sábado, 6 de noviembre de 2010

Rehacer la ciudad

Rehacer: 1. tr. Volver a hacer lo que se había deshecho, o hecho mal. 2. tr. Reformar, refundir. 3. tr. Reponer, reparar, restablecer lo disminuido o deteriorado. U. t. c. prnl. 4. prnl. Reforzarse, fortalecerse o tomar nuevo brío (Real Académica Española, Diccionario de la Lengua Española, vigésima segunda edición).

Hace unos días estuve en la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) dando una charla sobre Políticas Urbanas para la Sostenibilidad. El tema era “Regeneración urbana integrada” y el título de mi charla fue “Rehabilitación eficiente”. Pienso que algunas de las cosas que se hablaron allí fueron interesantes y me gustaría comentarlas. Además el hecho de reescribir la conferencia (añadiendo algunos de los comentarios que allí se dijeron) me va a permitir reflexionar más despacio sobre esta cuestión que considero interesante dado el momento y el contexto en que nos encontramos. Para ello me voy a basar en mi propia ponencia que, a su vez, se apoyaba en el prólogo (que escribí hace dos años) de un libro sobre rehabilitación que la Empresa de la Vivienda y Suelo del Ayuntamiento de Madrid había encargado al grupo de investigación del que formo parte (GIAU+S). Bien, vamos allá.

Patio de la sede de la FEMP en Madrid (FEMP)
Se trata de un edificio rehabilitado en el centro histórico


En un momento en que parece como si la urbanización hubiera perdido el sentido de la medida, sin más objetivos explícitos que perpetuarse a sí misma y ocupar cada vez más territorio, sería bueno pararse a reflexionar para poder entender la situación y tratar de controlar la dirección de un proceso que, probablemente, sea ya demasiado autónomo y desvinculado de los intereses ciudadanos. Trataré de argumentar a continuación por qué resulta imprescindible utilizar a pleno rendimiento y de la forma más eficiente posible las áreas urbanizadas actualmente existentes. Para ello voy a centrarme en los elementos más determinantes de la situación, tanto desde el punto de vista global como del local. Respecto al primero lo entiendo relacionado con cuestiones índole planetaria y de la actual organización de nuestros territorios. Y el local, más específico del caso español, que viene determinado, tanto por la crisis financiera y económica, como por la caída en picado de la actividad constructiva que está afectando de forma crítica a las entidades locales una de cuyas fuentes principales de financiación venía de la construcción.

La crisis energética de los años setenta (base Wikipedia)

En los años setenta del pasado siglo veinte la llamada “crisis energética” parecía que iba a revolucionar la forma de entender la vida ciudadana, y el urbanismo de extensión (ya entonces) se puso en cuarentena. Se hablaba de la necesidad de recuperar el centro de las ciudades que las clases más favorecidas habían abandonado en parte y se empezaron a producir planes que respondían a estas “nuevas necesidades”. Planes de reforma de centros urbanos, de rehabilitación, de reutilización de viejos contenedores arquitectónicos para nuevos usos, de reconstrucción de nuevos barrios (sobre todo en zonas muy degradadas como áreas chabolistas), fueron creando una cultura de recuperación urbana que duró aproximadamente una década. Fue el momento del auge del espacio urbano como contenedor de la civilidad, de la creación de las áreas de rehabilitación integral y así, por ejemplo, en la declaración de Ámsterdam de 1975 se podía leer: “La rehabilitación de los barrios antiguos debe ser concebida y realizada, en la medida de lo posible, de forma que no modifique sustancialmente la composición social de los residentes y que todos los estratos de la sociedad se beneficien de una operación financiada mediante fondos públicos”.

Casco histórico de Santiago de Compostela
Modelo de rehabilitación urbana con numerosos premios


Aunque la situación actual pueda parecer similar, ya que en todo el mundo se está intentando también una recuperación y puesta en carga de las zonas ya urbanizadas, tanto por su génesis como por sus circunstancias, es radicalmente distinta y supone, probablemente, un verdadero momento crítico en la evolución del sistema de relaciones tanto de los ciudadanos con la naturaleza como de los ciudadanos entre sí. Como ya he escrito en tantas ocasiones (incluso en este mismo blog) en el año 2000 se calcula la huella ecológica de la totalidad del planeta atendiendo a siete indicadores. Los resultados fueron una llamada de atención acerca de que algo no se estaba haciendo bien: se consumían alrededor de 164 millones de unidades de medida pero que la bio-capacidad del planeta era sólo de 125, lo que significaba un sobreconsumo del mismo. Aunque la utilización de otros indicadores pueda cambiar algo el resultado parece que el exceso de consumo de planeta, en cualquier caso, no baja del 20%. Esto, claro está, sólo es posible porque el planeta ha ido “ahorrando” a lo largo de milenios, y los “ahorros” acumulados en forma de sumideros de contaminación, materiales o energía (combustibles fósiles, energía nuclear) son los que suplen los excesos de consumo. Por supuesto que estos ahorros no son infinitos y, tarde o temprano (más bien temprano con el ritmo que llevamos) se terminarán.

