miércoles, 8 de mayo de 2013

Ese objeto mal diseñado llamado peatón

Aunque a algunos les pueda parecer extraño todos hemos sido peatones alguna vez. Y, por tanto, todos somos conscientes de que el peatón es un ser manifiestamente mejorable. Sobre todo los que nos dedicamos de una u otra forma a pensar, proyectar o construir ciudades, por sufrir de forma directa las consecuencias de que el producto peatón haya sido mal diseñado. Además, en la actual coyuntura económica no tenemos más remedio que aguantar. Sería impensable, por su costo, una operación de regeneración humana, incluso aunque habláramos de renovación, que nos permitiera sustituir al peatón actual por otro más adecuado para deambular por calles, plazas y parques de acuerdo a nuestros intereses. Tampoco cabe pensar en su supresión radical. Teóricamente sería posible, pero La Historia nos enseña que, en la práctica, tal operación (que se ha intentado muchas veces, por ejemplo en Brasilia) ha fracasado una y otra vez. Por tanto no queda otra que asumir sus imperfecciones. Y, para ello, lo primero es conocerlas.

Ese objeto mal diseñado llamado peatón  Elfoton

Este artículo refleja algunos paseos por los espacios públicos del sitio donde vivo. Es un barrio privilegiado desde este punto de vista, con amplias avenidas, kilómetros de sendas peatonales y carriles para bicicletas, además de una buena cantidad de hectáreas de zonas verdes. Por eso sorprende que, aún en las mejores condiciones, se pongan de manifiesto tan claramente las deficiencias en el diseño del peatón ¡qué magnitud llegarán a alcanzar en zonas más desfavorables! Sólo voy a analizar algunas de las muchas que he encontrado pero, probablemente, casi todos mis lectores podrían añadir bastantes más. No he querido cebarme en algún ensanche o centro histórico porque sería demasiado fácil, y el objetivo no es otro que el de llamar la atención sobre algunas de las más importantes para tenerlas en cuenta al proyectar calles, parques o plazas.

Los peatones no vuelan

Esta, probablemente, sea la peor imperfección de todas. Si consiguiéramos sustituir el peatón no volador por el peatón volador, muchos de nuestros problemas de diseño urbano quedarían solucionados. Soy consciente de la dificultad de conseguir que nazcan con alas o con la capacidad mística de levitar, pero sería ideal. Imaginemos la situación representada en la imagen que se ve abajo. Aunque no aparece en la foto, un peatón que bajaba por la senda peatonal de Mafalda (yo mismo, por ejemplo) y torció a la derecha por la de Zipi y Zape para luego seguir tranquilamente escoltado por filas de árboles y adosados, está ahora parado mirando atentamente la escasa circulación de la Avenida de Juan Carlos I. Se prepara para dar el gran salto en vuelo rasante, levitar, o bien cometer una ilegalidad cruzando por sitio prohibido, para poder seguir su caminata a lo largo del sendero peatonal que sigue más allá del río de asfalto.

Allá, detrás de los cubos de la basura, sigue la senda peatonal

Justo en este punto, y debido a las deficiencias del peatón, el diseñador urbano se encuentra ante un problema irresoluble. Efectivamente, la senda peatonal sigue hacia el centro comercial que queda como a seiscientos o setecientos metros. Pero claro, la Avenida de Juan Carlos I tiene seis carriles de coches, dos de bicis, una mediana y aparcamientos en los laterales. En total, unos 30 metros de anchura que separan con un corte inmisericorde los dos tramos de la senda peatonal. En el suelo, el ingeniero que diseñó tamaña capacidad de automóviles dibujó dos líneas horizontales y una limitación de velocidad a 40 km/h que, en la foto de arriba, apenas se ve por haber quedado cortada (lo que da una idea bastante clara de mis habilidades como fotógrafo ya que era una de las cosas que quería que se viera).

