domingo, 5 de junio de 2011

Agendas 21 locales, ilusiones defraudadas

Como podrá observar el lector al terminar de leerlo (si es que acaba), este articulo me ha quedado muy largo. Lo cierto es que lo he pensado como complemento de la clase sobre Agendas 21 desde una perspectiva crítica que imparto desde hace unos cuantos años en el Máster en Medio Ambiente y Arquitectura Bioclimática en la ETSAM y de ahí su longitud. Lo he titulado "Agendas 21" locales pero, en realidad lo he hecho así para darle más visibilidad ya que es de esta forma como suele denominarse al "Programa 21" aprobado el 14 de junio de 1992 en la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, celebrada en Río de Janeiro. Como tantas otras veces, se ha institucionalizado el término inglés y desplazado lo que debería ser su nombre español. De cualquier forma casi nadie se refiere a este documento como "Programa" sino como "Agenda" y éste va a ser el nombre que utilice a partir de ahora. Este plan de acción fue aprobado en su momento por más de 170 países y señalaba la importante responsabilidad de las ciudades como agentes del cambio. Asimismo se invitaba a todas las comunidades locales a crear sus propios planes y acciones específicos para cada localidad, basándose en las directrices generales de la Agenda 21.

Programa 21 de Río 1992 y Cumbre de Johannesburgo 2002

Este llamamiento ha tenido, aparentemente, un éxito sin precedentes. En estos momentos más de 5.000 ciudades de todo el mundo están elaborando o cuentan ya con sus propias Agendas locales y en España más de 500. Incluso se han creado consultoras especializadas en este tipo de iniciativas lo que no deja de ser una anomalía dado su carácter. Dos años después de haberse aprobado en Río el plan de acción “Agenda 21” los participantes en la Conferencia Europea sobre Ciudades Sostenibles reunidos en mayo de 1994 aprueban la Carta de Aalborg (que era el lugar donde se celebraba la reunión). Esta Carta tiene una gran importancia para las ciudades y municipios europeos ya que su firma, formalizada en un documento especifico, implica un compromiso con unos objetivos concretos. Además se especifican de forma bastante clara los principios en los que se basa e incluso indicaciones para campos concretos como la ocupación del suelo o la movilidad. Su redacción es bastante clarividente ya que en el año en el que se firmó no estaba nada claro el concepto de sostenibilidad casi siempre asociado a cuestiones puramente económicas e indisolublemente unido a la palabra desarrollo formando la expresión “desarrollo sostenible” que hoy, y a la luz de los parámetros globales que vamos conociendo, aparece cada vez más como contradictoria en sí misma. Se renovó en el año 2004 con el nombre de Carta de Aalborg+10.

Documento de adhesión a la Carta de Aalborg+10

Al año siguiente de haberse aprobado la Carta de Aalborg, en 1995, el Consejo Internacional para Iniciativas Ambientales (ICLEI) publica la Guía europea para la planificación de las Agendas 21 locales que tuvo una importancia determinante en el impulso de muchas de ellas conjuntamente con el Código de buenas prácticas ambientales de la Federación Española de Municipios y Provincias. De manera que la mayor parte de las metodologías y procedimientos utilizados en la elaboración de las Agendas 21 de nuestro país se derivan de estos documentos. En 1997 las Naciones Unidas redactaron el Plan para la ejecución del Programa 21 que abarcaba hasta el 2002 año en el que se celebró la cumbre mundial sobre desarrollo sostenible en Johannesburgo. De esta cumbre desarrollada en Sudáfrica surgió su propio plan de ejecución derivado del informe previo sobre el estado del planeta y de las discusiones producidas. Sin embargo, a pesar de todas estas iniciativas posteriores, el texto original de la cumbre de 1994 conserva toda su validez y frescura siendo todavía la referencia más ajustada a la realidad de los problemas que plantea el siglo XXI.

