Cuando se leen las opiniones de bastantes políticos (también de algunos técnicos y de muchos comentaristas y “tertulianos”) sobre el tamaño de las ciudades, casi todos quieren que la suya sea cada vez más grande. Parece como si el tamaño fuera un indicativo de su éxito y, sobre todo, de su poder. De forma que todo el mundo parece estar de acuerdo en la afirmación de que es bueno que “su ciudad” sea cada vez mayor. En el artículo de este mes me gustaría reflexionar sobre esta cuestión porque ya hace años que estoy convencido que este punto de vista no es precisamente el más adecuado, no solamente para el propio funcionamiento de la ciudad, sino también para calidad de vida de las personas que viven en ella y, sobre todo, atendiendo a la relación con el territorio circundante y el planeta.
En general, casi todas las opiniones positivas provienen de la economía y, en muchos casos, del sistema de globalización. Dice Jean-Pierre Garnier en el nº 14 de Crítica Urbana: …”la evolución de las relaciones sociales capitalistas de las grandes aglomeraciones urbanas, puede interpretarse de acuerdo con un esquema de causalidad con tres aspectos: transnacionalización, metropolización, gentrificación, a los que se puede agregar un cuarto aspecto complementario: la marginalización territorial creciente de gran parte de las clases populares”. Estas cuatro cuestiones abordan los aspectos más importantes del problema y nos permiten centrar la discusión en temas que casi nunca se abordan.
De cualquier forma, para el análisis de las características urbanísticas y sus implicaciones, solo voy a distinguir entre grandes ciudades, ciudades intermedias y ciudades pequeñas sin precisar el número de habitantes. Ello es debido a que este tipo de clasificaciones, desde mi punto de vista, deberían relacionarse con otros factores y no exclusivamente con el número de habitantes. Por ejemplo, formar parte de un área metropolitana y su distancia a la misma, basarse en una actividad predominante (como el turismo), su composición demográfica, la existencia de un entorno rural… Además, en general, se podría decir que más que hablar de ciudades aisladas tendríamos que hablar de un sistema de ciudades. Y de un sistema de ciudades equilibrado en el que se dieran las proporciones adecuadas de cada una de ellas.
Sin embargo, las ciudades pequeñas son necesarias ya que cumplen una labor esencial como es la de concentrar la población mayoritariamente rural. Es por eso que en párrafos anteriores hablaba del sistema de ciudades. Son necesarias las ciudades pequeñas. Pero, probablemente, muchas menos que las intermedias. Esto es así porque cada vez más las ciudades intermedias van siendo centros de un área rural cercana y van sustituyendo progresivamente a las pequeñas con una serie de ventajas innegables desde el punto de la posibilidad de servicios y equipamientos. Es evidente también que no en todos los lugares pueden sustituirlas sencillamente por motivos debidos a los tipos de cultivos y su ubicación concreta, la población necesaria para hacerlos rentables y otros que ahora no es el momento de abordar.
Tampoco es el momento de hablar sobre las bondades de las ciudades intermedias y las causas de que, en la situación actual, deberían de ser la base del sistema urbano. De forma que voy a pasar directamente a los problemas más evidentes que crean las grandes ciudades. Su ventaja principal ya ha sido mencionada al comienzo, es económica y derivada de la transnacionalización y metropolización. Al tratarse de centros internacionales directamente relacionados con la globalización pueden acceder a multitud de posibilidades respecto a las intermedias. Por tanto, también son necesarias. Sin embargo, si planteamos los problemas que crean probablemente deberíamos de estar de acuerdo en la necesidad de que sean las menos posibles. El problema más notorio es el que tiene que ver con los desplazamientos entre puntos de la ciudad. Es prácticamente imposible en este ámbito pensar en “ciudades para andar”.
Se trata de “ciudades para el automóvil”. No solo por la distancia entre los diferentes elementos sino también por la imposibilidad de un transporte público eficaz, con tiempos de desplazamiento adecuados, y económicamente rentable. Lo que significa un dispendio ecológico importante y problemas para la salud de la ciudadanía. Y es, precisamente, el modo de vida de sus habitantes la segunda de las dificultades a las que han de enfrentarse las grandes ciudades. Aunque, aparentemente, cuenten con equipamientos y servicios imposibles de conseguir en otro tipo de ciudades, el problema de acceso a los mismos se constituye como la base de la falta de confort de los usuarios. En un trabajo que hicimos ya hace algún tiempo constatamos que más del setenta por ciento de los equipamientos estaban infrautilizados y alrededor de un cinco por ciento estaban saturados en las ciudades de más de un millón de habitantes. Las razones eran varias pero las dejaremos para otro artículo. Ahora solamente destacaría que mayoritariamente se derivaban de la propia dimensión urbana.
Y luego, claro, está todo el entorno que rodea a una ciudad de este tipo. Resumiendo, se podría decir que “está en espera”. En espera de ser urbanizado, por supuesto. Y. además, esta urbanización se va produciendo de forma fragmentada. Es decir, se crea una zona industrial a diecisiete kilómetros del centro. Otra residencial a veinte. Un área de almacenamiento y distribución a veinticinco. Otra más residencial a dieciséis… Y así se va fraccionando el territorio, rompiendo las áreas de naturaleza exteriores que dejan de tener las dimensiones mínimas para su funcionamiento ecológico, haciendo no rentables los cultivos de cercanía, o induciendo la necesidad de traslado de un área a otra con el consiguiente consumo de energía y producción de contaminación. De forma que el mal funcionamiento de una megalópolis no se limita a su propio territorio sino que se extiende bastante más allá del mismo.
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Sin embargo y a pesar de que, como vemos, este tipo de ciudades presentan multitud de problemas, tienen un éxito innegable y son cada vez más numerosas. Probablemente sea este uno de los indicativos más claros de la supremacía de las cuestiones económicas sobre las propiamente personales o de modo de vida urbano adecuado a sus habitantes (por no hablar de cuestiones relacionadas con la sostenibilidad del planeta). Pero no me gustaría terminar sin referirme a otro problema que cada vez tiene mayor incidencia en estas macrourbes. Me refiero al control y a la seguridad de la población. Ya fue el Pentágono el primero en detectar esta cuestión (desde el punto de vista militar, por supuesto) pero luego muchas organizaciones dedicadas al tema lo han ido destacando cada vez en mayor medida. Y se trata de algo básico ya que la mayor parte de las cuestiones relacionadas con la sostenibilidad y la salud dependen de que las ciudades sean “ciudades para andar”, cosa casi imposible sin seguridad.
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En definitiva, deberíamos de hablar de un sistema de ciudades en el cual existan tamaños variados, desde ciudades pequeñas hasta macrociudades. Pero también parece necesario advertir que la base del sistema deberían ser las ciudades intermedias. Por muchos motivos a los cuales tendré que dedicarles otra entrada del blog. También que, tanto las ciudades pequeñas como las grandes urbes deben de ser pocas (sobre todo las segundas). Pero la tendencia es otra tal y como se observa en las imágenes anteriores en las que se ve la evolución de las ciudades de 1, 5 y 10 millones o más de habitantes, entre 1970 y 2018 según Naciones Unidas. Lamento haber escrito este artículo como un “tertuliano” más, casi sin referencias científicas pero surgió después de mi enfado al leer en la prensa diaria determinadas afirmaciones sobre la necesidad de aumentar el tamaño de nuestras ciudades y el hecho de que la futura gran ciudad de NEOM (a la que he dedicado una entrada del blog en mayo de este año) esté consumiendo para su construcción el 20% del acero mundial a pesar de la reducción de su tamaño.