domingo, 23 de diciembre de 2007

La huella ecológica vista desde Kinshasa

En el año 1996 Rees y Wackernagel proponen el concepto de “huella ecológica” como el área de territorio productivo o ecosistema acuático necesario para producir los recursos utilizados y para asimilar los residuos producidos por una población definida con un nivel de vida específico, donde sea que se encuentre esta área. La introducción de este concepto nos permitió contar con un instrumento (todo lo rudimentario que se quiera) para cuantificar las relaciones entre territorio y consumo. Se trata justamente del negativo fotográfico de otro concepto muy usado en ecología y que se conoce con el nombre de capacidad de carga, que suele definirse como la población máxima de una especie que puede sobrevivir en un territorio sin deteriorar los recursos de los que se nutre. En el año 2000 un grupo de investigadores encabezados por Wackernagel calculó la huella ecológica de la totalidad del planeta atendiendo a siete indicadores y los resultados fueron significativos: resultó que se utilizaban alrededor de 164 millones de unidades de media pero la bio-capacidad del planeta era sólo de 125 millones, lo que significaba que estábamos consumiendo planeta por encima de su capacidad de regeneración.

La ciudad de Kinshasa  thecommongroup

Esto sólo era posible debido a que, además de consumir todo lo que La Tierra era capaz de producir, estábamos agotando los ahorros que se habían ido acumulando a lo largo de milenios en forma de combustibles fósiles y sumideros de contaminación. Pero no siempre ha sido así. En realidad el problema es bastante reciente. Los cálculos indican que en lo años sesenta del pasado siglo XX la actividad humana consumía el 70% de lo que el planeta era capaz de producir. Pero ya a principios de los años ochenta se alcanzaba el 100%, y en estos momentos estamos consumiendo por encima de nuestras posibilidades. Según la edición 2006 de Ecological Footprint and Biocapacity del Global Footprint Networt (datos de 2003), la huella ecológica de La Tierra es de 2,2 hectáreas globales por persona, con un déficit ecológico de -0,5 hag (hectáreas globales)/hab, lo que indica un sobreconsumo de planeta del 23% (una hectárea global es una hectárea con la capacidad mundial promedio de producir recursos y absorber desechos). Dependiendo de los diferentes sistemas de cálculo este porcentaje es variable pero casi todos los autores lo fijan en un mínimo de un 20%.

Evolución del consumo y biocapacidad de la Tierra
Gráfico extraído de Global Footprint Networt

Con ser grave la situación global todavía se agrava más si le añadimos el hecho de que esta excesiva explotación del medio no se hace de forma uniforme en la totalidad del planeta. Si analizamos los que pasa por países veremos que los Emiratos Árabe Unidos tienen el récord, con una huella ecológica de 11,9 hag/hab y un déficit ecológico de -11,0 hag/hab. Le sigue USA con 9,6 y -4,8 respectivamente. En el lado opuesto, Afganistán tiene una huella de 0,1 y un superávit de +0,2. Otros países, aún con huellas ecológicas algo mayores que Afganistán, tienen balances más positivos. Así Gabón (1,4 y +17,8 respectivamente) o Congo (0,6 y +7,2).

Créditos y débitos ecológicos
Mapa extraído de
Global Footprint Networt

En España es de 5,4 hag/hab y la media de la Unión Europea es de 4,8 hag/hab. Si alguien quiere calcular su propia huella ecológica puede hacerlo aquí (cálculo de la huella personal). Claro que este cálculo es genérico ya que se hace en función de una serie de variables contextuales pero puede darnos una idea de que el problema no se circunscribe a una cuestión de justicia interterritorial sino que también afecta a las diferentes clases socio-económicas dentro de un mismo territorio.

Existen, por tanto, dos problemas diferentes pero perfectamente interrelacionados: el primero se refiere a que hemos sobrepasado la capacidad de carga del planeta. Pero el segundo, cada vez más acuciante, es que esta explotación excesiva se hace de unos terrícolas a costa de otros.

