Imagen de Asia Lillo
Primero algunos datos biográficos por si alguien todavía no conoce la figura de José Manuel Naredo. Probablemente lo mejor es que el lector recurra al discurso que el propio José Manuel leyó con motivo de la concesión del Premio Internacional de Geocrítica 2008 y que tituló “Resumen de mi trayectoria intelectual. Desde la economía y la estadística hacia los recursos naturales y el territorio”. En el acta del jurado que le otorga este premio puede leerse “El Jurado Internacional ha acordado conceder el Premio Internacional Geocrítica 2008 al profesor José Manuel Naredo por su contribución al estudio de los recursos naturales y la denuncia del deterioro de los ecosistemas terrestres, así como por su relevante papel en la creación de una conciencia crítica ambiental”. Lo que se dice está muy bien. Pero faltan tantas cosas… Porque nada se dice en el acta de su exquisito trato personal, de su sencillez, de esa forma de ver la cosas que le permite unir disciplinas aparentemente irreconciliables, de saber estar siempre en la vanguardia (y muchas veces más allá todavía), de su fe en la juventud, incluso de su radicalidad en determinadas cuestiones sobre las que no transige de ninguna manera. Comprendo que se trata de apreciaciones puramente subjetivas aunque probablemente una buena parte de sus amigos las suscribirían. Pero voy a dar algunos datos más “oficiales” para tratar de centrar su figura.
Economista y estadístico, decidió presentar su Tesis Doctoral a los 45 años en la Universidad Complutense de Madrid aprovechando una de sus investigaciones en curso, cuando ya tenía muchas publicaciones a sus espaldas. Lo cual denota que su trayectoria investigadora se desarrolló libre de las ataduras y los apoyos propios del mundo académico. Ha trabajado en el Instituto Nacional de Estadística, en el Ministerio de Economía y Hacienda, ha sido director del Área de Estudios y Publicaciones del antiguo Banco de Crédito Agrícola, director y asesor de diferentes programas en la Fundación Argentaria, consultor en la División de Estudios Nacionales de la OCDE y vocal del Comité español del Programa MAB de la UNESCO. Es profesor “ad-honorem” en nuestro departamento (Urbanística y Ordenación del Territorio de la UPM) y lo ha sido del de Historia e Instituciones II de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Complutense de Madrid. En el año 2000 se le concedió el premio Nacional de Economía y Medio Ambiente.
Sus publicaciones son innumerables pero me gustaría destacar su colaboración con algunos proyectos editoriales como Ruedo Ibérico, Archipiélago, Le Monde Diplomatique, Cuadernos para el dialogo o Triunfo. De su relación con Ruedo Ibérico dice: “Mas tarde mis reflexiones vieron la luz, más sólidamente estructuradas, en dos amplios artículos publicados en la revista exilada en París, 'Cuadernos de Ruedo Ibérico' (en 1967 y 1968, números 13-14 y 20-21, respectivamente), que publiqué con el pseudónimo poco imaginativo de Juan Naranco. En ellos formulaba ya, con amplio apoyo empírico, el modelo de explicación del cambio tecnológico que provocaba la crisis de la sociedad agraria tradicional, que constituyó el núcleo principal de un libro posterior. En estos artículos sacaba también conclusiones políticas que mostraban el irrealismo de las tesis agrarias del Partido Comunista, mayoritariamente asumidas entonces por la oposición antifranquista”. Además de Juan Naranco utilizó otros seudónimos como Carlos Herrero, Genaro Campos o Aulo Casamayor.
Con Juan Martínez Alier en Perpignan en 1977 (Ruedo Ibérico)
Pero si se piensa detenidamente en sus líneas de trabajo a lo largo de los años puede entenderse la magnitud de su obra: agricultura y sistemas agrarios, recursos naturales (agua, energía, materiales), territorio y sistemas urbanos, pensamiento económico, análisis económico y aspectos socio-políticos. De ahí la necesidad de interdisciplinariedad e, incluso, de transdisciplinariedad que impregna toda su obra. Ahora que parece como si la especialización y los “nichos” profesionales fueran alejando cada vez más nuestra visión de esa unidad e integración que parece el ser de las cosas, su forma de plantear el trabajo (uniendo profesiones, campos del saber, personas y metodologías diferentes) deberían de ser un referente para la investigación más moderna. En el fondo, esos lugares de frontera (un ecólogo hablaría de ecotonos) donde se producen las mezclas son, probablemente, los más interesantes. Y son esos lugares de frontera entre áreas de conocimiento los que siempre ha buscado y los que le gustan. Bueno, creo que ya es hora de empezar la entrevista. Debo advertir que las contestaciones de José Manuel son largas (cada una es todo un artículo) pero sus reflexiones sobre los temas que le he propuesto son sencillamente magistrales y recomiendo en cada apartado su lectura hasta el final.
Imagen de juancarlosword
José Fariña: ¿Piensas que el cambio climático es el reto más importante con el que se enfrenta hoy la humanidad?