Toneladas equivalentes de CO2 per capita (WWF/Alianz)

En este texto que dio lugar a todo el desarrollo posterior de la llamada sostenibilidad o sustentabilidad, y que fue aprobado en la Conferencia de Río, se planteaba como la cuestión básica a considerar la relación entre pobreza y degradación ambiental. Así en el apartado 4 se afirma que la causa principal del deterioro es la modalidad insostenible de producción y consumo en los países industrializados agravando la pobreza e intensificando los desequilibrios. Llega a afirmarse textualmente en el documento que: "Aunque en determinadas partes del mundo el consumo es muy alto, quedan sin satisfacer las necesidades básicas de consumo de una gran parte de la humanidad. Ello se traduce en la demanda excesiva y en estilos de vida insostenibles en los segmentos más ricos, que imponen presiones inmensas en el medio ambiente. Entre tanto, los segmentos más pobres no logran satisfacer sus necesidades de alimentos, salud, vivienda y educación. La transformación de las modalidades de consumo exigirá una estrategia de objetivos múltiples centrada en la demanda, la satisfacción de las necesidades básicas de los pobres y la reducción de la dilapidación y del uso de recursos finitos en el proceso de producción". Se habla claramente de “recursos finitos” y de la necesidad de considerar el conjunto de desigualdades y ambiente como un todo.

Mapa del hambre (World Food Programme)
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Parte de estos planteamientos se complementan en la Carta de Aalborg haciendo énfasis en lo que ya había aparecido en el Informe Brundland: la necesidad de considerar también la herencia natural que van a recibir los futuros habitantes del planeta. En el texto aparecen ya relacionados dos de los elementos básicos que configuran la situación actual: nivel de vida y capacidad de carga de la naturaleza. Se puede leer: “La sostenibilidad ambiental significa, además, el mantenimiento y preservación del capital natural. Requiere que nuestro ritmo de consumo de recursos materiales, hídricos y energéticos renovables no supere la capacidad de los sistemas naturales para reponerlos, y que el ritmo al que consumimos recursos no renovables no supere el ritmo de sustitución de los recursos renovables perdurables. La sostenibilidad ambiental conlleva también que el ritmo de emisión de contaminantes no supere la capacidad del aire, del agua y del suelo para absorberlos y procesarlos”. Parece claro que se plantea una cuestión de límites. En la misma Carta un poco más adelante se advierte con claridad que estos límites han de ser considerados globalmente: “La sostenibilidad ambiental implica, además, el mantenimiento de la diversidad biológica, la salud pública y la calidad del aire, del agua y del suelo a unos niveles que sean suficientes para preservar para siempre la vida y el bienestar humanos, así como de la flora y de la fauna”. Esta consideración de los temas de sostenibilidad ambiental como globales resulta, como mínimo, “curiosa” considerando que Europa no es precisamente un continente “verde”. En realidad, puesto que ya hemos destrozado nuestro medio natural y necesitamos el africano o el americano para “nuestra” subsistencia hacemos un llamamiento planetario para mantener lo que subsiste en otros sitios.

Mapa de áreas forestales (UNEP)

Este entendimiento del problema de los limites de la naturaleza como un problema planetario, y no como una cuestión relativa a un área geográfica concreta, se ha ido separando de forma más o menos consciente del resto. Y así se habla de sostenibilidad económica, social y ambiental sin advertir que, sin esta última, las dos primeras no pueden mantenerse. Y que, precisamente, la sostenibilidad desde una perspectiva planetaria no puede conseguirse sin la preservación de las áreas de naturaleza menos antropizada que, casualmente, se encuentran en los territorios menos “desarrollados”. Esta desvirtuación ya aparecía en la propia Carta de Aalborg que contenía muchos elementos basados en un egoísmo de las clases medias europeas más o menos disimulado. Así, al mencionar a los pobres lo hace para referirse a los pobres de “nuestras ciudades”, es decir de las ciudades europeas, ya que “los pobres son los más afectados por los problemas ambientales (ruido, contaminación por el tráfico, ausencia de instalaciones de recreo, viviendas insalubres, inexistencia de espacios verdes) y los que tienen menos capacidad para resolverlos”. Los europeos se olvidan de que la inmensidad de “pobres” no están precisamente en sus ciudades sino fuera de Europa y que compartir la naturaleza del planeta debería también de significar compartir el consumo. Es precisamente en este punto donde se observa de forma más clara cuales son las intenciones de los firmantes de la Carta y la deriva que han ido tomando las Agendas 21 locales en nuestro continente. Pasa lo mismo cuando se abordan los temas de ocupación del suelo, la movilidad o el cambio climático global, aunque en este caso las consideraciones planetarias se abran débilmente camino frente a las locales.