Si los peatones volaran el trayecto de 300 m se reduciría a un salto de 30
 Señalar sobre la imagen para verla a mayor tamaño

“Coloquemos un semáforo o un paso de peatones” se dice el proyectista, “claro que, aunque los coches tienen una prohibición de ir a más de 40 seguramente vendrán lanzados desde el paso elevado y, además, necesitamos un semáforo a menos de doscientos metros”. De forma que el proyectista sólo encuentra dos soluciones. O bien el peatón atraviesa en vuelo rasante la citada Avenida, o se va andando al semáforo que piensa colocar aguas arriba del río de asfalto, cruza, y luego vuelve para seguir su sendero peatonal. Con la primera no puede contar ya que el peatón no vuela debido a su propia y deficiente conformación peatonil. De forma que no tiene más remedio que "obligarle" a dar un largo rodeo ya que por supuesto, el flujo automovilístico que debe ser parecido al de la Castellana por el número de carriles, tiene prioridad absoluta y no puede quedar interrumpido dos veces seguidas. Resulta lógico que los pobres conductores no tengan que soportar las deficiencias del peatón.

Seis carriles, la mediana, dos de bici y otros dos de aparcamiento 
 Al fondo, el semáforo que apenas se ve en la distancia

Porque no hay ninguna duda de que el problema no se puede achacar más que al peatón, debido a las imperfecciones inherentes a su diseño. Por tanto, lo suyo es obligarle a dar una vuelta de más de trescientos metros para que pueda continuar su camino. De forma que el coche, que seguramente vendrá a 100 km/h (a pesar de tener una prohibición de 40 hay que ser indulgentes con los conductores porque consumen coches, base de la industria alemana en la que está trabajando lo mejor de nuestra juventud), tendrá tiempo de parar en el semáforo situado más arriba y todos tan contentos. Pero he aquí que tropezamos con la segunda imperfección del peatón.

Los peatones son objetos mal programados

Una mañana soleada decidí camuflarme en la cercana parada de autobús situada al lado del citado punto. Vamos, que me senté a esperar que viniera, con lo que tuve todo el tiempo del mundo para aburrirme y estudiar el comportamiento de los entes peatonales que paseaban por allí. Comprobé lo que ya sabía (es decir, que puedo empezar en cualquier momento una tesis doctoral sobre el tema): que la cualidad más propiamente humana, la responsabilidad, no se incluye entre las apps con las que cuenta el peatón. En realidad debería formar parte del propio sistema operativo pero a alguna de las hélices de ADN se le debió olvidar replicarla. El caso es que, sea cual sea su edad, su religión o su sexo, el peatón antepone siempre su criterio egoísta del mínimo esfuerzo frente al de responsabilidad que debería llevar impreso en sus genes. 

Algunos peatones, sobre todo viejos y superviejos, cruzando 
 Fotos pequeñitas para que no se distingan las caras

En una media hora salieron de la senda de Zipi y Zape veintitrés personas (tan escasa afluencia era debida a que se trataba de la hora de comer). De las veintitrés, seis siguieron por la Avenida de Juan Carlos I hacia la izquierda, seguramente hacia el cercano mini-centro comercial situado en nuestra orilla aguas abajo. Nueve subieron hacia arriba en dirección al emporio de bares situado algo más arriba del semáforo con vistas a tomar el aperitivo. Las ocho restantes cruzaron atravesando ilegalmente los dos carriles bici, los aparcamientos, los seis carriles de coches y la mediana para seguir la citada senda, que al otro de lado de la avenida pierde su divertido nombre de Zipi y Zape y se convierte en un sendero innominado. Entre ellos, una supervieja (apelativo cariñoso para mentar a las octogenarias) con su carrito de la compra que probablemente iba "al Mercadona", una joven con un niño de unos tres años en uno de sus brazos y una niña de unos siete cogida de la otra mano, y un adolescente con su tabla. Por cierto, saltó limpiamente la mediana sin inmutarse y sin mirar tan siquiera si venía algún coche.