La huella ecológica de la humanidad 1961-2005

Además resulta que esta excesiva explotación del medio no se hace de forma uniforme en la totalidad del planeta. Por poner ejemplos extremos: los Emiratos Árabes Unidos (que ostentan el record mundial) tienen una huella de 11,9 Ha/cap (hectáreas globales per capita), y los Estados Unidos de Norteamérica (que le siguen) 9,6 mientras que la de Perú es sólo de 0,9 y las de Zambia o el Congo apenas llegan al 0,6 o la de Afganistan está en el 0,1. La media mundial de 2,2. Por supuesto que estos datos se reproducen también en el ámbito europeo. La huella ecológica española es de 5,4 Ha/cap superior, por tanto, a la media de la Unión Europea que es de 4,8 y la Comunidad de Madrid de 5,7 superior también, por tanto a la media española. Y todo esto sin contar el llamado “déficit ecológico” que todavía hace la situación más comprometida en determinados lugares. Para no plantear el ámbito de confrontación muy directo en nuestro entorno (entre Comunidades en este país o entre países de la Unión Europea) deberíamos considerar que, por ejemplo, el crecimiento de la huella ecológica de India entre 1992 y 2002 ha sido del 17% (con un valor actual de 0,8 Ha/cap) o el de China del 24% (con un valor actual de 1,6 Ha/cap). Por supuesto que este consumo de planeta es muy diferente también según clases sociales.

Huella ecológica por países (Treehugger)

Dado que se ha superado la huella ecológica del planeta la única alternativa para seguir aumentando el consumo (es decir, aparentemente la huella ecológica) es hacerlo a costa de otros territorios. Va a ser complicado que aquellos con valores más altos de la huella ecológica puedan seguir aumentándola a costa de otros países que tienen huella muy bajas porque es ya literalmente imposible sustraerles más territorio (“ecológico”). Más bien, como se ha ejemplificado para el caso de China o India, esto se va a producir a la inversa, aquellos que tengan huellas muy por debajo de la media van a intentar recuperar para sí los sumideros de contaminación (Amazonía en Brasil, p.e.) o las fuentes energéticas, biocombustibles incluidos. La coyuntura global, por tanto, no parece particularmente favorable al consumo de los que estamos consumiendo en exceso ya que aparentemente, de una forma u otra, esta situación va a suponer costos (cuotas de CO2, precios más altos por las importaciones de materias primas, biocombustibles o productos agrícolas). Y esto va a repercutir de forma muy desfavorable en la competitividad de nuestros servicios y nuestras empresas y en lo que actualmente se entiende por calidad de vida de los ciudadanos.

Las economías emergentes y consumo de energía (CIEMAT)
 
Señalar en la imagen para ampliarla

Aparentemente la única solución posible para conseguir aumentar la competitividad sin sustraer huella ecológica a los demás (hacerlo de forma endógena) es aumentando la eficiencia. Y aumentar la eficiencia de nuestros territorios es conseguir que funcionen con igual eficacia pero consumiendo menos. No desperdiciando energía, suelo, tiempo y contaminación en desplazamientos innecesarios o caros o en calentar o enfriar edificios bioclimáticamente absurdos. Convirtiendo hectáreas de territorios inservibles a la espera de ser urbanizados en bosques para conseguir sumideros de contaminación que reduzcan la huella ecológica. Y, por supuesto, superando la llamada “paradoja de Jevons” para que, aumentos en la eficiencia no signifiquen aumento en el consumo (ya comenté esta cuestión en la entrada del blog titulada “Decrecimiento, Décroissance, Decrescita”). Y desde este punto de vista, los objetivos empresariales coinciden con los propuestos por un entendimiento sostenible del territorio. Dada la coyuntura global se necesita de forma urgente un funcionamiento mucho más eficiente de nuestros territorios (áreas urbanizadas incluidas) porque resulta, como veremos, que la forma en la que están organizadas, por lo menos en el occidente “desarrollado”, es un auténtico despilfarro.

