáis (seguro que algunos de mis alumnos de paisaje de Madrid se acercarán a verlo) es posible que ya queden pocos rastros de una intervención en la naturaleza de las que me gustan. Como decía León Felipe: “Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo, pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero”. Como tantas cosas, también esta forma de ver la vida (y la cita) se la debo a Paloma. Pero pienso que es pertinente y, para mí, está para siempre asociada a la foto de Richard Long “A line made by walking”, como paradigma de una forma respetuosa de acercarse a la naturaleza desde el cariño. Pero quedan las imágenes, claro. Y la idea. Y el proceso creativo. Queda el arte. La relación con ese mundo rural tan despreciado y, prácticamente, desaparecido. Porque la relación con la naturaleza menos contaminada es más sencilla, pero la visión depredadora (necesaria pero terrible) de la humanidad sobre esa naturaleza que con todo su dramatismo se produce en el mundo rural, hay que tenerla presente. No cerrar los ojos ante ella. Ponerla en primer plano, destacarla, comprenderla, resulta imprescindible.

Las ramas vuelven al suelo

Pero no vaya a creerse que el título de “El bosque hueco” que le he dado al artículo es sólo por esto. En realidad, el bosque hueco surge de una forma específica de relación entre la naturaleza y determinados usos agrícolas, ganaderos, y en este caso concreto, forestales. Se dice en un trabajo de José Manuel Naredo publicado en el boletín CF+S en relación al bosque hueco (o adehesado) mediterráneo: “Se trata de un sistema de complejos aprovechamientos agro-silvo-ganaderos que, pese a estar altamente intervenido por la mano del hombre, mantiene (en el seno de unidades de explotación suficientemente grandes) la diversidad necesaria para reponer la fertilidad que extrae la hoja de cultivo al sexto... o al octavo que se va rotando por la finca”. El término, por tanto, está asociado directamente a encinares y dehesas. También, en cierta forma, se puede entender relacionado con un tipo de dehesa específico, la dehesa boyal, de gran importancia en este municipio y cuyas rutinas de explotación y poda se explican detalladamente en un magnífico trabajo de Navarro, Martín y Gil cuya referencia se incluye al final del artículo (ya os he explicado que, a partir de ahora, he decidido no interrumpir la lectura con excesivas llamadas mediante enlaces, agrupando al final todas las referencias que permiten ampliar la lectura). En este artículo se explican detalladamente desde las diferentes áreas que abarcaba hasta la gestión de este tipo de dehesa tan especial que tanta importancia tuvo en la zona y también en parte de este municipio de Puebla de la Sierra. Y cuya tradición estoy convencido que influyó de forma determinante en la forma de explotación de este “bosque hueco” que ahora nos ocupa.

Detalle de la situación actual

Este bosque que tanto me impresionó aparece claramente deformado por un sistema de poda que tiene que ver con el mantenimiento de las carboneras. En el panel explicativo colocado en el sitio puede leerse: “Un importante número de vecinos de este municipio se dedicaba a la fabricación de carbón, excepto algunos que vivían enteramente de la agricultura o la ganadería. Para la fabricación de carbón se utilizaba leña de roble, pero también de encina y brezo. Esta actividad modeló, mediante la poda, los robles tal y como los vemos hoy: de gran porte, con grandes copas que dan sombra, y llenos de huecos donde se cobijan diferentes especies de animales. Para la actividad del carboneo, el Ayuntamiento repartía lotes de terreno entre los vecinos para obtener la madera, concediendo más a los que sólo vivían del carbón que al resto. Cada año se cambiaba la zona de poda. Transcurridos 12 años desde las últimas podas se podía volver al obtener la madera de una determinada zona”.

El bosque hueco

No sé qué decir del carboneo en pocas palabras. Probablemente lo mejor es recomendaros (si no la habéis visto todavía) la película “Tasio” dirigida por Montxo Armendariz que describe una de las formas tradicionales de convertir la leña en carbón en Navarra (España): las carboneras. La película está basada en Anastasio Ochoa un carbonero navarro real y del que, previamente, hizo un corto llamado “Carboneros de Navarra”. Aunque los que leáis estas líneas no seáis españoles os recomiendo la película (ahora, con Internet no es complicado hacerse con ella) porque trata comportamientos universales aunque los particularice en un lugar concreto y en una tradición rural específica de una comarca determinada. Pero la película va mucho más allá de la descripción de esta peculiar actividad prácticamente desaparecida (el año pasado en toda Navarra no se montaron más que seis). Se trata de otra forma de vivir: la cultura rural de consumir sólo lo necesario, justo lo contrario de la cultura urbana basada en el consumo como objetivo. Hay una secuencia al comenzar la película que siempre me viene a la cabeza al recordar mi infancia en Carballiño (un pueblo de Galicia). Es cuando el padre descubre que Tasio coge huevos de los nidos y le dice: “siempre hay que coger la mitad, para que no se acabe la caza”. Todo un programa de sostenibilidad propuesto hace ya más de veinticinco años (“Tasio” se estrenó en 1984).