Estos datos, fríos y científicos, es posible que se puedan ver como simples cifras pero, en realidad, esconden dramas personales de millones de personas que viven en determinados países (incluso en continentes casi enteros como el caso de África) a los que sería bueno visualizar y poner por delante de los números. Cuando un cayuco con “inmigrantes subsaharianos” llega a la playa de Los Cristianos llena de turistas acomodados de toda Europa no lo hace porque “les guste la aventura” o por “poner la adrenalina a tope”. Lo hace porque, literalmente, esa Europa que se solaza en la playa está utilizando su huella ecológica. Simplemente vienen a reclamar lo que es suyo.

Piraguas en el río Kalamu

Luego están los que se quedan y no nos incordian. José Manuel Gallego, uno de mis alumnos de doctorado (y, sin embargo, amigo) acaba de llegar de Kinshasa donde ha podido ver de primera mano la situación por la que están pasando los que se quedan. Kinshasa debe rondar en estos momentos los diez millones de habitantes, y aunque es uno de los centros culturales más importantes de África (cuenta con tres universidades), está también asolada con la plaga de miles de chabolas que se construyen casi en cualquier sitio. Le pedí a José Manuel que escribiera unas líneas que nos ayudaran a visualizar el significado real de la huella ecológica, el drama de muchas personas a las que estamos condenando a vivir en el límite del nivel de subsistencia para que nuestros países desarrollados puedan consumir mucho más de lo que necesitan. Las fotos que ilustran esta entrada son también suyas.

Crónica sentimental de la alienación

Yo aquí rompo una lanza por los discriminados
los que nunca o pocas veces comparecen
los pobres pajaritos del olvido
que también están llenos de memoria

Mario Benedetti

No es fácil pensar en lo que duele y compartirlo es con frecuencia difícil; decidir escribirlo no puede ser otra cosa que un socializado ejercicio de masoquismo en negro sobre fondo en blanco. Me hieren cosas que no acierto a razonar, me atenazan contradicciones y mala conciencia.

Podrá decirse: Pero hombre, ¿a estas alturas de la Transición viene usted a dar la lata y con temas políticamente incorrectos?... (Farfullaría azorado que lo siento, que me excuso, que ya sé que no son fechas, pero… la responsabilidad… es de tod@s; tendríamos que haber hecho algo mucho antes; pararlo; no sé, algo).

Adelanto también que a mí me sangra todavía Bagdad y vengo de zambullirme en Kinshasa (Por cierto: ¿Recuerdan aquello de las Armas de Destrucción Masiva?) También a mí me asusta verme la mirada tras el regreso, Ivo.

El horror en la mirada.

Un horror no tan distinto al de Conrad.
El horror, el horror otra vez.

El que repta desde el oscuro corazón de las tinieblas, fácilmente accesibles ahora desde vuelos lujosos que incluyen comidas y aperitivos con champán francés. El horror sobrevolado desde el confort sibarita; ¿el Desarrollo era esto?


Viviendas con agua ¿corriente?

El horror que prevalece a la bobalicona y culpable inobservancia de la tragedia y su inmediatez evidente. El que persiste por sobre la dulce ensoñación navideña, la publicidad empalagosa, los opulentos escaparates ó la traca final evanescente de esta primitiva Celebración Agraria transformada después en Religiosa, y devenida ahora en doméstica obscenidad consumista.


El horror sobre-colgado a la instalación de tanto vacuo adorno callejero, deslumbrante y subrepticio cómplice contaminador de conciencias. El que se entromete en las campañas preelectorales; el horror terco que persiste y no renuncia, el que vivaquea renovándose, el que muerde: el horror perro. El conocido pero ignorado por "vulgar y ordinario", como dicen l@s pij@s.


La esperanza

Ese horror que quieren confinar en titulares y que solo permiten enseñar de madrugada. El que se utiliza para generar miedos y justificar atropellos y desafueros. El horror solo aplicado al terrorismo como si fuese único (Horror y/o terrorismo). El que no cede y asoma su hocico húmedo por entre las crónicas sociales y los enredos de alcoba que tanto entretienen.

El horror reencontrado en las calles de Kinshasa y reconocible de suyo; estaba en los reguerones de sangre de Iraq cuajados de moscas y ahora inmerso en las charcas del Congo infectadas de mosquitos (ó en esas basuras tan útiles para nivelar caminos y campos de juegos). El que vi en los ojos de aquel "niño de la calle" abandonado a su suerte, que me alargó la mano gritando: ¡Papá, la vie!... ¡Papá, la vie!...



