Me gustan los libros que representan las ideas mediante metáforas o, mejor aún, mediante imágenes. Comprendo y asumo los peligros de explicar las cosas mediante símbolos icónicos pero es que mi educación como arquitecto tiene estas servidumbres. Este libro de Bauman está lleno de imágenes. Su propio título es una imagen “La modernidad líquida”. Aunque está publicado ya hace siete años pienso que sus planteamientos reflejan bastante bien la situación actual. La sociología y los sociólogos han hecho aportaciones inmensas a la historia de la urbanística y sus análisis, que van más allá de la descripción banal de las cosas en la que solemos quedarnos los “urbanistas”, deberían ser siempre consideradas por todos nosotros con suma atención. Traigo el libro a este blog sobre todo por su capitulo tercero donde se habla del espacio y del tiempo. Pero resultaría incomprensible sin los dos primeros por lo que voy a basar mi comentario, básicamente en los tres. Creo que su lectura es muy recomendable, sobre todo para aquellos que somos casi anteriores a la propia modernidad o que, en cualquier caso, nuestra juventud tuvo que ve con la “modernidad sólida”: la defensa de la urbanidad y la consideración del espacio público tradicional como la esencia de la ciudad.
El término “modernidad líquida” se refiere a la disolución de los vínculos entre las elecciones individuales y los proyectos y las acciones colectivas. El objetivo de la modernidad era la emancipación, la libertad individual, el despegue de una sociedad controladora, totalitaria, uniformadora, homogeneizante. Asignar a sus miembros el rol de individuos es la marca de clase de la sociedad moderna. En pocas palabras “la individualización consiste en transformar la “identidad” humana de algo “dado” en una “tarea”, y en hacer responsables a los actores de la realización de esta tarea y de las consecuencias (así como de los efectos colaterales) de su desempeño. En otros términos, consiste en establecer una autonomía “de iure” (haya o no haya sido establecida una autonomía “de facto”).
Individuo versus ciudadano
La sociedad moderna temprana desarraigaba para luego poder rearraigar. Mientras que el desarraigo era el destino socialmente aprobado, el rearraigo era impuesto al individuo como una tarea. La diferencia es que ahora no existen esas anclas donde rearraigar ya que se desvanecen en el momento en que comienza del proceso. Es como el juego de las sillas con los individuos en permanente movimiento sin poder completar jamás su estado. No hay forma de escapar ya que, antes como ahora, la individualización es un destino, no una elección. Además, la autocontención y la autosuficiencia son también una ilusión. Si los individuos se enferman es que no han sido suficientemente voluntariosos en su programa de salud, si no consiguen trabajo es porque no han sabido aprender las técnicas para pasar las entrevistas con éxito, o porque les ha faltado resolución o porque son, lisa y llanamente, vagos. El significado de todo esto no es más que se va ensanchando progresivamente la brecha entre la individualidad como algo predestinado y la individualidad como capacidad práctica y realista de autoafirmarse.
Resulta así que el ciudadano (individuo que busca su bienestar a través del de su ciudad) se enfrenta al individuo, cuyo proyecto no es el proyecto común ya que los problemas más comunes de los individuos-por-destino no son aditivos, no se pueden sumar. De forma que la otra cara de la individualización es la corrosión y la desintegración lenta del concepto de ciudadanía.
Si el individuo es el enemigo número uno del ciudadano, y si la individualización pone en aprietos la idea de ciudadanía y la política basada en ese principio, es porque las preocupaciones de los individuos en tanto tales colman hasta el borde el espacio público cuando éstos aducen ser los únicos ocupantes legítimos y expulsan a codazos del discurso público todo lo demás. Lo “público” se encuentra colonizado por “lo privado”. El interés público se limita a la curiosidad por la vida privada de las figuras públicas, y el arte de la vida pública queda reducido a la exhibición pública de asuntos privados y a confesiones públicas de sentimientos privados (cuanto más íntimos, mejor). Los “temas públicos” que se resisten a esta reducción se transforman en algo incomprensible.
En estas condiciones las posibilidades de rearraigar en el cuerpo republicano de la ciudadanía son escasas. Ya no se busca en la escena pública ni causas comunes ni modos de negociar el bien común, sino la posibilidad de “interconectarse”. Compartir intimidades para ver si el otro ha sido capaz de hacerlo y como lo ha hecho (igual la receta me puede valer a mí). Pero el sistema, como dice Richard Sennett, sólo da lugar a comunidades frágiles y efímeras que cambian de objetivo sin dirección, a la deriva en la búsqueda infructuosa de un puerto seguro. La cultura del blog, los reality shows, son muestras inequívocas de la situación.
El abismo que se abre entre el derecho a la autoafirmación y la capacidad de controlar los mecanismos sociales que la hacen viable o inviable parece alzarse como la mayor contradicción de la modernidad fluida. El poder público ha perdido buena parte de su poder de oprimir, pero también de su capacidad de posibilitar. En el momento actual, la posibilidad de verdadera liberación demanda más, y no menos, “esfera pública” y “poder público”. Ahora es la esfera pública la que necesita se defendida contra la invasión de lo privado, paradójicamente, para posibilitar la libertad individual.
