domingo, 11 de marzo de 2012

Franzen, libertad, y la reinita cerúlea

Cenando hace unos días en Vitoria-Gastéiz con Elena, Luis y Rebeca, no se sabe muy bien cómo terminamos hablando del último libro de Franzen titulado, en español, Libertad. Pero, sobre todo, hablamos de las contradicciones con las que vivimos la mayor parte de nosotros y que se van agudizando conforme termina este período histórico y no acaba de alumbrar el nuevo. Me comprometí a escribir un artículo en el blog sobre el tema y les anticipé que en el título iba a figurar la reinita cerúlea. Los tres me insistían que, en lugar de la reinita cerúlea debería de figurar la Berula erecta, planta en peligro de extinción incluida en el Catálogo Vasco de Especies Amenazadas. No les he hecho caso, porque de habérselo hecho me habrían destrozado un título tan bonito (una reina chiquitita y, sobre todo cerúlea, siempre queda aparente, y el término erecta en el título de un artículo es demasiado explícito sexualmente) y me habría llevado a otros campos lejanos a los de Franzen que eran mi objetivo. Pero, en compensación, reproduzco en la imagen siguiente una foto del banco de germoplasma del Jardín Botánico de Olarizu que es, precisamente, de la Berula erecta.

Berula Erecta, banco germoplasma, Jardín Botánico de Olarizu

Creo que la primera vez que aparece de forma extensa la reinita cerúlea en el libro de Franzen es cuando Walter (nuestro protagonista, la novela tiene muchos otros personajes) junto a Lalitha, intenta convencer a Katz, famoso rockero y su amigo del alma, de que les ayude en un proyecto que tienen pensado y al que luego me referiré: “Una camarera (nada del otro mundo, Katz ya la conocía y la había descartado) les tomó nota de los cafés, y Walter empezó a contar la historia de la Fundación Monte Cerúleo. Vin Haven, explicó, era un hombre muy poco corriente. Él y su mujer, Kiki, eran unos apasionados amantes de las aves que casualmente también eran amigos personales de George y Laura Bush y Dick y Lynne Cheney. Vin había acumulado una fortuna de nueve cifras perdiendo dinero provechosamente en pozos de petróleo y gas de Texas y Oklahoma. Rondaba ya cierta edad y, como no había tenido hijos con Kiki, había decidido pulirse más de la mitad de la pasta en la preservación de una sola especie de ave, la reinita cerúlea, que, precisó Walter, no sólo era una criatura hermosa, sino además el ave canora en más rápido declive en América del Norte”. Aunque a Katz la tal reinita cerúlea no le impresionó demasiado (al verla en el folleto que le alargó Lalitha le pareció un ave anodina, azulada, pequeña y sin inteligencia), Walter continuó animadamente la explicación.

Reinita cerúlea, Wikimedia

“La reinita cerúlea, explicó Walter, se reproducía exclusivamente en los bosques caducifolios maduros de clima templado, y su principal bastión se hallaba en los Apalaches centrales. Existía una población especialmente saludable en el sur de Virginia Occidental, y Vin Haven, gracias a sus vínculos con la industria de la energía no renovable, había visto una oportunidad de asociarse a las compañías mineras del carbón a fin de crear una gran reserva privada permanente para la reinita y otras especies amenazadas que anidan en árboles caducifolios. Las compañías mineras tenían motivos para temer que la reinita pronto apareciese en la lista de animales amparados por la Ley de Especies en Peligro de Extinción, con nocivos efectos para su libertad de talar bosques y volar montañas. Vin creía que era posible convencerlas de que ayudaran a la reinita, a fin de evitar la incorporación del ave a la lista de Especies Amenazadas y cosechar un poco de buena prensa, tan necesaria, mientras se les permitía continuar con la extracción de carbón. Y así fue como Walter consiguió el empleo de director gerente de la fundación. En Minnesota, cuando trabajaba para Nature Conservancy, había fraguado una buena relación con los grupos de presión mineros, y era por consiguiente una persona anormalmente abierta al compromiso constructivo con el sector del carbón”.