Ciudadanos pobres

Según datos del Informe sobre la población mundial de UNFPA, en el año 2010 la población del planeta era de unos 6.900 millones de personas de las cuales el 50% vivían en ciudades. Si fijamos nuestra atención en los países desarrollados (América del Norte, el Japón, Europa y Australia/Nueva Zelanda) veremos que de una población de 1.200 millones de personas vivían en ciudades el 75%. Esto significa, obviamente, que la civilización urbana ha pasado a tener una importancia de primera línea no solamente por la cantidad de urbanitas que existen, sino por su capacidad de impacto sobre la totalidad del planeta. Lo que sea urbano o no depende, en otros factores, del sistema de medición. Sin embargo podemos afirmar algunas cosas obvias. La ciudad nace, precisamente, para separarse de la naturaleza. Para establecer un orden distinto. Este orden distinto significa, en primer lugar, un espacio acotado, limitado, con objeto de concentrar en un espacio reducido muchas cosas: personas, energía, información, contaminación. Se va construyendo así sobre todo el planeta un sistema de centros de población y actividad en cierto modo separados de su soporte físico, es decir de su territorio.

Ciudadanos ricos

Esta separación no quiere decir que las áreas urbanas no necesiten del territorio para poder subsistir: agua, energía, alimentos no puede obtenerlos la ciudad en su propio ámbito. Sin embargo cada vez en mayor medida se fueron borrando los límites de su territorio, no sólo del tributario sino también del real, de forma que en la actualidad puede decirse que el territorio tributario de las ciudades más importantes del mundo es la totalidad del planeta y, además, con un problema añadido: la confusión entre ambos, lo que impide a la naturaleza cumplir la función que tradicionalmente ha desempeñado. Si se consideran estrictamente los límites urbanos, hasta en las ciudades medievales (consideradas como el paradigma de la sostenibilidad urbana) el territorio tributario del recinto intramuros es siempre superior a ese recinto. De forma que, y por definición, las ciudades no son nunca autosuficientes. Son sostenibles si cuentan con un territorio tributario que les suministre alimentos, agua, materiales o energía y que se encargue de deshacerse de la contaminación y si las relaciones entre ambos se pueden mantener en el tiempo. En evidente que resulta imprescindible considerar el conjunto del sistema urbano y el territorio como un todo. Se llega así a una conclusión importante: desde el punto de vista del sistema urbano actual no se puede hablar de sostenibilidad local. Y no se puede porque el ámbito tributario del sistema de ciudades, salvo excepciones, es la totalidad del planeta. Es más, casi siempre que en una ciudad se habla de sostenibilidad local en realidad está planteando como alcanzar mayores cotas de bienestar a costa de otros lugares. La cuestión se plantea como una lucha entre ciudades o áreas territoriales para conseguir mayores cuotas de empleo, de riqueza y de recursos. Este entendimiento de la sostenibilidad como la sostenibilidad de “mi” ciudad o de “mi” territorio lleva a competir por el territorio en lugar de compartirlo.