El árbol torturado

Pero el nido, el cobijo, es también un elemento básico en la obra de Lucía Loren. Durante los años noventa vivió durante tres meses en Argentina, en Horco Molle, una reserva de la naturaleza. Allí en la selva tucumana, al borde el río, recogía lianas con las que confeccionaba una especie de cestas en forma de nido que luego colocaba en diferentes lugares. Estos “occos”, estos vacíos, estos agujeros, conformados a partir de un tejido realizado con elementos naturales recogidos en el sitio, son algo constante en su obra. Cestas parecidas coloca también al borde del río Clamores, en Segovia, en una zona de huertas abandonadas. Pero ahora las cestas, los huecos, están parcialmente enterradas en el terreno. Es una huerta de espacios vacíos, “de ausencias modeladas por el mimbre”. La ausencia de este mundo rural de las periferias urbanas que en algunas de las ciudades más avanzadas en materia de sostenibilidad se está intentando recuperar. O por lo menos, los cultivos y los usos agrarios tal y como conocen perfectamente los lectores asiduos de este blog. Algo parecido hace en el 2009 en Valdemanco, con cestos tejidos con mimbre semienterrados en el espacio exterior de la Fundación Berrutti.

Lucía Loren, "Coser la cima"

También en el 2009 en Puebla de la Sierra realiza una intervención llamada Coser la cima, un triángulo cosido al suelo con lana de oveja, y otra Artesanía de un surco de parecidas características. Este tipo de aproximación al territorio va más allá de su consideración como naturaleza inalterada y lo considera como lo que es ya en la práctica totalidad del planeta: lugar antropizado. Recordando las palabras de López Lillo, reproducidas al final del artículo titulado “Barbery, Mendoza y Ángel Ramos” y que prologan la obra conjunta con este último que comentábamos (“Valoración del paisaje natural”), se puede entender mejor esta querencia de Lucía por los temas del mundo rural. Porque este mundo rural es el primer frente en la lucha verdaderamente dramática entre la Humanidad y la Naturaleza. Lucha maravillosamente descrita en el curso de Ortega Meditación de la Técnica y en la que la ganadería, la agricultura y los aprovechamientos del bosque constituyen la avanzadilla.

Lucía Loren, “Artesanía de un surco”

Además de intervenciones en el paisaje ha hecho algunas instalaciones reseñables también relacionadas con la naturaleza y el territorio. En Cubierta vegetal (Universidad de Jaén, 2009) y con la ayuda de ramas, tierra y dibujo de grafito trata de expresar su preocupación por los procesos erosivos que están produciendo una progresiva pérdida de esa parte tan importante de la piel del territorio como es la capa vegetal que posibilita la existencia de vida. Con los mismos materiales en Desde el nido (San Fernando de Henares, 2009) indaga sobre el centro del bosque con una disposición formal muy parecida a la anterior. La selección de ambas intervenciones se entenderá mejor al terminar de leer los próximos párrafos ya que está relacionada con el elemento central del mismo: el bosque, y su importancia en la subsistencia del planeta tal y como lo conocemos. En sus esculturas recurre básicamente a la fibra vegetal, aunque no siempre ya que también utiliza cuerda, hierro, alambre e incluso esporádicamente otros materiales más exóticos como las tripas de cerdo (Germinal). Podéis conocer algo más de su obra visitando la página web que se referencia al final. Lucía se dedica también a la enseñanza y lo mismo que a Belinda Tato (ya sabéis, Ecosistema Urbano, vuelvo al comienzo del artículo, y ya termino) se las puede ver a veces acompañadas de una tropa de alumnos para realizar cualquier cosa que las creativas mentes de ambas hayan pensado.

