lunes, 1 de agosto de 2011

La protección del patrimonio urbano

Hace ya algunos años, y en colaboración con los hermanos Juan y Miguel González, redacté la modificación del Plan General de Ávila (España) con objeto de adaptarlo a la Ley de Patrimonio Histórico Español. Para acercar más el plan a los abulenses decidimos escribir una serie de artículos en el Diario de Ávila que nos permitieran explicar mejor los objetivos a conseguir. Me he acordado de aquellos artículos en una reciente visita a esta extraordinaria ciudad Patrimonio de la Humanidad y, más por nostalgia que por otra cosa, me entretuve releyéndolos. Estamos en verano y  no quiero ponerme crítico con algunas de las actuaciones incomprensibles (desde mi punto de vista) que se han hecho sin consideración alguna a la categoría de este conjunto histórico. Sólo querría rescatar algunas ideas, que me han sugerido la lectura de aquellos artículos de entonces, revisadas con ojos de hoy. En lo fundamental sigo pensando de forma muy parecida porque los problemas subsisten. Una aproximación más técnica puede encontrarse en el libro que publiqué en la editorial Akal titulado La protección del Patrimonio Urbano, instrumentos normativos que, a pesar del tiempo transcurrido (y a tratarse sólo la legislación nacional cuando estas competencias son compartidas con las Comunidades Autónomas) entiendo que todavía mantiene un cierto interés. Mi pretensión con este artículo no es otra que plantear algunas cuestiones acerca del tema de la protección que me preocupan desde hace bastante tiempo. Y voy a tratar de hacerlo de la forma más clara que pueda porque soy consciente de la variedad de intereses y procedencias de muchos de los lectores del blog y, además porque buena parte de ellos están de vacaciones y tampoco es cuestión de ponerme demasiado evanescente. Ilustro el texto con imágenes de lugares maravillosos declarados Patrimonio de la Humanidad.

Ciudad amurallada de Ávila, España (Wikimedia)

El primer escalón de la herencia cultural se refiere a la identidad estrictamente familiar. La vivienda del pueblo, que ha servido de morada a nuestros antepasados más allegados, parece como si tuviera algo de nosotros mismos (esto no son capaces de sentirlo los urbanitas más urbanos, acostumbrados a un peregrinar residencial origen de un creciente desarraigo). Siempre cuesta dejar la vivienda en la que han vivido nuestros padres o abuelos pero, poco a poco, se va quedando fuera de uso hasta que llega un momento en el que es imposible vivir en ella. Se queda, como gusta decir a los arquitectos, obsoleta, disfuncional. Y para mantenerla en un aceptable estado hay que gastar bastante dinero. Aunque probablemente no tanto como tirarla y hacer otra nueva (aparte de consideraciones relacionadas con la sostenibilidad bien conocidas por los lectores del blog). Entonces, ¿por qué se prefiere tirar la casa de los padres y hacer otra nueva, en lugar de acondicionar la existente? Las causas son muchas pero, probablemente, una de las más importantes sea que el hecho de tirar una casa vieja significa aumentar la cantidad de metros cuadrados que se pueden edificar en ese solar. Donde sólo había dos plantas el plan de urbanismo permite hacer cinco o seis, de tal manera que de una sola vivienda se hacen cuatro. El propietario se queda con una y vende las otras tres. Con tan sencilla operación no solamente se encuentra con una casa nueva y adaptada a las necesidades de hoy sino, además, con una ganancia adicional.

Ciudad de Puebla, México (Luxuriousmexico)

A veces el propietario, simplemente abandona la vivienda y se va a vivir a otro sitio. La antigua casa probablemente no vale gran cosa (en dinero) pero el solar es mejor que una "supercuenta" en la que meter el dinero sin riesgo de ningún tipo y con el más alto interés. O por lo menos lo era hasta hace poco tiempo. Y ahí permanece, deshabitada, con los cristales rotos que nadie cambia, nido de ratas y cucarachas, degradando día a día el área urbana que la rodea. Y este probablemente sea también el final de todos los planeamientos simplemente proteccionistas que no incentiven, de alguna forma, la recuperación de los antiguos edificios. También puede suceder que la casa esté en régimen de alquiler. Y como es una casa vieja de renta antigua, lo que se suele obtener por ella no llega ni para pagar la contribución. Entonces lo normal es que el propietario deje que se estropee definitivamente, venga el arquitecto municipal la declare en ruina, se eche a los inquilinos, se tire y se haga otra nueva. Una tercera posibilidad es que piense, simplemente, que resulta más barato y queda mejor ("más moderna") una casa nueva dibujada y calculada por un especialista. O la combinación de todo. En cualquier caso el resultado es el mismo: la vivienda del abuelo (o del tatarabuelo) pasa a mejor vida.

