martes, 1 de diciembre de 2015

Paisaje y paisajes

Hace tiempo que no dedico ningún artículo al paisaje. Pero como la semana pasada he tenido que explicar el tema en la asignatura de protección del patrimonio, he decidido retomar unas ideas que desarrollé en su momento para la licenciatura de Ciencias Ambientales, y ampliarlas un poco. Por cuestiones relacionadas con el plan de estudios a esta licenciatura de segundo ciclo (que ya no se imparte) venían alumnos de todas las ingenierías pero no de arquitectura, lo que era un problema si pretendía explicar el paisaje desde el punto de vista de su belleza y, por tanto, subjetivo. Y es que la formación impartida en las ingenierías está bastante alejada de disquisiciones estéticas. Pero esta dificultad me encantaba porque me permitía organizar una interesante discusión con los alumnos. Porque existen diferentes formas de acercarse al tema según la disciplina de que se trate. Así, entre otras muchas, se habla de arquitectura del paisaje, geografía del paisaje, ecología del paisaje o incluso, fotografía del paisaje.

Existe un concepto corriente (no disciplinar) de paisaje
 Uno de los top de “paisajes” en Google  wallpaperup

Todos estos intentos de abordar el tema son, en principio, igualmente lícitos, aunque no necesariamente se encuentran cercanos al concepto corriente (no disciplinar). Se podría afirmar que el paisaje de un geógrafo, de un ecólogo o de un arquitecto, no es exactamente el mismo que el del resto de los mortales. Y, además, es diferente según cada una de las disciplinas implicadas. En la 22ª edición de su diccionario, publicada en 2001, la Real Academia Española ofrece hasta tres acepciones del término paisaje, de las cuales las dos primeras tienen un interés directo para nosotros. Por una parte aparece definido como extensión de terreno que se ve desde un sitio, y por otra como extensión de terreno considerada en su aspecto artístico. De la tercera también pretendo escribir algo en un próximo artículo, ya que se trata de una pintura o dibujo que representa cierta extensión de terreno. Es decir, relacionada con la creación de arquetipos y la propia formación del concepto.

Extensión de terreno que se ve desde un sitio  misimagenesde

De este diccionario ya se puede consultar en línea la llamada Edición del Tricentenario en la que cambia un poco la definición que se propone para estas tres acepciones pero, desde mi punto de vista, no en todos los casos para mejorarlas. Así la primera, extensión de terreno que se ve desde un sitio, se convierte en parte de un territorio que puede ser observada desde un determinado lugar. La segunda, extensión de terreno considerada en su aspecto artístico, en espacio natural admirable por su aspecto artístico. Y la tercera, pintura o dibujo que representa cierta extensión de terreno, en pintura o dibujo que representa un paisaje. Me he detenido en precisiones terminológicas (aunque puedan resultar pedantes) porque me van a permitir centrar el tema de forma bastante rápida. A lo largo del artículo veremos que es sencillo deducir que hay dos elementos clave al manejar el concepto vulgar de paisaje: la necesidad de que alguien observe y la belleza del territorio observado.

Extensión de terreno considerada en su aspecto artístico  cntraveller

Pero antes de seguir adelante voy a ser todavía algo más pedante. Si nos fijamos en la segunda acepción del diccionario actual, extensión de terreno considerada en su aspecto artístico,  no parece que existan demasiados problemas a la hora de ponerle un adjetivo. Así, si la extensión de terreno es una ciudad podemos hablar de paisaje urbano. Si se trata de campos cultivados estamos ante un paisaje rural. Y en el caso de un bosque virgen (eso que no existe en Europa) podemos hablar de paisaje natural. En la edición del Tricentenario esta acepción se convierte, como hemos visto, en espacio natural admirable por su aspecto artístico. Entonces resulta que, según la nueva edición, este aspecto artístico sólo puede ser aplicado a “un espacio natural”. Vaya por Dios, la que ha liado el pollito. Si la utilización del “aspecto artístico” en lugar de “aspecto estético” ya era cuestionable en la edición actual como he comentado en otros artículos, la nueva nos impide hablar de un paisaje urbano o rural en su “aspecto artístico” ya que dicha acepción solo la podemos aplicar a los espacios naturales.