Repoblaciones forestales en España 2007 (MMA)
  Señalar en la imagen para ampliarla


La ciudad nació para separarse de la naturaleza, para que la Humanidad pudiera establecer en un área limitada del territorio un orden diferente al orden natural. Este orden urbano requiere muchos más recursos materiales que el natural y por eso, tradicionalmente, las urbanización han ocupado porciones de territorio bastante pequeñas. De forma que a lo largo de la historia de la civilización y hasta después de la segunda guerra mundial, las ciudades se han comportado como elementos puntuales en el territorio. Desde el punto de vista sistémico hasta los años cincuenta del pasado siglo (en algunos sitios todavía se entienden así) se estudiaban como objetos cuya masa era su población, prácticamente sin superficie y unidas entre sí mediante vías de comunicación que apenas tenían un impacto apreciable sobre el medio. A los urbanistas y a los geógrafos de entonces ni se les ocurría estudiar la relación de su superficie sobre la total del territorio, ya que era despreciable. Desde el punto de vista formal eran una especie de quistes. Eso sí, con una gran capacidad metabólica, pues para su funcionamiento necesitaban de todo su entorno y de estructuras intermedias como la agricultura o la ganadería que ocupaban muchas hectáreas de suelo que dejaba de ser naturaleza.

Esperando a que la ciudad llegue a nuestro dulce hogar (Geography Pages)

Pero a partir de los años cincuenta la ciudad se empezó a apoderar del territorio y, basándose en las posibilidades que ofrecía el automóvil privado, empezó a ocuparlo de forma indiscriminada. Entonces hubo que encerrar las áreas de naturaleza para protegerlas, áreas que pasaron de ser la matriz a ser las teselas en la malla territorial. El problema es que para que el sistema urbano pueda funcionar necesita del medio natural, por la sencilla razón de que el orden urbano es de diferente clase que el natural, y la ciudad, tradicionalmente, ha necesitado de su entorno para completar sus ciclos de consumo y eliminación de desechos. Para decirlo de una forma más sistémica: el subsistema urbano necesita ceder entropía al único sitio que puede absorberla que es el medio natural, para conseguir mantener su propia orden antrópico. Pero la progresiva disminución de este medio hace que, según apuntan todos los indicadores, probablemente hayamos llegado al límite.

El automóvil privado permite ocupar todo el territorio
fragmentando la urbanización y la naturaleza (
Science Daily)

En el momento actual se pueden distinguir tres territorios con funcionamiento diferenciado: la naturaleza más las áreas dedicadas a la agricultura y la ganadería (aunque habría que discutir si la agricultura y la ganadería tal y como se producen hoy en día no deberíamos incluirlas en cualquiera de los otros dos grupos), la ciudad tradicional y el correspondiente a la interfase entre las dos. En muchos lugares (por ejemplo, en una parte importante de los municipios madrileños y en la práctica totalidad de la costa española) la mayor superficie en hectáreas empieza a corresponder precisamente a esta interfase. No es el momento de abordar la cuestión del terreno más o menos natural y el dedicado a la agricultura y la ganadería y no lo haré. Apenas dedicaré unos párrafos para mencionar que la forma fragmentada en la que se está produciendo la interfase, imposibilita en muchos casos el funcionamiento efectivo de las áreas de naturaleza convirtiéndolas en pseudonaturales al estar supeditados su ritmo y funcionamiento al de los elementos antrópicos. En algunos sitios, por ejemplo, la posibilidad de establecer redes ecológicas (imprescindibles para que estas áreas no se conviertan en relictos) se ha convertido ya en imposibilidad. Respecto al funcionamiento de las áreas urbanas tradicionales, por su importancia para los temas de rehabilitación, más adelante trataré de analizar su situación con detenimiento suficiente.

