En el año 2009 se celebrará el centenario de la publicación de un manual sobre planificación urbana que frecuentemente pasa desapercibido en las bibliografías sobre urbanismo pero que, desde mi punto de vista, ha tenido una influencia muy importante en la construcción de la parte de nuestros barrios y ciudades poblada de viviendas unifamiliares: La práctica del urbanismo, una introducción al arte de proyectar ciudades y barrios. Pretendo adelantarme un poco a la conmemoración de este centenario comentándolo en el articulo que reproduzco a continuación.
Su autor, Sir Raymond Unwin, nace en 1863 en Whiston (Yorkshire). Estudia ingeniería y arquitectura en Oxford y en 1884 entra en contacto con William Morris siendo, además, elegido primer secretario de la Liga Socialista de Manchester. En el año 1891 inicia una larga colaboración con su primo Barry Parker, realizando sucesivamente el Plan para New Earwich Village, para Letchworth Garden City y para Hampstead Garden Suburb. En el año 1909 publica el libro que voy a tratar de comentar en este artículo: Town Planning in Practice: An Introduction of the Art of Designing Cities and Suburbs. Luego, hasta su muerte en 1940 su trabajo se divide entre la práctica del planeamiento urbano y su enseñanza, tanto en Inglaterra como en Estados Unidos. Miembro honorario de la RIBA, presidente y cofundador del Town Planning Institute, presidente de la International Federation for Housing and Town Planning y Doctor Honoris Causa de la Universidad de Harvard, entre otros muchos cargos y honores, va a establecer, junto con Parker, la forma de llevar a la práctica la construcción de la llamada ciudad jardín.
En este blog ha aparecido en numerosas ocasiones el tema de la ciudad jardín. Sus presupuestos teóricos los establece Ebenezer Howard en una publicación del año 1898, su célebre obra Tomorrow: A Peaceful Path to Real Reform que sería reimpresa en su versión más conocida en 1902 con el título de Garden Cities of Tomorrow. Para Howard el hecho de que en las ciudades se pagaran salarios más altos que el campo inducía a la gente a emigrar de forma masiva a la ciudad creando graves problemas de hacinamiento. Proponía crear las condiciones salariales de la ciudad en el campo de forma que la gente viviera saludablemente. Esto lo explicaba gráficamente mediante la teoría de los tres imanes: hasta aquel momento dos habían sido las fuerzas dominantes en el panorama de los asentamientos de población en Inglaterra: por una parte la ciudad con salarios más altos, facilidad de intercambios, barrios degradados, hacinamiento; por otro el campo con deficiencias de equipamientos, salarios bajos y recursos infrautilizados. Howard proponía una tercera vía la ciudad-jardín con las ventajas de ambos y sin sus inconvenientes.
En su propuesta realiza un diagrama de lo que podría ser una ciudad de este tipo (solo a título indicativo). De forma circular, con un radio de 1.240 yardas, aparecía dividida por seis grandes bulevares de 40 metros de ancho que harían de radios separadores de los seis barrios en que se organizaba. En el centro, un parque que llamó "Central Park", en cuyo borde se construiría un Palacio de Cristal. Habría un área urbana interna separada de la externa por una Gran Avenida de 140 metros de ancho que aislaba las fábricas, almacenes, depósitos y vaquerías. Suponía que se emplearía energía eléctrica para toda la maquinaria mecánica con lo que se desterraría la polución.
Estos presupuestos teóricos (por encargo de una sociedad que forma Howard en 1902) los convierten en realidades Parker y Unwin. Primero en el Plan para Letchworth Garden City (1904) y luego en el Plan para Hampstead Garden Suburb (1905). Esta concreción práctica de la idea de la ciudad jardín impregna de forma muy notable el contenido del manual de Unwin objeto de este artículo. Después del éxito de la edición de 1909 se hizo una segunda en el año 1934, y la que estoy comentando es la traducción al español de ésta última que hizo Joaquim Sabaté y que fue publicada por Gustavo Gili en el año 1984. Cuenta con un “proemio” muy cortito de Manuel de Solà-Morales y una revisión bibliográfica del mismo Joaquim Sabaté.