Espacio natural ¿admirable por su “aspecto artístico”?  mvieira

Es decir, que para los espacios urbanos o rurales solo podríamos utilizar la primera acepción de parte de un territorio que puede ser observada desde un determinado lugar. Claro que un territorio se puede observar con diferentes objetivos, algunos muy concretos. Por ejemplo, para medirlo ¿esta observación sería paisaje? O para calcular su valor en euros ¿También sería paisaje? O para estudiar la posibilidad de convertirlo en vertedero ¿También esta observación sería paisaje? Además existe una cierta contradicción en la segunda acepción de la versión del Tricenteario. Puedo entender que exista intencionalidad artística en algunos paisajes urbanos ¿Pero en uno natural? ¿Quién pone dicha intencionalidad? ¿El Sumo Hacedor? ¿La Pachamama? Por supuesto que hay una percepción estética por parte del observador, pero arte implica, en general, la existencia de un artista que comunica. En fin, que si ya esta acepción de la 22ª edición tenía problemas, la actual parece que no la mejora.

Un paisaje se ve, se contempla, se admira
 El banco más bonito del mundo, Ortigueira  amanso

Dejando aparte el tema de que los redactores de la ponencia sobre el término paisaje deberían de revisar sus propuestas, parece evidente que desde el punto de vista del común de los mortales el término paisaje está íntimamente relacionado con la observación. Parece inherente al término la actividad de contemplación. Un paisaje “se ve”, “se contempla”, “se admira”. Incluso según la nueva edición del diccionario de la RAE “se huele” o “se toca” ya que el término ver es sustituido por el de observar lo cual está bien. En todo caso, si la componente emocional es muy fuerte “se siente” o “emociona”. Normalmente estas son las expresiones que se utilizan cuando alguien se encuentra ante algunos de los paisajes más tópicos como puede ser la puesta de sol en un panorama natural o la vista de un pueblecito en la ladera de una montaña. Esta actitud de observar es el primer elemento básico a considerar.

Salvador Dalí, "Muchacha en la ventana", fragmento  algaida

Por tanto se podría decir que un paisaje existe siempre y cuando exista un observador. Lo que no significa que todos los observadores contemplen el paisaje de la misma manera. El robledal que hay a la salida del pueblo no tiene el mismo interés para los niños que van a jugar, que para el dominguero que va a comer la tortilla a la sombra de sus árboles. No lo “observan” igual. Es decir, no buscan las mismas cosas en ese territorio. De los dos elementos que implícitamente plantea el diccionario de la Real Academia, el observador y el territorio observado, resulta que el segundo es bastante irrelevante al lado del primero. Esto es así ya que de forma imprescindible es necesaria la existencia del observador. Sin observador no hay paisaje. Hay una extensión de terreno, claro. Pero es que, además, este observador es el que decide sobre el interés o no de lo observado. En realidad, en el caso del paisaje, sobre su belleza.

Otra forma de ver el paisaje (más alimenticia)
 Picnic en el parque  merseyparkprimary

Esto nos lleva directamente al centro del problema. Podremos hacer descripciones absolutamente perfectas, precisas, de lo observado. Y estas descripciones pueden incluir no solamente su apariencia formal, sino incluso el conjunto de relaciones que subyacen bajo esta apariencia y que nos permiten entender su funcionamiento, tal y como hacen los ecólogos cuando hablan de fenosistema y de criptosistema. Todo esto está muy bien y es muy científico. Un geógrafo nos podrá describir de una forma magistral las relaciones del hombre y el medio que han producido los cultivos en terrazas. O un biólogo la importancia de un biotopo específico para poder conservar los únicos ejemplares que quedan de una araña determinada. O un arquitecto la morfotipología de una manzana. Es decir, habrán descrito geográficamente, biológicamente o urbanísticamente un territorio. ¿Pero esto es lo que entendemos por paisaje cuando nos desprendemos de nuestras capas disciplinares?