José Manuel Naredo: El llamado cambio climático, más que el principal problema, es un simple reflejo del deterioro hacia el que la civilización industrial está empujando al planeta Tierra. Tratar de combatir ese reflejo último de dicho deterioro, que es el cambio climático, sin preocuparse de los otros deterioros asociados a él que se producen a diario en la Tierra, es un despropósito que solo cobra sentido como elemento disuasorio capaz de desviar la atención para soslayar esos otros deterioros mucho más concretos y controlables. Recuerdo que en los libros de ecología solía presentarse un esquema triangular que relacionaba Suelo, Clima y Vegetación: mientras se pensaba que la especie humana influía sobre el suelo y la vegetación, el clima se consideraba dado. Resulta paradójico que ahora se quiera corregir la influencia humana sobre el clima haciendo abstracción de las que se producen sobre el suelo y la vegetación. Más curioso todavía resulta que se hable de corregir el “cambio climático global”, y no los cambios producidos en el microclima local, mucho más evidentes y controlables. Por ejemplo, hace tiempo que constaté cómo en Madrid habían aumentado sensiblemente la temperatura media en los meses de invierno, los fenómenos de “inversión térmica”,… o disminuido los días de nieve, sin que nadie se preocupe por ello… El aumento de la temperatura ambiente y la consiguiente licuación de los hielos polares y de los glaciares es un signo del aumento de la mayor entropía de la Tierra. La ley de Gouy-Stodola, que liga la irreversibilidad o las pérdidas termodinámicas de los procesos con la temperatura ambiente y la entropía que generan, evidencia que el aumento de la temperatura ambiente es un ingrediente más de la degradación de la base de recursos planetaria cuya importancia global resulta manifiesta. Por ejemplo, mi amigo Antonio Valero ha estimado el coste físico de reposición de los hielos de la Antártida: costaría reponerlos unas 9.000 veces la energía contenida en las reservas de combustibles fósiles. Vemos que esta pérdida es un reflejo importante del avance hacia niveles de mayor entropía de la Tierra. Pues la reducción del gradiente de temperaturas (con la consiguiente pérdida de eficiencia de los motores) corre parejo con el avance hacia estados planetarios de mayor entropía a los que nos lleva el funcionamiento físico de la actual civilización. En fin, que creo que el principal reto no es hacer frente al cambio climático, sino reconvertir el metabolismo de la civilización industrial para construir una simbiosis de la especie humana con el medio que resulte menos degradante de lo que resulta el actual enfrentamiento Hombre-Naturaleza. Sin esta reconversión no cabe enderezar los deterioros que este metabolismo ejerce sobre la Tierra, incluidos los sumideros marinos y atmosféricos relacionados con el cambio climático.
Como reacción frente al desplazamiento que se ha venido observando en el centro de interés de los encuentros internacionales desde el territorio hacia el clima, promoví un seminario y un libro sobre La incidencia de la especie humana sobre la faz de la Tierra. Ambos salieron adelante con el apoyo de la Fundación César Manrique de Lanzarote. El libro se publicó en 2005 en la colección “Economía & Naturaleza” que promueve dicha fundación, coincidiendo con el 50º aniversario del histórico simposio “Man’s role on changing the face of the Earth”, celebrado en 1955 en Princeton (EEUU), con ánimo de rememorar este género de preocupaciones hoy tan arrinconadas como urgentes. En mi introducción apuntaba que el mencionado desplazamiento del interés desde el territorio hacia el clima “no es ajeno a la cada vez más evidente dificultad de reconvertir los modos actuales de gestión que inciden sobre el territorio y los recursos planetarios: esta dificultad indujo a abrazar falsos pragmatismos ingenuamente orientados a corregir los efectos (el cambio climático) sin preocuparse de atajar las causas (el uso de la Tierra y sus recursos). Porque, para ayudarnos a convivir con nuestros males, la mente humana tiende a creer que los problemas pueden solucionarse con reuniones, conjuros institucionales u otros gestos dilatorios, sin necesidad de cambiar el contexto que los genera…” (p.7). En ese libro, al cual remito como respuesta a tu pregunta, se tratan de superar esas ilusiones para reflexionar con realismo acerca de la incidencia de la especien humana sobre la Tierra, incluidos la atmósfera y el clima.
Imagen de Basurama
José Fariña: Desde que escribiste el artículo "Sobre el origen, el uso y el contenido del término sostenible" han pasado bastantes cosas (confirmación del cambio climático, consolidación de la huella ecológica como sistema de medición del consumo, crisis financiera, entre otros) ¿ha cambiado algo en el uso y, sobre todo, en el contenido, el término "sostenible" desde entonces?
