En este artículo querría tratar algunos temas que surgieron en la charla de Salvador Rueda y luego, en la comida que tuvimos posteriormente. Aunque pueda extrañar que un biólogo (y psicólogo) como él hable del “Diseño de la Ciudad del Futuro” cuando la palabra “diseño” aplicada a la ciudad parece más propia de un arquitecto, y que un arquitecto (y licenciado en derecho) como yo, lo haga con el estado de nuestros territorios cuando una parte muy importante de las cuestiones territoriales tienen que ver con el “medio natural” y, por tanto, aparentemente sean más propias de un biólogo, es sintomático de lo que está pasando en el campo del urbanismo y la ordenación del territorio. Afortunadamente parece que las barreras entre profesiones, competencias profesionales y campos del conocimiento, empiezan a caer porque sólo desde visiones holísticas y comprensivas se puede abordar un tema complejo como es el de la urbanización. No se si esta afortunada disposición de títulos de las ponencias y profesiones de los ponentes en la sesión de la mañana habrá sido buscada por Rafael Durá y Jesús Quesada, organizadores del curso, o habrá sido el resultado de la casualidad (creo poco en las casualidades). En cualquier caso fue una demostración práctica de cómo empiezan a confluir miradas de procedencias aparentemente distintas sobre el mismo objeto.
Aunque ya conocía el “Plan Especial de Indicadores de Sostenibilidad Ambiental de la Actividad Urbanística de Sevilla”, el ver aplicados estos indicadores a un planeamiento real comparando dos alternativas distintas resultó bastante esclarecedor. Por desgracia no cuento con el material de este “ejercicio” (vamos a llamarlo así), por otra parte bastante duro (sobre todo para el equipo redactor del plan real), así que me centraré en algunos aspectos de los indicadores.
Este sistema de indicadores ha sido redactado por la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona que dirige Salvador Rueda y se trata de un documento de un altísimo interés porque permite cuantificar la sostenibilidad, por ejemplo, de un plan de urbanismo. Por fin nos encontramos ante números. Los números (y los conceptos que están detrás) podrán ahora criticarse, modificarse, añadirse, negarse o ampliarse. Pero ya tenemos un documento sobre el que discutir y sobre el que trabajar. Podéis bajaros las diferentes partes del documento en .pdf de aquí.
El sistema de indicadores (de los que luego hablaré) se basa en conseguir una ciudad compacta, que garantice la diversidad, que reduzca al mínimo los impactos sobre los ciclos de materia y energía y que propicie la creación de entornos que permitan la cohesión social de sus habitantes. Así dicho suena casi a música celestial. La cuestión es cómo convertir esta música celestial en números. Para lo cual debemos de tener claro como formalizar estos números. Para hacerlo se establecen en el documento siete ámbitos distintos: morfología, espacio público y movilidad, complejidad urbana, metabolismo, biodiversidad, cohesión social y función guía de la sostenibilidad.
Morfología
Os aconsejo que leáis el trabajo y estudiéis cuidadosamente los indicadores. Ahora sólo comentaré algunos de los que considero de más interés, para que os ayuden a entender un poco el fondo y la forma de la propuesta global. Por ejemplo, para medir el ámbito de la morfología se recurre a tres: la densidad edificatoria y las compacidades absoluta y corregida.
Voy a centrarme sobre la densidad edificatoria ya que se trata de una de las cuestiones más discutidas de la historia del urbanismo desde que Parker y Unwin propusieron las 12 viviendas por acre (30 viviendas por hectárea) para el tejido de la ciudad jardín. En el documento se mide sobre una malla de 100x100 metros, y el índice es el tópico de número de viviendas dividido por la superficie total. Pues bien, la propuesta es de una densidad mínima edificatoria de 45 viviendas por hectárea, y la recomendable de 60. Se supone que el equipo de la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona ha estudiado una serie de tejidos compactos y ha llegado a estos números. De hecho, en la explicación de este indicador se incluyen algunos ejemplos de tejidos: de casco histórico, de edificación suburbana, de manzana cerrada y de edificación abierta.
Comparando la propuesta con la de alguna legislación en la que se establecen máximos y mínimos de densidad, como el Reglamento de Urbanismo de Castilla y León, vemos que en esta norma del año 2004 se diferencia entre municipios mayores de 20.000 habitantes (con densidades máxima de 70 y mínima de 40 viviendas por hectárea) y menores (50 y 20 respectivamente). Este tipo de diferencias en función del tamaño del área urbanizado parecen pertinentes y probablemente si el indicador propuesto para Sevilla se utilizara para otro sitio distinto habría que adaptarlo convenientemente.
Espacio público y movilidad
En este apartado se proponen quince indicadores que van desde la prohibición de condominios cerrados hasta las reservas de espacios de estacionamiento para bicicletas. En este caso me voy a detener en uno de los indicadores que miden el confort térmico de los espacios exteriores porque llevo trabajando en este tema hace más de veinticinco años y me interesa bastante saber qué se mide. El indicador se llama “Potencial de habitabilidad térmica en espacios urbanos”. Según el documento: “Sirve para identificar el porcentaje del tiempo de uso útil del espacio público en el que una persona se encuentra en condiciones críticas, tolerantes o de confort en términos de confort térmico en función de las características de los materiales, la configuración espacial y las condiciones del microclima”. El valor de referencia es de más del 50% de las horas útiles, garantizando al menos una franja horaria de confort diario de tres horas consecutivas.
