martes, 3 de julio de 2018

Un Piano desafinado

Llevo más de un año evitando escribir este artículo pero, por fin, me he decidido a hacerlo. En caso de que alguien lo esté leyendo es que, además, me he decidido a publicarlo. La primera vez que vi el Centro Botín de Santander casi terminado ya me pareció que aquello no era lo que me esperaba de Renzo Piano, uno de mis arquitectos más queridos. Impresión que se confirmó cuando, dos o tres meses después de inaugurado, estuve en Santander a unas Jornadas organizadas por el Colegio de Arquitectos. Pero me trataba de convencer de que aquello era una falsa impresión y que, en realidad, necesitaba un tiempo para asimilarlo. Mi decepción no estaba en los espacios, ni en las extraordinarias vistas de la bahía desde las plataformas exteriores o los maravillosos ventanales interiores. No, mi decepción tenía que ver con la violenta modificación que introducía en el paisaje urbano del frente marítimo de la ciudad.

Santander, Centro Botín desde el mar  elplural

Entonces pensé que era hora de retomar aquella intuición sobre espacios malditos que tuve cuando escribí sobre la plaza de Castilla de Madrid. Porque la realidad es que el frente marítimo de Santander no ha tenido mucha suerte. El primer suceso desgraciado a destacar fue el desastre producido por el barco de vapor Cabo Machichaco en noviembre de 1893. El barco, cargado con harina, material siderúrgico (que haría las veces de munición), ácido sulfúrico y más de cincuenta toneladas de dinamita, estaba atracado en el muelle 2 de Maliaño (cerca del actual emplazamiento del Centro Botín), cuando se produjo un incendio a bordo. El resultado fue demoledor: una explosión que produjo casi seiscientos muertos y más de mil heridos. Entre otros, la mayor parte de las autoridades militares y civiles de Santander que estaban cerca intentando controlar la situación.
       Pero también hubo importantes desperfectos en muchas de las viviendas cercanas. Así, casi todos los edificios de la calle Méndez Nuñez se vieron afectados. La explosión debió de ser tan fuerte que hasta la ermita de San Juan de Maliaño situada a kilómetros del barco se derrumbó debido a la onda expansiva, lo mismo que le sucedió a muchos edificios, aunque no se incendiaran. Santander se fue olvidando poco a poco del desastre aunque al año siguiente, en un intento de recuperar la dinamita que todavía quedaba en el barco hundido en la bahía se produjo otra explosión y murieron quince operarios. No quisiera que este artículo se convirtiera en una narración de desastres pero, para aquellos que no conozcan la historia de esta ciudad maravillosa, lo peor en materia de incendios no había llegado.

El Cabo Machicaco diez minutos antes de la explosión  postucanta

Estamos en el año 1941, en pleno régimen franquista, en la madrugada del 15 al 16 de febrero. Es entonces cuando se produce el mayor desastre urbano de Santander. Se inicia un incendio en la calle Cádiz (la inmediata paralela a Méndez Nuñez que va vimos fue la más afectada por la explosión del Cabo Machichaco) que se extiende de forma imparable debido a un fuerte viento sur con rachas de más de 180 kilómetros por hora. Pronto las llamas alcanzan a la Catedral que empieza a arder y se convierte en un foco propagador del fuego. El incendio avanza de forma muy virulenta y llega a afectar a la práctica totalidad del casco amurallado medieval. La llegada de un frente de lluvia ayudó a combatir el fuego que, aún así, tardó unos cuantos días más (casi quince) en extinguirse totalmente.
       De esta forma fue como Santander perdió casi toda su zona histórica al verse afectadas casi cuarenta calles y más de cuatrocientos edificios la mayor parte de los cuales de alto valor patrimonial. Se quedaron sin vivienda, negocios o empresas el diez por ciento de los habitantes, aunque el único fallecido fue un bombero madrileño que ayudaba en las labores de extinción. La consecuencia fueron más de cien mil metros cuadrados de suelo urbano libre en un lugar extraordinario de la ciudad sobre los que, de forma inmediata, empezaron las maniobras especulativas. Pero esa es otra historia que no se corresponde con el artículo de hoy.

