jueves, 14 de mayo de 2009

Leyendo a Eugene Odum

En este artículo voy a intentar extraer parte de una conferencia que pronunció Mariano Vázquez Espí en el Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia. Mariano es profesor en la Escuela de Arquitectura de Madrid en el Departamento de Estructuras. Formamos parte del mismo grupo de investigación (GIAU+S) y os puedo asegurar que es una de esas personalidades atípicas que saltan por encima de los currículos y las especialidades ¿Qué hace un arquitecto de estructuras, pero que le encanta la ecología, dando una conferencia en un Departamento de Economía sobre ordenación del territorio? Pues lo que deberíamos hacer todos, romper los círculos cerrados en los que acaban por convertirse las llamadas “áreas de conocimiento”. Claro que esto trae problemas evidentes porque no perteneces a “ningún sitio”. Pero merece la pena. Traigo aquí parte de esta conferencia porque había empezado a preparar un artículo sobre el libro Fundamentos de Ecología de Eugene Odum que, desde su publicación en 1953 ha sido el libro de referencia en toda América Latina junto con los de Margalef. Pero al leer la conferencia de Mariano Vázquez basada en otro trabajo de Odum La estrategia de desarrollo de los ecosistemas pensé que estaba mejor enfocada que mis primeras ideas sobre los Fundamentos de Ecología.

Eugene Odum y su libro Fundamentos de Ecología

Eugene P. Odum es también una de esas personalidades controvertidas que algunos califican como padre del ambientalismo y otros reducen su importancia, sobre todo en su última etapa dedicada a los temas de gestión y política ambiental en la que llegó a convertirse en un militante conservacionista. Nació en 1913 y murió hace poco, en agosto del 2002, a los 88 años de edad. Su contribución básica es entender la ecología como disciplina biológica. Esta reducción de los temas ecológicos a la biología también contribuyó a la menor valoración de su figura, aunque el impacto que tuvieron sus Fundamentos de Ecología en los años 50 y 60 del pasado siglo XX fue muy importante. Tengo que advertir que la conferencia de Mariano Vázquez no sólo se apoya en la Estrategia de desarrollo de los ecosistemas de Odum sino también en la Historia Natural de la Urbanización de Mumford. Ya conocéis por la reseña que hice en un articulo anterior de Muerte y vida de las grandes ciudades de Jacobs que no le tengo un especial aprecio a Mumford (a pesar de que reconozco sus grandes aportaciones) por lo que pensé en extraer de la conferencia básicamente lo referente a la aplicación de las ideas de Odum. La conferencia de Mariano Vázquez se tituló “Pensar el territorio desde las perspectivas ecológica, social y económica” y el texto completo de la conferencia podrá consultarse en breve plazo en su página personal en GIAU+S. Como siempre hago en el blog, aunque el texto que sigue pertenece en su totalidad a Mariano Vázquez no voy a ponerlo ni en cursiva ni con comillas para que pueda ser leído con mayor comodidad. Todas las imágenes no referenciadas están extraídas también de la conferencia y están registradas mediante copyleft.

De la conferencia pronunciada en Valencia el 24-4-2009
Autor: Mariano Vázquez Espí

La idea de territorio tiene un carácter local, ligado al devenir de organismos, que dependen de él de una u otra forma y que resulta ser un espacio que tiene que defenderse de otros congéneres que puedan competir por él. El sentido de pertenencia, de propiedad en el caso de las sociedades humanas, no es en absoluto simple. Por supuesto que cualquier organismo necesita un lugar donde vivir, un oikos, una casa. Pero los territorios concretos funcionan como casas para muchos organismos a la vez. La combinatoria resultante entre la extensión de la «casa» de cada organismo y su solape o yuxtaposición con la del resto, en un territorio concreto, es, de hecho, inabarcable para la mente. Hubieron de trascurrir muchos milenios en la evolución humana para que en el Neolítico, una época bastante reciente si tomamos en serio la antigüedad de nuestra especie, apareciera la construcción de asentamientos estables incluyendo propiamente casas.