 Ecología del paisaje, matriz agrícola  AnalGeogr

O dicho de otra forma ¿Qué es lo que incluye un paisaje si dejamos de lado todas estas explicaciones? Básicamente, una valoración subjetiva. Y precisando todavía más, una valoración estética. Es decir, un paisaje es bonito o feo. No es caro o barato, necesario o superfluo. Cuando decimos bonito o feo lo estamos apreciando estéticamente. Lo estamos comparando con un canon de belleza que guardamos todos en lo más profundo de nuestro ser, derivado de cada experiencia personal y cultura. Aunque el canon varíe entre generaciones o entre sociedades. Incluso de un individuo a otro dentro de la misma sociedad, o para cada individuo concreto según su estado de ánimo o la época de su vida. Pero a pesar de todo, en el fondo, estamos convencidos de que existen determinadas áreas territoriales, urbanas, rurales o naturales que deberían ser preservadas no por ser la muestra de una cultura o por representar la identidad de un colectivo sino, sencillamente, por ser bellas.

Hay paisajes que deberíamos preservar por su belleza
 Bolivia, el salar de Uyuni  bootsnall

Y esto se reconoce incluso en toda la legislación de protección en la cual el término paisaje siempre va asociado a la palabra belleza. Así en el art. 30 de la ley de Patrimonio Natural y Biodiversidad: "Los Parques son áreas naturales, que, en razón a la belleza de sus paisajes, la representatividad de sus ecosistemas o la singularidad de su flora, de su fauna o de su diversidad geológica, incluidas sus formaciones geomorfológicas, poseen unos valores ecológicos, estéticos, educativos y científicos cuya conservación merece una atención preferente". En este caso, por ejemplo, los paisajes se defienden por su belleza, los ecosistemas por su representatividad o la fauna y la flora por su singularidad. Pero esta asociación entre paisaje y belleza no está sólo en la Ley de Patrimonio Natural, está en toda la legislación española de protección, incluso también en el caso del patrimonio arquitectónico o el urbano.  

La literatura también ha creado paisajes que necesitan como
 cualquier otro un observador (lector) para existir  cibermitanios

Si la noción vulgar de paisaje está relacionada con un constructo estético, todo paisaje sería un paisaje cultural. Por tanto, el término paisaje con el añadido “cultural”, aunque se suele aplicar al patrimonio antrópico, sería una redundancia. Parece clara la idea de que el elemento fundamental para que exista un paisaje es que exista un observador que se ponga en actitud contemplativa ante un territorio. Y que esa actitud contemplativa tenga que ver con valores estéticos. Pero también se puede hablar de “paisajes literarios” que sólo están en la mente del escritor y de los lectores. Pero el objeto de la contemplación, aunque literario, debería ser un territorio. Se puede hablar también de paisajes que se ven, se oyen o se huelen, aunque no se correspondan con territorios reales. No sólo existen paisajes literarios creados por un escritor, también existen paisajes dibujados y paisajes virtuales que surgen de las posibilidades de los nuevos medios técnicos. Incluso paisajes creados manipulando realidades existentes (de esto saben mucho los paisajistas y los arquitectos).

Imagen virtual creada por ordenador ¿paisaje?  8z4

Por ejemplo, la trilogía que escribió Dolores Redondo sobre el valle del Baztán ha cambiado la percepción del valle para mucha gente. El paisaje del Baztán ya nunca será el mismo para sus lectores. Lo mismo que nunca será igual París después de haber leído "Rayuela" de Cortázar. En el año 2007 publiqué un artículo en este blog titulado "Quintana de Vivos e Quintana de Mortos" para ver cómo cambiaba en mis alumnos la percepción de ese espacio maravilloso de las Quintanas de Santiago de Compostela después de haber leído algunos datos sobre el significado de dicha plaza y contar una historia real que me sucedió en ella. Pero también se puede estudiar el objeto. Es decir, esa extensión de terreno o esa parte del territorio (literaria, virtual o física) a la que se refiere el diccionario de la RAE. Y para ello, lo primero sería intentar diferenciar entre paisaje natural, rural y urbano. Aparentemente nos estamos refiriendo a objetos distintos: la ciudad, el campo, la naturaleza. El problema es que no es tan sencillo separar estos tres elementos en la mayor parte de los territorios.