¡Está loco este urbanista, por mis muertos que me lo salto! 
 Los peatones esperando que pasen los coches para vadear ilegalmente

Ninguno subió hasta el semáforo, esperó a que se pusiera verde, cruzó los casi treinta metros y volvió a bajar hasta reencontrarse con la senda peatonal. Y es que este egoísmo (debido, eso sí, a una mala programación) los peatones lo disimulan de sentido común: “¡Está loco este urbanista, obligarme a recorrer 300 metros cuando lo puedo solucionar en 30 y es que, además, no pasa ni un puto coche!” (Cosa bastante cierta, pedazo de viario para cien o doscientos coches que pasan en una hora).

Los peatones no menguan

Después de cruzar los seis carriles y saltarme la mediana (lo digo en sentido figurado no sea que luego me multen) y ya cerca del centro comercial decidí ser totalmente responsable y continuar por la acera. Las aceras, lógicamente, son más anchas en unos sitios que en otros debido a que las calzadas destinadas a los coches tienen un ancho fijo y las casitas unas veces salen más y otras menos. Al fin y al cabo los coches necesitan determinado número de metros ya que no se pueden poner de lado, tampoco menguan (estoy estudiando las imperfecciones del peatón no las de los coches) y, además, si se rozan demasiado las compañías de seguros podrían entrar en quiebra  y si, además de tener que ayudar a los pobres banqueros también tenemos que ayudar a las aseguradoras podríamos llegar a los diez millones de parados para dejar el déficit a cero. A lo que íbamos. En muchos casos no queda más remedio que ir disminuyendo progresivamente la acera hasta su total desaparición tal y como queda reflejado en la foto de abajo.

La acera menguante del Mercadona (antes EuroConfort) 
 Foto algo atrasadilla (es de Street View)

Esto es debido a que el proyectista presupone que el peatón puede ir disminuyendo progresivamente la masa corporal hasta su completa desaparición, cualidad que no posee debido a una deficiencia congénita. Una vez desaparecido podría pasar sin problemas desde la extinta acera a una zona de nadie (bueno, una zona de carga y descarga de camiones) sin paso de peatones, sin resguardo… sin nada más que una calzada para vehículos a motor. Todo ello suponiendo que el peatón hubiera menguado hasta su desaparición, imposibilitando por tanto su atropello por el trailer cargado con cien toneladas de yogures (ahora no caducan) que viene de Francia y que está maniobrando en dicho espacio. Aunque después de la última remodelación del centro comercial la acera menguante ha desaparecido por el sencillo procedimiento de suprimirla, lo que no ha desaparecido es la anchura de la calzada de coches y la “zona de nadie”.

Para que no se diga que estas cosas sólo pasan en Getafe
Acera menguante en Basauri (Vizcaya)  eitb

Así que, mal que bien, hemos conseguido llegar al aparcamiento del centro comercial y como allí hay coches en cantidad, hay que hacer las cosas bien. Incluso se distinguen algunas plazas de aparcamiento señalizadas para discapacitados casi siempre ocupadas por enormes 4x4 que, aparentemente, no cuentan con el distintivo correspondiente, aunque nada me hace dudar de que sus conductores sean unos auténticos minusválidos mentales (imbéciles, según la primera acepción del diccionario de la RAE) aunque, según ellos, lo hacen porque nadie ha previsto unas plazas como Dios manda para aparcar sus enormes coches. Pero es que las deficiencias de los conductores de automóviles son todavía peores que las de los peatones. Y son tantas, y tan peligrosas que, francamente, ya a mi edad no me encuentro con fuerzas para abordar el tema.