Todavía nómadas

Los estudios sobre las sociedades cazadoras-recolectoras contemporáneas han puesto de relieve que se trata de sociedades eficientes a condición de que dispongan de suficiente territorio sin interferencias importantes de otras sociedades humanas. Si se trataba de una buena vida ¿cuál fue ese «impulso primigenio» que dio origen al cambio desde el nomadismo o el trogloditismo a las sociedades agrícolas del Neolítico? La hipótesis más plausible es que el crecimiento de la población dentro de un territorio, en particular el crecimiento del número de hordas que deambulaban por él, acabó por invertir la provechosa relación entre el tiempo de la necesidad y el tiempo de la satisfacción: tal parece que conforme la población sobre un territorio aumenta, sólo resulta eficaz juntarse en una aldea y explotar el terreno circundante mediante la agricultura.

Crecimiento demográfico

El crecimiento demográfico es una tendencia a lo que parece intrínseca de cualquier forma de vida. Una población heterótrofa, que se alimenta de los recursos del territorio (entre los que pueden figurar otras poblaciones), sin contribuir a su renovación, y en ausencia de otros frenos (la acción de depredadores, por ejemplo), crecerá en principio sin límite. Se trata generalmente de un crecimiento exponencial: extremadamente lento al principio, vertiginoso al final. Las consecuencias temporales tienen un tinte dramático: por ejemplo, partiendo de una célula, mientras que se tardan muchas generaciones en llegar a consumir la mitad de los recursos disponibles, tan sólo hacen falta unas pocas generaciones más para agotarlos completamente. Por supuesto, si tal ocurre sobreviene el colapso de la población, ya sea porque se agota el alimento, ya porque la igualmente creciente acumulación de residuos se convierte en fatalmente tóxica. Este carácter exponencial hace muy difícil la previsión del colapso para la propia población, en razón de que sólo en las últimas generaciones comienza a haber señales de aglomeración o congestión sobre el territorio, pero entonces su modo de vida está firmemente asentado y es difícil cambiarlo.

La sucesión ecológica

Los ecólogos pueden observar hoy la evolución de los ecosistemas gracias en parte a la acción destructiva de los ecosistemas humanos o de fenómenos naturales: un campo de cultivo abandonado o un bosque completamente arrasado por un incendio. Son casos en los que tiene lugar lo que técnicamente se denomina sucesión ecológica: el despliegue de la vida vuelve a empezar. Odum resumía las características de la sucesión ecológica con tres pinceladas básicas: Se trata de un proceso ordenado de crecimiento y desarrollo de una comunidad de organismos. Implica la transformación del territorio sobre que el que se asienta, es decir, la comunidad biótica controla su propio proceso evolutivo y altera para ello el territorio. Y, por último, la sucesión tiene un objetivo que la pone fin, y con ella acaba el crecimiento y desarrollo de la comunidad (¡pero no su existencia!): se trata de organizar un ecosistema estable, cuya identidad morfológica se conserva desde que es alcanzada, que presenta el máximo de biomasa y de relaciones simbióticas por unidad de la energía disponible dados los límites físicos que el territorio impone. De los detalles de los cambios desde el estado joven de la sucesión a su estado maduro, tiene interés aquí resaltar algunos en particular:

Cambios de estado en la sucesión ecológica

Energía y materia. La energía necesaria para sostener la vida proviene del Sol y de los minerales que el territorio tenga en cada momento. En la juventud, la producción neta de la fotosíntesis, es decir, la diferencia entre la energía que se cosecha del Sol y la que el propio ecosistema gasta, es muy alta; las cadenas alimenticias son simples y lineales, con base en lo que en agricultura llamamos pastos. En la madurez, la producción neta de la fotosíntesis es prácticamente nula (el ecosistema cosecha justamente la energía solar que necesita consumir para conservarse); las cadenas alimenticias son complejas, en forma de red, y su base fundamental son los detritus, es decir, los restos de los organismos que son sustituidos en cada generación.