Agendas 21 locales en España (OSE)
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En este contexto cabría preguntarse por el camino que están tomando las Agendas 21 locales. En el ámbito español no hay demasiadas investigaciones que puedan ayudarnos a entender cual es la situación. Por tanto hay que recurrir a fuentes indirectas. Existe un trabajo publicado por el Ministerio de Fomento sobre los Indicadores locales de sostenibilidad que puede servirnos de base y que dirigió Agustín Hernández. Es un poco antiguo, del año 2004 y su referencia se puede encontrar al final del articulo en el apartado de materiales utilizados. Según se deduce de las encuestas realizadas resulta que de los municipios firmantes de la Carta de Aalborg la iniciativa que más se ha desarrollado es precisamente la Agenda 21 con el 77% del total. Le sigue la Auditoría Medioambiental con el 55%, el Plan Ambiental con el 22%, y la ISO 14.000 con el 9%. El resto corresponde a otras iniciativas (Planes Estratégicos, Pacto Ciudadano por la sostenibilidad, Observatorios urbanos, etc.). Puesto que en muchos casos la Auditoría Ambiental forma parte de la metodología de puesta en marcha de una Agenda Local 21 se puede entender que, en realidad, la mayor parte de las iniciativas por la sostenibilidad de los firmantes de la Carta de Aalborg descansan precisamente en las Agendas 21. Es por ello que este trabajo sobre indicadores aunque no dedicado específicamente a las Agendas 21 nos puede servir para conocer de forma bastante aproximada cuales son los intereses de los ciudadanos y como entienden el tema.

Algunos datos sobre participación (CAPV)
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Si analizamos el sistema de los indicadores recogidos en las iniciativas de los municipios españoles que han firmado la Carta de Aalborg podremos inferir los intereses de los participantes. En el anexo 8 del Informe sobre los indicadores locales de sostenibilidad aparecen clasificados en cuatro áreas temáticas. En la primera, denominada “economía” se reseñan 9 indicadores. Todos ellos se refieren a condiciones locales. En la segunda, denominada “medio ambiente” se reseñan 37 de los que sólo 8 (y en pocos municipios) pueden entenderse como globales. En la tercera, denominada “sociales” se reseñan 24. Aparentemente todos son locales aunque hemos excluido a varios por desconocer en realidad su contenido y para que no distorsionen el resultado final. En la cuarta, denominada “urbanismo”, se reseñan 22. A pesar de que una inmensa mayoría es claramente de carácter local, para no distorsionar los resultados también se ha excluido en su totalidad al desconocer la índole de los indicadores básicos. Por tanto, con las exclusiones indicadas y multiplicados por los 30 municipios de la muestra resultan 1.800 indicadores considerados. De todos ellos sólo 87 se refieren (en el mejor de los casos) a condiciones globales. Es decir, un 4,8%. El resto son indicadores ambientales, de defensa del medio natural en condiciones locales, de confort, etc. Habría que recordar aquí una frase de la Carta de Aalborg: “Integremos los principios de sostenibilidad en todas nuestras políticas, y haremos de nuestras fuerzas respectivas la base de estrategias adecuadas en el ámbito local”. En realidad, el principio sostenible de “actuar en local y pensar en global” ha sido sustituido por el más cómodo de “actuar en local y pensar en local”. Los números anteriores hay tomarlos con cautela y los utilizo sólo como ejemplo.

¿Es adecuada la metodología de las Agendas 21
para grandes aglomeraciones de población?

A pesar de las cautelas estos resultados se corresponden con los de otros trabajos y con el sentir general de todos los que están más o menos cerca del tema. Por ejemplo, en el Informe de sostenibilidad local de la CAPV 2008 publicado por el departamento de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio del Gobierno Vasco, en la página 28 se incluye un cuadro relativo a los compromisos de Aalborg. Pues bien, haciendo un cruce de compromisos y ámbitos temáticos aparecen señaladas 31 casillas de las que sólo cuatro se refieren al compromiso “de lo local a lo global”. Y eso que las Agendas 21 del País Vasco son, sin ninguna duda, de las más adelantadas al respecto. Puede leerse en este informe: “Asimismo, fruto de los trabajos del Ekitalde de cambio climático se ha diseñado e iniciado el cálculo de un indicador de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que cuantifica tanto las emisiones específicas de los diversos sectores del municipio como las propias de las dependencias y servicios del Ayuntamiento”. Simplemente el hecho de que se destaque la existencia de un indicador de emisiones de gases de efecto invernadero resulta bastante significativo. Como se ve estamos bastante alejados de las propuestas de Río de 1992.