José Manuel Naredo: Lamentablemente creo que el artículo que mencionas, publicado hace ya más de diez años, mantiene una actualidad palpitante. Y digo lamentablemente, porque eso denota lo poco que ha cambiado en el panorama ideológico de fondo que trataba de racionalizar y denunciar en el artículo. Desde entonces se ha seguido extendiendo entre los políticos el término sostenible como banderín para atraer el apoyo generalizado que abarca tanto a los llamados desarrollistas como a los conservacionistas. Desde entonces la nueva jaculatoria de la sostenibilidad pasó a integrarse de forma habitual en el lenguaje políticamente correcto, apareciendo en un sin número de informes y propuestas e, incluso, dando nombre a departamentos académicos o administrativos. Pero a la vez que se generalizó un consenso formalmente favorable a la sostenibilidad, el término mantuvo su ambigüedad originaria que es la que lo hace escasamente operativo, salvo para hacer campañas de imagen verde. Por ejemplo, recuerdo que en un ayuntamiento se creó la concejalía de ciudad sostenible y que el concejal llamó a un buen amigo mío para encargarle un plan de sostenibilidad: como este amigo era un profesional honesto y competente, y sabía que estaba en avanzado estado de elaboración el Plan General de ordenación urbana del municipio, que preveía unos crecimientos a todas luces insostenibles, le sugirió al concejal que, más que hacer de nuevas ese plan de sostenibilidad, lo más prioritario era que se pusiera en contacto con los responsables del planeamiento urbano para controlar la elaboración de ese plan que condicionaría el futuro del municipio.
Patrimonio Natural de España según OSE (Ecología Microsiervos)
José Fariña: ¿Podrías concretar un poco más dónde reside la ambigüedad que arrastra el término sostenible y que salidas ofrece?
José Manuel Naredo: La ambigüedad parte del hecho de que el término sostenible no nació solo, sino asociado a aquel otro de desarrollo, cuando el Informe Brundtland empezó a hablar en 1987 del objetivo del desarrollo sostenible. Esta expresión toma sus dos palabras del arsenal de la economía ordinaria, para contentar a la vez a los “desarrollistas” y a los “conservacionistas”. No fue su novedad lo que hizo que se difundiera con tanto éxito la idea del desarrollo sostenible, sino sus controladas dosis de ambigüedad, que permitían contentar a todo el mundo. Pues como comenté en el artículo al que hiciste mención, ya en el siglo XVIII los padres de la ciencia económica tomaban como objetivo “acrecentar las riquezas renacientes sin menoscabo de los bienes fondo” (compuestos sobre todo por la Tierra y los bienes raíces). Más recientemente, Ignacy Sachs acuñó el término “ecodesarrollo”, en un sentido parecido: este término tomaba el “eco” de la ecología y el “desarrollo” de la economía, tratando de equilibrar la balanza. Como he comentado en ocasiones, esa expresión estuvo de moda algún tiempo, pero fue vetada por Kissinguer ?tras la conferencia de Cocoyot, en 1972? por ser demasiado comprometida (como cuenta el propio Sachs en una entrevista). Se sustituyó más tarde el término desarrollo sostenible que tomaba ya las dos palabras del arsenal de la economía. Pues, cuando yo estudiaba en la Facultad de Económica en los años sesenta, se hablaba comúnmente del “desarrollo sostenido”, para describir un auge económico que no decayera en seguida por desequilibrios inflacionistas o de balanza de pagos. Sustituir el adjetivo “sostenido” por “sostenible” no suponía ningún trauma para los economistas, que seguían otorgando el mismo significado a ambos términos. Pero el nuevo adjetivo contentaba también a los naturalistas o ecologistas preocupados por el deterioro del entorno físico. Con lo cual ese término tenía la ventaja de tender un puente virtual entre desarrollistas y conservacionistas. Y nada mejor para los políticos y empresarios que enarbolar términos que contenten a todo el mundo y atrayendo a la vez el voto y el consumo de los desarrollistas y los conservacionistas. De ahí el desarrollo sostenible sea la jaculatoria o mantra repetida hasta la saciedad en todos los discursos o informes que caen dentro de lo “políticamente correcto”. Poco importa que algún autor, como Margalef haya subrayado la contradicción in terminis o, como se dice en inglés, el oximoron que entraña esa expresión si tiene que ver, como de hecho ocurre, con el crecimiento de algo físico. O poco importa que Herman Daly haya tratado de superar ese oximoron diciendo que, para él, desarrollo sostenible equivale a desarrollo sin crecimiento. El uso corriente de esa expresión ha servido para desactivar en el terreno de las palabras la contradicción entre desarrollistas y conservacionistas, manteniendo sin problemas la mitología del desarrollo que el informe del Club de Roma sobre “los límites del crecimientos” y otras publicaciones habían puesto contra las cuerdas en la década de los setenta, al subrayar la irracionalidad que comporta a la luz de las ciencias de la Naturaleza.
En este contexto he sugerido dos propuestas. Una considerar los adjetivos como detectores de problemas no resueltos y, en el caso que nos ocupa, subrayar que al enarbolar el objetivo del desarrollo sostenible, se evidencia que el desarrollo ordinario es a todas luces insostenible. O cuando se habla de comercio justo, aflora la idea de que el comercio ordinario suele ser injusto. O cuando se promueve un master de arquitectura bioclimática, es porque la arquitectura que se enseña en el cuerpo central de la carrera hace abstracción del clima, la orientación y de los materiales del entorno, desvinculándose por completo de la arquitectura vernácula. Mi otra propuesta pasa por hablar de sostenibilidad a secas, como sinónimo de viabilidad de los procesos y/o estabilidad de los ecosistemas. Pero entonces volvemos a los orígenes y más que de crecimientos hay que hablar de los límites y condicionantes que establece el contexto, para reconstruir sobre ellos esas simbiosis de la especie humana con el medio enriquecedoras de ambos, de las que nos ofrecen cumplidos ejemplos tanto la agricultura tradicional como la arquitectura vernácula. Esta propuesta apunta tomar en serio los análisis de viabilidad o sostenibilidad de los procesos, llenándolos de contenido concreto, para ver si mejoran o empeoran. Lo cual pasa por el estudio y seguimiento de la insostenibilidad habitual de los sistemas y por el objetivo más inmediato de paliarla. Como bien sabes este ha sido es precisamente el enfoque que hemos tratado de adoptar en el reciente Libro blanco del Planeamiento Urbanístico Sostenible. Pero es también lo que no suele ocurrir.