Los peatones no están dotados de armadura

Este si que es un problema grave porque se descascarillan al menor roce (también se pueden llegar a desportillar). Cualquier leve toquecito de un coche los rompe y el simple deslizamiento por un pavimento rugoso debido a una caída propiciada por la huída espantada ante un ciclista que, de repente, aparece a cuarenta kilómetros por hora cuesta abajo, hace que mane abundante líquido de color rojo. La verdad es que están diseñados para que cualquier toque, roce o choque “entre ellos” no plantee generalmente ningún problema y cuentan con una abundante cantidad de apps (algunas de notoria sofisticación) para evitar los encuentros fortuitos cuerpo a cuerpo llegando a realizar complicados bailes y contorsiones con objeto de no rozarse (estoy hablando de condiciones normales entre extraños, otra cosa son los saludos en forma de besos y abrazos). Pero su capacidad de reacción ante objetos que se desplazan a más de diez kilómetros por hora es casi nula. Sencillamente, chocan.

Encontramos a Gurb ¡por fin! entre los peatones de Madrid Río elblogdejosefarina

Pongamos, por ejemplo, el caso de nuestra senda de Zipi y Zape, la de Mafalda o, un poco más lejos, la maravilla peatonal que es el Madrid-Río. Nos podemos encontrar todo tipo de peatones o asimilados: viejos, superviejos, niños con el control remoto averiado, adolescentes (con y sin skate), perros (con y sin correa), sillas de ruedas, cochecitos de niños con acompañante que empuja, policías a caballo, barrenderos normales con cubo de desperdicios detrás de los caballos para recoger las defecaciones que estos (los caballos) van soltando, barrenderos con soplador de mochila incorporado y Gurb que pasaba por allí. Las probabilidades de que alguno de los peatones o asimilados se descascarille o desportille ante la embestida de un ciclista es elevada (en el caso de Gurb y seres que lo buscan seguramente del 100% ya que tienen tendencia a que les pase de todo). Si estuvieran dotados de armadura, o al menos de una cubierta coriácea, el diseñador no tendría ningún problema en incluir las bicicletas, los skate o los patines en medio de tan variada fauna. Porque, vamos a ver ¿no serían las sendas peatonales los lugares ideales para que circularan por ellas, por ejemplo, los ciclistas?

Ahora se trata de Zaragoza, cuya ordenanza de circulación de peatones 
 y ciclistas tiene ¡26 páginas y 56 artículos! (enlace al final)  El Heraldo

Pero claro, la ausencia de armadura a la que se añade (como hemos visto) su falta de responsabilidad hace que luego tengamos que pagarles entre todos la reparación de las partes corporales desportilladas. Es particularmente sangrante el caso de los niños, la mayor parte de los cuales van por ahí con el control remoto averiado dando bandazos de un lado a otro con el peligro que suponen. Debería ser obligatoria una ITV de niños cada seis meses ya que luego siempre nos echan la culpa a los que diseñamos carriles bici. Con esta tremenda carencia por parte del peatón (me refiero a la armadura o, por lo menos, una cubierta coriácea) será imposible que la Sanidad Pública levante cabeza y Rajoy (pobre) seguirá sin tiempo para gobernar y sólo se podrá dedicar a los recortes. Para evitarlo la única solución sería sacar a los ciclistas de las sendas peatones, aceras y demás lugares por los que se desplazaran con sus imperfecciones a cuestas.


Ciclistas / coches = peatones / ciclistas = peligro UrbanStar

Pero no creo que tenga solución. Porque si nos llevamos a los ciclistas de las sendas peatonales y no tenemos espacio material para proyectar un carril bici separado (cosa que sucede casi siempre excepto en mi barrio), el único sitio donde los podemos meter es en las calzadas mezclados con los automóviles. Y eso sí que no, porque los automóviles no sólo desportillan o descascarillan a los ciclistas sino que los rompen (a los peatones también, por supuesto), incluso a veces hasta tal punto que resulta imposible repararlos y se hace necesario llevarlos directamente al desguace.