El reino USA de la reinita cerúlea, Predicting Bird Habitat Quality

Ya casi tenemos todos los elementos que configuran la primera parte de lo que quería explicar: un par de ecologistas, un millonario enamorado de la reinita cerúlea, la propia reinita cerúlea, las compañías mineras y Katz, un personaje aparentemente fuera de lugar pero fundamental para explicar en el libro la evolucion de la familia norteamericana (cosa que no es el objeto de este articulo). Veamos la situación uno. Como al millonario le gustaría conservar el pajarito en peligro de extinción los ecologistas van a intentar llegar a un acuerdo con las compañías mineras. Para ello se comprarán 25.000 hectáreas en Virginia Occidental que se constituirán en la reserva, además de una zona de contención. Para poder pagar todo ello habría que permitir la extracción de carbón en casi un tercio de la reserva. A pesar de que la explotación rentable era una locura ecológica, si posteriormente se acondicionaba de forma adecuada se podrían mitigar los daños y, además “la gran ventaja de una tierra con los recursos mineros ya explotados era que nadie volvería a excavarla”. Por otra parte estaba la cuestión de Colombia donde nuestro pajarillo pasaba el invierno. Walter se dedicó a comprar grandes extensiones de bosques andinos en peligro de desaparición. Debido a que los nativos tenían la extraña costumbre de calentarse con la leña de los árboles había que suministrarles estufas solares o eléctricas para sustituir a las tradicionales.

La reserva colombiana de la reinita cerúlea, ProAves Colombia

El tema lo resumía Walter en forma bastante concisa de la manera siguiente: “La cuestión es que la tierra sin edificar desaparece a tal ritmo que no tiene sentido esperar a que los gobiernos se ocupen de la conservación. El problema de los gobiernos es que los eligen mayorías a las que les importa un bledo la biodiversidad. Los multimillonarios, en cambio, sí suelen preocuparse por eso. Tienen un interés directo en evitar que el planeta se joda del todo, porque ellos y sus herederos serán los únicos con dinero suficiente para disfrutar del planeta. La razón por la que Vin Haven empezó a aplicar medidas conservacionistas en sus ranchos de Texas es que le gusta cazar las aves más grandes y contemplar las pequeñas. Un interés egoísta, desde luego, pero ahí sí tenemos todas las de ganar. A la hora de cerrar el hábitat para salvarlo del desarrollo urbanístico, resulta mucho más fácil convertir a un puñado de multimillonarios que educar al votante estadounidense, que está la mar de contento con su televisión por cable, su Xbox y su banda ancha. ‘Además, tampoco te conviene tener a trescientos millones de americanos paseándose por tus espacios naturales’ señaló Katz. ‘Exacto. Dejarían de ser espacios naturales’. ”

Admirando a nuestro pajarillo, Rutland County Audubon Society

Pienso que la situación número uno está claramente expuesta. He tardado un poco en llegar a este punto pero es necesario que mis lectores se sitúen cómodamente en la primera contradicción porque hoy el artículo va de contradicciones ecológicas, de contradicciones sostenibles e, incluso, de contradicciones ideológicas. De forma que, para conservar la reinita cerúlea es necesario permitir que la minería destroce el territorio, se queme carbón, se produzca CO2, se contribuya al calentamiento global y, de paso, algunos obtengan unos beneficios exorbitantes. Pero eso de ninguna forma es malo porque, en realidad, es mucho mejor que los ricos sean muy ricos (siempre que sean pocos) porque la huella ecológica que producen aunque consuman a tope es verdaderamente inapreciable al lado de la que puede producir la plaga de las clases medias aunque reciclen, ahorren energía, vayan en transporte público o coloquen sus millones de toneladas de bolsas de basura cada una en el contenedor correspondiente. Además, como bien le recordaba Katz a Walter “tampoco te conviene tener a trescientos millones de americanos paseándose por tus espacios naturales”. El que un ecologista bienintencionado pueda mantenerse medianamente cuerdo ante un panorama tan paradójico es bastante complicado y sólo posible recurriendo al alcohol o fumándose unos cuantos porros.

El paisaje ideal de la reinita, Predicting Bird Habitat Quality

Dadas la dificultades de ser ecologista contemporizando con una situación capitalista y neoliberal a tope uno podría pensar en volverse “sostenibilista” (la expresión es invento de Ricardo Aroca). Al fin y al cabo la sostenibilidad parece ser que está relacionada con la justicia intergeneracional, entre territorios, y social. Un “sostenibilista” lo tendría claro, la pérdida de la reinita cerúlea sería una simple anécdota al lado de los problemas del calentamiento global ¿para qué mantener un pajarillo anodino, azulado, pequeño y sin inteligencia, si todo el planeta se va al garete y no sólo desaparecerá la reinita cerúlea, sino también la no cerúlea, las personas y, probablemente, hasta las cucarachas? De forma que los ecologistas rama sostenibilidad (en el libro, supuestamente Jocelyn Zorn) cuando la compañía minera pretenda explotar, en su doble sentido de “extraer” y “explosionar”, el carbón de los campos de Virginia tratarán de impedir el paso a las máquinas y obreros al lugar, incluso enfrentándose con los ecologistas rama reinita cerúlea (nuestro protagonista Walter y su compañera Lalitha) que, sin entender nada de nada, piensan que ellos también son “de los buenos” y que todos, “aunque discrepemos en cuanto a los métodos, estamos en el mismo bando”.