El comedor a la izquierda

El que se sirve con el desayuno en los Papeles Impresos, como aquellos que contaban los muertos no contados del 25 de Octubre, cuando el Dios de la lluvia volvió a llorar sobre Kinshasa llevándoselo todo a los que ya nada tenían. El que anida en la falta de vacunas, sanidad, trabajo, luz eléctrica, agua potable o alimento que llevarse a la boca. ¿Comida?

El horror que me genera comerme un filete en Madrid sabiéndolo de euro-vaca que pació apacible con más subvenciones diarias de lo que media humanidad araña para sobrevivir; ó el de lavarme la cara con un agua del que millones de criaturas no disponen para retrasar su muerte… (Con todo y que conste: Como y bebo).



Primero se compacta la basura con arena
y luego se construye encima
poco a poco, el río se va llevando la basura
(incluída la ¿vivienda? construída encima)

El horror insufrible de ningunear datos patéticos aún sospechándolos: Como saber que el 80% de la población del mundo vive en condiciones infrahumanas; que un 6% de la misma posee el 59% de la riqueza total (todos norteamericanos); que 2.000 millones no podrían leer esto por analfabetos; que si tienes algún dinero en el banco y alguna moneda en el bolsillo, perteneces al selecto 8% del mundo rico; que si dispones de alguna ropa en el armario y/o comida almacenada, eres más rico que el 75% de la población del Mundo y… ¿para qué más?


...y así a cientos de miles

El horror sin solución ó esperanza, asegurado futuro a plazo fijo y sin posible variación Euribor. El de recordar cuando decían: "Viaja menos, y escucha más el No-do". El de ahora en el Congo al verlos tan pobres viviendo en un país tan rico. El de advertir que siguen sirviendo, aún siendo los dueños de todo.

El horror…

El horror otra vez…

El horror de siempre…


El horror de decir, es un ejemplo: …¡Feliz y próspero Año Nuevo!... y al hacerlo y por ensalmo: …olvidar al instante… que todo lo anterior: …es cierto…


J.M.G.G.



Para concluir

En todas las épocas históricas han existido grupos humanos en el límite del nivel de subsistencia. Sin embargo la situación actual es mucho más terrible. Cuando la huella ecológica de la Tierra era inferior a la superficie del planeta ayudar a que otros contaran con lo mínimo para sobrevivir no implicaba la necesidad de que los que estaban por encima de este nivel disminuyeran su consumo. Pero ahora sí. Lo que la Tierra es capaz de producir y los ahorros de miles de años hay que repartirlos (como una tarta) entre los 6.500 millones de personas que la habitan. Y el reparto no se refiere tanto a los alimentos (según los expertos, con los conocimientos y técnicas actuales se podrían alimentar entre 10.000 y 15.000 millones de personas) como a la energía y a las posibilidades de absorber los desechos por la naturaleza.

A veces tampoco es necesario desplazarse miles de kilómetros para encontrarle significado al término huella ecológica porque las injusticias interterritoriales y sociales también se producen en el llamado “mundo desarrollado”. Pero en la mayor parte de los casos se trata, simplemente, de un reequilibrio de riqueza. En muy pocos afecta a los niveles de subsistencia. En realidad, el derecho a una vida digna (aunque sea a mínimos) debería ser un derecho universal que no supiese de la existencia de fronteras. Por desgracia esto no es así y las fronteras de los países “desarrollados” se blindan, como se blindan las urbanizaciones y los barrios de los ricos en las ciudades, para no tener que convivir con los “efectos colaterales” del término “desarrollo”.

Superficie de los países proporcional a su consumo
Pinchar en la imagen para verla más grande
Mapa extraído de
Global Footprint Networt

La huella ecológica no es más que la simple constatación científica de algo evidente pero que se disfraza de muchas formas para disimular esta evidencia: la Tierra, desde los años ochenta del pasado siglo XX se ha convertido en una tarta a repartir. Y para que a mí me toque el doble me tengo que apoderar de la ración de otro. El dónde se encuentre ese otro, cuál sea el color de su piel o la lengua que hable es indiferente. Lo único que importa es ignorar su existencia. Si no lo veo no existe.