Lo indispensable de la belleza
El título del primer capitulo “Del arte público como expresión de la vida comunitaria” ya puede deducirse la tónica del libro. Cuando habla de las hileras sin fin de casas de ladrillo a lo largo de calles monótonas dice que no podrán llegar a ser nunca hogares por completo que sea el sistema de drenaje y por bueno que sea el abastecimiento de agua o por detalladas que sean sus ordenanzas. “Por importantes que sean todas estas previsiones para las necesidades materiales y las condiciones higiénicas de la vida humana, no resultan suficientes. Es indispensable el toque vivificante del arte que les dará plenitud y aumentará diez veces su valor; es indispensable precisamente aquel tratamiento imaginativo que pueda transformar el conjunto”. Y luego en el siguiente párrafo unas frases demoledoras perfectamente aplicables al momento actual:
“El profesor Lethaby ha dicho justamente: El arte consiste en hacer bien aquello que se debe hacer. Nosotros hemos hecho de una manera en cierto modo mezquina aquello que era necesario hacer, pero mucho de lo que hemos hecho ha carecido de la intuición, de la imaginación y de la generosidad de tratamiento que habría constituido la obra bien hecha, y es de este bienhacer de donde nace la belleza. Es la falta de belleza, de las cosas agradables de la vida, más que de ninguna otra cosa, lo que nos obliga a admitir que nuestro trabajo de construcción de la ciudad en el siglo pasado no se ha realizado adecuadamente”. Si no supiéramos que el siglo al que se refiere es el XIX estas afirmaciones podrían aplicarse tranquilamente al XX. Las afirmaciones que siguen sobre la belleza en la ciudad deberían estar grabadas a fuego en todas las instituciones de enseñanza donde se forme a urbanistas:
“Muy a menudo se piensa que el arte urbano consiste en llenar nuestras calles con fuentes de mármol, en dotar nuestras plazas de grupos de esculturas, en rodear nuestras farolas con hojas de acanto o colas de delfín serpenteantes, y nuestros edificios con un puñado de flores o frutas sin sentido envueltas con cintas de piedra inaguantables. William Morris dijo: La belleza, que es lo que se entiende por arte, usando la palabra en su más amplia acepción, no es, sostengo, un simple accidente de la vida humana que la gente puede tomar o dejar cuando quiere, sino una necesidad positiva de la vida, si estamos llamados a vivir como la naturaleza nos ha enseñado, o sea, a menos que nos contentemos con ser menos que hombres". Pero luego razona como el arte es expresión y, por tanto, el arte urbano debe ser la expresión de la vida de la comunidad: “Aristóteles definió la ciudad como el lugar donde los hombres llevan una vida en común con un fin noble. El movimiento para el mejoramiento de la ciudad, dentro del cual la planificación urbana no supondría sino una rama, debe tener entre sus propósitos la creación de una ciudad tal que exprese de modo inmediato la vida comunitaria y estimule a sus habitantes en la persecución del noble fin.”
El emplazamiento como generador de la forma
En el capitulo II hace un repaso a las páginas más importantes de la historia de la construcción de la ciudad y termina planteando el problema artístico de la regularidad como opuesta a la irregularidad. Esta cuestión, enfocada desde el punto de vista de la belleza es, precisamente, lo que trata en el capitulo siguiente. La solución que propone está bastante alejada de los consejos de Camillo Sitte, denostando la aplicación artificial y sobrepuesta de la línea curva, la construcción pintoresquista y la imitación de la ciudad medieval. Frente a esto, lo mismo que frente a un tratamiento puramente de infraestructura en el diseño y la construcción de la ciudad, propone un acercamiento al terreno, al lugar donde se va a urbanizar. Pero esto ha de conseguirse mediante un equilibrio complicado entre la creatividad del planificador y la fuerza del emplazamiento como generador de la forma.
“Su respeto por un tipo de belleza que está más allá de su capacidad creativa le llevará a aproximarse al terreno con reverencia, disponiéndole para recibir de él todas las sugerencias que éste tenga que ofrecerle. La ayudará a comprender la importancia de integrar su diseño en el terreno y a disponer su esquema de trazado de forma que sirva como medio de armonizar sus edificios con el paisaje circundante … Al mismo tiempo su confianza en la exactitud y la importancia de un diseño preciso le prevendrán de sacrificarlo injustamente ante características ambientales de menor importancia que, por agradables que resulten en el estado actual, pueden perder su valor en las nuevas condiciones que se impongan, o ser de menor trascendencia que el completar un esquema”.
El resto de capítulos son igualmente interesantes pero su discusión haría casi interminable este trabajo por lo que, simplemente, transcribiré sus títulos: Del análisis de la ciudad, de los confines y accesos a la ciudad, de los centros y los espacios cerrados, de la organización de las vías principales, su tratamiento y ajardinamiento, del site planning y las vías residenciales. A partir de aquí se va a centrar más bien en dar una serie de consejos sobre la construcción de ciudades jardín (aunque como tal no aparecen explicitadas en ningún capitulo si que hay numerosas referencias, ejemplos y fotos, por ejemplo, de Letchworth o Hampstead).