El procesador del peatón es notoriamente insuficiente

Debido a ello tarda muchísimo en comprender lo que, para cualquier diseñador urbano, es obvio. Y al diseñar nuestras ciudades debemos tenerlo en cuenta. Ejemplos hay muchos. Ahora sólo voy a referirme a un par de ellos. El primero estético y, por tanto, casi anecdótico. Veamos. Si al menos el peatón estuviera dotado de un simple Atom z2420 (para qué hablar de un Haswell) podría procesar la información que le llega del exterior con la suficiente rapidez y seguridad como para tomar las decisiones más adecuadas. Pero como no cuenta ni tan siquiera con un 4004 comete errores graves que repercuten en el buen funcionamiento de la ciudad. Así, cuando hacemos el proyecto de un viario peatonal y llegamos a un cruce, la escuadra y el cartabón nos indican que debe ser en ángulo recto. Que, además, pitagóricamente, es la cima de la perfección formal.

Obsérvese como la belleza inherente al ángulo recto 
 es muy superior a la cutre estética del atajo

Sin embargo, como el peatón no es capaz de procesar la belleza inherente a dicho ángulo se va a lo simplón y ¡cruza por encima del césped que tanto trabajo cuesta mantener y lo deja hecho unos zorros! Por supuesto, en el caso de que no llueva y el terreno sea un lodazal ya que, entonces, no necesita tanta potencia de procesador al aumentar las condiciones de contorno y reducirse, por tanto, la incertidumbre. Todo para ahorrar unos metros que no llevan a ningún sitio. Si su capacidad de procesamiento le permitiera darse cuenta de la calidad estética inherente a la intersección proyectada con tanto mimo, no tendríamos nuestros parques y caminos llenos de atajos que afean el diseño y enturbian el mensaje estético. Pero, claro, los programas de belleza requieren enormes capacidades de cálculo que sobrepasan las limitadas capacidades del peatón.

Rotonda 1 a la izquierda, "¿pieza? alargada" central, rotonda 2 al fondo 
 Lo mejor es cortar por lo sano y atravesar todo por en medio

El otro ejemplo es más peligroso y lo podemos ver arriba. Una vez terminado el caminito peatonal que desemboca en una zona verde por fin nos encontramos frente al Mercadona. Ahora el anticuado procesador del peatón se encuentra ante un problema que ni tan siquiera podría resolver un Haswell. Efectivamente ¡una doble rotonda más terrible todavía que la Magic Roundabut de Swindon! (el enlace al artículo sobre "Paisaje con rotonda" al final) ya que ambas aparecen enlazadas por algo alargado al que no he encontrado nombre. Digamos que la cosa aparece así a los ojos del peatón cuando termina la senda de peatones: una rotonda en primer plano, luego esa pieza alargada para la que no he conseguido encontrar un nombre adecuado e, inmediatamente la segunda rotonda que, en la foto de arriba se distingue al fondo.

Acortando entre la jungla de rotondas

Por otra parte tampoco cuenta con ninguna guía que simplifique la decisión: no se distinguen, aparentemente, pasos de cebra, ni de peatones, ni semáforos (y la mayor parte de las veces, ni coches) cercanos. Ante las evidentes limitaciones que le impiden encontrar la solución de cómo llegar a Mercadona y, dado que no está dispuesto a desandar el camino andado, retomar en el cruce de la izquierda, continuar por la acera que va paralela a la calzada de coches y entrar por el paso de peatones del acceso oeste, se ofusca y decide cortar por lo sano: “¡Me cago en las rotondas, los coches y la madre que los parió, yo me planto en el Mercadona ya!” Y, no corto ni perezoso, nuestro limitado peatón atraviesa la rotonda por el camino más recto, en medio de los coches, de los adornos florales y de cualquier objeto que se le cruce por delante.