Si de verdad se tomara en serio el tema de la (in)sostenibilidad o (in)viabilidad a largo plazo del comportamiento de la sociedad industrial, se habría estudiado el horizonte hacia el que apunta ese comportamiento. Es lo que vengo haciendo con Antonio Valero (químico y catedrático de termodinámica en la Universidad de Zaragoza): desde que hicimos el libro titulado Desarrollo económico y deterioro ecológico (publicado en la Col. “Economía y Naturaleza”, que estamos colgando en la Web de la Fundación César Manrique de Lanzarote) hemos promovido ya tres tesis doctorales sobre el tema. Nuestros estudios han ido afinando el conocimiento de la composición de la Tierra en el estado de máxima entropía, en contacto con los escasísimos investigadores que han trabajado sobre este tema en el mundo. Hemos mejorado así la estimación de la composición química de esa sopa revuelta de materiales, carentes ya de reactividad, hacia la que está empujando a la Tierra la sociedad industrial. Pues, al haber ésta apoyado su intendencia en la extracción cada vez más masiva de esas rarezas de la corteza terrestre que son los yacimientos minerales ?que cuentan con leyes muy superiores a la media de la corteza terrestre? y al devolverlas en forma de residuos, contribuye muy significativamente a empujar al planeta hacia estados de mayor entropía. De este tipo de análisis he podido concluir que si, como se dice, la vida surgió y evolucionó en la Tierra a partir de una “sopa primigenia”, la civilización industrial la está empujando hacia una especie de “puré póstumo”. La metodología que hemos elaborado permite cuantificar y agregar el gradiente de potenciales disponibles en la Tierra (comprendidas la hidrosfera y la atmósfera) en el momento actual (que incluyen, como ya he indicado, el gradiente de temperatura) y seguir el uso de ellos que está haciendo la civilización industrial: se puede utilizar y degradar más o menos rápidamente el stock de potencia contenido en la Tierra, como se turbina el agua de un embalse. Nuestra metodología permite cuantificar la evolución del deterioro de la base de recursos planetaria, permitiendo hacer un seguimiento preciso de la sostenibilidad o viabilidad del modelo de gestión imperante. Creo que la escasa acogida y apoyo institucional que ha tenido nuestra línea de trabajo evidencia que el medioambientalismo banal en boga no está interesado en añadir precisiones al tema de la sostenibilidad y que su objetivo es ayudarnos a convivir con el deterioro ecológico en curso mediante campañas de imagen verde, no reconvertir el metabolismo de la sociedad industrial hacia un futuro ecológicamente menos degradante o, si se quiere, más sostenible.
José Fariña: ¿Estás de acuerdo con la afirmación de que el modelo de crecimiento español basado en la construcción de viviendas parece que está agotado? ¿existen alternativas reales?
José Manuel Naredo: Si estoy de acuerdo porque este modelo ha provocado un auge especulativo con una intensidad y duración sin precedentes, que ha arrastrado al país a una crisis también sin precedentes, que resulta difícilmente reversible. Pues este auge especulativo, no solo ha devorado el ahorro del país, sino que se ha seguido financiando con cargo al exterior, arrastrando a la economía española a la comprometida situación actual. Este auge acentuó primero hasta el límite el endeudamiento y el déficit exterior privado de la economía española. Y, después, el déficit y el endeudamiento público, al apuntalar con dinero y avales del Estado la precaria situación del sistema financiero y de la economía en general. Pues cuando los mercados financieros empezaron a percibir el riesgo de los pasivos que emitían la banca y las empresas españolas, se cerró el grifo de la financiación barata y abundante de la que había gozado la economía española, generando la consabida sequía de créditos y el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, con todas sus consecuencias. El agotamiento del modelo se ha producido así por estrangulamiento financiero, generando una situación que no resulta reversible a corto plazo, dados los niveles de endeudamiento históricos que había alcanzado la economía española. Sobre todo cuando ya no puede recurrirse a los dos instrumentos que permitieron la recuperación de la economía española tras el pinchazo de la burbuja inmobiliaria anterior, la que murió tras los festejos del 92. Entonces la economía española pudo corregir sus más modestos déficits y endeudamientos y recuperar su competitividad, gracias a la devaluación de la peseta en un 40 % y a la muy notable rebaja del tipo de interés, para volver con más fuerza a las andadas. Pues su entrada en el euro reforzó su posición como atractora de capitales del resto del mundo, alimentando al tsunami de liquidez dispuesta a invertirse en ladrillos que infló la burbuja inmobiliaria y forzó hasta el límite el endeudamiento de la economía española antes mencionado. Resulta, pues, bastante pueril pensar que el mismo monocultivo inmobiliario que animó durante el pasado auge el pulso de la economía española puede repuntar sin problemas volviendo otra vez a las andadas. Lamentablemente, se ha producido el desenlace que repetidamente había venido anunciando. Me acuerdo cuando en el coloquio de algunas de mis conferencias o clases en la Escuela TS de Arquitectura de Madrid, alguien me objetaba que no parecía que el boom inmobiliario fuera a declinar y yo respondía que cuanto más se siguiera inflando la burbuja inmobiliaria, más dura sería la caída, porque si había algo seguro es que esa caída se produciría. Pues lo mismo que es seguro que los árboles no pueden crecer indefinidamente hasta el cielo, la burbuja especulativa que estaba viviendo la economía española tampoco podía crecer de forma permanente, ya que moriría, como es habitual en los ciclos económicos, por estrangulamiento financiero. Lo que sí era seguro es que cuanto más creciera, más dura sería la caída, como efectivamente se ha visto, al generar una crisis de una amplitud sin precedentes en un pasado próximo.
