miércoles, 3 de junio de 2020

El paisaje de las ruinas y el tiempo

Toda persona interesada en el tema del Patrimonio Cultural, antes o después habrá tenido que enfrentarse con la palabra “ruina”. Bien desde el ámbito académico o de investigación. También desde la práctica cotidiana, teniendo que dar respuesta (a veces con carácter perentorio) a la pregunta de qué hacer con “estos restos del pasado”. Pero la “ruina” no son solo “restos del pasado”. Expresiones como “esta casa es una ruina”, o “ruinas modernas” (véase el magnífico libro de Julia Schulz-Dornburg) y otras análogas le conceden una dimensión diferente. Intentando darle sentido al término consulté el diccionario de la RAE que en su quinta acepción dice: “Restos de uno o más edificios arruinados”. Claro que si nos vamos al significado de “arruinar” volvemos al principio: “Causar ruina”. Aunque la segunda acepción de “arruinar” puede ser algo más explícita: “Destruir, ocasionar grave daño”.

 
Lluís Rigalt, Ruinas, 1865  mnac

Visto que este primer encuentro con el diccionario no parece ayudarnos demasiado habrá que recurrir a otras fuentes. Estos días de confinamiento por culpa del maldito coronavirus han servido (algo bueno hay que encontrar siempre a las cosas) para leer y leer. En algunos casos esos libros que habíamos ido dejando para mejor ocasión. Eso es lo que me pasó con el libro de Marc Augé titulado El tiempo en ruinas. Este antropólogo, profesor de L’École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, es muy conocido entre los arquitectos y los urbanistas por haber sido el padre del concepto de sobremodernidad pero, sobre todo, por su teoría de los no lugares. Es bien sabido que urbanistas y arquitectos estamos bastante obsesionados con el espacio, pero parece como si el tiempo no tuviera demasiado significado para nosotros. Y es precisamente el tiempo lo que está detrás del análisis que hace del término “ruina”.

Marc Augé  eldiario

Así que me voy a olvidar un poco de los no lugares demasiado relacionados con el espacio, y me voy a intentar centrar en el tiempo. Que es precisamente lo que hace Augé cuando dice: “Contemplar unas ruinas no es hacer un viaje en la historia, sino vivir la experiencia del tiempo, del tiempo puro. En su vertiente pasada, la historia es demasiado rica, demasiado múltiple y demasiado profunda para reducirse al signo de piedra que ha escapado de ella, objeto perdido como los que recuperan los arqueólogos que rebuscan en sus cortes espacio-temporales”.  Podría pensarse que la ruina es la experiencia del tiempo que propone Lévi-Strauss en una cita que recoge Augé en uno de los ensayos que dan forma al libro, “El etnólogo y su tiempo”:
         “Arrollando mis recuerdos en su fluir, el olvido ha hecho algo más que desgastarlos y enterrarlos. El profundo edificio que ha construido con esos fragmentos da a mis pasos un equilibrio más estable, un trazado más claro a mi vista. Un orden ha sido sustituido por otro. Entre esas dos escarpas que mantienen a distancia mi mirada y su objeto, los años que las desmoronan han comenzado a amontonar sus despojos. (…) Acontecimientos sin relación aparente, que provienen de períodos y regiones heterogéneos, se deslizan unos sobre otros y súbitamente se inmovilizan con la apariencia de un castillo cuyos planos parecería haberlos elaborado un arquitecto más sabio que mi historia” (Tristes Tropiques, Plon, 1955).
         Aquellos que lean este párrafo y se hayan fijado en la frase de Borges que preside la cabecera del blog reconocerán de inmediato que la idea es la misma: “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”.

Castillo de Olvera (Cádiz)  foto IAPH  aetcadiz

Pero, a poco que analicemos, nos daremos cuenta de que, en ambos casos (tanto de Lévi-Strauss como Borges) hay algo que se nos escapa. En realidad, ese tiempo puro del que habla Augé está, probablemente, más relacionado con el “no tiempo”, que con esa sustitución de un orden por otro a la que se refiere Lévi-Strauss o ese montón de espejos rotos de Borges. Por eso dice: “No hay paisaje sin mirada, sin conciencia del paisaje. El paisaje de las ruinas, que no reproduce íntegramente ningún pasado y que, desde el punto de vista intelectual, hace alusión a múltiples pasados y es, en cierto modo, doblemente metonímico, propone a la mirada y a la conciencia la doble evidencia de una función perdida y de una actualidad total aunque gratuita”. Esta actualidad total (aunque gratuita) de la ruina es lo que, contradictoriamente, la libera del tiempo. Es lo que llama el tiempo puro: “El tiempo «puro» es ese tiempo sin historia del que únicamente puede tomar conciencia el individuo y del que puede obtener una fugaz intuición gracias al espectáculo de las ruinas”.