Supongo que estos datos estarán adaptados al clima de Sevilla pero, la verdad es que me parece complicado que se pueda llegar a determinar casi exclusivamente, como se propone, en función de las condiciones geométricas de la calle sin partir tan siquiera de una simple carta bioclimática. Probablemente estaría de acuerdo con el indicador (sobre todo si midiera el porcentaje de tiempo que se puede usar el espacio público en condiciones de confort) pero tengo serias dudas respecto al método de cálculo.
Complejidad urbana
A la complejidad el documento le dedica cinco indicadores: complejidad urbana, reparto entre actividad y residencia, superficie mínima de los locales, proporción de actividades de proximidad, diversidad de actividades y proporción de actividades densas en conocimiento. De todos ellos me interesa especialmente el primero, no sólo porque es desde siempre uno de los ejes de la sostenibilidad para Salvador Rueda, sino por motivos personales.
Y es que la fórmula que se utiliza para medir la complejidad es la de Shannon basada en las probabilidades. Esa misma fórmula la utilicé en el año 1976 para medir la entropía producida en diferentes sectores de la estructura urbana de Madrid. Ese trabajo lo presenté como Tesis para obtener el título de Técnico Urbanista del Instituto de Estudios de Administración Local. Tesis que ese mismo año recibió un premio de investigación. Sin embargo (y a pesar de haber recibido un premio que apareció en el BOE ese mismo año) no conseguí publicarlo hasta el año 1998. Podéis bajaros el trabajo titulado “Cálculo de la entropía producida en diversas zonas de Madrid” aquí, ya que es el número 10 de los Cuadernos de Investigación Urbanística. Así, además, para aquellos que no los conozcáis os pongo en contacto con esta colección que ya lleva más de cincuenta números (ahora convertida en revista) y cuya finalidad es difundir, gratuitamente y en castellano, trabajos de investigación relacionados con el urbanismo. Su promoción corre ahora a cargo de una Red de más de veinte universidades latinoamericanas que también actúan como revisoras de los trabajos.
Imagen del Ci[ur]10
Aunque la finalidad de la fórmula de la sumatoria de la probabilidad multiplicada por el logaritmo en base dos de la probabilidad no es la misma en mi trabajo que en los indicadores que comento, las bases conceptuales sí lo son: la teoría de la información o de la comunicación (según los autores). La verdad es que no tengo muy claro que sea, realmente, una medida de la complejidad (por supuesto que lo es de la diversidad ya que mide probabilidades) pero a Salvador y su equipo les parece que si y supongo que tendrán sus razones. Un día tendremos que discutirlo. En cualquier caso, lo que medí en el año 1976 fue la cantidad de información producida por la estructura urbana en diferentes sectores de la ciudad de Madrid, que según Wiener y Shannon es la entropía cambiada de signo (negantropía).
Imagen del Ci[ur]10
En realidad, aunque por cuestiones de registro del trabajo (era una tesis de diplomados) en el título se menciona la palabra estructura, lo que de verdad medí fue la entropía producida por una serie de características de la trama urbana, casi todas referidas al viario, porque mi intención más que llegar a unos resultados era probar una metodología. Aunque llegué a unos resultados, claro. Como anécdota voy a transcribir los bits de entropía obtenidos para las nueve variables consideradas, por áreas ya clasificadas desde la menor a la mayor entropía producida:
1,24 bits - Barrio de Salamanca
3,78 bits - Ciudad Lineal
3,98 bits - Lavapiés
4,40 bits - Calle Mayor
4,44 bits - Palomeras
4,59 bits - Puerta de Moros
Puede advertirse como va creciendo la entropía conforme la estructura urbana es “menos planificada” o “más histórica”. Hay que exceptuar el caso de Palomeras pero es que la Palomeras analizada era, en aquellos momentos, un barrio de infraviviendas de Madrid. La estructura en malla cuadriculada del Barrio de Salamanca se destaca notablemente del resto. Esto indica, evidentemente, que las condiciones de organización (estructura superpuesta al caos) son muy fuertes en esta zona. La pregunta sería ¿es esta también una medida de la complejidad? Tengo serias dudas porque entiendo que en la complejidad no interviene sólo la diversidad de elementos sino, y básicamente, las conexiones entre ellos que no se consideran de ninguna forma en la fórmula de Shannon.
Metabolismo urbano
Para medir el metabolismo urbano se usan ocho indicadores tales como los residuos sólidos urbanos, la autosuficiencia hídrica o el nivel sonoro. Querría señalar algunos puntos respecto a la Autogeneración Energética de las Viviendas que es el primero de los indicadores. Para este indicador se diferencian dos tipologías arquitectónicas: edificios unifamiliares y plurifamiliares. Para esta última se distinguen entre aquellos que llegan a las cinco plantas de viviendas (baja más cinco de vivienda) y los que las superan. Los condiciones de autogeneración que se consideran para edificios colectivos son los siguientes:
Cuota de agua caliente sanitaria del 70 % a partir de energía solar.