No me gustaría terminar este apartado sin referirme al capítulo sobre el “Análisis de la ciudad” donde se habla de la necesidad de estudiar el emplazamiento desde múltiples puntos de vista como análisis de vientos o el hidrológico. Asimismo al titulado “Del site planning y las vías residenciales” donde aparecen las tablas de soleamiento para Londres (y otras localidades) comparando la sección diurna en equinoccios y solsticios. También la altura relativa y el recorrido aproximado del sol por encima del horizonte en los diferentes meses del año y la sección meridiana con la altura relativa del sol a mediodía. Todo esto en uno de los primeros manuales publicados sobre urbanismo (año 1909). Viento, agua, sol, temas recurrentes desde entonces (por no remontarnos a Vitrubio) y que muchos arquitectos desprecian, seguramente pensando que su creatividad está por encima de tales simplezas.
Las doce casas por acre
Una de las bestias negras de la ciudad jardín es el tema de las densidades. En el momento actual, con el problema de los límites del crecimiento como uno de los más acuciantes del presente siglo y con la afirmación de que la ciudad compacta y densa es el modelo deseable para caminar hacia una menor insostenibilidad, la apuesta de Parker y Unwin por la bajas densidades para la construcción de la ciudad jardín ha sido criticada en numerosas ocasiones. Sin embargo, Parker llega a decir lo siguiente en "The Life and Word of Sir Raymond Unwin" (Town Planning Journal, Julio-Agosto, 1940) refiriéndose a la propuesta de las “doce casas por acre” (más o menos, treinta viviendas por hectárea): "No había nada mágico ni sacrosanto en el número doce. Simplemente es que comprobamos, por un largo proceso de estudios, que inevitablemente existe una devaluación de cada parcela donde hay más de doce casas por acre, esto provoca que el coste de las carreteras sea más alto que el ahorro, en el precio del terreno, excepto donde el terreno es extraordinariamente caro."
Esta frase de Parker concuerda bastante bien con lo que afirma Unwin en el capitulo IX cuando dice lo siguiente: “No se puede fijar el número de viviendas por hectárea como una cifra absoluta que pueda ser considerada como el máximo compatible con la salud y el confort. Depende mucho del tamaño de las viviendas y de su organización. Todavía nos resulta complicado evaluar las desventajas que puede suponer el hacer crecer nuestras ciudades de tal forma que dieran lugar a un número mucho menor de viviendas por hectárea, pero podríamos aventurar que seguramente, y siempre de acuerdo con las circunstancias, el número deseable estaría entre 25 y 50 viviendas por hectárea, y me refiero en este caso a la cantidad neta de terreno edificable, excluyendo el viario”.
Por supuesto que estas bajas densidades se refieren al tejido de ciudad jardín que es el único que trata en los capítulos finales del libro. Un poco más adelante se puede leer: “Treinta casas por hectárea neta de superficie edificable, excluyendo las vías, ha demostrado ser el número adecuado para dar lugar a jardines de tamaño suficiente como para resultar de interés a sus propietarios desde el punto de vista económico, o sea, suficientemente grandes como para merecer ser cultivados seriamente al objeto de sacarles partido, pero no excesivamente grandes para la capacidad de trabajo de una persona cualquiera y su familia”.
El párrafo anterior es fundamental y me gustaría detenerme a comentarlo mínimamente. Hasta el momento, pensando con criterios de sostenibilidad parece que sólo existen dos formas de vida: la puramente urbana en la cual la relación con la naturaleza en insignificante, y la rural que, progresivamente se va convirtiendo en urbana. Para este sistema parece que, efectivamente, la ciudad mediterránea (densa y compacta) parece la adecuado. Pero cualquier otra posibilidad ha sido olvidada o menospreciada. Sin embargo, podrían darse formas alternativas. Por ejemplo, formas que incluyeran trabajos urbanos y trabajos rurales “tradicionales” complementarios como el cultivo de un pequeño huerto que abasteciera de productos frescos a las familias. Que, mediante captadores solares o eólicos, pudieran acercarse al autoabastecimiento energético. O que se pudieran establecer mecanismo de reciclado de basura in situ que disminuyera la cantidad de desechos generados. Para hacer esto se necesita espacio físico que a lo que se refería Unwin aunque con objetivos distintos. Pero ello permitiría, por ejemplo, eliminar parte del transporte necesario para los productos perecederos, o la eliminación de pérdidas en el traslado de parte de la energía o los desechos.