Grupo de trabajo, Agenda 21 Callosa d’en Sarrià (blog de la Agenda21)

La pregunta es: ¿cómo se ha llegado a esta situación? Aunque la respuesta no es fácil habría que buscarla, desde mi punto de vista, en el proceso metodológico que está en la base de una Agenda 21 local: la participación ciudadana. Es obvio que resulta imprescindible modificar las pautas de comportamiento. Con unos valores sociales basados en la competitividad mal entendida (competitividad por el dinero), con una publicidad que pervierte y falsea la realidad y, sobre todo, con una acusada desinformación, no parece que nadie, ni los políticos ni los ciudadanos que les votan, quiera cambiar el actual estado de las cosas. Cuando planteo la cuestión de los límites (que realmente es el fondo de la llamada sostenibilidad del planeta) siempre me gusta mencionar como parte de la solución “la necesidad de inventar”, que incluye un apartado básico: aumentar el rendimiento de nuestros sistemas. Pero si conseguimos mejoras en la racionalidad de forma que los pluses generados con dichas mejoras se destinen a aumentar los ya altos niveles de desarrollo de los más favorecidos, tanto países como clases sociales, poco habremos avanzado. Desde el punto de vista de la sostenibilidad no tendría ningún sentido que nuestros territorios y ciudades funcionaran más eficazmente o nuestra agricultura fuera más productiva si estos diferenciales los utilizáramos para mejorar los niveles de confort de los que los tienen más altos, o para aumentar las distancias entre clases sociales o entre países.

Vivienda pública con criterios de ahorro energético, EMVS (MuniMadrid)

Un ejemplo cercano. La Empresa Municipal de la Vivienda de Madrid decidió ya hace algunos años introducir criterios de ahorro energético en las viviendas protegidas. Esto está bien. Se trata de una Buena Práctica y hay que aplaudirlo. Sin embargo, si se analiza desde una perspectiva más amplia puede resultar chocante que los habitantes de algunos de los barrios más ricos de Madrid no solamente no introduzcan medidas de ahorro energético en sus viviendas sino que, incluso, superen año a año las tasas de consumo energético sin que nadie les imponga ningún tipo de limitaciones mientras que las clases menos favorecidas (ya de por sí poco consumidoras) cuenten en sus viviendas con sistemas de ahorro de energía. Como se ha podido constatar en las últimas elecciones locales en España desafortunadamente escasean propuestas de modificación real de los hábitos de consumo en la mayor parte de los programas electorales, prueba inequívoca de una sociedad acomodada y con miedo a perder las cotas de confort alcanzadas. El problema es que, desde los años ochenta del pasado siglo el planeta (tal y como tozudamente se empeñan en demostrar los estudios sobre la huella ecológica) no es suficiente para todos y, dado que no se puede sacar más del llamado Tercer Mundo las clases más acomodadas han puesto en su punto de mira las burguesías menos acomodadas de sus propias sociedades. Se ha empezado así a desmontar el llamado Estado del Bienestar porque lo cierto es que no puede haber Estado de Bienestar para todos si los que están por encima pretenden mantener sus actuales tasas de consumo e incluso acrecentarlas.