Elizondo, valle del Baztan  bibliofilo

La casa de campo de Petrarca en Francia tenía dos jardines: el dedicado a Apolo que personificaba el control y la razón, y el dedicado a Baco que representaba la sexualidad y el instinto. Estos dos elementos parecen básicos para abordar el concepto de paisaje. La palabra lugar (el sitio), el topos griego, se refiere al paisaje natural como morada de los dioses. Ausente de toda geometría, tiempo y distancia y, aparentemente, incomprensible para los humanos. Frente al topos se suele señalar al locus como algo geométricamente determinado en el que existen el tiempo y la distancia. Cuando se funda una ciudad se intenta introducir la racionalidad, el control, frente a la naturaleza. Así, Rykwert afirma refiriéndose a la fundación de la ciudad de Roma que "la parte más importante de todo el rito fundacional, del que ahora me ocupo, era la apertura del sulcus primigenius, el surco inicial".

Apertura del "sulcus primigenius", fundación de Aquileia  eleri

Esta línea de separación entre lo que sería la ciudad y el resto del territorio, y a la que nos hemos referido en otros artículos del blog, era tan importante que los muros construidos siguiéndola eran sagrados mientras que las puertas (únicos elementos de conexión con el exterior) estaban sometidas a las leyes civiles. La narración de la fundación mítica de Cartago por la reina Dido, en el interior del recinto delimitado por la unión de las finas tiras de su capa, adopta una forma similar. Esta fundación inicial nace con vocación de mantenimiento, de permanencia. Muros, murallas, cercas o fosos, van a establecer la separación entre dos mundos y van a permitir conocer de forma inequívoca qué partes del territorio están ordenadas de forma distinta. El límite se vincula a la identidad. Existe un dentro y un fuera no pocas veces relacionados con regímenes legales y de dominio muy diferentes.

Ávila, murallas  sgc

Dentro de estos límites, la sociedad urbana construye un orden diferente del exterior. Manipula el espacio para dar lugar a unas estructuras distintas. Esta manipulación no es, inicialmente, gratuita, sino que responde a motivaciones más o menos conscientes. Para la sociedad urbana se trata, por una parte, de convertir un espacio natural cuyo comportamiento le resulta difícil de predecir en un medio mucho más fácil de comprender, de relaciones conocidas y que genere un espacio de certidumbre para llevar a cabo el conjunto de actividades que la definen como tal sociedad: domesticar, en el más preciso sentido de la palabra, la naturaleza. Lo cual, como sabemos requiere mayor consumo de energía, pero esa es otra historia (¿o no?).

La ciudad como utopía del Paraíso perdido
 “El paraíso” Cosmografía Universal 1559

Históricamente llega un momento en que las cercas y las murallas desaparecen. Es  un momento muy importante en la historia de la Humanidad aunque, a veces, no seamos muy conscientes de ello. Si hasta la aparición del automóvil, y aún sin cercas ni murallas, la extensión de la ciudad estaba razonablemente controlada, este control desaparece cuando la práctica totalidad del territorio es accesible para el sistema urbano al generalizarse el uso del vehículo privado. Se produce entonces un auténtico acorralamiento de la naturaleza que se bate en retirada. Hasta tal punto que, en muchos lugares, esta naturaleza virgen o no hollada ha desaparecido. En los años setenta del siglo XX, el ecólogo español Margalef dijo que el único lugar no antropizado de la Península Ibérica eran poco más de 100 hectáreas en Isaba (Navarra).

Hayedo abetal de Aztaparreta en Isaba (Navarra)  ebaquero

En estas circunstancias, ¿qué sentido puede tener hablar de paisaje natural? En la Unión Europea la práctica totalidad de los paisajes son paisajes antropizados. La mayoría muy antropizados. La confrontación entre el paisaje natural y el urbano en muchos lugares del mundo ya no existe. Lo que existe es una gradación entre la urbanización más dura y las escasas reservas naturales. Incluso hasta el llamado paisaje natural está controlado artificialmente (visitas y accesos restringidos, sistemas de vigilancia vía satélite, control de incendios, etc.). El límite entre la ciudad y la naturaleza ha desaparecido ¿Y qué decir del paisaje rural cuando lo rural, en realidad, se ha convertido en una industria más? ¿Los cultivos bajo plástico son paisaje rural? ¿Son paisaje rural las modernas construcciones donde está estabulado el ganado? ¿Los silos y almacenes de cereal? ¿Las grandes presas y los pantanos? Parece como si el objeto que se observa, sea mental virtual o físico,  no sea lo importante. Lo importante es “como” se observa.