Cambios de estado, la vida como agente geológico

Estructura. Cómo se distribuyen y relacionan los distintos organismos y los flujos y stocks de materiales determinan en cada momento el tipo de metabolismo del ecosistema. En la juventud, la mayor parte de los recursos o nutrientes están en el propio territorio, son extrabióticos; la diversidad es pequeña tanto en variedad (la sucesión comienza con unas pocas especies bien adaptadas al territorio "virgen") como en uniformidad (las distintas especies cuentan con poblaciones muy diferentes). En la madurez, la mayor parte de los recursos se encuentran almacenados en los propios organismos, son intrabióticos; la diversidad es muy alta tanto en variedad como en uniformidad.

La sucesión ecológica

Dinámica. En la juventud, las relaciones de cooperación son escasas, y la presión selectiva favorece a las especies con un número elevado de descendientes (la mayoría de los cuales no llegarán a reproducirse), los ciclos son cortos, rápidos y abiertos. El ecosistema es inestable: cualquier acontecimiento fortuito, piénsese en una plaga, puede alterar su evolución y hacerle retroceder al punto de partida. En la madurez, las relaciones de cooperación (simbiosis) son predominantes en el interior del ecosistema, la presión selectiva favorece a aquellas especies con pocos descendientes pero con tasas de supervivencia elevadas gracias a los cuidados de sus progenitores, los ciclos son largos, lentos y prácticamente cerrados sobre la comunidad. El ecosistema es estable: muchos de los acontecimientos fortuitos no alteran su identidad básica: los daños, cuando se producen, se reparan y se vuelve a la normalidad.

La revolución neolítica

Frente al crecimiento de la población humana, la Revolución Neolítica supuso una estrategia bien diferente a la más frecuente en los ecosistemas no artificiales: en vez de estabilizar la población dentro de ecosistemas maduros, las aldeas primero y luego las ciudades, construyeron ecosistemas agrícolas, forzados a permanecer en un estado joven de la sucesión ecológica, a fin de asegurar la producción de cosechas, algo imprescindible para mantener una población creciente (en vez de estable). Hoy sabemos que en el Neolítico tuvo lugar la primera deforestación significativa de origen antrópico, causa de nuestra primera emisión neta de gases con efecto invernadero, cuya huella quedó en el registro geológico.

Aldea neolítica

Sin embargo, la agricultura neolítica, no tuvo una influencia catastrófica sobre los ecosistemas no artificiales en razón de varios factores: en primer lugar, a pesar de su crecimiento, la población humana siguió siendo marginal en el conjunto del planeta; además la ciudad agrícola limitó su explotación del territorio a su alrededor inmediato, a una distancia que frecuentemente no superaba la que se podía alcanzar andando durante una jornada; la propia ciudad lidió con su crecimiento al intentar autolimitarse trazando murallas cuando la topografía no imponía límites precisos; estos y otros factores contuvieron el crecimiento urbano, limitando su influencia y dejando a salvo la mayor parte de los ecosistemas maduros. Esto ya no es así: no sólo hemos más que triplicado nuestra población en setenta años, en 2007 la mitad de la población podía considerarse urbana, proporción que sigue aumentando.

La Revolución Industrial

La Revolución Industrial es un hito comparable a la Revolución Neolítica y aporta nuevas soluciones al mismo problema de sostener el crecimiento de la población humana. La consecuencia final es intensificar la cosecha de energía solar a través de la explotación de ecosistemas agrícolas permanentemente rejuvenecidos, gracias a la aportación y consumo, constante y creciente, de recursos minerales, tanto energéticos (gas, uranio, petróleo y carbón, principalmente) como materiales. Quizás la amplia extensión de los invernaderos en Almería, bien visible en las fotografías de los satélites, sea el paradigma por excelencia de la situación actual. Aquí, para cada cosecha, el ecosistema se instala de nuevo: ya no hay propiamente suelo, sino arena junto a una cantidad exacta de nutrientes, adecuada a la cosecha que se planta, el riego también exacto, antibióticos y pesticidas para cada fase de desarrollo, eliminándose de hecho la mera posibilidad de la sucesión ecológica. Como resumen de esta evolución de las sociedades humanas desde el Neolítico, cabe citar el que hacía Odum hace ahora cuarenta años:

Revolución Industrial
 
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“A lo largo de la existencia de la humanidad lo habitual ha sido preocuparse por obtener la máxima producción del territorio, desarrollando y manteniendo los ecosistemas en sus fases iniciales, generalmente en forma de monocultivos. Pero no sólo de pan y fibra (papel, algodón) vive el hombre, también necesita una atmósfera con un equilibrio CO2-O2, el colchón climático que proporciona los océanos y las masas vegetales, así como agua limpia, es decir, improductiva, para uso cultural e industrial. Gran parte de los recursos esenciales para los ciclos vitales, por no mencionar las necesidades recreativas y estéticas, nos las proporcionan los territorios menos productivos. En otras palabras, el territorio no es un simple almacén de recursos, sino que es nuestro oikos (la casa) donde vivimos. Hasta hace poco la humanidad no se ha preocupado por el intercambio de gases, la disponibilidad de agua limpia, los ciclos de nutrientes o cualquier otra función de mantenimiento o protectora de los ecosistemas, principalmente porque ni nuestra capacidad de manipular el entorno, ni nuestro número ha sido lo suficientemente grande como para afectar a los equilibrios regionales y globales. Ahora es tristemente evidente que hemos llegado a afectar a dichos equilibrios, normalmente para mal. Ya no vale el enfoque «un problema, una solución» y debe ser sustituido por un análisis de los ecosistemas que considere al género humano como una parte, y no aparte, del entorno”.

Problemas creados por la Revolución Industrial

“El territorio más ameno y a la vez el más seguro para vivir es aquel que presente una considerable variedad de cultivos, bosques, lagos, arroyos, caminos, marismas, costas y terrenos baldíos, es decir, una mezcla de comunidades con diferentes edades ecológicas. Cada uno de nosotros rodeamos nuestra vivienda, más o menos instintivamente, con cubiertas protectoras no comestibles (árboles, arbustos, hierba), mientras que intentamos extraer hasta el último grano de nuestros cultivos. A todos nos parece que los campos de cereales (maíz en el caso de EEUU) son algo bueno, claro, pero a nadie le gustaría vivir en un maizal, y sería ciertamente suicida cubrir todo el territorio y toda la biosfera con maizales, dado que las oscilaciones serían gravísimas”.

Campos de maíz, del blog de Matías Lennie

“Simplificando puede decirse que el principal problema que la sociedad actual afronta se centra en determinar de forma objetiva a partir de qué punto tenemos demasiado de algo bueno. Este es un reto absolutamente novedoso para la humanidad, que hasta ahora se las ha tenido que ver más a menudo con problemas de escasez que con problemas de sobreabundancia. De este modo, el hormigón es algo bueno, pero deja de serlo si se cubre de hormigón medio planeta. Los insecticidas son beneficiosos pero dejan de serlo si se utilizan de manera indiscriminada y en grandes cantidades. Igualmente, los embalses y presas han demostrado ser una aportación artificial al territorio muy útil para el hombre ¡pero eso no quiere decir que tengamos que embalsar todo el agua del país! [...] La sociedad necesita, y debe encontrar lo más rápidamente posible, un modo de contemplar el territorio en su totalidad, de manera que nuestra capacidad de intervención (es decir, los medios tecnológicos) no sobrepase nuestra capacidad de comprensión de las consecuencias e impacto de los cambios producidos”.

