jueves, 16 de octubre de 2014

Arquitecturas desolladas

Arquitectura y urbanismo son materias tan cercanas que, muchas veces, es imposible establecer una línea de separación entre ambas. En cualquier caso, de existir físicamente esta línea, probablemente habría que situarla en la envolvente del edificio. En aquella parte de la arquitectura que acota su territorio. A veces tan tenue, que deja de ser física y es difícil de encontrar. Pero, además de ser contenedor y frontera, esta envolvente es la encargada de que lo particular, lo privado, trascienda a lo colectivo, al patrimonio común. Por eso tiene tanta importancia. Cualquier modificación en el interior de un edificio afecta básicamente a sus usuarios, pero si la modificación se produce en la envolvente en una gran parte de los casos nos afecta a todos. Si entendemos esta envolvente como una piel que, de alguna manera, regula las relaciones de la arquitectura con el entorno físico o social que la rodea, lo que le pase a esa piel es del mayor interés, no sólo de “puertas adentro” sino también de “puertas afuera”.

El dios Huitzilopochtli, cuya mujer, la arquitectura (perdón, la hija de
 Achitométl) fue desollada por los mexicas para vestir con su piel al arquitecto
 (perdón, al sacerdote) en su rito creativo (perdón, de fertilidad).