Atravesando por el “descansillo” hacia el Mercadona 
 (ese edificio de verde que se distingue detrás de la palmera)

Eso sí, procura ir refugiándose en pequeños salvavidas o “descansillos” que, no se sabe muy bien cómo (sí que se sabe, puro pensamiento lógico), el diseñador urbano ha ido colocando previsoramente en forma de trozos de acera en partes estratégicas de la rotonda. Porque, vamos a ver ¿para que sirve ese trozo de acera que se ve en las fotos si no existe ni paso de peatones, ni semáforo, y el peatón no vuela? Probablemente no hubiera costado demasiado haber pintado unos cuantos pasos de cebra para que estos atajos fueran legales y el peatón cruzara seguro a pesar de que cada media hora o así algún coche tuviera que parar esperando el cruce. Pero, claro, es una cuestión de principios ¿cómo vamos a claudicar ante las deficiencias del peatón? ¿no es acaso culpa suya el no estar dotado de la capacidad de volar? ¿o el ser responsable y desplazarse unos cuantos metros para poder cruzar legalmente por el único paso de peatones  previsto en el complejo rotondil?

Una vez realizada la compra hay que hacer el camino de vuelta, 
 por supuesto atajando (notar la altísima circulación y el carrito de la compra)

A pesar de todo hay que reconocer que los proyectistas se anticiparon a los problemas que crea el mal diseño del peatón y como intuían sus deficiencias pensaron: “Vamos a facilitarle la ilegalidad ya que, si por encima ponemos una valla y se la tienen que saltar la situación puede descontrolarse”. Porque todavía un jovenzuelo lanzado a plena carrera está expuesto sólo unos segundos a los peligros de la circulación rodada y las vallas se las salta con bastante solvencia. Pero una supervieja que va a hacer la compra con su carrito y su bastón, en caso de que no existiera el citado “descansillo” en medio del atajo, tendría graves problemas y probablemente no llegaría a los cien (años, por supuesto) además de correr el riesgo de lesionarse la cadera al intentar saltar la citada valla.

El peatón no lleva aire acondicionado de serie

Soy consciente de que este accesorio encarecería el producto. Como mucho, el peatón se puede comparar a un botijo (algunos, ni eso). Es decir, se refrigera mediante el sistema evaporativo. Aunque, claro, el sistema evaporativo permite corregir leves desviaciones bioclimáticas pero, de ninguna manera, puede con la radiación producida a una latitud de 40ºN a las 13:17 (hora solar) de un 25 de julio, con el sol mirándole la calva al susodicho peatón desde unos 68 ó 69 grados de altura (es aproximado, no lo he calculado, me he limitado a mirar por encima la carta cilíndrica). Y claro, es culpa del peatón no haber previsto en su natalicio la necesidad de contar con aire acondicionado para soportar los rigores de un clima como el nuestro. Misteriosamente, al ajardinar las calles y los parques las sombras, que también están mal diseñadas (es culpa de ellas que no saben estar) a pesar de lo necesarias que son en verano, nunca caen sobre el espacio destinado a deambular sino sobre el césped, los carriles bici o las calzadas de los coches.

Tanto en el carril bici como en la senda peatonal sol de justicia
 Eso sí, el césped no parece demasiado perjudicado por tanto asoleo

Pero eso tampoco es culpa de los diseñadores de las vías, ni de los jardineros, ni de las sombras, ni de los contratistas, ni de los que colocan los bancos en las sendas (habría que inventar un nombre para ellos) ni, por supuesto, de los políticos que los pobres no tienen culpa de nada y sacrifican su vida en aras de nuestro bienestar. Es culpa de los peatones que están mal diseñados y van peripateando de aquí para allá sin el imprescindible aire acondicionado tan necesario en un clima como el nuestro.