El crecimiento de la población mundial

Vayamos a la situación dos. En realidad Walter en su juventud no estaba demasiado preocupado por la reinita cerúlea. Lo que de verdad le impedía dormir según Katz (su amigo del alma, y que luego le engaña con su mujer) eran otras cosas: “No recuerdo que te preocuparan tanto los pájaros cuando estábamos en la universidad. Por entonces, si la memoria no me engaña, el problema era más bien la superpoblación y los límites del crecimiento”. Walter le contesta que, precisamente, para eso le necesitan: “Verás, la depredación de nidos por parte de los cuervos y los gatos salvajes es una causa eficiente del declive de la reinita. Y la fragmentación del hábitat es una causa formal de eso mismo. Pero ¿cuál es la causa final? La causa final es el origen de prácticamente todos nuestros males. La causa final es el exceso de gente en el planeta. Esto se ve sobre todo cuando vamos a Sudamérica. Sí, el consumo per cápita está aumentando. Sí, los chinos están chupando ilegalmente los recursos de esa zona. Pero el verdadero problema es la presión demográfica. Seis niños por familia frente al uno coma cinco. La gente se desespera para dar de comer a los hijos que el Papa, en su infinita sabiduría, les obliga a tener, y entonces se carga el medio ambiente”. Luego Lalitha remacha diciendo que debería acompañarlos a Sudamérica: “Vas por esas carreteritas, y te envuelven esos humos de escape espantosos de los motores de mala calidad y la gasolina demasiado barata; las laderas de las montañas están todas deforestadas, y las familias tienen todas ocho o diez hijos... Es penoso”.

Emisiones totales de CO2

Walter le entrega a Katz un gráfico de barras dibujado sobre un papel plastificado y sigue: “Sólo en Estados Unidos la población va a crecer un cincuenta por ciento en las próximas cuatro décadas. Piensa en lo saturadas que están ya las zonas residenciales de las afueras, piensa en el tráfico y la expansión urbanística y la degradación del medio ambiente y la dependencia del petróleo extranjero. Y a eso súmale el cincuenta por ciento. Y eso sólo en Estados Unidos, que teóricamente es capaz de mantener a una población mayor. Y luego piensa en las emisiones de carbono globales, y en el genocidio y la hambruna en África, y las clases marginadas radicalizadas sin porvenir en el mundo árabe, y la sobreexplotación pesquera de los océanos, los asentamientos ilegales de Israel, la ocupación del Tibet, los cien millones de pobres en el Paquistán nuclear: no hay casi ningún problema en el mundo que no se pueda resolver, o paliar enormemente al menos, reduciendo la población. Y sin embargo -le dio a Katz otro gráfico- en 2050 tendremos otros tres mil millones de personas”.

Evolución de la población mundial

Y ahora llega la contradicción sostenibilista. A Katz aquello ya le sonaba más como propio de Walter, que le contesta que efectivamente “en la universidad ése era un tema que desde luego me preocupaba. Pero después, en fin, yo mismo me dediqué a la reproducción”. Pero la contradicción no termina en que hubiera traicionado sus principios teniendo hijos con Patty, su mujer, cosa que disculpa históricamente por el cambio de la moda de “los límites del crecimiento” a la moda “verde” o con la presentación del movimiento estadounidense Crecimiento Demográfico Cero como xenófobo y racista. Ya situado en el momento actual (y enamorado de Lalitha) ante la afirmación de que esta pretende operarse para no tener hijos, y después de una ardua lucha consigo mismo le pide que no lo haga porque, en fondo, “le apetecería tener hijos con ella”.  Ya sumido en un cúmulo de contradicciones, resulta que toda la operación de la reinita cerúlea no era más que una tapadera para obtener dinero de la Fundación con objeto que realizar una campaña anti-natalidad con lo que, en realidad, no se sabe muy bien si pertenece a la rama reinita cerúlea o a la sostenibilista. Para eso necesitan también la ayuda de Katz para que, con sus canciones difunda ese mensaje entre la juventud: “Sólo queremos que la gente se avergüence de tener más hijos. Como se avergüenza de fumar. Como se avergüenza de la obesidad. Como se avergonzaría de conducir un Escalade si no fuera por el argumento de los críos. Como debería avergonzarse de vivir en una casa de cuatrocientos metros cuadrados en una parcela de ocho mil”.

