Leonardo Benevolo en su estudio corriere
Y además, no sé si como objetivo prioritario, el artículo de hoy es para animar, sobre todo a mis alumnos, a que lo lean ya que se trata de un libro con pocas páginas, bastantes ilustraciones y una estructura casi perfecta. Vamos, un texto legible incluso para la generación del Twitter y del Whatsapp con costumbres de lectura diferentes al momento en el que fue escrito. Pero, antes de empezar con el comentario de algunos aspectos del libro, me gustaría decir algo sobre su autor. Leonardo Benevolo nació en el año 1923 en Orta de San Giulio (Italia) y estudió arquitectura en la universidad de Roma, donde luego sería catedrático de Historia a los treinta y tres años. También fue profesor en Venecia, Florencia y Palermo, así como profesor visitante en varias universidades de todo el mundo como Yale, Columbia o Caracas. Pero de sus relaciones con la de Roma, mejor dejarlas a un lado ya que no terminaron de forma muy amigable.
Centro histórico de Brescia, del PRG de Benevolo de 1980 bmiaa
Fue en Brescia, a partir de mediados de los años setenta donde terminó por establecerse para el desarrollo de su labor profesional. Allí se encargó de asesorar en la compra por parte del Ayuntamiento de los terrenos sobre los que se suponía que iba a crecer la ciudad para dotarlos de infraestructuras y luego vender a los constructores el derecho a edificar. De esta forma evitó la especulación y consiguió un razonable equilibrio entre precio y ganancias. Pero hizo muchas más cosas. Por ejemplo: redujo las posibilidades de edificación del plan de Brescia; intervino, junto con Vittorio Gregotti y Antonio Cederna, en el Proyecto Foros reordenando la zona arqueológica central de Roma; se encargó de redactar el plan de Monza; o, también, se encargó de la construcción de la sede de la Feria de Bolonia.
Maqueta del Proyecto Foros con Gregotti 1988 sab-estudio
Después de la lectura del párrafo anterior parece bastante sencillo deducir que su visión de la arquitectura y el urbanismo no es meramente historiográfica. Lo digo porque, sobre todo, se le conoce por sus publicaciones. Así, su libro Historia de la Arquitectura Moderna, ha sido utilizado como manual de referencia en muchas escuelas de arquitectura. También habría que destacar los cuatro tomos de La Historia de la Ciudad, así como su Introducción a la Arquitectura. Sin embargo, desde mi punto de vista, los Orígenes del Urbanismo Moderno (en mi edición, doscientas páginas en octavo, con ilustraciones) es un texto fundamental para todos los que nos dedicamos a los temas relacionados con la ciudad. Se publicó por primera vez en Roma en 1974 por Gius. Laterza & Figli Spa con el título de Le origini dell’urbanistica moderna.
Fragmento de la portada de la edición de Blume
La edición que voy a comentar es la publicada por Blume en 1979 (compré el libro en 1980) en la colección que dirigía Luis Fernández-Galiano. Como se puede comprender, ya que lo he utilizado sobre todo para la docencia, está totalmente destrozado con múltiples anotaciones mías manuscritas, subrayados de todos los colores y muchas páginas con las esquinas dobladas. Está organizado en cuatro partes. Después del "Prefacio" Benevolo aborda la "Formación de la ciudad industrial". La tercera parte, que es la central del texto se titula "La época de las grandes esperanzas (1815-1848)" y está dividida en dos apartados: "Las utopías del siglo XIX" y "Los comienzos de la legislación urbanística en Inglaterra y Francia". La última parte se titula "1848 y sus consecuencias". Como se puede observar la estructura es de una claridad diáfana, destacando por encima de todas las cosas (luego veremos la causa) una fecha: 1848.
París, plaza Vendôme, el antiguo urbanismo
Su gran aportación es que ofrece una idea sintética y panorámica de un momento crítico en la historia del urbanismo. Precisamente del momento en el que se originó una forma de construir la ciudad que todavía es la vigente en la actualidad. Lo que no deja de ser triste ya que, desde entonces, se han producido (como mínimo) dos hechos determinantes. El primero fue la constatación de los límites planetarios, que ha dado lugar a toda una serie de intentos de respuesta con escaso éxito. Y el segundo, la revolución digital, con fenómenos sociales y económicos como la globalización, de cuyas consecuencias todavía no somos conscientes. Benevolo habla en su libro del desfase que ocurrió en aquellos momentos entre las revoluciones sociales, políticas y económicas y la forma de construir la ciudad. Desfase que, según su opinión, parece haberse acentuado en el momento actual.
Bath, King’s Circus y Royal Crescent, el antiguo urbanismo
En el primer párrafo del libro se puede leer lo siguiente: “El urbanismo moderno no nace al mismo tiempo que los procesos técnicos y económicos que hacen surgir la ciudad industrial y la transforman, sino que se forma en un período posterior, cuando los efectos cuantitativos de las transformaciones en curso se han hecho evidentes y cuando dichos efectos entran en conflicto entre sí, haciendo inevitable una intervención reparadora”. Luego, con el desarrollo del discurso a lo largo del texto, Benevolo explica esta situación que, en definitiva y debido a la presión producida millones de personas que empezaron a trabajar y a vivir de una forma distinta a épocas anteriores, obligó a construir la ciudad de otra forma a como se venía haciendo tradicionalmente. Así que no es extraño que el capítulo dedicado a la formación de la ciudad industrial comience por analizar el aumento de población.