Ciudad colonial de Santo Domingo, R. Dominicana (Wikipedia)

Claro que si tengo “la ventura de volver a vivir en la nueva casa más moderna” pronto me doy cuenta de que las cosas no son tan bonitas a pesar del Código Técnico. Los viejos muros de ochenta centímetros han sido sustituidos por tabicones y tabiques con resultados pronto notorios. Las estrechas ventanas se han convertido en amplios ventanales a través de los que entra la luz y el sol a raudales. Por desgracia, la mayor parte de las veces, entra justamente cuando no debería: por la tarde y en verano, mientras que en el invierno ni un rayo. Hombre, luz sí que entra, por eso hay que poner cortinas. Además, no se sabe por qué los coches se oyen ahora mucho más. Habrá que poner doble acristalamiento (de color bronce por aquello de la luz). De momento, el ladrillo pintado de la fachada queda bonito. Claro que ya ha empezado a decolorarse por algunos sitios, y eso sin hablar de las manchas (eflorescencias) que pronto se le pasarán (dicen) con la lluvia. La situación es una caricatura, por supuesto, sin otro ánimo que el de mostrar como, a veces, el intento de que un arquitecto pueda resolver mediante un diseño feliz un edificio en una parcelación de otros tiempos y una orientación que corresponde a presupuestos de iluminación, soleamiento y uso distintos, unido a unos condicionantes económicos y de rentabilidad sumamente estrictos, a veces no funciona. El técnico sabe mejor que nadie que aquella vivienda lo que necesitaba era una reforma, una adecuación a los tiempos actuales. Nunca un intento de incrustar en un parcelario histórico el piso 5ªE del bloque H-9 correspondiente al plan parcial del polígono P3 del Plan General. Pero la mayor parte de las veces no tiene otra elección.

San Salvador de Bahía, Brasil (Viajar y Estudiar)

Esto con una vivienda normal. Pero así como un edificio específico (o espacio urbano) puede presentar determinadas connotaciones particulares para una familia o un individuo, ocurre lo mismo con otros respecto a la memoria colectiva y la herencia cultural de una ciudad o una región. Esta trascendencia normalmente suele producirse en el ámbito urbano más que en el estrictamente particular. Por ejemplo, si consideramos un edificio con fachada a una plaza, los espacios de puertas para dentro (privados) generalmente corresponderán de forma exclusiva al ámbito familiar, mientras que, de puertas para fuera afectarán, además de a dicho ámbito, al colectivo de la ciudad. Y así, fachadas, volúmenes, plazas, pavimentos, topografía, calles, árboles, jardines, fuentes... van conformando unas vivencias, una historia, en las que se fundamenta la herencia e identidad de una ciudad. Las sucesivas generaciones que van pasando por las mismas calles, viendo las mismas fachadas, resguardándose en los mismos soportales, pisando los mismos pavimentos, han de tener necesariamente sensaciones, recuerdos o, como mínimo, percepciones comunes. La ciudad es centro de servicios y mercado y por generaciones, habitantes de los pueblos cercanos han ido a comprar, a asesorarse, a intercambiar productos a la ciudad. También la memoria colectiva es un poco de ellos. Y el turismo, los viajes, las fotografías, los documentales, Internet, la van haciendo de todos. De forma que el Patrimonio Urbano es siempre un patrimonio colectivo frente a los elementos identitarios individuales o familiares.