Respecto a las alternativas, el problema es, en primer lugar, que deberían de haberse adoptado antes, sin dejar ir el endeudamiento y el déficit corriente con el exterior hasta los extremos a los que han llegado. Como había comentado hace tiempo, la gran oportunidad perdida para reconvertir el monocultivo inmobiliario de la economía española la perdió el presidente Zapatero cuando ganó sus primeras elecciones. Entonces, al igual que se vio reforzado por la mayoría de votos para retirar las tropas de Irak, habría sido el momento de decir que el futuro hacia el que la burbuja inmobiliaria arrastraba a la economía española pintaba bastante mal. Y que lo mismo que se había defendido la necesidad de hacer una reconversión industrial (aunque, más que reconversión, acabó siendo, en buena medida, desmantelamiento subvencionado) era el momento de plantear la reconversión del modelo inmobiliario español y de potenciar otras actividades económicas más viables, que aparecían eclipsadas por enormes plusvalías obtenidas de la recalificación de suelo y la revalorización trepidante, pero necesariamente efímera, de los precios de los inmuebles. Entonces se disponía además de unas cuentas públicas saneadas que habrían permitido apoyar holgadamente la reconversión con desgravaciones de impuestos y/o subvenciones.
Después de que explotara la burbuja inmobiliaria y se declarara oficialmente la crisis, también existía la posibilidad de condicionar las ayudas y rebajas de impuestos iniciales para favorecer dicha reconversión, en vez de hacerlas de forma indiscriminada e incluso, a veces, nociva, al apuntalar el statu quo. Por ejemplo, resulta lamentable ver que se ha empleado masivamente el dinero público para subvencionar con el Plan E las obras que sin ton ni son han venido muchas veces recorriendo la geografía del país, o para subsidiar el paro, cuando hay tanto por hacer al ser comunes las situaciones de abandono y deterioro de infraestructuras, inmuebles, barrios, pueblos...o territorios. Y para ello no es necesario redescubrir la pólvora, sino mirar un poco la historia, advirtiendo que incluso en esa meca del capitalismo y del liberalismo que son los Estados Unidos, buena parte de las zonas verdes y deportivas de Nueva York y de otras ciudades, no son fruto de la prosperidad, sino de la gran crisis de 1929, que permitió ampliar a precio de saldo las dotaciones de suelo y equipamientos colectivos, ..o promover planes de infraestructuras que salvaron de la erosión millones de hectáreas. Pero para esto tendría que haberse reconocido el pinchazo de la burbuja y la crisis desde el principio, en vez de negarlas, y haberse trazado un plan ambicioso e ilusionante de reconversión de la economía española al que destinar juiciosamente los recursos públicos, en vez de dilapidarlos en desgravaciones, gastos y ayudas erráticas e inconexas. Ello hubiera exigido establecer un marco institucional y unas prioridades claras que permitieran sacar partido a la situación, en vez de esperar ingenuamente a ver si pasaba el chaparrón y, milagrosamente, se recuperaba el pulso de la coyuntura económica. Por ejemplo, clama al cielo que el Estado haya destinado primero 50 mil millones de euros de ayudas y 100 mil de avales a la banca, a los que se añaden 9 mil millones más, con líneas de crédito adicionales para un “Fondo de reestructuración ordenada bancaria” (FROB) ampliables hasta los 99 mil, sin contrapartida alguna que le permita al Estado participar en la propiedad para orientar la gestión de las entidades beneficiadas. Cuando precisamente el Estado podía haber aprovechado todas estas operaciones de salvación y apuntalamiento de entidades para recuperar el vacío que había dejado la liquidación de la banca pública. Es más, estas operaciones están abocadas a seguir privatizando esos residuos de banca pública y/o cooperativa que son las cajas de ahorro, a la vez que se quiere que el ICO empiece a otorgar créditos y hacer funciones bancarias sin tener ni el personal ni la infraestructura necesarios para ello. Al utilizar al principio con prodigalidad y sin a penas condiciones o contrapartidas los recursos públicos, aumentaron el déficit y el endeudamiento público más allá de las exigencias de la UE, lo cual indujo a apretar las clavijas de la recaudación fiscal, antes de que aparecieran los ansiados “brotes verdes”. Y esto se hizo también de forma indiscriminada, aumentando el IVA u otras figuras que gravan al grueso de los contribuyentes. A la postre, la principal función de Estado ha consistido en reforzar el actual capitalismo asistido, habituado a privatizar beneficios y socializar pérdidas. Con cual, la crisis ha empobrecido a la mayoría de la gente y deprimido la actividad económica en general. También, tras el “efecto riqueza” originado por las revalorizaciones inmobiliarias, ahora se acusa un “efecto pobreza” que lastra la recaudación de impuestos, el consumo y la actividad económica en general.