Pienso que la verdadera tesis del libro está aquí, en el estudio de esta primera parte, que Bauman llama “Emancipación”. Luego, en las otras cuatro partes, individualidad, espacio-tiempo, trabajo y comunidad, la va desarrollando.
El nuevo sentido de “lo público”
En la segunda parte, que llama individualidad, estudia la desaparición de los líderes, ya que con la liquidación de los objetivos colectivos el mundo se convierte en una colección infinita de posibilidades. Y para que las posibilidades sigan siendo infinitas no hay que permitir que ninguna se petrifique cobrando vida para siempre. El líder es innecesario (contraproducente) ya que su misión es decidir qué cosas vale la pena hacer o tener. Claro que con una mesa llena de tantas posibilidades (como un inmenso buffet) el mayor problema del consumidor es desechar algunas opciones. Pero no importa, uno nunca se equivoca. Aunque el problema es que uno tampoco puede estar nunca seguro de haber acertado. Desde el punto de vista del mercado para el vendedor es una buena noticia, pero para los compradores es una garantía permanente de ansiedad.
De forma que en la sociedad de la modernidad líquida la gente se lanza a “buscar ejemplos” que le muestren como hacer las cosas que importan. No qué cosas hacer, sino cómo hacerlas. Primero, porque nadie las va a hacer por nosotros. Y segundo, porque no importa qué cosas se hagan. Lo público no es otra cosa que el lugar donde se muestra lo que hacen los individuos como tales, sean políticos, actores, profesores y, sobre todo, gente corriente que intenta realizarse individualmente (de ahí este blog y todos los blogs, el Gran Hermano de Tele5 –qué contradicción ese nombre para ese programa-, las revistas del corazón, los escándalos políticos…) Luego Bauman explica como esta compulsión se convierte en adicción y los mecanismos de funcionamiento del consumidor.
El ocaso de la educación para la civilidad
La tercera parte, que llama “Espacio/tiempo”, tiene un gran interés para todos los que estamos de una u otra forma, relacionados con la ciudad. Por esto que le voy a dedicar algo más de atención. Comienza el capitulo con la descripción de la ciudad del arquitecto George Hazeldon. Probablemente nos suene conocida su descripción como fortaleza: cercas eléctricas de alto voltaje, vigilancia electrónica de los accesos, barreras y guardias armados. El que viva en Heritage Park estará lejos de los peligros, amenazas y turbulencias de los “territorios” exteriores ya que tendrá sus propias iglesias, negocios, teatros, restaurantes, bosques, parques, bancos, canchas de tenis… Como dice el propio Hazeldon, por el precio de una casa en Heritage Park el comprador adquirirá, además, la entrada en una comunidad parecida a la de su infancia en Londres donde no hacía nada malo porque todos le conocían y, seguramente, se lo contarían a sus padres. Pero, como dice Bauman, la diferencia es que los ojos, lenguas y manos de la infancia de Hazeldon son ahora las cámaras de TV ocultas, docenas de guardias armados, patrullas y comités de seguridad.
¿Cómo se ha llegado a esta situación? La ciudad tradicional descansa en la civilidad cuya esencia es la posibilidad de interactuar con extraños sin presionarlos para que dejen de serlo. El problema es que esta civilidad está regida por normas colectivas. Ya hemos visto lo que ha sucedido con este tipo de normas en tiempos de la “modernidad líquida”: han sido barridas por las pretendidas libertades individuales. Por tanto, ¿para qué aprenderlas? Según Zukin, en estas condiciones, ya nadie sabe hablar con nadie. Entonces, si no es posible dejar de tropezar con extraños, la única solución es evitar tratar con ellos. Para ello nos ocultamos en “núcleos seguros”, como veremos más adelante, frecuentemente étnicos, en los que todos son iguales y no hay posibilidad de confrontación.
Espacios émicos, fágicos, no-lugares y vacíos
El problema de la ausencia de educación cívica invalida todo el andamiaje en el que se basó tradicionalmente el funcionamiento de los espacios públicos. De forma que se han inventado otro tipo de lugares. Bauman describe cuatro: émicos, fágicos, no-lugares y espacios vacíos. El nombre de lugares émicos y fágicos los toma de Claude Lévi-Strauss que los usa como nombres de las dos estrategias que los humanos utilizaron para enfrentar la otredad de los otros: la antropoémica y la antropofágica.
La estrategia émica consiste en vomitar, expulsar a los otros considerados irremediablemente extraños, prohibiendo el contacto físico, el diálogo, el intercambio social y todas las variedades de commercium, comensalidad y connubium. El ejemplo de espacio de este tipo que analiza es el de La Défense de París. Lo califica de lugar inhóspito que inspira respeto pero desalienta a la permanencia. Los enormes edificios están hechos para ser mirados, envueltos en cristal no parecen tener ni ventanas ni puertas ni acceso a la plaza. Están en el lugar pero no pertenecen a él, consiguen, hábilmente, darle la espalda. Regularmente filas de hormigas-empleados emergen en riadas de la tierra desde el metro, se despliegan sobre el pavimento y desaparecen engullidos por los edificios.