El incendio de 1941  incendiosantander

Se rehacen en la medida de lo posible la Catedral y la iglesia de la Anunciación. Y se construyen las plazas de la Asunción y también la Porticada que se convierte en el nuevo centro representativo al situarse en la misma varios edificios oficiales. Asimismo se realizan diversas obras de ensanche de calles, nivelación y un nuevo trazado del tranvía. En 1954 toda la zona está ya reconstruida pero, como casi siempre que se producen operaciones de este tipo (sean planificadas o como consecuencia de desastres) la traducción social es un desplazamiento de la población. De forma que la burguesía, las instituciones oficiales, comercio, bancos y oficinas, sustituyen a la población de menor poder adquisitivo que ocupaba estos espacios. Es decir, una operación de gentrificación en toda regla. Pero también esta es otra historia sobre la que tampoco voy a escribir hoy.

La desolación posterior al desastre  eltomavistas

Bueno, ahora (y también por desgracia) no me queda más remedio que irme al otro extremo, hacia Puerto Chico. Y digo que no me queda más remedio porque tengo que hablar no muy favorablemente de otro de mis arquitectos favoritos y una de las personas que tienen todo mi respeto y consideración, Francisco Javier Sáenz de Oiza. Y es que Sáenz de Oiza no parece que haya acertado demasiado al proyectar el Palacio de Festivales de Cantabria. Se trata de un edificio controvertido ya desde su inauguración el 25 de abril de 1991, pero no es mi intención entrar ahora en la polémica creada haciendo una crítica arquitectónica del mismo. Solo voy a señalar algunos de los elementos que pueden ayudar a entender ciertas decisiones de Renzo Piano en el otro extremo del frente marítimo y su relación con el mismo.
       Así, las críticas más fuertes se relacionaron con el hecho de tratarse de un único volumen de gran contundencia, en la ausencia de iluminación natural interior (excepto el algunos zonas y mediante tragaluces situados en la cubierta) y en la utilización en su revestimiento de losas de mármol y planchas de cobre que supusieron sobrecostes importantes. Además hubo problemas en los accesos, en la situación de las butacas que hizo inservibles los estudios acústicos, en el mármol en los suelos que se convierten en entradas aptas para el patinaje artístico, y otras menudencias. Si se repasan las opiniones en las redes sociales se puede observar que van desde “magnífico edificio” a “monstruosidad no representativa de Santander” pasando por “mamotreto”, o incluso “objeto grandilocuente sin sentido de la proporción”.

Palacio de Festivales de Cantabria desde el mar  lito

Pienso que casi todos los problemas técnicos han sido solucionados y la mayor parte de las críticas relativas a los mismos, sencillamente a día de hoy no tienen razón de ser. Otra cosa son las relacionadas con la adecuación al lugar, la falta de escala y la pretenciosidad de las formas. Y ahí pienso que, probablemente, el que fue presidente de Cantabria, Juan Hormaechea, tuvo algo que ver en el tránsito casi radical, del primitivo proyecto de 1985 en el que Sáez de Oiza pensaba en un auditorio contenido, de tamaño medio que simbolizaba una puerta colgada sobre el mar, a la solución actual. Me gustaría conocer las interioridades de cómo se convirtió en el edificio que es hoy y que ha sido descrito como “un templo egipcio en hortera”, o un “un perrete boca arriba”. También ha tenido el honor de haber sido señalado por el diario El Economista como uno de los edificios más feos de España junto a “In Tempo” (el rascacielos de Benidorm) o el Palacio de Congresos de Oviedo. Pero conociendo el enfoque de otras actuaciones llevadas a cabo por Juan Hormaechea probablemente tenga algo que ver con ello.