Imagen de Enova
José Fariña: El pasado año se ha vivido un crecimiento muy importante en la colocación de paneles solares, molinos para conseguir energía del viento, concentradores solares y, en general, instalaciones encaminadas a conseguir energías renovables. Todo ello al amparo de ayudas que, como mínimo, habría que calificar de generosas. Sin embargo, en el momento actual, estas las ayudas (y, por tanto, con la consiguiente bajada en este tipo de instalaciones) han sufrido drásticos recortes. Algunos pensamos que los recortes no deberían producirse precisamente en este campo, pero es sólo una impresión. Me gustaría conocer tu opinión al respecto.
José Manuel Naredo: Lo que comentas es un exponente más del giro adoptado desde la anterior alegría de gastos y subvenciones hacia los posteriores recortes practicados también burda e indiscriminadamente. Es como si se promoviera la energía solar sin mucha convicción, como algo ceremonial, y cuando se vio que la cosa iba en serio se recortaron las ayudas porque resultaban demasiado atractivas y, sorprendentemente, tenían efecto. Pero lo que más me preocupa en el caso de las energías renovables, es que ocupan suelo y no van acompañadas de medidas exigentes de ordenación territorial. Por ejemplo, he visto “huertos solares” instalados en zonas de vega, cuando resulta un despropósito que los “huertos solares” sustituyan a los huertos ordinarios: lo lógico es que los huertos solares se instalen en zonas impropias para la agricultura. Algo parecido ocurre con los enormes molinos instalados en zonas que degradan paisajes interesantes, a la vez que pasaron a mejor vida los viejos molinos y molinetes que alegraban la vista: es a la vez una cuestión de escala y de ordenación del territorio que no se ha cuidado para nada.
Macrourbanización en Seseña, Toledo (Burbuja Inmobiliaria)
José Fariña: Algunos veíamos la actual crisis ¿financiera? como una oportunidad de reforma de muchas cosas. Me acuerdo, incluso, en una reunión con algunos compañeros de haberla saludado casi con alegría (con los brindis consiguientes, claro). Por supuesto que los más pudientes pronto se las arreglaron para hacer caer sobre las espaldas de los que menos tienen el coste de "los arreglos". Pero todo ha terminado por complicarse de tal forma que, confieso, he perdido la perspectiva de lo que está sucediendo ¿realmente se trata de una crisis transitoria que, cuando termine va a dejar todo igual, o existe un "mar de fondo" que obligará a cambios importantes?
José Manuel Naredo: En efecto, más uno nos hemos alegrado de que escaseara por fin el carburante financiero que nutría el tsunami inmobiliario y que se quedaran en el papel o a medio construir megaproyectos y promociones que amenazaban con seguir asolando nuestra geografía en aras de un aquelarre especulativo desprovisto cada vez más de medida y de funcionalidad utilitaria. Hoy aparecen como testigos mudos de esa fiebre constructiva, exponentes bien surrealistas no solo en el litoral, sino también en los páramos mesetarios. Como ejemplo de estos últimos brillan las macro-urbanizaciones fantasma “Residencial el Quiñón” en Seseña (Toledo) o “Ciudad Valdeluz” en Yebes (Guadalajara), como también ese “Reino de don Quijote”, con su casino, sus diversas promociones y su aeropuerto privado vacío, en Ciudad Real,… o el megaproyecto de la treintena de casinos y ciudades del juego previstas en el desierto de Los Monegros que amenazaba con realizarse, como siempre con apoyo público, cuando sobrevino la crisis. Sí, más de uno nos alegramos que parara semejante locura que ha deparado al país un stock de un millón largo viviendas desocupadas en venta y más de dos millones si se terminaran todas las iniciadas y proyectadas. El problema estriba en que el pinchazo de la burbuja inmobiliaria y el parón de la construcción han tenido consecuencias devastadoras para el conjunto de la economía española que sufre, así, una crisis mucho más intensa y duradera que los otros países de la UE, sin que se vislumbre una salida clara y gratificante de la misma.