Luego, más adelante, llega a admitir más de 30 viviendas por hectárea como una cifra admisible: “Dicha proporción de 30 viviendas por hectárea se ha verificado ya totalmente, habiéndose adoptado principalmente en Bournville (aunque allí existen algunos jardines mucho mayores), en Earswich, en la ciudad jardín de Letchworth, en Hampstead, y en muchos otros sitios. Asimismo se puede proyectar un número superior al de 30 viviendas por hectárea, y aún así, producir un suburbio saludable, como se ha demostrado en la finca Ealing Tenants y en tantos otros lugares”. Obviamente estamos hablando todo el tiempo de lo que los ingleses llaman “site planning” y no del “town planning”. Es decir del contexto de la urbanización y no de la ciudad considerada globalmente. Es una distinción importante porque Unwin piensa que el sitte planning no se puede llevar a cabo de forma generalizada sin obtener resultados monótonos. Y la forma de urbanización que propone en estos últimos capítulos es una muy concreta y específica derivada del sistema de ciudad jardín. Pero, de ninguna forma quiere decir que no puedan existir otras.
Conjuntos urbanos y edificios individuales
Ya cerca del final en el capitulo X aborda el tema de la construcción de los edificios y de los problemas que plantea la individualidad de cada uno frente al conjunto. El título es bastante expresivo “De los edificios y cómo la variedad de cada uno debe estar subordinada a la armonía del conjunto”. En general, se puede resumir la solución que aporta a la necesidad de compaginar individualidad arquitectónica con diseño de conjunto, como inglesa. Normativa mínima (pero existente, materiales, inclinación de cubiertas…) y luego tratar de convencer a los supervisores de los organismos públicos bien de que se ha hecho caso a las recomendaciones del site planner o de que la solución adoptada es todavía mejor.
Puede parecer chocante que entre la normativa mínima figuren los materiales pero esta cuestión está bastante razonada en el texto: “Otro cambio en las características de los edificios ha surgido con el abaratamiento del transporte de materiales por medio del ferrocarril. Antaño la necesidad por motivos económicos de utilizar fundamentalmente materiales locales aseguraba ya una armonía general de la edificación … De aquí se deriva, en primer lugar, una gran variedad de color y estilo en cada pueblo o ciudad; y en segundo lugar, una gran variedad de colores y estilos entre las diferentes ciudades y distritos. Aun a pesar de la armonía de color y materiales resulta extraño que se produzca una sensación de monotonía en las partes más antiguas de nuestro pueblos y ciudades, mientras que la individualidad que produce el variado tratamiento de las diferentes ciudades y barrios es indudablemente una de las mayores razones del encanto e interés del paisaje de Gran Bretaña … En cualquier caso, el abaratamiento del transporte ferroviario ha dado al traste con todo esto: ha destruido inmediatamente la individualidad de nuestros distritos y la armonía de sus edificaciones”.
Me dicen los alumnos que, en la actualidad, en castellano, este libro sólo se encuentra en las bibliotecas. Es una pena. Animo a Gustavo Gili a que reedite este libro aunque sea con la disculpa de celebrarse el centenario de su primera edición. Sin embargo, en inglés se puede encontrar en Amazon reimpreso por Princenton. Supongo que, después de un siglo, no subsistirán los derechos de autor (incluso de la segunda edición de 1934 ya han pasado más de setenta años) y no tendré problemas con la reproducción de las imágenes del libro que son las que, sin referencia, ilustran este artículo. De cualquier forma copio la coletilla que Gustavo Gili puso en la edición de 1984: “A pesar de las gestiones realizadas, no ha sido posible localizar al titular de los derechos de autor o a sus derechohabientes. La Editorial se declara dispuesta a considerar las peticiones que conforme a derecho se le planteen en tal sentido”. Yo también. Bueno, es simplemente una broma destinada a conectar, de alguna forma con la entrada anterior que ha generado una cierta polémica concretada en forma de correos personales (aunque escasa en comentarios públicos).
Seguramente a muchos de mis alumnos les sonará esta música (incluso la letra). Y si leen el libro todavía más. Debo de reconocer que le debo muchas de mis convicciones en materia de planificación y una parte importante de las ideas que trato de transmitir. Junto con Los orígenes del urbanismo de Leonardo Benevolo, Muerte y vida de las grandes ciudades de Jane Jacobs, Design With Nature de Ian McHarg, Construcción de ciudades según principios artísticos de Camillo Sitte y Design of Cities de Edmun Bacon, han sido mis textos de referencia siempre que me he encontrado perdido o he buscado respuestas a temas concretos de planificación, incluso a los más actuales. Bueno, y ya que me he puesto a descubrir cosas, y aunque aparentemente no tenga nada que ver, habría que añadir a estos textos mi libro de cabecera (es decir, mi referencia universal) que es La estructura de lo complejo de Grégoire Nicolis e Ilya Prigogine. Hoy me ha quedado una entrada bastante personal (igual que mi lectura de La práctica del urbanismo que, por ejemplo, coincide bastante poco con la que hace Manuel de Solà-Morales en el prólogo) pero pienso que, en ocasiones, es lo que corresponde.