Lucía Loren, “Cubierta vegetal”

Como iba diciendo, pretendía enlazar en un único artículo los “Árboles del Aire” del ensanche de Vallecas con estos otros árboles a los que Lucía pretendió rendir un homenaje con su obra. En realidad me salió así (en dos artículos distintos) sin pretenderlo y ahora me alegro de ello aunque la pirueta semántica era verdaderamente digna de que hubiera juntado las dos cosas en una: de los “Árboles de Aire” al “Bosque Hueco”. Y es que este año 2011 ha sido declarado por la Asamblea General de las Naciones Unidas Año Internacional de los Bosques, y este escrito pretende ser algo así como un homenaje. Porque los bosques son la base de la vida en este planeta tal y como la conocemos. A ellos les debemos todo. Lo saben muy bien las sociedades rurales que siempre les han pedido lo máximo e incluso más. El bosque, y todos y cada uno de los árboles que lo forman, nunca exigen nada en contraprestación, aunque se les queme para la agricultura o para conseguir terrenos de pastos, aunque se les torture hasta los extremos más aberrantes por futilidades incluso estéticas, aunque se les comprima en alcorques inverosímiles en nuestras ciudades, aunque se les deforme mediante podas sucesivas para obtener madera o leña para convertirla en carbón. Los árboles siempre han sido considerados por la humanidad como un recurso, como el recurso más primario y elemental para conseguir sobrevivir o para alcanzar un mayor grado de bienestar. Y los ha utilizado la sociedad rural primero y la urbana luego sin la menor consideración. La última vez que estuve en la Patagonia fue hace cuatro años. Es uno de los lugares del mundo donde las huellas descarnadas de las quemas de árboles producidas de forma masiva y sistemática se nos muestran con toda su crudeza. Realmente impresiona la ceguera de una sociedad, rural o urbana, que persigue el beneficio a corto plazo por encima de cualquier otra consideración. Pero no es necesario irse a la Patagonia. Aquí, al lado, en Puebla de la Sierra, quedan las huellas de lo mucho que les debemos.

El bosque negro (carbón)

En este mismo blog aparece una entrada titulada “Paisaje rural y paisaje cultural” donde expongo mi opinión de que las dos culturas, la rural y la urbana, habían tenido una evolución histórica muy distinta. La primera, tendente a su desaparición, frente a la segunda de carácter colonialista, agresiva y dominante. En realidad el articulo era un réquiem de aquella forma de vida que conocí en mi niñez. Pero hoy, menos de un año y medio después, no estoy tan seguro de que esto vaya a ser así. O bien la cultura urbana cambia radicalmente sus presupuestos básicos o se morirá consumida por sí misma. Sencillamente, y como tantas veces se ha dicho, es imposible un crecimiento ilimitado en un mundo finito. La esencia de la civilización urbana, el consumo siempre en crecimiento, es un presupuesto insostenible. Porque “El bosque hueco” que trata de curar Lucía Loren en Puebla de la Sierra va más allá de la comunión simbiótica con la naturaleza y del “buen salvaje” como modelo. Surge de la existencia de las carboneras. De la necesidad del carbón que es, ni más ni menos, que el paradigma de la civilización urbana, del consumo. Existen otras posibilidades. En este mismo blog he escrito sobre decrecimiento o sobre ecoaldeas. Tal y como evolucionan las cosas, estos enfoques alternativos necesitan empezar a ser tomados en consideración porque el “modelo único” no da para más. Las palabras del padre de Tasio: “siempre hay que coger la mitad para que no se acabe la caza”, definen de forma clara y diáfana como hemos pasado de una sociedad austera (la rural) que conocía los límites de la naturaleza aunque no siempre los respetaba, a otra del despilfarro (la urbana) que entiende que no existen tales límites. Lo que sucede es que, en el horizonte, empieza a vislumbrarse que probablemente sea necesario recuperar la racionalidad de las cosas y que esos árboles que primero se deformaron hasta la tortura por la necesidad de conseguir carbón, y que acabaron convertidos en aire en el llamado "Bulevar de la Naturaleza" del ensanche de Vallecas en Madrid en una pirueta asombrosa de la técnica y la creatividad de la civilización urbana, vuelvan a enraizar en la tierra. Al fin y al cabo seguro que la Pachamama nos perdonará.

Nota: tengo que agradecer a Lucía la ayuda que me ha prestado permitiéndome entender algunas cosas de su obra que, por falta de información, no acababa de ver claras, y por las fotos que me ha cedido.


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