Imagen de la Tierra desde el espacio

El desgraciado Walter vive sin vivir en él. En el incidente en los terrenos de la Fundación mientras Lalitha intentar solucionar el problema del acceso a la reserva, desesperado, se retira a rumiar su enfado en el interior del coche y a insultar iracundamente a los que considera causantes de cargarse el planeta: “En las dos semanas y media transcurridas desde su encuentro con Richard en Manhattan, la población mundial había aumentado en siete millones de personas. Un aumento neto de siete millones de seres humanos -el equivalente a la población de Nueva York- destinados a deforestar montes y contaminar arroyos y cubrir prados de asfalto y tirar basura plástica al océano Pacífico y quemar gasolina y carbón y exterminar otras especies y obedecer al puto Papa y producir familias de doce miembros. Desde el punto de vista de Walter, no existía en el mundo mayor fuerza del mal que la Iglesia católica, ni causa más perentoria para la desesperanza respecto al futuro de la humanidad y del asombroso planeta que se le había concedido, aunque cabía reconocer que en esos tiempos la seguían muy de cerca los fundamentalismos siameses de Bush y Bin Laden. Walter no podía ver una iglesia ni el letrero «Los hombres de verdad aman a Jesús» ni un símbolo de un pez en un coche sin notar una opresión de ira en el pecho”. Aunque no quiero estropearos el desenlace por si decidís leer el libro, sólo querría informados para completar el sombrío panorama de su vida, que Walter hacia el final de la novela se retira a una urbanización de nueva construcción frente al lago de Canterbridge Estates (dispersión, antropización de la naturaleza, etc.) donde, en una situación de soledad casi completa, se dedica a luchar contra los gatos de sus vecinos que espantan y cazan pájaros. En particular contra Bobby el gato de Linda (una de sus vecinas) que "capturaba y jugueteaba y descuartizaba, y luego a veces comía un poco, pero normalmente se limitaba a abandonar el cadáver" de cualquiera de sus queridas avecillas.

Picasso, “Gato atrapando un pájaro”, París, 1939

Pero bueno, ya puesto a escribir sobre las contradicciones y las dificultades de vivir en una situación como la que pasa actualmente la humanidad intentando hacer algo para resolverlo, también debería mencionar la otra cara de la moneda: el comportamiento desvergonzado de algunos personajes que se aprovechan de un sistema capitalista que se encuentra en estado cataléptico sin capacidad de reacción y con unos "mercados" al borde del suicidio por pura indecencia. Después de terminar de leer el libro de Franzen recordé (era inevitable) Solar de Ian McEwan. El título no se refiere precisamente a un solar considerado como predio edificable por contar con los servicios necesarios, sino que hace alusión al sol como fuente de energía renovable. Solar a pesar de que muchos lo califican como libro de humor es, probablemente, uno de los relatos más pesimistas que he leído últimamente. Trata de un premio Nobel de Física (Michael Beard) que después de años de adocenamiento acaba por dirigir un instituto para la investigación de energías renovables. El instituto está empeñado en construir una turbina eólica individual. A todo el mundo le parece una idea inútil por muchas razones pero sirve para mantener en pie un tingladillo de intereses de todo tipo, básicamente personales. El cinismo del autor aparece en muchos lugares a lo largo de la narración como, por ejemplo, cuando Michael, como premio Nobel, recibe una invitación para ir al Polo Norte a contemplar de cerca el “calentamiento global”.