La segunda categoría de espacio público (pero no civil) es el que los consumidores suelen compartir, como salas de concierto o exhibición, sitios turísticos, de actividad deportiva, centros comerciales o cafeterías. Atienden a la segunda estrategia que responde al problema de la ausencia de normas de civilidad. Se puede denominar “desalienación” y consiste en ingerir, en devorar cuerpos y espíritus extraños para convertirlos, por medio del metabolismo, en cuerpos y espíritus idénticos al cuerpo que los ingirió. Los lugares de consumo deben una parte importante de su poder de atracción a la variedad de sensaciones sensoriales. Pero las diferencias están tamizadas, sanitarizadas, con la garantía de no poseer ingredientes peligrosos… y, por tanto, no resultan amenazantes. Ofrecen lo que no se puede encontrar afuera, un equilibrio casi perfecto entre libertad y seguridad. En ellos todos somos iguales, por lo que no hay necesidad de negociar nada ya que compartimos la misma opinión. La trampa es que el sentimiento de identidad común es una falsificación de la experiencia. De este modo, los que han ideado y supervisan los templos del consumo son, de hecho, maestros del engaño y artistas embaucadores, ya que convierten la imagen en realidad.
Los no-lugares comparten algunas características de los émicos, son ostensiblemente públicos, pero no civiles ya que van en contra de cualquier idea de permanencia, pero se diferencian en que aceptan la inevitabilidad de una permanencia (meramente física) de extraños, incluso prolongada. El truco consiste en volverlos irrelevantes durante el tiempo de permanencia. Aeropuertos, autopistas, anónimos cuartos de hotel, el transporte público… Reducen la conducta del individuo a unos pocos preceptos simples y fáciles de aprender por lo que tampoco funcionan como escuela de civilidad. Como son capaces de colonizar más y más parte del espacio público las ocasiones de aprender el arte de la civilidad son cada vez menores.
Por último, las diferencias también pueden ser borradas. Esto es lo que consiguen hacer los “espacios vacíos”. Estos espacios se caracterizan por estar “vacíos de sentido”. No es que sean insignificantes por estar vacíos, sino que, por no tener sentido y porque se cree que no pueden tenerlo, son considerados no visibles. Son vacíos (invisibles) los lugares de la ciudad por los que no pasamos porque nos sentiríamos perdidos y vulnerables. Aquellos lugares que jamás aparecen en los mapas mentales de algunos ciudadanos.
Toda esta nueva forma de entender las relaciones urbanas se está produciendo muy rápidamente en algunos sitios porque el agotamiento del ideal de un destino común hace que busquemos refugio en nichos que vamos tallando (casi físicamente) en la sociedad. Y los nichos más fáciles de tallar son los nichos étnicos. Y es que la idea de etnicidad tiene una gran carga semántica ya que la supuesta homogeneidad que procura no es un artefacto humano ni tan siquiera de la actual generación de humanos. No es raro, entonces, que la etnicidad sea la primera opción cuando se trata de aislarse del aterrador espacio polifónico donde “nadie sabe como hablar con nadie” ocultándose en un “nicho seguro” donde “todos son iguales” y donde por tanto no hay mucho de que hablar y de lo poco que queda se puede hablar fácilmente.
El resto de este apartado se refiere a las relaciones con el tiempo y de cómo el espacio ha perdido su valor (en el sentido fordista) al liberarse de su dependencia temporal. La parte cuarta trata del Trabajo y la quinta de la Comunidad. Las observaciones y su forma de describirlas son también muy interesantes aunque algo alejadas de la finalidad de este blog.
En la sobrecubierta se dice que los conceptos de emancipación, individualidad, espacio/tiempo y comunidad, como zombis, están vivos y muertos al mismo tiempo. La pregunta es si su resurrección es factible, y si no lo es, cómo disponer para ellos una sepultura y un funeral decentes. Después de leer el libro confieso que no sabría dar una respuesta. Llevo estudiando cuestiones relativas a seguridad ciudadana y espacio público desde hace más de un año, porque pienso que ahí radica el cambio profundo de nuestras formas de convivencia, es decir, de la nueva organización de nuestras áreas urbanizadas. He tratado de encontrar los lugares de encuentro entre desiguales que, aparentemente, han desaparecido del espacio civil. He tratado de entender el significado de la terrible segregación socio-espacial que se está produciendo en los nuevos territorios urbanizados. He tratado se saber en definitiva, hacia dónde se dirigen las nuevas ciudades. Sólo tengo clara una cosa: la ciudad tradicional no volverá. Por lo menos, no de la manera que conocemos hoy. Eso no significa que la ciudad del futuro tenga que ser físicamente muy diferente. Pero su manera de funcionar ha de responder a los cambios profundos que se han producido en nuestra sociedad en los últimos años. Cosa que no hace la ciudad actual que surgió para responder a las necesidades de una Revolución Industrial que ha sido superada.