Urbanización de la interfase fragmentada (Treehugger)

En las áreas urbanas de la interfase fragmentada la urbanización se está comportando de forma perversa. La tendencia a vivir en pequeñas comunidades residenciales, separadas unas de otras, habitadas por personas de parecida categoría económica y social, que van a trabajar a los fragmentos dedicados a oficinas o a industrias (o al interior de la ciudad tradicional que se ha convertido en un fragmento más) o a comprar los fines de semana en grandes hipermercados que, además, están sustituyendo a los espacios públicos tradicionales. La ciudad se va haciendo así a trozos, ocupando áreas de campo, y dejando espacios libres entre estos trozos que no se dedican ni a la agricultura ni a la ganadería y que no pueden funcionar como áreas de naturaleza. Estas nuevas áreas urbanizadas presentan el funcionamiento más ineficiente posible. La cuestión de la movilidad es una de las disfunciones más obvias. Por ejemplo, está más que comprobada la imposibilidad de mantener un transporte público rentable con las bajas densidades de las modernas periferias. Esto también pasa, claro, con una biblioteca. O una escuela (a menos que se haga recorrer a los niños largas distancias en autobuses). Pero este mal funcionamiento también lo es desde el punto de vista social debido a la segregación espacial producida y a la falta de movilidad entre clases. Y es que a los problemas del transporte de mercancías y de personas (con una altísima tasa de generación de viajes en automóvil privado, la imposibilidad de trasladarse a pie o en bicicleta para realizar la mayor parte de las actividades, o la nula rentabilidad del transporte público que lo hace totalmente ineficaz) se une también la disminución en la calidad de vida de los habitantes al invertir una parte importante de su tiempo en los traslados.

Un ejemplo: urbanización Costa Miño Golf. Junio 2008 (ADN)
Concurso acreedores por quiebra de Fadesa (como tantas otras)


Pero es que, además, a este momento complicado desde el punto de vista planetario se une una situación local difícil. Los municipios se encuentran en un momento de crisis financiera, con el problema de que tienen que dar servicios a los ciudadanos en unas condiciones de eficiencia del funcionamiento de sus territorios realmente deplorables. Parece obvio que el modelo de desarrollo seguido hasta el momento basado en la creación indiscriminada de áreas urbanizadas ya no funciona porque los costes de mantenimiento de estas áreas no lo pueden asumir los entes locales. Resulta imposible dar seguridad, luz, recoger las basuras, ofrecer equipamientos públicos, mantener el viario, etc., de esta ciudad fragmentada que hemos construido en la periferia. Mientras los ingresos por licencias de obra, etc., derivados de la actividad constructiva se mantenían iban sirviendo para ir pagando los servicios que demandaba la población aunque estos fueran cada vez más caros. Pero esta especie de estructura económica piramidal se vino abajo en el momento en que falló la base. Parece necesario un tiempo de transición que permita ir cambiando el modelo de forma paulatina ya que, de lo contrario, el ajuste puede ser (está siendo) muy impactante. El mantenimiento transitorio de la actividad constructiva puede venir de la recomposición de este espacio construido. Vemos, por tanto que, tanto la coyuntura global como la local miran ambas en la misma dirección, hacia la recomposición del territorio que ya está urbanizado. En cualquier caso, en las condiciones actuales hay que olvidarse del urbanismo de extensión inasumible tanto por sus costos ambientales como económicos y sociales.

La rehabilitación y los demás subsectores (ITEC) 
  Señalar en la imagen para ampliarla

Respecto a la periferia fragmentada parece que es el tiempo de la recomposición pensando soluciones territoriales más eficientes desde el punto de vista de las infraestructuras y de los servicios. Estas soluciones probablemente pasen por la aglutinación, la creación de nuevas centralidades no especializadas y el establecimiento de gradientes que las áreas fragmentadas han eliminado casi de forma total. También en la recuperación de la agricultura de proximidad que permitiría una utilización más racional de estos terrenos “sin destino” que, de ninguna forma pueden funcionar como áreas de naturaleza. Esto significa la antropización de pequeñas zonas del territorio entre fragmentos y la renovación y reutilización, en parte, de lo existente. Esta recomposición territorial en la situación de escasez por lo que pasamos parece casi imposible. A día de hoy no parece haber solución para esta interfase fragmentada y, de hecho, en muchos lugares se está dejando abandonada a su suerte. De momento, mientras el coste del combustible lo puedan ir asumiendo sus habitantes, mal que bien, irá resistiendo (a pesar de los déficits en muchas cosas que siempre se han considerado esenciales para el funcionamiento de las ciudades). Resulta imprescindible empezar a pensar como reconducir estos territorios aunque se trate de una situación realmente complicada a la que no se le ve fácil arreglo. Pero esto va a requerir tiempo y, mientras tanto, hay que pensar en alternativas En alternativas para los trabajadores de la construcción, de reciclaje casi imposible en una gran parte de los casos (a pesar de las optimistas apreciaciones de algunos políticos). Y de alternativas para la financiación de los entes locales.