Como había intuido hace tiempo, el conformismo social generado durante la larga etapa de auge económico acabó dificultando la emergencia de alternativas y de reformas al capitalismo financiero-inmobiliario que se tambaleaba con la crisis. Por una parte, ese conformismo hizo que tuvieran escaso eco las propuestas de alternativas más radicales al sistema. Pero también cerró la puerta a las reformas que demandaba la estabilidad del propio sistema. El potpourri de medidas “urgentes” que se vinieron adoptando sobre la marcha para “salir de la crisis”, apuntan más a perpetuar el statu quo financiero-inmobiliario que la había originado que a reformarlo, lastrando así dicha “salida”. Porque no es la búsqueda de instrumentos idóneos la que marca la orientación del grueso de las medidas adoptadas, sino las presiones del neocaciquismo imperante para paliar la insolvencia de las empresas privadas con recursos públicos, abaratar salarios, prestaciones y derechos de los trabajadores. Con lo cual, al no haberlo impedido las presiones sociales, la insolvencia privada se acabó transmutando en problemas de insolvencia del Estado, que a la postre la mayoría tiene que sufragar pagando más impuestos o recibiendo menores transferencias y gastos sociales. Pues los recortes para rebajar déficits y deudas, recortan también la actividad y los ingresos tributarios con los que hacer frente a esos déficits y deudas, forzando nuevos aumentos de los tipos impositivos y recortes del gasto público. Se ha desencadenado así una espiral depresiva en la que las excesivos déficits y deudas originarios exigen mayor frugalidad y sacrificios impositivos que lastran el crecimiento, a la vez que el escaso crecimiento acentúa la dificultad de atender y reducir esos déficits y deudas, que deprimirá la demanda y el ritmo de actividad en los años venideros.
Imagen de simpsonworl
José Fariña: ¿Cómo ves la situación de los movimientos sociales alternativos en Europa (antiglobalización, decrecimiento, antisistema, etc.) relacionados con ese cambio de ciclo hacia una sociedad más "de derechas" que se observa en muchos países de la Unión Europea?
José Manuel Naredo: El conformismo antes indicado favorece la alternancia política bipartidista, que suele resultar funcional para el mantenimiento del statu quo cuando se encarga la socialdemocracia light de gestionar las crisis, como ejemplifica en Estados Unidos el triunfo del demócrata Obama para capear el temporal de la crisis, tras los reiterados gobiernos del ultra-conservador Bush en momentos de auge,… o con Rodríguez Zapatero, que ha acabado creyéndose en el deber de suplantar a la derecha afanándose en aumentar impuestos regresivos y recortar salarios y gastos sociales con empeño digno de mejor causa. Este bipartidismo trata de ningunear la existencia de una izquierda más radical en el panorama político y de un movimiento ecologista que generalmente reniega de la política partidista. Con lo cual, la protesta ejercida por estos movimientos “alternativos” tiende a diluirse sin que llegue plasmarse en propuestas alternativas ampliamente consensuadas tocantes a aspectos tan claves como la configuración y regulación del sistema financiero internacional (a esto contribuye también la falta de solvencia en los planteamientos y las desavenencias que se observan en seno de este movimiento).
¿Podrán ganar peso político estos movimientos en un futuro próximo? Algo se mueve en este sentido. Por un lado, surgen escisiones en el seno de la socialdemocracia, como la de Lafontaine en Alemania, que tratan de articular un discurso con posiciones transformadoras y éticas más marcadas. Por otro, la fundación en Francia de un Nuevo Partido Anticapitalista con vocación trasnacional, refleja el afán de superar los sectarismos y dogmatismos que a menudo han caracterizado a la izquierda radical, proponiendo un amplio frente de oposición al sistema que acoja, incluso, a corrientes ecologistas y anarquistas poco proclives a participar en los teatros habituales de la política. En este sentido apunta la coalición verde capitaneada por Cohn Bendit, que obtuvo un gran éxito en las elecciones francesas al parlamento europeo. Estos ejemplos apuntan a evitar el divorcio que se observa entre los movimientos de protesta y la mediación política, hasta ahora monopolizada por los grandes partidos que permanecen firmemente anclados a la ideología y al statu quo de poder imperantes. ¿Conseguirán estos movimientos hacer que la democracia representativa actual se haga más participativa? No lo se, pero merece la pena intentarlo. En cualquier caso las movilizaciones sociales pueden tener éxito en sus reivindicaciones sin que sus líderes consigan, ni muchas veces pretendan, llegar al gobierno. Es lo que ha ocurrido, por ejemplo, con la moratoria nuclear que consiguió imponer en nuestro país hace tiempo el movimiento ecologista.
José Fariña: Me gustaría que le recomendaras a nuestros lectores dos de tus libros con los que te sientas más identificado.
José Manuel Naredo: Me siento identificado con todos, pero puestos a recomendar solo dos al público general, recomendaría dos libros que he sacado recientemente:
-Luces en el laberinto. Autobiografía intelectual y alternativas a la crisis, Madrid, La Catarata, 2009. Contiene un muestrario comentado del conjunto de mis trabajo y preocupaciones, permitiendo orientar a los lectores interesados hacia textos más específicos.
-Raíces económicas del deterioro ecológico y social. Más allá de los dogmas, Madrid, Siglo XXI, 2010. (Pues en su edición de 2010 actualiza mis reflexiones sobre lo que está pasando en el mundo y en España y sus perspectivas, a partir de los trabajos teóricos y aplicados que he venido realizando).