Ruinas del templo Ta Prohm en Angkor  podjuntos

Este entendimiento de la ruina separada de la historia y centrada en ese tiempo que Augé llama “puro” parece estar en contradicción con la mayor parte de las posturas de aquellos que se enfrentan a la ruina para mantenerla en su estado actual, cambiarla o destruirla (destruir una ruina es casi una contradicción en sí misma). Y lo es porque, frecuentemente, se recurre al tópico de la ruina como reflejo, como vestigio, de una historia que nos esforzamos en comprender. Pero ese vestigio, ese reflejo, no podemos evitar analizarlo, sentirlo, estudiarlo, con nuestra mirada. Y es una mirada que, tal y como afirma Augé, hace alusión a múltiples pasados que (según Lévi-Strauss) chocan, se yuxtaponen, se invierten, se deslizan unos sobre otros y, súbitamente, se inmovilizan.
         Este enfoque de la ruina como resultado del paso inexorable del tiempo, incluso se ha intentado asimilar a los resultados de una catástrofe, sea natural (como un terremoto) o artificial (como el accidente de la central nuclear de Chernóbil). Pero su razonamiento es que se trata de resultados de índole diferente ya que: “La ruina, en efecto, es el tiempo que escapa a la historia: un paisaje, una mezcla de naturaleza y de cultura que se pierde en el pasado y surge en el presente como un signo sin significado, sin otro significado, al menos, que el sentimiento del tiempo que pasa y que, al mismo tiempo, dura. Las destrucciones realizadas por las catástrofes naturales, tecnológicas o político-criminales, por su parte, pertenecen a la actualidad”. Es decir, tienen fecha, un antes y un después, son un signo con significado.

Chernobyl ¿ruinas?  theconversation

Este análisis de la ruina debería hacernos razonar sobre las posibilidades de intervención en estos restos más allá de las consideraciones románticas implícitas siempre en unos supuestos recuerdos que, en realidad, no son tales. Y la mayor parte de las veces las actuaciones sobre las ruinas consisten en darles a estos signos un significado. En cierto modo, recuperar la historia.
         La paradoja que se deduce de este análisis del “tiempo puro” es la de si recuperando la historia no habremos perdido la ruina. Incidiendo en esta hipótesis, el recorrido que Augé hace por París, en otro de los ensayos del libro, le permite plantear las tres formas mediante las que, según su opinión, los arquitectos y urbanistas se enfrentan al problema de respetar la historia, sean ruinas o cualquier otro elemento. La primera la llama el “efecto fachada”. Es un sistema bien conocido: se conserva la fachada (eso sí, con los retoques convenientes) y se sustituye todo lo que hay detrás haciéndolo todo más funcional.

Efecto Gershim, Un americano en París  justwatch

La segunda estrategia la denomina el “efecto Gershwin” debido a la película de Un americano en París y le va como anillo al dedo al caso que está analizando pero pienso que también es aplicable a otros lugares. Se trata de hacer que lo real se parezca a la imagen que se tiene del sitio. Pone el ejemplo de los masai que visten el traje tradicional para “esperar a los visitantes a la entrada de su reserva”. En el caso de París propone el caso de la Contrescarpe y la calle Mouffetard. Todo nuevo y reluciente pero, por ejemplo, con una fuente en el centro de la plaza que es reciente pero que “protegida por una pesada cadena de buena pátina, es el toque de autenticidad del lugar”. Hace unos meses estuve justamente haciéndome un selfie en dicha plaza (porque la estrategia está muy relacionada con los “espacios selfie” de que hablo en otro artículo del blog al referirme a la Puerta del Sol) aunque la cadena haya desaparecido.