Viviendas en La Moraleja, Madrid (Google Maps)

Es decir, que las Agendas 21 deberían enfrentarse directamente al meollo del asunto: intentar introducir políticas que propongan una disminución del consumo en aquellos territorios y capas sociales que, literalmente, se dedican al despilfarro. Pero ello es bastante complicado porque es necesario proponer un cambio de valores precisamente en estas capas sociales y en estos territorios son los que ocupan el poder y gozan de todos los privilegios. La situación de crisis en la que estamos inmersos se manifiesta de muchas formas y tiene muchas aristas, desde las ambientales (la naturaleza se revela) hasta las económicas o las sociales. Tampoco es ahora el momento de plantear las perversiones del sistema, que son muchas (desde la idea de que las únicas necesidades que existen son aquellas que pueden ser pagadas, hasta la de que todo se puede regular por la ley de la oferta y la demanda). Pero, como mínimo, sería necesario señalar que el mercado, instrumento bastante eficiente asignando recursos y equilibrando oferta y la demanda, no puede asumir los umbrales de producción sostenible de los sistemas naturales. Hay un ejemplo muy bonito que expone Lester Brown: ante una oferta de pescado inadecuada el precio sube fomentando la inversión en aparejos de pesca tradicionales. Este esquema funciona bien en condiciones normales. Pero cuando las capturas exceden la producción sostenible de las pesquerías el invertir en más aparejos y capacidad de pesca, como respuesta a los precios más altos, resulta suicida. Parece que casi todo el mundo está de acuerdo en la necesidad de realizar un ajuste. Entiendo que un sistema que se ha convertido en único eliminando a todos sus competidores es capaz de realizar los ajustes necesarios por sí mismo. El problema es que su objetivo consiste en su propia supervivencia, no en la de los ciudadanos o ciudadanas.

La ilusión de empezar una Agenda 21, Ayto de Laudio (Loeline)

Educación, información y participación, deberían ser las bases de cualquier proceso previo al intento de instaurar sistemas de racionalidad en las actuales formas de vida. Educar al ciudadano significa, sencillamente, profundizar en la democracia. Pero esta profundización pasa por entender que el mundo en el que vivimos no es el del siglo XIX o XX. Estamos en el siglo XXI y los retos son diferentes. Edgar Morin en un librito titulado Los siete saberes necesarios para la educación del futuro ofrece algunas indicaciones que pueden servir de pauta para entender que el problema no pueden resolverlo determinadas consultoras con metodologías novedosas. El problema es un problema de ciudadanía. Los lectores asiduos de este blog probablemente haya leído el artículo titulado Morin: Los siete saberes necesarios para la educación del futuro y entiendan de lo que estoy hablando. A los que no lo hayan leído se lo recomiendo para completar adecuadamente estos párrafos (y, por supuesto, el propio libro). Y es que resulta evidente que ha fallado la base fundamental de las Agendas 21 locales: la participación. Pero no puede existir participación verdadera sin información cierta y sin educación. Aún en el supuesto de que esto se cumpla, además resulta imprescindible soldar la rotura que se ha producido entre los expertos tecnocráticos, los que “saben”, y el resto de los ciudadanos (los ignorantes, según Morin). De todas formas lo peor y más difícil de solucionar es que no estamos todavía educados para entender la entidad planetaria. Para ello hay que regenerar la democracia porque “la reducción de lo político a lo técnico y a lo económico, y la reducción de lo económico al crecimiento” ha pervertido la democracia aunque se mantengan las instituciones basadas en el antiguo sistema.

Expectativas defraudadas en muchos casos (Ecologistas en Acción)