José Fariña: Por último, ¿en qué estás trabajando en estos momentos y cuáles son tus proyectos inmediatos?
José Manuel Naredo: Acabo de preparar un libro, con Antonio Montiel, que pensamos titular El modelo inmobiliario español y su culminación en el caso valenciano (yo hago la primera parte sobre el modelo inmobiliario español y sus consecuencias y Antonio Montiel, la segunda sobre el caso valenciano). Este libro saldrá en ICARIA, a principios del curso que viene. A parte de otros compromisos de menor importancia, tengo desde hace tiempo en gestación un libro en el que trato de relativizar las nociones usuales de individuo, de sociedad y de sistema político, para posibilitar su reformulación. Se trata de un libro de largo alcance, que completaría la labor que hice en La economía en evolución, al poner en perspectiva la noción usual de sistema económico, haciendo lo mismo con la noción usual de sistema político, ya que en mi opinión la confluencia indiscutida de ambas mistifica la realidad y establece los cimientos del conservadurismo imperante. Pues esos mundos separados de la economía y la política no permiten apreciar que la realidad no tiene costuras y que el poder escapa hacia el campo económico, a la vez que son los políticos los que muchas veces tienen la llave de los negocios.
Con ese telón de fondo, te tengo que confesar que, mi principal y casi única tarea actual es cuidar de mi compañera María, aquejada por una grave dolencia. Al igual que tu enfermedad compartida por los amigos, estas situaciones nos recuerdan lo efímera que es la vida. Pero a pesar de todo hay personas como nosotros que somos optimistas y que disfrutamos de ella reflexionando e interpretando el mundo que nos ha tocado vivir e incluso haciendo propuestas para mejorarlo.
Imagen de Geocrítica
Me gustaría terminar recomendando que leáis su obra. Pero la producción bibliográfica de José Manuel Naredo es apabullante. Tanto que puede desanimar a cualquiera que intente empezar a conocerla. En este caso (como lo conozco sé que no se va a enfadar) ha decidido arriesgarme y elegir diez publicaciones que, según mi personal criterio, resultan de necesaria lectura. De todas formas aquellos que sigáis más asiduamente este blog ya vais conociendo mis filias y mis fobias por lo que os resultará sencillo sustituir unas obras por otras en función de vuestros intereses. Es casi imposible que no encontréis en su vasta obra algún texto que no esté relacionado con vuestra área de conocimiento (que supongo será sobre urbanismo, paisaje, sostenibilidad o territorio). Os bastará poner el tema en Google y, antes o después, la palabra Naredo. Seguro que encontráis algo. Bueno, ahí van mis diez recomendaciones:
Luces en el laberinto. Autobiografía intelectual. Alternativas a la crisis (reflexiones con Óscar Carpintero y Jorge Riechmann), Los Libros de la Catarata, 2009.
Raíces económicas del deterioro ecológico y social, más allá de los dogmas, Siglo XXI de España Editores SA, 2006, 2ª ed. actualizada 2010.
Patrimonio inmobiliario y Balance Nacional de la economía Española, 1990-2004 (en colaboración con C. Marcos y O. Carpintero), FUNCAS, Colección Ensayos, 2005. Podéis encontrarlo actualizado hasta el 2007 aquí. Y hasta 2009 en: Naredo, J.M., Carpintero, O. y Marcos, C. (2009) “Patrimonio en vivienda y ahorro de los hogares en el final del ciclo inmobiliario”, en Cuadernos de Información Económica, nº 212, pp. 55-67.
Situación diferencial de los recursos naturales españoles (con Fernando Parra, editores), Fundación César Manrique, 2002. Puede descargarse el libro entero en .pdf aquí.
Economía, ecología y sostenibilidad en la sociedad actual (con Fernando Parra, editores), Siglo XXI de España Editores SA, 2000.
Desarrollo económico y deterioro ecológico (con Antonio Valero, directores), Fundación Argentaria, 1999.
La burbuja inmobiliario-financiera en la coyuntura económica reciente, 1985-1995. Siglo XXI de España Editores SA, 1996.
“Sobre la insostenibilidad de las actuales conurbaciones y el modo de paliarla” en el Primer Catálogo de Buenas Prácticas, “Ciudades para un futuro más sostenible. Habitat II”, páginas 39-57, Ministerio de Fomento, 1996. También lo podéis encontrar aquí.
“Los flujos de agua, energía, materiales e información en la Comunidad de Madrid y sus contrapartidas monetarias”, en Pensamiento Iberoamericano, Nº 12, páginas. 275-326, 1987 (lo podéis encontrar aquí). También hay datos del metabolismo de la Comunidad de Madrid en: Naredo, J.M. (coord.) "El agua virtual y la huella hidrológica en la Comunidad de Madrid", Cuadernos de I+D+I, Canal de Isabel II, Cuaderno nº 5, 2009.
La evolución de la Agricultura en España: Desarrollo capitalista y crisis de las formas de producción tradicionales, Laia, 1ª ed., 1971, 4ª ed. actualizada, 2004.