París, Contrescarpe, espacio selfi, todavía estaba la
cadena con pátina protegiendo la fuente reciente
  noplace

Y la tercera pasa por la “restauración, la luz y el espectáculo”. Y pone el ejemplo del Marais: “Concebido de una forma excesivamente evidente para ser visitado, el Marais ha perdido su vitalidad pasada. No en balde se ha convertido París en el primer destino turístico del mundo”. Pero aquí tropezamos con el turismo.
         Según Augé el turismo es el ejemplo perfecto de lo que denomina sobremodernidad. La sobremodernidad la caracteriza mediante tres elementos: la aceleración del historia, la retracción del espacio y la individualización de los destinos. Lo global se mezcla con lo local y “a escala planetaria, el museo de Bilbao y la pirámide del Louvre, como acontecimientos arquitectónicos, prolongan una historia inmemorial que las excavaciones arqueológicas y las restauraciones enriquecen día a día”. Y poco a poco se consolida la idea de un Patrimonio Cultural de la humanidad “pese a que este patrimonio, al relativizar el tiempo y el espacio, se presente antes que nada como un objeto de consumo más o menos desprovisto de contexto”.

Chile, isla de Pascua, Ahu Vinapu
Moais y rodetes derribados  foto jfariña

En definitiva, se trata de convertir el mundo en un espectáculo (podría ser interesante leer en el blog el artículo de marzo de 2010 llamado “La sociedad del espectáculo”). Desde este punto de vista se puede entender como el fin de la historia. Pero en este momento de muerte de la historia las ruinas aún dan señales de vida. Sin embargo, es necesario distinguir entre los escombros acumulados por la historia reciente y las ruinas surgidas del pasado: “Hay una gran distancia entre el tiempo histórico de la destrucción, que nos relata la locura de la historia (las calles de Kabul o de Beirut), y el tiempo puro, el 'tiempo en ruinas', las ruinas del tiempo que ha perdido la historia o que la historia ha perdido”.

Siria, valle del Orontes, Apamea, columna romana en 1999
¿Qué quedará de ella después de la actual guerra?  
foto jfariña

Otro de mis autores favoritos desde hace muchos años, Kevin Lynch, en un libro que hoy no está de moda pero que debería ser de obligada lectura para los estudiantes de urbanismo llamado ¿De qué tiempo es este lugar?, dice cuando se refiere a la ruina: “La restauración inteligente oscurece el carácter esencial de los restos intemporales. Un entorno agradablemente ruinoso exige cierta ineficacia, una relajada aceptación del tiempo, la capacidad estética de aprovechar dramáticamente la destrucción. Un paisaje adquiere profundidad emocional cuando acumula estas cicatrices”. Esta relación con el entorno a la que se refiere también Augé, lo mismo que, entre otros, casi todos los románticos, es fundamental. La ruina se caracteriza por la paulatina vuelta de lo antrópico a la naturaleza. Cuando hablamos corrientemente de “restos arqueológicos” o de “monumento” no estamos hablando, en realidad, de “ruinas” ya que, en ellos, este viaje a hacia la aniquilación parece que no existe.
         Por eso, la relación entre naturaleza y ruina se ha producido tantas veces y, en multitud de ocasiones, de forma maravillosa. Y, sobre todo, en los jardines, que constituyen el invento de naturaleza antropizada más elaborado. Incluso, cuando no existen ruinas, se inventan. Así ha sucedido en algunos jardines de los más famosos tales como el caso de Stowe en Inglaterra o de Schönbrunn en Austria. Por no hablar de los jardines de Arkadia en Polonia, cerca del palacio de Nieborow. Y se inventan para acentuar ciertos elementos paisajísticos y que le confieren un carácter romántico al jardín.

Inglaterra, Stowe Gardens, falsas ruinas  kevingordon

Pero, en realidad, desde el punto de vista del paisaje la ruina es, esencialmente, un elemento simbólico. La mayor parte de las ruinas, de obligada visita para los turistas, a veces ni tan siquiera han sido vistas ni una sola vez por los residentes. Lo que no quiere decir que, en caso de que se propusiera su aniquilación (o su traslado a otro lugar), la reacción unánime fuera en contra. Y es que, este carácter de símbolo, de anclar una comunidad no solo en el espacio, sino en el tiempo puro de que habla Augé, más allá de cualquier consideración práctica se muestra, en parte, como identitaria. Vemos, por tanto, que la ruina presenta características diferenciales respecto al resto del Patrimonio Cultural que hace su tratamiento muy complejo. Por lo menos, tan complejo como el de cualquier monumento o resto arqueológico. Pero también que presenta posibilidades importantes derivadas de su ambivalencia.