Ciudad de Valparaíso, Chile (Asamblea Nacional)

En este nivel las cosas empiezan a complicarse. Así como en el ámbito estrictamente familiar la conservación del Patrimonio Cultural heredado es, normalmente, de interés más particular, en el ámbito urbano lo es para un área geográfica concreta o para todo un país. Es decir, pasa a ser de interés de toda una colectividad. Y es bien conocido que, muchas veces, pueden producirse colisiones entre los intereses privados y públicos. Son muchas las preguntas a responder: ¿qué elementos podríamos definir como de interés desde el punto de vista del Patrimonio Urbano? ¿quién estaría capacitado para determinarlos? ¿cómo se podría llegar a establecer un conjunto de medidas de protección? Las dificultades en la respuesta no se suelen presentar en los casos extremos sino en los intermedios. Por ejemplo, casi nadie duda del interés que para la colectividad abulense supone la conservación de las murallas. Sin embargo las dificultades empiezan a surgir si el elemento a considerar son las alineaciones de la calle del Recodo, o los balcones de hierro forjado de Reyes Católicos. Es en estas “zonas grises” donde la discusión, entre aquellos que apuestan por una renovación y los que preferirían una mayor conservación, se hace más virulenta. Y lo cierto es que muchas veces casi no hay razones mínimamente objetivas para mantener una u otra postura. Sin embargo hay una cuestión que nos debería hacer reflexionar. La decisión que se tome no solamente implica a esta generación que es la que tiene en sus manos la opción de preservar o no, sino también a las generaciones futuras, que no pueden manifestarse pero que se ven directamente afectadas lo que hagan los habitantes actuales.

Colonia de Sacramento, Uruguay (Viajeros)

Es, por tanto, realmente difícil pronunciarse, con un mínimo de rigor, en un tema que afecta directamente a otros que ni siquiera están. En esta disyuntiva lo menos comprometido es inclinarse por la conservación de la mayor cantidad posible de elementos del pasado a legar a las generaciones futuras. Sin embargo no necesariamente es esta la mejor solución para conseguir una ciudad respetuosa con su herencia cultural. Una ciudad metida en formol en un intento de conservar sus preciosas casas, plazas y monumentos (una ciudad "museo", totalmente muerta es todos los aspectos que no sean los estrictamente turísticos) en la que sus habitantes malvivan lejos del confort del mundo moderno se rebelará probablemente contra esta situación haciendo inviable la conservación de una herencia cultural que no se desea, que es una pesada carga a soportar. Sus habitantes se marcharán, los edificios envejecerán, se caerán los revocos, se romperán los cristales, se hundirán las cubiertas, y nadie moverá un dedo para mantenerlas. Áreas enteras de la ciudad se degradarán ya que sus habitantes irán a otras zonas con el resultado de suciedad, ratas, fealdad. En definitiva, la muerte por abandono y desinterés. El tema es complejo. Y todavía más, si pensamos en términos económicos. Si en un solar pueden edificarse cuatro alturas, y en el colindante sólo dos exclusivamente por el hecho de que su propietario lo sea de bien de interés cultural, debería de existir alguna manera de resolver esta injusticia. En pura teoría el sistema distributivo de cargas y beneficios del plan debería atender a este problema, pero en la práctica todos sabemos que no es así.

Ciudad de Panamá, Panamá (Wikipedia)

Pero hay más problemas. Muchas veces el deber de conservar no se reduce a un mero no hacer. Es decir, no es suficiente con no tirar una fachada. Hay que actuar positivamente con objeto de que el Patrimonio a conservar efectivamente se conserve. Y ello implica una actuación diferencial respecto, por ejemplo, a una vivienda moderna. Una carpintería de madera de hace 150 años precisa unos gastos periódicos (hay que barnizarla, o pintarla, lijarla, etc.) que, por ejemplo, una de aluminio no requiere. Ya no estamos ante el hecho de una penalización negativa sino que la conservación supone un coste real y concreto. Así se han llegado a poner a la venta castillos al precio de un euro con el compromiso de su restauración (Ayuntamiento de Coruña del Conde, Burgos, España). Por supuesto que ante el caso de edificios pertenecientes de una u otra forma a la sociedad (Ayuntamiento, Comunidad, Administración Central) las cosas están más o menos claras. Independientemente de que tengan o no dinero para su conservación los gastos deberían ser a costa de la comunidad ya que la comunidad es la que se beneficia de su existencia. No parece haber duda. Ahora bien, ante un edificio particular de interés para la colectividad ¿qué parte de la conservación irá a cuenta de la misma y que parte a cuenta del propietario privado que, por supuesto, también lo usa y disfruta?