Ian McEwan en la expedición al Ártico, The Guardian

Nos cuenta el autor respecto a este viaje al frío polar: “Entre los invitados figuraban veinte artistas y científicos preocupados por el cambio climático, y, oportunamente, a sólo dieciséis kilómetros de distancia, había un glaciar en dramático retroceso, del que periódicamente se desgajaban bloques de hielo tan grandes como una mansión que iban a parar a la orilla del fiordo. Les atendería un chef italiano «de renombre internacional», y un guía pertrechado de un rifle de gran calibre mataría si fuese necesario a los agresivos osos polares. No habría deberes académicos —bastaría la presencia de Beard— y la fundación correría con todos los gastos, mientras que la culpable descarga de anhídrido carbónico de veinte vuelos de regreso, trayectos en motonieve y sesenta comidas calientes al día servidas en condiciones polares la compensarían plantando tres mil árboles en Venezuela, tan pronto como se localizase un lugar adecuado y se sobornara a unos funcionarios”. La descripción de este viaje, inspirado en que hizo el propio Ian McEvan pocos años antes y con parecido motivo, no tiene desperdicio y describe el mismo género de contradicciones que denuncia Franzen en Libertad.

Solúcar PS10 Planta solar termoeléctrica de torre, Abengoa Solar

Pero Solar es mucho más bestial que Libertad. En realidad Franzen sólo plantea de forma accesoria el problema del fin de una era feliz sin límites planetarios. Como ya dije algo más arriba, su intención es, más bien, describir los cambios que se están produciendo en el sistema familiar norteamericano. Digamos que he seleccionado del libro aquello que me interesaba particularmente para el artículo pero no me gustaría que creyerais que el foco está puesto ahí. Lo digo por si alguien se decide a leerlo y luego me echa la culpa de que se ha encontrado con otra cosa. En cambio el libro de McEvan sí está más centrado en describir las ruindades del mundo de intereses en torno a la ciencia, de las fundaciones pretendidamente salvadoras del planeta que, en realidad, se mueven por motivos personales y corporativos, y de las propias empresas y empresarios que deciden lanzarse a la cruzada del cambio climático para obtener todo el beneficio posible. El protagonista Michael Beard, aparte de premio Nobel, es "egoísta, bebedor, mujeriego compulsivo, mentiroso, infiel, cobarde y canalla". En la novela hay infidelidades, un cadáver, un ente candoroso e inocente (que sin embargo es el verdadero inventor, el amante de la mujer de Beard y, además, el cadáver) que piensa en la salvación de la humanidad a través de la imitación tecnológica del mecanismo de la fotosíntesis, una Fundación para las energías renovables y un robo de las ideas de este ente candoroso e inocente por el canalla premio Nobel.

John Tenniel (1820–1914) Through the Looking-Glass, Wikipedia

Hace unos días cuando volvía de unas jornadas en Valencia me encontré en el tren con Mariano Vázquez. Le comenté mi intención de escribir este artículo y mis dudas sobre la conveniencia de hacerlo por lo que podría suponer de desánimo para los jóvenes (sobre todo para mis alumnos). Sin embargo, después de sopesarlo y ver los pros y contras, creo estar de acuerdo con su afirmación de que saber que “esto es lo que hay” siempre es mejor que cerrar los ojos a la realidad. A pesar de lo expuesto en párrafos anteriores pienso que si el mundo avanza (y lo hace aunque a veces no lo parece) se lo debemos a todos aquellos que se dedican a defender a la reinita cerúlea admitiendo que puede haber cosas más importantes que defender. A los que están convencidos de que el calentamiento global que padecemos hoy es de origen antrópico y luchan por evitarlo aunque, en el fondo, reconocen que podría ser debido a un ciclo natural. También a los que piensan que todos, humanos y no humanos, tenemos iguales derechos pero que, a veces, podría haber excepciones. En fin, a los que sus ideas les llevan a vivir en contradicción permanente, a dudar en casi todas las acciones que emprenden y a replantearse muchas veces el sentido de lo que hacen. Es decir, a todos aquellos que son libres. Me gustaría que los que piensan que sus ideas no sólo son las únicas sino también las verdaderas, los sectarios que además pretenden imponerlas a los demás y los que se aprovechan de unos y de otros, se liberen de sus cadenas y entren de una maldita vez en el mundo de Alicia (para lo cual tendrán previamente que atravesar el espejo, cosa altamente improbable) y puedan llegar a decir que “el rey rojo fue parte de mi sueño… pero también es cierto que yo formé parte del suyo”.

Nota: la reinita cerúlea, chipe cerúleo, cerulean warbler, sylvette atzree, pappelwaldsänger, bijirita cerulea, reinita azulosa, parula cerulea, mariquita-azul, azuurzanger (Dendroica cerulea) es una especie de ave paseriforme de la familia de los parúlidos que existe realmente (todavía).