Contemplar el territorio en su totalidad

La primera obviedad en la que, sin embargo, hay que insistir una y otra vez, es que cualquier crecimiento indefinido resulta insostenible en un espacio cerrado: el planeta que nos aloja no crece y el crecimiento demográfico debería ser nuestra preocupación primordial. Sin embargo, las bajas tasas de natalidad se siguen leyendo en clave negativa (y se arbitran medidas para fomentarla). Esta peculiar situación demanda una explicación, o al menos un análisis. En mi opinión, todo se reduce al poder, a las relaciones de dominación de unos pocos grupos humanos en unos pocos territorios sobre el resto. Si bien se mira, tanto en las sociedades esclavistas de la antigüedad como en nuestra moderna economía financiera, el crecimiento de la población dominada es la condición imprescindible para que la acumulación de riqueza continúe para unos pocos (riqueza en forma de esclavos capaces de realizar trabajo o de extracción de la plusvalía de la mano de obra que otorga capacidad de compra sobre el resto del mundo). ¿Y por qué es necesario acrecentar la riqueza permanentemente? Porque, a su vez, mantener la posibilidad al menos futura de que esa acumulación de riqueza pueda extenderse a la totalidad de la población es imprescindible para mantener la ilusión de un futuro mejor entre la población dominada. No voy a extenderme aquí sobre este particular: Jerry Mander en su libro En ausencia de lo sagrado analiza en detalle estos temas y a su lectura me remito.

Flujos del comercio internacional, de CF+S
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La estrategia de nuestras reglas económicas capitalistas se basa en que el poder financiero, el dinero simbólico, permite precisamente traspasar las fronteras en busca de recursos o territorios, de forma que cada grupo humano con poder para ello, lejos de integrarse en un territorio concreto y someterse a sus límites, puede desembarazarse de esos límites acudiendo a los recursos de otros territorios, por distantes que estén. El comercio y el transporte a escala mundial deben entenderse en consecuencia como lo que realmente son: los instrumentos mediante los cuales unas pocas conurbaciones globales pueden explotar territorios cada vez más lejanos. Esta idea no es nueva, Odum, Deleuze o Margalef la han examinado desde diversos ángulos. Para lidiar con el crecimiento, Odum apuntaba que bien pudiera ser:

Trasvase Tajo-Segura, de Murcia de Verdad

“que las restricciones de uso de suelo y de agua sean en la práctica la única forma de evitar la superpoblación o la sobreexplotación de los recursos, o ambas cosas a la vez. [...]. Dado que los problemas económicos y legales que conlleva la zonificación son peliagudos, urge que las facultades de derecho establezcan departamentos o institutos de legislación territorial y que se empiece a formar a abogados del territorio que sean capaces no sólo de aplicar la legislación existente, sino de redactar nueva legislación para las instituciones regionales, federales y nacionales. En la actualidad, la sociedad está concienciada, y debe estarlo, sobre los derechos humanos y civiles; los derechos ambientales son igualmente fundamentales. El lema una persona un voto es válido, pero también lo es una persona una hectárea.

Huella ecológica española por componente, reciclame

No está de más ver hasta que punto sería posible hacer realidad el lema de Odum en España: para 45 millones de personas necesitaríamos tan sólo 450.000 kilometros cuadrados y, salvo por el hecho de que no todas las hectáreas serían comparables ni ofrecerían la misma capacidad de sustento, al menos nominalmente se podría repartir títulos de una hectárea por persona y todavía quedarían para otros cinco millones. Ahora bien, puesto que la huella ecológica de nuestro país ronda las cinco hectáreas per capita con nuestro actual nivel de consumo, y que nuestro déficit ecológico ronda las tres hectáreas y media, queda claro lo mucho que nos hemos alejado de lo que nuestro propio territorio puede sostener: reducir la población, disminuir nuestro nivel de consumo, o ambas cosas a un tiempo, son las únicas vías que tenemos para volver a integrarnos como una parte más de un ecosistema maduro que nos otorgue protección y estabilidad. La idea de restaurar la territorialidad en los ecosistemas artificiales mediante medidas legales y morales de «coerción mutua, mutuamente acordadas por la mayoría de los ciudadanos» (según Murphy citado por Odum) sugiere otras muchas medidas además de la del derecho al territorio, todas ellas encaminadas al mismo objetivo final: estabilizar la población de forma menos dolorosa que mediante la guerra, el hambre o el colapso.

Recolectando piña orgánica en Costa Rica, de ¡Consumer Eroski!