Un edificio controvertido  tiempo

También habría que destacar la intención del arquitecto de conseguir una visión de la bahía desde la platea a través de un enorme trapecio acristalado que finalmente hubo que recubrir. Pero, realmente, el principal problema del edificio de Oiza es el sitio en el que está colocado. Casi todos mis alumnos conocen la metáfora que suelo utilizar de los ecosistemas urbanos relacionados con los naturales. Se pueden entender las pieza urbanas (no quiero hablar de barrios o distritos porque suena demasiado administrativo) como ecosistemas que se han ido adaptando a las condiciones locales. Como las condiciones locales varían, las piezas urbanas también. De forma que se van produciendo diferentes adaptaciones según el lugar. Al final del proceso todas estas piezas deberían de funcionar perfectamente a menos que “distorsiones externas” introdujeran dinámicas nuevas.
       Pero dejemos tranquilas a las piezas adaptadas porque la gracia está en las fronteras. Las zonas de frontera en los ecosistemas naturales se llaman ecotonos y es en esas zonas donde se producen los experimentos y la innovación. Mi teoría es que en el paisaje urbano hay que aprovechar precisamente estas zonas de frontera (siempre que sean “zonas” y no “muros”), esos ecotonos urbanos, para experimentar. Por desgracia el frente marítimo de Santander no es un ecotono urbano y el experimento de Oiza no está adecuadamente situado ya que Puerto Chico tiene su propia naturaleza y lenguaje.

Igual en otro sitio…  wegow

Bueno, como siempre he tardado pero he conseguido llegar al tema: el Piano desafinado. Después de estas tres páginas de desastres acaecidos al frente marítimo de una de mis ciudades favoritas, creo que ya estoy preparado para que el Centro Botín no me parezca tan desastroso. Hasta el punto que he pensado replantearme el título y cambiarlo por “Un Piano levemente desafinado”. También puede suceder que esté afinado en un sistema de frecuencias distinto y que, debido a ello, la música resultante no suene exactamente como se espera. Sea como sea, voy a tratar de razonar mis impresiones paisajísticas al respecto que son fácilmente imaginables después de lo dicho. De forma que ahora nos desplazamos hacia los jardines de Pereda donde se encuentra nuestro edificio más o menos desafinado.

Dos volúmenes separados del suelo  tomavistas

Lo primero que salta a la vista es que está levantado del suelo y dividido en dos volúmenes. Como dice Domingo de la Lastra en un artículo de El Diario Montañés titulado “Razones para quererle”: “Renzo Piano decide dividir y separar el edificio en dos volúmenes independientes para que su centro sea un espacio público. Ambas arquitecturas flanquean este lugar para la contemplación, frente a Peña Cabarga, nuestro monte Fuji particular, cuya silueta corona ancestralmente el panorama vital de la ciudad”. Parece como si Renzo Piano quisiera alejarse de la pesadez y monotonía volumétrica del edificio de Saéz de Oiza pero el plantear en el extremo opuesto del frente marítimo algo tan distinto es, como mínimo, chocante. Es como si ambos edificios singulares, en lugar de hablar amigablemente, se insultaran. Bueno, en realidad, el Palacio de Festivales es como si estuviera en un mundo diferente al Centro Botín. Y ambos en una galaxia bastante alejada de Santander.

Centro Botín, al fondo el Palacio de Festivales  turisantander

Pero las diferencias no terminan en la volumetría. También son muy importantes en relación a la propia envolvente. El mármol y el cobre, materiales tradicionales hasta el paroxismo, se contraponen a las 280.000 piezas cerámicas circulares y curvas con un diámetro de unos 15 cm. que conforman la piel del centro Botín. Se ha producido una cierta retórica en torno a estas piezas. Por ejemplo, en la página web del propio centro puede leerse: “…la envolvente cerámica que cubrirá el edificio desde el vientre hasta el techo, y que ha sido proyectada por el arquitecto con el doble objetivo de potenciar la ligereza de los dos volúmenes y de integrarlo en el entorno, reflejando las distintas tonalidades de la luz de la bahía, el cielo y los Jardines de Pereda”. Y más adelante, “Renzo Piano se refiere a estas piezas circulares de 156 milímetros de diámetro y acabado reflectante como ‘algo semejante a las células de la piel humana, una especie de poros por donde la piel respira’”.