Ciudad de Quito, Ecuador (Skyscrapercity)

Las cosas todavía se pueden complicar más. Hay ciudades de tal importancia desde el punto de vista de la trascendencia de su herencia cultural que su interés es universal. Para algunas esto está oficialmente reconocido, y para otras no. El significado más obvio es que cualquier tipo de actuación en las mismas afectará, no solamente a sus habitantes y sus descendientes, sino también a todos aquellos que se sientan partícipes de una cultura determinada. Si los conflictos que se podían producir entre propietarios de bienes protegidos de interés nacional o autonómico y dichas colectividades eran importantes, ahora se multiplican. Al ser mayor la cantidad de intereses en juego los niveles de exigencia sobre el propietario son también mayores. Y aunque en teoría la cantidad de personas sobre la que debería de recaer la carga de conservación es mayor (en algunos casos nada menos que toda la humanidad), desde el punto de vista práctico aumentan las exigencias sobre el particular pero sin contraprestaciones aparentes por parte, ni de la comunidad nacional ni de la mundial. Casi todo se queda en declaraciones y palabras cuando se alcanzan determinadas alturas. O, como mucho, una mención en las guías de turismo que no tiene porque beneficiar a ese usuario en particular. Es decir, normalmente el nivel de carga es inverso a la sucesión siguiente: particular, Ayuntamiento, Comunidad, Gobierno Central, Instituciones Internacionales, aunque a veces puedan producirse distorsiones en esta pirámide.

La vieja Habana, Cuba (My Havana, Yissy)

No todos los aspectos van a ser negativos. Lo cierto es que el Patrimonio Urbano no debe considerarse exclusivamente bajo el aspecto de la carga que implica su conservación, sino también desde el punto de vista de una valoración adicional del bien que no solamente es escaso sino único en algunos casos (una fachada del XVI lo es). El problema es la dificultad de llevar a la conciencia de los ciudadanos que la mayor parte de los bienes que, de una u otra forma, son significativos para el Patrimonio Cultural o Histórico, tienen un valor añadido que es preciso contabilizar. Hasta el momento, por ejemplo, el hecho de poseer un edificio catalogado se entiende como una penalización a la hora de su venta. Sin embargo la situación debería de ser la inversa. Un edificio, en igualdad de circunstancias (comodidad, habitabilidad, adecuación) debe de valer más si cuenta, por ejemplo, con el añadido de una fachada modernista. Y todavía más si esto está reconocido mediante una catalogación oficial. Piénsese en el aumento de valor de un lienzo que pasa de ser "atribuido" a un autor, a ser oficialmente reconocido como pintado por el mismo. Esto es algo fácilmente comprensible y que nadie discute si se refiere a un bien mueble (una pintura, una alfombra, un tapiz, una escultura). Probablemente nadie se quejaría de la "carga" que supone poseer un Greco o un jarrón chino de la dinastía Ming. Incluso el feliz propietario estaría dispuesto a correr con los gastos de una restauración, o el de acondicionarle un lugar adecuado. Pero esto no pasa con un patio barroco o incluso con un palacio del XVI. ¿Por qué?

Antigua, Guatemala (Multimedia Gallery)

Hay varias razones pero hoy sólo voy a plantear dos de las más importantes. La primera se relaciona con el valor de uso. En realidad una pintura tiene poco valor aparte del artístico. Desde el punto de vista funcional "no sirve para nada" (en el sentido de un medicamento, por ejemplo, que "sirve" para curar una enfermedad aunque su valor artístico sea nulo). Pues bien, un edificio fundamentalmente "sirve para algo", residir, vender, reunirse, etc. Lo que sucede es que, además de su valor funcional, puede tener un valor histórico, cultural o artístico en algunos casos tan o más importante que el funcional. Lo lógico, desde el punto de vista del propietario, es que cumpla su misión de residencia, comercio, etc. Cuando el cumplimiento de esta misión choca con la preservación de sus otros valores suele optar por aquella. Aquí es donde entra en juego la necesidad (si es posible) del acondicionamiento, rehabilitación y recuperación funcional de los antiguos edificios sin que pierdan sus valores culturales, históricos o artísticos. Y para hacer esto es imprescindible ayudar al propietario si dichos valores son de interés para la sociedad. De hecho, la actual legislación contempla sistemas que posibilitan, en parte, conseguirlo. Bueno, claro, siendo bastante optimistas.