Deberíamos aumentar la madurez de nuestros ecosistemas agrícolas, reconduciendo las prácticas actuales hacia todas aquellas formas antiguas o modernas que, al revés que la actual agroquímica, disminuyan la aportación externa de nutrientes y otros recursos, aceptando producciones menores, más mano de obra por unidad de producto, el uso de especies adaptadas al suelo y al clima, asociadas en poblaciones de diversidad elevada: las distintas formas de permacultura y de la agricultura orgánica, las recientes investigaciones en cereales perennes o en la supresión del volteo de la tierra durante la labranza, son ejemplos en ese sentido. Dado que el conflicto entre usos es evidente, todo el suelo fértil debería gozar de protección específica, con la misma intensidad que la de los pocos ecosistemas maduros que nos quedan. Con una adecuada clasificación y protección de los suelos según sus aptitudes, cuya determinación no ofrece hoy mayor dificultad técnica, la para mí paradójica destrucción de la Huerta de Valencia bajo la urbanización no hubiera comenzado. Y digo paradójica, porque uno de los 30 paisajes clasificados por la Unión Europea en su territorio se denomina con la palabra castellana «huerta» y caracteriza seis enclaves únicos en el Mediterráneo europeo situados en España (Valencia y Murcia), Italia y Grecia (Tamarit, 2008). Odum, en 1969, sugería esta misma idea. Anticipándose a lo que hoy se conoce como «principio de precaución» proponía proteger estrictamente todo el suelo no urbanizado a la espera de su clasificación y gestión pública en función de sus capacidades.

Huerta de Valencia, del Colegio de Geógrafos de Valencia

Las infraestructuras necesarias en cada país para el transporte veloz a grandes distancias, puertos y aeropuertos, áreas logísticas, líneas de alta velocidad, etc., son el contrapunto imprescindible para que los grupos que detentan poder puedan establecer su dominación y desembarazarse de sus límites territoriales. Como apuntaba Antonio Estevan (2006) no basta con que China cuente con una producción centralizada y masiva en origen, es necesario igualmente una distribución centralizada y masiva en destino, unidas por unos canales comerciales centralizados y masivos. Pero puesto que el transporte global no puede establecerse sin el acuerdo de ambos extremos de la línea, deberíamos dejar de sufragar con dinero público todas esas infraestructuras en nuestro propio extremo. Para paliar el paro en la actual coyuntura es mucho más eficiente, al menos en términos de puestos de trabajo creados por cada euro de gasto público, dedicar tales dispendios a, por ejemplo, limpiar montes, riberas, vertederos incontrolados: en el fondo se trataría de sustituir el keynesianismo original (obra pública, llueva o haga sol), por un ecokeynesianismo de nuevo cuño, con la restauración ecológica de ciudades y territorios en mente.

México DF por la noche, de Mactravel

Hay suficiente evidencia empírica acerca de que las grandes conurbaciones consumen más recursos, especialmente territorio, que las ciudades pequeñas, a igualdad de todo lo demás. La deseable moratoria urbanística, sobre todo en países como el nuestro que cuentan con millones de viviendas desocupadas, ociosas, debería comenzar por las grandes conurbaciones. En paralelo, debería emplearse toda suerte de estímulos en revitalizar las ciudades medianas y los pueblos. No hay nada utópico en ello: en menos de una generación prácticamente todos los cines y teatros de las pequeñas ciudades han sido trasladados a los grandes centros comerciales dispersos en torno a las conurbaciones, gracias a un marco normativo favorable; no hay ningún impedimento técnico que impida revertir la situación: bastaría con volver a cambiar esa marco en sentido contrario. Muchos de los movimientos sociales de los últimos años, como los numerosos Salvem en las comarcas valencianas, o las plataformas en defensa de los ríos españoles, participan del espíritu de estas y otras medidas, que, aunque puestas sobre el papel suenan imposibles, son realistas, es decir, encajan bien con las estrategias más comunes de los ecosistemas no artificiales que nos rodean, y también con la definición del diccionario: se trata en definitiva de defender el territorio.

Mariano Vázquez Espí