Foro romano, reconstrucción virtual
Tal y como sería en el 320 dc  
traveler

En cualquier caso, después de haber leído una y otra vez este libro que, en realidad, en una serie de ensayos independientes en torno al tiempo, la ruina y la historia, lo que se trasluce es el sentimiento de que, precisamente, la ruina es la que puede evitar este fin de la historia que anuncia la llamada sociedad del espectáculo. Frente al turismo masivo y la banalización y homogenización de los paisajes para hacerlos comprensibles a todas las culturas mediante la falsificación y la reconversión de los mismos, y ante los programas de visitas que controlan hasta las emociones de los visitantes, la ruina podría ser casi el único resto de verdad. Y digo “podría” porque su intento de conversión en otras cosas tales como bienintencionadas reconstrucciones virtuales en puntos temporales concretos, puede impedirlo.
         Y es que la respuesta a las preguntas de ¿qué paisaje reconstruir y cuál sacrificar? ¿qué momento histórico rescatar?, no debería estar condicionada por el espectáculo. El problema es que lo está. Parece necesario salir de este círculo vicioso y empezar a mirar la ruina como lo que realmente es: testimonio del tiempo puro, despojos amontonados entre la mirada y su objeto, quimérico museo de formas inconstantes. Así planteado el tema probablemente ni tan siquiera sea necesario responder a las preguntas anteriores. ¿Para qué, si el resultado de tantos “acontecimientos sin relación aparente, que provienen de períodos y regiones heterogéneos” que se deslizan unos sobre otros “y súbitamente se inmovilizan con la apariencia de un castillo, parecería haberlos elaborado el arquitecto más sabio?

Foro romano, situación actual
¿De qué tiempo es este lugar?
  enroma

Hoy ha sido un artículo en el que, básicamente, he tratado de extraer un cierto orden interesado de los once artículos que componen El tiempo de ruinas de Marc Augé. Para ello he ido rebuscando párrafos de uno y otro y reproduciéndolos con objeto de construir un relato a la manera de Walter Benjamin, para llevar al ánimo del lector que la ruina como paisaje probablemente requiera un tratamiento distinto al del monumento entendido como resto del pasado con significado histórico. No sé si lo habré conseguido porque ha sido uno de los artículos del blog que más trabajo me ha costado escribir. Termino reproduciendo un párrafo situado casi al final del ensayo sobre París que, pienso, resume lo complejo del tema:
         “Lo que nos cautiva en el espectáculo de las ruinas, incluso en aquellos casos en que la erudición pretende lograr que nos relaten la historia, o en aquellos en que el artificio de una escenificación de luz y sonido las transforma en espectáculo, es su aptitud para hacernos percibir el tiempo sin resumir la historia ni liquidarla con la ilusión del conocimiento o de la belleza, su aptitud para adoptar la forma de una obra de arte, de un recuerdo sin pasado. La historia venidera ya no producirá ruinas. No tiene tiempo para hacerlo. Sobre los escombros producidos por las confrontaciones que no dejará de suscitar, surgirán pese a todo obras de construcción, y con ellas, quién sabe, la oportunidad de edificar algo diferente, de recuperar el sentido del tiempo y, yendo un poco más lejos, tal vez, la conciencia de la historia”.



Nota 1.-Es fácil de comprender que el libro que voy a recomendar hoy es El tiempo en ruinas de Marc Augé. La edición en español que conozco está publicada por la editorial  Gedisa de Barcelona en el año 2003. Dado que se trata, además, de un libro maravillosamente escrito, aquellos que puedan leerlo en francés (Le temps en ruines, éditions Galilée, 2003) es recomendable que lo hagan en el idioma original.

Nota 2.-Y el segundo libro que deberían leer todos los estudiantes de urbanismo es el que ya he citado de Kevin Lynch que en su edición española se titula ¿De qué tiempo es este lugar? Para una nueva definición del ambiente, cuya primera edición fue publicada por la editorial Gustavo Gili de Barcelona en el año 1975. El original inglés, con el título: What time is this place?, fue publicado en 1973 por The MIT Press Cambridge Massachusetts y Londres.