Potosí, Bolivia (Aler)

La segunda está relacionada con el hecho de que un edificio ocupa una porción de suelo generalmente urbano, y en su valor influye también el que tenga el suelo en el que se encuentra que, a su vez, depende de las posibilidades de edificación que le da el plan. Esta cuestión es todavía mucho más compleja que la anterior y se incardina en la esencia misma del derecho de propiedad y el entendimiento que del mismo hace la legislación española sobre el suelo. Sobre el tema ya he escrito bastante en el blog y resulta esencial en el informe que redacté junto a José Manuel Naredo sobre la sostenibilidad del planeamiento urbanístico español. Sobrepasa por tanto, la cuestión relativa a la conservación del Patrimonio y está directamente relacionado con la equidistribución de cargas y beneficios del plan. Debería de resolverse a la vez que se resuelve el problema más general pero se trata de una cuestión demasiado compleja como para poder abordarla en el artículo de hoy. Podría resumir el planteamiento diciendo que debería desvincularse el plan del contenido del derecho de propiedad del suelo. Pero soy consciente de que, diciendo esto, es como si no dijera nada porque la dificultad está en cómo hacerlo. Es posible que se entienda mejor si digo que el valor del suelo debería desvincularse de las posibilidades de edificar sobre el mismo que le da el plan aunque esto también, así dicho, pueda parecer una aleluya. Desde el punto de vista técnico soluciones hay muchas. Desde las más elaboradas como las Trasferencias de Aprovechamiento Urbanístico ya ensayadas años atrás, hasta las más sencillas como la asignación de una edificabilidad única a todo el suelo. La complicación es que estas soluciones hay que hacerlas compatibles con la seguridad jurídica de los inversores en productos inmobiliarios.

Cuzco, Perú (Skyscraperlife)

En cualquier caso estamos ante un problema complejo e interesante sobre el que la sociedad debería debatir, con objeto de superar la situación actual en la que la carga de la conservación cae como una losa sobre el propietario del bien a proteger. Sea el propietario una persona física, una entidad jurídica, la Iglesia Católica o un Ayuntamiento. Por el contrario, se deberían premiar las prácticas que han permitido la subsistencia del bien a lo largo de los años. Por supuesto que toda la colectividad tiene que implicarse según los niveles de interés que tenga lo que haya que proteger. Sin embargo esto es complicado de conseguir cuando, muchas veces, este legado no es totalmente conocido o, en algunos casos, absolutamente desconocido. Es imposible amar lo que se no se conoce. Y al referirme a “conocer” no quiero decir sólo “verlo al pasar” o “considerarlo interesante para que vengan los turistas y me permitan ganarme la vida”. Conocer es algo más que esto y tiene que ver con temas identitarios, de legado histórico o relacionados con un entendimiento de la cultura como algo más que una cuestión simplemente monetaria. Este tipo de debate nos debería permitir llegar a un conocimiento más profundo de la realidad heredada y sentirla, efectivamente, como nuestra. No veo otro camino para implicar a toda la sociedad que el del amor a nuestro Patrimonio. Comprendo la dificultad en momentos de penuria como los que pasamos o en algunos lugares como los que ilustran este artículo pero es, precisamente en estos momentos y en estos lugares, cuando y donde resulta imprescindible actuar con la mayor cautela y previsión. Si no somos capaces de entender que está en peligro nuestra identidad, formada por acumulación sucesiva de conocimientos heredados generación tras generación, tenemos un problema: “Houston, we have a problem”. Ojalá pudiéramos decir como Swigert: “Ok, Houston, we've had a problem here” y el problema estuviera ya solucionado, pero por desgracia, todavía vamos a tener que trabajar bastante para conseguirlo.