Renzo Piano delante del recubrimiento cerámico  centrobotin

Independientemente de la retórica, esta envolvente está originando complicaciones. Cuando hace unos días volví a Santander y me pasé una vez más a ver el Centro Botín un operario estaba colgado en la fachada, y una enorme grúa al otro lado permitía acceder a las piezas de la envolvente para repararlas, porque ya a los tres meses de su inauguración empezaron a producir problemas. Parece ser que “las perlas”, como se les llama a estas piezas, no se adaptan a las variaciones climatológicas y tienden a agrietarse con el peligro consiguiente de caída. Esto, que no tendría porque afectar a las características paisajísticas es, sin embargo, un síntoma de que algo no está bien en la relación entre el entorno y el edificio. Es lo mismo que sucedió en la plaza de La Encarnación de Sevilla cuando se empezaron a despegar las piezas de madera de Las Setas porque el adhesivo no resistía las temperaturas de esta ciudad.

Operario reparando las “perlas”  elautor

El ceramista de Granollers Antoni Cumella ha sido el encargado del diseño y producción de “las perlas” que se fabrican en cinco tamaños diferentes y están pensadas de forma que el esmalte blanco que las recubre aproveche “estéticamente el reflejo de la luz, captando las diferentes tonalidades según los cambios meteorológicos”. Pues resulta que son precisamente estos cambios meteorológicos los que se manifiestan en contra, lo que no parece el mejor síntoma de una armoniosa relación con el medio.

La relación directa con el Banco es evidente  centrobotin

Pienso que al Centro Botín le pasa algo parecido al Palacio de Festivales situado al otro extremo, sencillamente está en un lugar que no le corresponde. Comprendo que los mecenas de la obra quisieran que hubiera una relación directa y  cercana (más allá de cualquier simbolismo) entre la sede del Banco de Santander y el edificio. Relación que, a poco que se miré se establece sin más que fijarse en cualquier foto del Centro con el fondo escénico del Banco tal y como puede observarse en la imagen de arriba. Pero esta percepción de que está situado en un lugar inadecuado la tienen también los habitantes que se han manifestado en múltiples ocasiones en contra de esta ubicación mediante manifestaciones, carteles, campañas en redes sociales… Todo en vano. El Centro Botín está donde está y ya no tiene remedio.

Alzado señalar en la imagen para verla más grande  archdaily

Después está el problema de la agresividad hacia la bahía. El Centro no se comporta de forma amable con el mar, se impone, se abalanza como queriendo decir, “ya que no puedo imponerme por el volumen como el Palacio de Festivales lo voy hacer de otra manera”. Y vaya si lo hace, volando por encima del muelle. No es mucho el vuelo, pero visto desde el mar, impone. Y eso que según el arquitecto el objetivo a conseguir es que fuera silencioso y tímido, un edificio que no se comportara de forma arrogante sino que estableciera una relación armónica con el entorno. ¿En qué lugar del espacio-tiempo se perdieron estas buenas intenciones?

El Centro Botín imponiéndose a la bahía  clubbingspain

También comprendo la idea: cuando uno se sitúa en esa plataforma volada encima del mar parece como si flotara en un mundo infinito de azules y grises. Percepción que aumenta en esos días plomizos de lluvia en los que el mar y el cielo parecen la misma cosa. La sensación es verdaderamente espectacular y no resulta extraño que la mayor parte de los selfies de los turistas que vienen a Santander ya no se hagan en la Magdalena o en la Porticada, sino en el Centro Botín y, precisamente en este sitio. Por eso he dicho al principio que no iba a hacer una crítica de la arquitectura. Es decir, de la vivencia al experimentar un espacio “desde el interior”. El enfoque es otro, la contemplación del objeto “desde fuera”.

Flotando en un mundo azul y gris casi infinito  theulifestyle

Todavía me queda algo negativo: el espacio de resguardo que se crea al levantar el edificio del suelo. Aquí sí que he tenido muchos problemas para analizar una pieza que podría haberse aprovechado para dar una cierta continuidad a los jardines de Pereda. Sin embargo, y a pesar de la remodelación de los jardines esto no se ha conseguido. Esperé a mi última visita de hace unos días para corroborar esta impresión porque pensaba que en ocasiones anteriores, con un sol espléndido en parte ajeno a esta ciudad, había tenido una percepción deformada. Sin embargo ahora, con un tiempo gris y con lluvia, sigue sin convencerme el espacio urbano creado. Existe una evidente desconexión, no sólo con los jardines sino también con el muelle en sí. No tengo claro si será debido al pavimento, a la falta de altura del espacio, a la inclinación del techo o, probablemente, a la serie de objetos que hacen de cordón umbilical con el suelo y que impiden apropiarse del espacio. Perceptivamente me ha sucedido algo similar a las piezas urbanas creadas en el CaixaForum de Madrid: me resultan espacios incomprensibles.