Carril bici, perfecto para peatones sin aire acondicionado
 Si lo tuvieran de serie irían sin duda por su acera

Y, como además ya sabemos que son unos irresponsables, acaban por salirse de su soleado paseo y se meten en la estrechez  del sombreado carril bici que, tras no pocos trabajos, hemos conseguido introducir entre los diez carriles que lleva la calzada de coches en este tramo de la Avenida Juan Carlos I y el sendero peatonal. Os recuerdo que es esa vía por los que no pasan ni cien coches en una hora (también lo digo a ojo, no he visto los aforos). Claro que, en este caso le están haciendo un favor a los ciclistas. Ello es debido a que los árboles, que también presentan malfunciones evidentes sólo achacables a ellos mismos y que han sido colocados estratégicamente para dar sombra, a veces no crecen lo suficiente (se quedan algo bajitos) y si los peatones no lo evitaran, impidiendo con su presencia la circulación a toda velocidad por el citado carril, el ciclista podría toparse, inopinadamente, con las ramas estratégicamente colocadas de dichos árboles pudiendo llegar, en los casos más graves, hasta el ahorcamiento.

Rama estratégicamente situada a 1,10 del suelo

O, sencillamente, les evitan tener que tomar curvas tan espectaculares como la de abajo que implica un dominio bastante importante de la bicicleta, sobre todo cuando se adquiere velocidad inercial por desplazarse sin aparente esfuerzo por la cuesta descendente. Por tanto, a veces (sólo a veces) el mal funcionamiento del peatón y su irresponsabilidad pueden ayudar a salvar vidas de ciclistas por el sencillo procedimiento de ocupar sus espacios e impedir que adquieran elevadas velocidades.

Casi todo tiene prioridad sobre ciclistas y peatones, incluso las farolas

Pero los peatones no están mal diseñados sólo por estas minucias. En realidad nadie se explica todavía como no se han extinguido y persisten en llenar nuestras calles, plazas y parques con sus deficiencias. Porque la lista sería interminable. Hoy me he centrado sólo en algunas anomalías que me he encontrado en un corto recorrido por el barrio donde vivo (con algunas incursiones ilustrativas a otros lugares de nuestra geografía), que, además, se puede considerar privilegiado ya que hay espacio suficiente para que los diseñadores y proyectistas suplan las carencias evidentes de ese objeto mal diseñado llamado peatón. Pero la inmensa mayoría de nuestras áreas urbanas, menos privilegiadas, no permiten suplir estas deficiencias y, a pesar que los técnicos se rompen la cabeza pensando como hacerlo, los pobres no lo consiguen.

Si los peatones volaran, Granada  20minutos
También valdría que su capacidad de salto fuera olímpica

Así que nos encontramos con pasos peatonales que acaban en setos y que no serían ningún problema si estos seres andantes tuvieran la capacidad de volar. Con calzadas para automóviles de siete metros flanqueadas por dos cintas llamadas aceras de veinte centímetros cada una, cuyo diseño presupone peatones deambulando de lado como cualquier egipcio de la época clásica que se precie o bien reivindica el peatón menguante del que hemos hablado anteriormente. Carriles “mixtos” donde se mezclan todo tipo de entes vivos y no vivos con ciclistas, patinadores, skaters, y donde podéis incluso tener noticias de Gurb, lo que tampoco plantearía ningún problema si al diseñarlos se les hubiera provisto de una capa coriácea… Podría seguir páginas y páginas describiendo lo que, seguramente, la mayoría de vosotros os encontráis a diario en vuestro deambular.

Un semáforo pensado para todos

A veces, cuando el diseñador o el proyectista desciende a la dura realidad de lo cotidiano y trata con verdadero amor las limitaciones del peatón, es capaz de hacer las cosas bien. No perfectas, porque no hay nada perfecto en este mundo, pero con la dignidad suficiente. He puesto algunos ejemplos de la realidad que me rodea, pero tengo que decir que la mayoría de los pasos de peatones no terminan en setos o en muros. Que algunas veces la prioridad no es del coche. Que en algunos casos las aceras menguantes se sustituyen por pavimentos de convivencia con prioridad al peatón. Que a muchos ingenieros de tráfico y arquitectos no les importa gastar algo de pintura para que en las rotondas haya suficientes pasos de cebra y los entes andantes no tengan que atravesarlas atajando entre los coches. Que algunos técnicos de parques y jardines colocan adecuadamente los árboles de hoja caduca para que den sombra en el verano a los senderos peatonales y a los bancos. Que a veces nos encontramos con cruces como el de arriba que le reconcilian a uno con la vida. Pero creo que por hoy es suficiente. Otro día analizaré las evidentes deficiencias de los viejos y los superviejos que, cada vez en mayor número, se empeñan en fastidiar a los que nos dedicamos al noble oficio de proyectar ciudades. Si, es cierto, también los niños ponen su granito de arena, para que nos vamos a engañar, de forma que no habrá más remedio que dedicarles también otro artículo.