Cuota de calefacción del 40 % a partir de energía solar.
Cuota de frío del 60 % a partir de energía solar.
Cuota de 100 % para elementos comunes a partir de fotovoltaica.
Y en los unifamiliares:
Cuota de agua caliente sanitaria del 70 % a partir de energía solar.
Cuota de calefacción del 40 % a partir de energía solar.
Cuota del 100 % para iluminación a partir de fotovoltaica.
Se supone que hasta las cinco plantas de viviendas existe suficiente superficie de azotea para cumplir los requisitos solares de autogeneración y que, a partir de las cinco plantas se tendrán que “compensar en un Banco de Energías Renovables, de titularidad pública y con carácter finalista, es decir, las ganancias producidas por el banco deberán invertirse o aplicarse en el desarrollo de las energías renovables o en los servicios públicos municipales con consumo energético”.
Es evidente que el modelo requiere una notable depuración respecto a las tipologías arquitectónicas consideradas que, entiendo, debían haberse pensado por ejemplo en función de las condiciones climáticas (Víctor Olgyay, por ejemplo, ya propuso una clasificación basada en estos criterios hace ya muchos años).
Biodiversidad
Los indicadores relacionados con el aumento de la biodiversidad intentan medir la relación de los ciudadanos con la naturaleza. Aunque aparentemente no parecen indicadores de sostenibilidad, si lo son de forma indirecta al intentar que esta relación se produzca en la ciudad y sus habitantes no tengan que desplazarse “huyendo” de la misma. Me gustaría detenerme en el Índice de Permeabilidad porque también se trata de otro tópico recurrente en la literatura (por ejemplo, en los trabajos de Sukopp y Werner) y que ha sido objeto de no pocas discusiones.
En la propuesta de la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona se distinguen cuatro tipos de superficies: permeables, semipermeables, impermeables no edificadas e impermeables edificadas. Aunque luego en el análisis gráfico se distinguen hasta seis tipos distintos que se afectan por un factor. En general me parece interesante que se distinga entre diferentes tipos y que no quede reducido todo a la dicotomía permeable-impermeable. Una vez determinado el índice de permeabilidad multiplicando la superficie de cada tipo por su factor correspondiente, sumándolas todas y dividiendo por la superficie total en una malla de 200x200 metros, se propone que, por lo menos, se reserve un 30% de suelo permeable en áreas con un grado de edificabilidad superior al 50%. Si repasamos la literatura encontramos variaciones entre 20% y el 50% de suelo permeable como necesario en función, básicamente, del clima (que determina la evapotranspiración potencial) y de las condiciones de confort.
Cohesión social y función guía
Respecto a la cohesión social se usan sólo dos indicadores: mezcla de rentas en la edificación residencial y acceso a equipamientos y servicios básicos. Por último, la función guía de la sostenibilidad utiliza un único indicador: la eficiencia del sistema urbano. Pensaba que al hablar de la eficiencia del sistema urbano se referían a la relación entre consumo y satisfacción o felicidad del ciudadano, pero no. Se trata de la relación entre el consumo de energía primaria y la complejidad del sistema.
Bien, hoy he escrito un artículo duro de leer y supongo que, para muchos, aburrido y tedioso. Sin embargo se trata de una cuestión muy importante. Durante años hemos estado planteando las bases teóricas de algo nuevo que ha irrumpido de forma inesperada en la historia de la Humanidad y que ya nos afecta de forma decisiva. Se le puede llamar de muchas formas (límites del crecimiento, sostenibilidad, etc.) pero resulta imprescindible contar con ello. Casi no hemos tenido tiempo de centrar sus parámetros fundamentales pero aquellos para los que nada cambia nos exigen continuamente números y más números. Como si los números, en general, no significaran una utilización perversa de los conceptos y de las ideas (quizás por eso mismo los necesitan: para utilizarlos según sus intereses). La introducción de la huella ecológica significó un avance considerable en el proceso de cuantificación y permitió introducir de forma didáctico-numérica la sostenibilidad (y, sobre todo, la medida de la globalidad del nuevo modelo) en la cultura de muchas personas.
Pero en el campo más técnico estamos necesitados de dar respuesta a las peticiones de los profesionales que demandan rutinas y metodologías seguras y contrastadas, que les permitan saber si sus proyectos se encaminan en la dirección adecuada. En arquitectura, por ejemplo, ya existen sistemas que nos permiten medir la eficiencia energética de un edificio de forma bastante aceptable. Pero en el urbanismo todo es más complicado, ya que se trata de un tema transversal que abarca muchos campos, complejo e indeterminado en muchos de sus aspectos. Por eso los momentos en que aparecen propuestas como la que hoy he comentado son momentos felices para los que nos dedicamos a estas cuestiones. Y deberían serlo también para todos en general.