Espacio (¿urbano?) extraño al sitio  novenoce

Está visto que Santander no está teniendo demasiada suerte con su frente marítimo. Y sin embargo… a pesar de todas las desgracias es una de esas ciudades (como Santiago, como Barcelona, como Sevilla) que es capaz de sobreponerse a todo, sea el planeamiento, la especulación, los desastres o, incluso, el turismo. Por otra parte, en la era del selfie en la que nos encontramos, probablemente el Centro Botín termine por ser uno de esos referentes en los que uno tiene que haber estado y comunicado tal estancia en las redes sociales. Desde este punto de vista estoy seguro que será (ya lo es ahora) un éxito turístico importante. Y ello por varias razones. La primera es que se trata de un objeto eminentemente fotogénico. La segunda porque tiene un perfil claramente identificable y diferente a cualquier otro. Y la tercera, por encontrarse en uno de los lugares centrales de una ciudad maravillosa: Santander.

Contemplando la bahía desde el Centro Botín  hola

Claro que la arquitectura no sólo crea paisajes. También crea espacios, en algunos casos tan extraordinarios como ese interior del Centro Botín que se ve arriba. Pero hoy tocaba paisaje. Si hubiera tocado arquitectura el título habría sido otro. Y ahora probablemente sería el momento de empezar la eterna discusión sobre qué es en realidad arquitectura y su relación con el territorio (y escribir otro artículo al respecto). Y también si paisaje es solo contemplación desde un espacio exterior o lo es de la belleza de un territorio desde cualquier sitio. Porque nadie me va a negar que esto que aparece reflejado en la foto de arriba es paisaje. Pero ese paso que la arquitectura siempre ha de dar situándose en un contexto determinado (sea más o menos natural), y que para los espacios urbanos ya he discutido en el artículo del blog titulado “Edmund Bacon, el segundo hombre”, es lo que la relaciona con “lo social”, con los arquetipos creados entre todos. Bueno, al escribir algo positivo sobre el Centro Botín de Renzo Piano ya me siento algo menos culpable por el artículo de hoy.

Un día gris caminando muelle adelante  ©p.arroyo

El día de mi vuelta a Madrid, con un cielo gris y plomizo amenazando lluvia, me senté en uno de los bancos de los jardines de Pereda y me dediqué a ver qué hacía la gente que se acercaba al Centro Botín. Conté hasta ochenta y tres personas, luego me cansé. De las ochenta y tres sólo doce accedieron al interior del Centro. El resto subió y bajó por las escaleras exteriores, paseó por las plataformas, se hizo las correspondientes fotos de rigor y, la mayor parte, se marchó caminando muelle Albareda adelante, pienso que en muchos casos, sin ser conscientes de que se dirigían hacia la duna de Alejandro Zaera, uno de esos rincones que empiezan a ser apreciados por los santanderinos como nexo de unión entre ciudad y bahía. No tengo tampoco claro cuántos habrán llegado hasta allí, y sentados en las gradas se habrán dejado acariciar por esa paz mágica propia de contados lugares como este, o como el parque de Bonaval en Santiago.
       Pero hoy tampoco toca hablar de la llamada “duna escalonada” o "duna de Zaera" que es algo muy diferente a una desgracia (a pesar de la polémica surgida por la gestión de su construcción y los problemas de mantenimiento). Prueba inequívoca de que, a veces, en el frente marítimo de esta ciudad también pasan cosas buenas. En cualquier caso, si cuando vayáis a Santander os parece que el Centro Botín o el Palacio de Festivales mejoran de forma notable el paisaje de la bahía, podéis insultarme convenientemente (o sencillamente, discrepar). No os lo tendré en cuenta, porque yo también lo hago pensando en si acaso no estaré equivocado al escribir lo que he escrito hoy sobre dos de los arquitectos que más respeto.