La conciencia planetaria es un proceso que ya ha comenzado y que probablemente sea imparable. Pero mientras llega, las urgencias derivadas del necesario ajuste del sistema empiezan a afectar a mucha gente. Y lo cierto es que el instrumento de las Agendas 21, tal y como ahora mismo se está planteando (por lo menos en el caso que conozco más íntimamente que es el europeo) no sirve para atender a los fines para los cuales fue creado en la cumbre de Río. Y no sirve porque sin participación verdadera, es decir, sin información y sin educación ciudadana, es imposible que una sociedad cambie sus hábitos y valores que es la base fundamental de un instrumento que suscitó, en su momento, bastantes expectativas e ilusiones. Además, en algunos casos, incluso se produce el efecto contrario: los ciudadanos y ciudadanas verdaderamente educados e informados, comprueban que, en realidad, en el fondo se trata de una estafa y deciden abandonar. Hay que tener la valentía de reconocerlo para reconducir todos estos intentos (se supone que bienintencionados) hacia planes de acción que verdaderamente sean útiles para conseguir un planeta más armónico y compartido por todos. Cuando el cambio en el sistema de valores sociales se supone que puede ser abordado por determinados profesionales “especializados en Agendas 21” algo debemos de estar planteando mal. El cambio social históricamente siempre se ha producido propiciado por los elementos más activos de la propia sociedad, básicamente los políticos verdaderos, los intelectuales o los artistas. En definitiva, los líderes que surgen de la ciudadanía y que son capaces de marcar caminos nuevos. Intentar hacer esto aquí, en momentos en los que el rumbo tomado la sociedad europea se aleja cada vez más de esta dirección, en que los intelectuales han desaparecido devorados por los medios, en que los políticos sólo piensan en su propia supervivencia y en que la mayor parte de los artistas son hijos de las galerías de arte, me temo que no es más que una utopía. Probablemente me equivoque. Eso espero.


Materiales utilizados
  • Carta de las ciudades europeas hacia la sostenibilidad, firmada en Aalborg (Dinamarca) el 27 de mayo de 1994. Puede encontrarse en castellano en muchos sitios. Por ejemplo, en este enlace de Aalborgplus10.
  • Código de buenas prácticas ambientales, Federación Española de Municipios y Provincias, Madrid, 2004. Basa la Agenda 21 local en la Auditoría Medioambiental y en el Plan de Participación. Se completa con el Sistema de Gestión y contiene hasta 19 anexos técnicos además de información complementaria con la mayor parte de los documentos internacionales acerca del tema publicados hasta el momento como la Carta de Aalborg o Aalbog+10. También se puede conseguir en bastantes sitios como en Energy21 de la Diputación de Huelva.
  • Estado de la población mundial 2010, UNFPA, Fondo de Población de las Naciones Unidas, 2010. Se puede obtener el pdf del informe en español en la página de recursos de la propia UNFPA.
  • Fariña Tojo, José. “Las Agendas 21 locales y la participación pública” en Actas del II Congreso Internacional de Ingeniería Civil, Territorio y Medio Ambiente, Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, Madrid, 2004.
  • Hernández Aja, Agustín (dir.). Informe sobre los indicadores de sostenibilidad. Grupo de trabajo sobre los Indicadores de Sostenibilidad para la aplicación del Programa Hábitat, Dirección General de la Vivienda, la Arquitectura y el Urbanismo, Madrid, 2004. Puede encontrarse en el siguiente enlace de la Biblioteca de Ciudades para un futuro más sostenible.
  • Hewitt, Nicola. Guía Europea para la Planificación de las Agendas 21 Locales, edita Bakeaz y Gobierno Vasco, 1998. Es la traducción al castellano y al vasco de original inglés: European Local Agenda 21 Planning Guide. How to engage in long-term environmental action planning towards sustainability. Friburgo: ICLEI European Secretariat GMBH, 1995.
  • Informe de sostenibilidad local de la CAPV 2008, Gobierno Vasco, Departamento de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio, edita IHOBE SA, 2008
  • Our Common Future, Oxford University Press, Oxford, 1987. Nuestro futuro común es el titulo original del llamado Informe Brundland por el nombre de la doctora que presidió la Comisión encargada de redactarlo. Se puede leer en inglés en la página de las Naciones Unidas.
  • Programa 21 de las Naciones Unidas de Río, Cumbre de la Tierra, Naciones Unidas, Río de Janeiro, 1992. Puede encontrarse en español en este enlace.
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