El paisaje de los cultivos bajo plástico ¿rural? 
 Invernaderos en El Ejido (Almería)  wikimapia

Y ahí es donde está, realmente, la verdadera diferencia. Ya hemos visto que parece inherente al término paisaje la actividad de contemplación. Un paisaje “se ve”, “se contempla”, “se admira”. Normalmente estas son las expresiones que se utilizan cuando estamos ante un bosque o un alegre riachuelo que discurre serpenteante por el valle. Pero, en una calle, en una plaza o en un jardín normalmente “se está”, “se pasa”, “se entra”, “se sale”. Uno se comporta de una forma u otra según la parte de la ciudad en la que se encuentre. Es decir, actúa, asume un rol determinado que, en muy contadas ocasiones, es el de espectador ajeno al lugar. Es por esto que normalmente la expresión adecuada al territorio urbano no suele ser la de paisaje urbano sino más bien la de escena urbana. En ella desarrollamos nuestro rol de ciudadanos. Se trata del medio en el que actuamos, en el que vivimos. Solo en muy contadas ocasiones (por ejemplo, cuando nuestro rol es de turistas) contemplamos un paisaje urbano.

La escena urbana, el lugar en el que desarrollamos
nuestro rol como ciudadanos  circulaseguro

Por tanto, el objeto urbano puede entenderse con escena urbana (lugar donde el ciudadano desarrolla su rol cívico) o paisaje urbano (cuando este rol es el de contemplación). Lo normal es entender  los espacios más urbanos como escena porque los usamos como ciudadanos, mientras que un turista suele ponerse en actitud de espectador y verlos como paisaje. Por supuesto que la escena urbana tiene que estar adecuadamente diseñada para que el ciudadano pueda cumplir su rol cívico. Pero no tiene necesariamente porque ser bella para cumplir esta función. Y esta es la razón de que el objeto sí tenga importancia. En un territorio muy urbano nos resulta mucho más difícil dedicarnos con ahínco a la contemplación estética. Pero eso no significa que no lo podamos hacer. Por tanto, esa extensión de terreno de que habla el diccionario de la RAE, aunque sea una ciudad, también puede ser considerada como paisaje. Eso sí, a medida que el territorio está menos antropizado más sencillo nos resulta asumir el rol de admirar su belleza al ir disminuyendo su función como escenario en el que se desarrolla nuestra vida diaria.

El paisaje urbano, la ciudad como territorio de la belleza
 Amanecer en Venecia, San Marco, piazzetta  imgur

Ya he explicado en diferentes artículos del blog que un paisaje además de la belleza puede tener otros muchos atributos también muy importantes. Por ejemplo, aquellos relacionados con la historia, los recursos económicos, la identidad o las relaciones ecológicas. Lo que da lugar a enfoques más especializados, distintos del corriente que es sobre el que he escrito hoy. Y esto significa enriquecer el concepto porque lo vuelve complejo. Pero aquellos que nos dedicamos de una forma u otra al estudio o a la intervención en el paisaje no deberíamos nunca perder de vista que, cuando cualquier persona sin filias ni fobias disciplinares habla de paisaje, no está pensando en lo mismo que un ecólogo, un paisajista, un geógrafo, un arquitecto, un urbanista o ingeniero. Lo que no quiere decir que, en el fondo, si rascamos la capa disciplinar que nos recubre, cuando alguien nos pregunta por los paisajes que recordamos, se nos ilumine la belleza de algunas cosas: de un atardecer en las Torres del Paine, de la vista de La Alhambra desde el Albaicín, de las olas rompiendo en el faro de Corrubedo un día de tempestad, o de las casas de Cuenca colgando sobre la hoz del Huécar.