Renovación y rehabilitación de éxito (Skyscraperlife)
Puerto Madero, Buenos Aires, ¿demasiado elitista?


Por tanto la mirada hay que dirigirla al único sitio posible: la parte central de las áreas urbanas. Las posibilidades podríamos resumirlas en dos apartados. El primero tiene que ver con la renovación. Probablemente sea necesario renovar barrios enteros de casi imposible rehabilitación. Generalmente situados en zonas más periféricas y construidos en unos momentos en que era necesario alojar en las ciudades a miles de inmigrantes que llegaban de otras localidades más pequeñas o de las aldeas, es muy difícil que superen los mínimos necesarios para cumplir decentemente los objetivos de un alojamiento digno y, además, no suelen contar con ningún tipo de valor histórico o artístico que justifique su mantenimiento. Pero se trata de terreno urbano consolidado, totalmente antropizado cuyos costes de devolución al medio natural, en general, son superiores a los beneficios. En estos casos habrá que tirar y reconstruir con criterios de sostenibilidad.

Barrio de Hortaleza, Madrid (José Manuel Casado)
A veces hay que renovar si las condiciones lo exigen

El segundo se refiere a la puesta en carga los edificios ya construidos. Para ello resulta imprescindible adaptarlos para mejorar sus, generalmente, malas condiciones de habitabilidad. Tanto esta adaptación de los edificios como su renovación (tirarlos y construir en el mismo sitio) debería cumplir con tres requisitos fundamentales: la rehabilitación o la renovación han de producir mejoras en la sostenibilidad, han de mantener las redes sociales existentes o incluso incentivar su creación mejorando las posibilidades vitales de sus integrantes y, en tercer lugar, ha de entenderse que los cambios no han de afectar sólo a los edificios sino también a los entornos urbanos en los que están enclavados. Por tanto, han de verse no sólo como una mejora en las condiciones de habitabilidad del edificio sino también como regeneración social, urbana y ecológica. Sin estas condiciones lo más probable es que se estén dando pasos justamente en sentido contrario a las necesidades de los ciudadanos (por lo menos de “todos” los ciudadanos).

Premio Holcim Oro 2005 de construcción sostenible
“Cubiertas verdes”
(propuesta del equipo de Hugo Gilardi)

El primero se trata de un requisito nuevo que en la anterior vuelta a la ciudad tradicional que se produjo en los años setenta del pasado siglo XX no era esencial: la eficiencia. Es decir, los edificios por supuesto que han de ser rehabilitados con criterios de eficacia (han de hacer posible una vida moderna de calidad) sino que, además, ha de hacerse eficientemente: consiguiéndolo con el menor consumo posible (no solamente energético) y produciendo la menor contaminación. Si se quiere conseguir una ciudad que realmente funcione este requisito es imprescindible ya que, de una forma u otra tal y como he tratado de explicar al comienzo del articulo, los costes ambientales se van a pagar (se están pagando ya). Esto que no era tan evidente en el retorno a los centros que se produjo en los años setenta ahora se ha vuelto crucial. Ya no se puede rehabilitar como antes, simplemente con criterios de eficacia (en muchos casos incluso muy discutibles) que hay que dar por supuestos ya que, de lo contrario, es imposible la eficiencia, sino que se impone una rehabilitación con criterios de sostenibilidad. Y los criterios de sostenibilidad no son tan sólo criterios de mejora del ambiente local, sino que son criterios de huella ecológica. Es decir, criterios relacionados con el mantenimiento del planeta. Ya va siendo hora de que se exijan, entre los criterios para conceder ayudas, certificados que acrediten que las condiciones del edificio rehabilitado son mejores desde el punto de vista energético, de contaminación y ambientales que las del antiguo edificio y alcancen unos mínimos que deberían consensuarse. Aquí prestarán pronto una ayuda inestimable las entidades de certificación.

