Hoy voy a aligerar un poco el blog que está quedando demasiado académico. El pasado domingo, entre las dos y las tres, mientras corría unos kilómetros por el "sector tres" (el sitio de Getafe donde vivo que debe su nombre, no podía ser de otra manera, al correspondiente Plan General de Urbanismo), iba oyendo en “Radio tres” el programa “Tres en la carretera”. El hecho de que destaque el número tres se debe sencillamente a que, debido a la carga de música nostálgica que puso Isabel Ruíz en ese programa y a su insistencia machacona en repetir el número tres recordé a Víctor d’Ors que fue uno de los profesores más ¿? que tuve en la Escuela de Arquitectura. Sin lugar a dudas era un amante de las paradojas (y de otras muchas cosas) pero la relación de su recuerdo con el número tres se debe a su insistencia acerca de que dicho número era la base de la existencia humana. Y también de la divina, claro está: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Osvaldo mirando al firmamento montaje, base Pizano
Su libro Arquitectura y Humanismo (no estoy seguro que se pueda encontrar a la venta, la edición que tengo es de 1967) está dividido en tres escritos. En el escrito primero habla de los tres papeles de la forma. El segundo, sobre la enseñanza está dividido en tres partes: 1. Lo informativo, lo formativo y lo ejercitatorio. 2. Diálogo de las doce cañas de cerveza (múltiplo de tres). 3. El cultivo de la personalidad. En cambio el escrito tres está dividido en seis partes (múltiplo de tres). Aunque también puede suceder que todo sea una simple tomadura de pelo porque en la página 20 podemos leer (por fin he podido llegar a donde quería que no era otro sitio que a Torres Vedras):
Tantas veces he expuesto en nuestra querida Escuela a la irrisión las “moralejas” racionalistas, que no me resisto a quebrantarlas, hoy nuevamente, ante mis lectores. Cito de memoria unos versos, en su tiempo muy conocidos –creo que de Sinesio Delgado- y aparecidos en Blanco y Negro de la “belle époque”:
Un químico alemán en Torres Vedras
fabricaba macarrones con las piedras;
luego, invirtiendo la operaciones
extraía piedras de los macarrones.
Total, que el químico alemán
deja las cosas idénticas que están.
Esto prueba que, el niño y el anciano,
conviene que se acuesten muy temprano.
fabricaba macarrones con las piedras;
luego, invirtiendo la operaciones
extraía piedras de los macarrones.
Total, que el químico alemán
deja las cosas idénticas que están.
Esto prueba que, el niño y el anciano,
conviene que se acuesten muy temprano.
Habiendo sido alumno de Víctor d’Ors no me extrañaría nada que se hubiera inventado el último pareado (porque, además, inventado rima con pareado). En cualquier caso estoy seguro que estos versos nos influyeron a la mayoría de sus alumnos bastante más en el desarrollo de nuestras personalidades que las teorías estéticas de Max Bense, las propuestas futuristas del grupo Archigram, o las listas interminables de funciones que escribíamos con primor en una hoja de papel de croquis antes de empezar cualquier proyecto.
Bien, que me estoy desviando del tema (y mucho). El caso es que el programa de Radio 3 iba dedicado a Julio Cortázar y, aparte de descubrirme el significado de las Siete Hermanas (os dejo en la intriga para que lo averigüéis vosotros), me pareció que fue el propio autor quien contó qué eran eso de los “años caracol” para Lucas. Hacía ya mucho tiempo que no leía ninguno de los cuentos de Lucas (Un tal Lucas, 1979) y el reencuentro con el titulado “Lucas, sus largas marchas” me resultó impactante. Claro que también ayudó que en el programa incluyeran una de mis piezas de piano preferidas, la Gymnopédie nº 1 de Satie, que completó el panorama nostálgico de la mañana. Pensé que casi todos los pequeños cuentos de Lucas estaban todavía de absoluta actualidad y algunos, como éste, por sus connotaciones simbólicas, merecía la pena que los jóvenes lo conocieran. Claro, no es lo mismo escucharlo interpretado por una voz irónica y socarrona que leerlo en este blog pero bueno, ahí va:
"Todo el mundo sabe que la Tierra está separada de los otros astros por una cantidad variable de años luz. Lo que pocos saben (en realidad, solamente yo) es que Margarita está separada de mí por una cantidad considerable de años caracol.
Al principio pensé que se trataba de años tortuga, pero he tenido que abandonar esa unidad de medida demasiado halagadora. Por poco que camine una tortuga, yo hubiera terminado por llegar a Margarita, pero en cambio Osvaldo, mi caracol preferido, no me deja la menor esperanza. Vaya a saber cuando se inició la marcha qué lo fue distanciando imperceptiblemente de mi zapato izquierdo, luego que lo hube orientado con extrema precisión hacia el rumbo que lo llevara a Margarita. Repleto de lechuga fresca, cuidado y atendido amorosamente, su primer avance fue promisorio, y me dije esperanzadamente que antes de que el pino del patio sobrepasara la altura del tejado, los plateados cuernos de Osvaldo entrarían en el campo visual de Margarita para llevarle mi mensaje simpático; entretanto, desde aquí podía ser feliz imaginando su alegría al verlo llegar, la agitación de sus trenzas y sus brazos.
Tal vez los años luz son todos iguales, pero no los años caracol, y Osvaldo ha cesado de merecer mi confianza. No es que se detenga, pues me ha sido posible verificar por su huella argentada que prosigue su marcha y que mantiene la buena dirección, aunque esto suponga para él subir y bajar incontables paredes o atravesar íntegramente una fábrica de fideos. Pero más me cuesta a mí comprobar esa meritoria exactitud, y dos veces he sido arrestado por guardianes enfurecidos a quienes he tenido que decir las peores mentiras puesto que la verdad me hubiera valido una lluvia de trompadas. Lo triste es que Margarita, sentada en su sillón de terciopelo rosa, me espera del otro lado de la ciudad. Si en vez de Osvaldo yo me hubiera servido de los años luz, ya tendríamos nietos; pero cuando se ama largo y dulcemente, cuando se quiere llegar al termino de una paulatina esperanza, es lógico que se elijan los años caracol. Es tan difícil, después de todo, decidir cuales son las ventajas y cuales los inconvenientes de estas opciones".
Podéis cambiar el nombre de Margarita por el sueño que os apetezca alcanzar y luego preguntaros si os interesa medir la distancia en “años luz” o en “años caracol”. Suerte con la elección pero lo ideal, claro, es que no lleguéis nunca a Margarita.
Si os ha gustado el cuento os recomiendo el resto (comprar un libro de vez en cuando no viene mal) porque pienso que el autor es uno de esos personajes geniales que aparecen muy pocas veces y del que merece la pena conocer algo más que Rayuela. Podéis encontrar el listado de obras de Cortázar aquí, por ejemplo (aunque hay muchos sitios donde hacerlo). Pero, en realidad, he traído este cuento de Lucas y el recuerdo del “químico alemán de Torres Vedrás” como preparación de la siguiente entrada, para que se entiendan claramente dos cosas: que el centro de la ironía mundial está en Orense y que el vivir diez años no Carballiño (Ourense) me ha marcado para siempre y que mi respeto por las moralejas racionalistas no está demasiado alejado del que sentía Victor d’Ors.