Notas

Nota 1. Este artículo está destinado especialmente a mis alumnos de urbanismo. Aunque la exposición haya sido desenfadada para que pueda ser leída también por los no especialistas, se trata de un tema muy serio. Probablemente si todos los implicados en la construcción de nuestras ciudades intentaran hacer bien las cosas podrían evitarse muchos problemas, no sólo relacionados con el confort del ciudadano sino también con su salud e, incluso, con su supervivencia. La diferencia entre hacer bien o mal, por ejemplo, la sección de una calle, generalmente no significa un sobrecoste económico (sino todo lo contrario), y en algunos casos podrá evitar que, y no precisamente por las deficiencias inherentes al peatón, alguien muera o se quede parapléjico. Las prioridades deberían ser inversas a la capacidad de hacer daño: primero el peatón y luego el ciclista. Ya a mayor distancia el motorista y, por último, muy lejos, todos los demás.

Nota 2. Zaragoza tiene una ordenanza modélica para la “Circulación de peatones y ciclistas”. Probablemente su único problema sea que, sabiendo que entre las imperfecciones del peatón está (además de las anteriormente mencionadas) su escaso amor por la legislación, nunca se leerá los 56 artículos, la disposición adicional y la final, aparte del anexo de definiciones, de que consta. En total veintiséis páginas de lectura muy recomendable (no lo digo con ironía) para todos los que se dedican a estos temas. Por cierto, en el citado anexo se incluye una curiosa definición de peatón que no me resisto a transcribir: “Persona que, sin ser conductor, transita por las vías o terrenos a que se refiere esta Ordenanza. Son también peatones quienes empujan o arrastran un coche de niño o una silla de ruedas, o cualquier otro vehículo sin motor de pequeñas dimensiones, los que conducen a pie un ciclo o ciclomotor de dos ruedas y las personas que circulan al paso en una silla de ruedas con o sin motor”. La ordenanza se puede bajar en pdf de este enlace.

Nota 3. Considero interesante suplementar la lectura de este artículo con el que escribí en febrero de 2010 titulado “Paisaje con rotonda”, también basado en ejemplos concretos del sitio donde vivo (bueno, con algunas referencias exteriores) donde se analizan las tribulaciones de los conductores y viandantes que se enfrentan a esos elementos preclaros del paisajismo urbano. Algunas de las más divertidas ya no las podréis encontrar más que en las imágenes que ilustran el artículo o en las referencias de los comentarios porque “misteriosa” (y afortunadamente) han desaparecido. También puede ser interesante leer “La ciudad paseable” donde comentaba, ese mes, el libro de Pozueta, Lamíquiz y Porto. Otro artículo complementario es el que dediqué en octubre también de ese mismo año a "Madrid Río" con el título de “Madrid-Río y el Manzanares” una de cuyas fotos utilicé en el de hoy y que ha tenido, lo mismo que el dedicado a las rotondas, una cierta repercusión mediática tanto en prensa como en televisión.

Nota 4. Todas las fotos sin referencia ni localización geográfica son del barrio donde vivo, el Sector-3 de Getafe en Madrid. Excepto la de Google (Street View) son mías, de ahi sus defectos. En todas las demás aparecen los sitios de procedencia en los pies de foto.