Energéticamente eficiente (derecha) e ineficiente (izquierda)
Según Elías Rosenfeld, imagen de
Wikipedia

Tanto las operaciones de rehabilitación como las de renovación urbana son muy complejas, y sobre ellas existe siempre el peligro de que, en realidad, lo que estemos haciendo sea sustituir cuerpos sociales diversos por otros “de iguales” y, generalmente, correspondientes a capas sociales de mayor poder adquisitivo. Hacer bien una operación de este tipo exige un cuidado exquisito por parte del planificador y del gestor que se encargue de llevarla a cabo y sería un error dejar la dirección de la misma exclusivamente en manos del constructor. Se podrían poner múltiples ejemplos de situaciones de este tipo que, en realidad, han traído consigo una disminución en la complejidad de las áreas urbanas expulsando a cuerpos sociales que funcionaban bastante bien. En incluso en determinados barrios (vulnerables, degradados o en proceso de degradación social) no hay más remedio que acometer actuaciones que se refieran no sólo a los edificios o a los espacios públicos, sino dirigidas a sus habitantes mediante programas de reconstitución de redes (fomentando el asociacionismo, por ejemplo) educativos (que permitan buscar nuevos empleos) o de ayudas al pequeño comercio o a mini-empresas.

Mantener las redes sociales. La Chanca, Almería (Carlos Paz)
PERI catalogado con BEST en el concurso de Dubai

El tercero tiene que ver con el espacio público. No se pueden entender de forma separada las calles, las plazas y los parques por un lado y los edificios por el otro. El espacio público de nuestras ciudades como ya hemos visto en otros lugares de este blog está cambiando de forma acelerada. No porque cambie su morfología o sus condiciones físicas, sino porque cambia la forma de utilizarlo por parte del ciudadano y cambia también su frecuentación. Sobre todo los espacios de ámbito doméstico (los representativos están sujetos a una dinámica diferente) que se están convirtiendo de forma acelerada en simples lugares de tránsito. Las razones son muchas y en un próximo artículo abordaré esta cuestión pero, probablemente, un espacio público en cuyo diseño y gestión no estén implicados los vecinos tenga pocas posibilidades de convertirse en lo que debería ser: un espacio de socialización e interacción entre ciudadanos. Se trata una cuestión central en el funcionamiento efectivo de nuestras ciudades pero ahora sólo la menciono como una de las condiciones necesarias para que una operación de rehabilitación o renovación urbana sea verdaderamente positiva. A la vez que se cambian los edificios o las condiciones sociales de las personas también deberían cambiarse los lugares donde estas personas se relacionan (y a la inversa, claro). Si estos lugares lo necesitan, por supuesto, cosa que suele ocurrir casi siempre ya que la ciudad, como proceso histórico que es, nunca está adaptada a las necesidades de la generación que la recibe sino, como mucho, a las de la generación anterior.

Calle Bolivia, Vigo, España (Urbanity)
  A veces basta con cambiar dimensiones y materiales


Esta segunda década del siglo XXI en la que estamos entrando es particularmente complicada pero, a la vez, plantea retos nuevos no sólo para la generación que la recibe sino, incluso, para la historia de la humanidad. Y la existencia de retos nuevos, de problemas a resolver, a mi, particularmente, me ilusiona. Hace unos días, cuando todavía no había terminando de escribir este artículo, leí en el periódico El País una entrevista que le hizo Laura Lucchini al director del semanario alemán “Die Zeit”, Giovanni di Lorenzo. Aunque aparentemente no tiene nada que ver, ni con la temática, ni con el sentido, ni con nada que se relacione con este blog, sin embargo, en el fondo, me llenó de orgullo que alguien, ante una situación de crisis (la que está pasando el periodismo impreso es, probablemente, todavía peor que la de organización de nuestros territorios) sea capaz de intuir por dónde reconducir las cosas para dar respuesta a las nuevas necesidades. Y lo más asombroso es que le resulte bien. La mayor parte de los periódicos están tratando en sus ediciones impresas de imitar a las digitales (noticias en ráfagas, cortas, casi únicamente titulares, sin aportar casi nada más que inmediatez). En contra de esta actitud resulta que Giovanni di Lorenzo dice textualmente “¿Cómo lo hemos conseguido? Desoyendo todo lo que nos aconsejaron los asesores de medios. Seguimos haciendo textos muy largos, no nos adaptamos a las modas y continuamos haciendo un periódico bastante difícil”. No es precisamente una receta para nuestras ciudades. Pero si lo es el tratamiento que se hace de lo tradicional respecto a lo nuevo. Sin negar la esencia de lo que entiende por periodismo resulta que se abre a las nuevas exigencias de los lectores, cambia el diseño del semanario, abre nuevos tipos de publicaciones dirigidas a públicos concretos. Y, sobre todo, rastrea las nuevas necesidades para adaptarse ¿no es lo que deberíamos hacer con nuestras ciudades y con un espacio público que nos está pidiendo a gritos un cambio?