Una forma diferente de trabajar, una nueva era sobrehistoria
Esto es muy importante, porque precisamente justifica su afirmación de que los cambios en la construcción de la ciudad sólo se producen cuando los efectos cuantitativos de la transformación social producida por la Revolución Industrial se manifiestan en forma de millones de personas que se hacinan en las anticuadas ciudades. Y no antes. La migración del campo a la ciudad con una distribución distinta sobre el territorio debido a las transformaciones económicas va a tener consecuencias importantes. Porque no se trata únicamente de la aparición de la industria, sino también la modificación en las propias condiciones rurales. Por ejemplo, en el texto se estudia la ocupación de las tierras comunales situadas en torno a las antiguas aldeas inglesas que transformó a los antiguos cultivadores directos en jornaleros con una forma muy distinta de producción agrícola y ganadera tradicional.
Tugurio obrero en Glasgow, 1848 Journal del RIBA
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Y, por supuesto, la propia industria: “La asociación entre la industria y la ciudad fue pronto muy sólida: en las nuevas ciudades, crecidas fuera del sistema tradicional de burgos y parroquias, empresarios y obreros podían eludir los vínculos anacrónicos del sistema corporativo isabelino”. Con todo esto se favorecen de forma notoria las formas de pensar que excluyen cualquier control (y, por supuesto, el urbanístico). Desde Maltus que teorizaba sobre la inutilidad de cualquier forma de ayuda a los pobres, hasta Ricardo que abogaba por la abolición de tasas e impuestos, pasando por Adam Smith que proponía a los entes públicos que vendieran sus propiedades para pagar las deudas. Esto último incluso se produce en el momento actual y se entiende como bueno en algunos ayuntamientos españoles.
La ciudad industrial, grabado de Gustavo Doré, 1872
De forma que se empieza a producir una ciudad verdaderamente terrible. Probablemente la más terrible de la historia, junto con determinados momentos por los que pasó la ciudad medieval. Los nuevos urbanitas procedentes del campo se agolpaban y hacinaban, bien en los centros urbanos degradados, o en barrios que se extendían en torno a la ciudad tradicional construidos por especuladores privados cuyo único objetivo era ganar la mayor cantidad de dinero posible. Ante la ausencia de cualquier regulación el resultado fueron barrios en condiciones higiénicas y sanitarias deplorables en los cuales la esperanza de vida era la mitad que en los lugares donde vivían los ricos. Esto no significa que la viviendas individuales de estos habitantes urbanos fueran peores que las casas del campo. El problema, según Benevolo era que “Las deficiencias higiénicas relativamente tolerables en el campo se vuelven insoportables en la ciudad, debido al apiñamiento y al gran número de las nuevas habitaciones”.
Patio en Nottingham, 1845 del libro
Todo esto, por ejemplo, lo describe Engels en un informe ya clásico sobre de la ciudad de Manchester en La situación de la clase obrera en Inglaterra. Ante este estado de cosas verdaderamente deplorable se empiezan a producir los primeros conflictos de importancia. Así, precisamente en Manchester, en 1919 se produce el episodio que se conoce con el nombre de Peterloo cuando la caballería inglesa carga contra una multitud que solicitaba reformas. La constatación de que este problema no se resolvía por sí mismo dio lugar a una serie de iniciativas políticas y legislativas. De forma que, hasta la revolución de febrero de 1848, hay numerosos intentos de cambio, casi todos basados en la necesidad de unión entre los aspectos técnicos e ideológicos. A partir de entonces, dice Benelovo “surge a la luz el doble carácter, científico y moralista, del urbanismo moderno”.
Robert Owen, una comunidad de armonía y cooperación courses
Se plantean dos caminos. El primero intenta superar los problemas mediante un modelo alternativo a la ciudad existente. Y el segundo trata de corregir los defectos reformando aspectos parciales. Ambas líneas las analiza en dos apartados separados. En el primero, titulado “Las utopías del siglo XIX”, en el que a partir de Owen y el cooperativismo inglés, analiza las propuestas de Saint-Simon y sus seguidores, Fourier, Godin y Cabet. Se trata de un capítulo de un gran interés ya que, a pesar de su aparente fracaso, muchas de estas propuestas están en la base de algunas ideas posteriores e incluso de algunos proyectos del Movimiento Moderno. También, este caudal utopista será utilizado luego por Howard y su Ciudad Jardín o por los diseñadores alemanes en sus barrios satélites de la primera postguerra.
El familisterio de Godin rocbor
La otra línea la trata en un capítulo que titula “Los comienzos de la legislación urbanística en Inglaterra y Francia”. Comienza por el análisis de la evolución de los sistemas de comunicaciones (básicamente el ferrocarril) y de como, a partir de su control, el Estado es capaz de modificar profundamente la distribución territorial. Para ello fue fundamental la introducción de la expropiación a gran escala como mecanismo de organización del territorio. Instrumento que se aplicó muy pronto a la ciudad en un intento de superar los problemas higiénicos que diezmaban la población con las epidemias de cólera sucediéndose una detrás de otra. Así, en los años cuarenta del pasado siglo diecinueve se perfeccionaron los sistemas de expropiación que hicieron posible el urbanismo del que todavía estamos viviendo.
Londres, un tren llegando a la estación de Euston railalbum
Pero no fue solo el sistema de expropiación. Los intentos de mejora de las condiciones higiénicas de las ciudades empezaron en Inglaterra después de la reforma electoral de 1832. En 1835 se organizan los nuevos ayuntamientos dándoles el poder de concentrar las diversas competencias distribuidas en numerosos entes. Esto sucedió, por ejemplo, con las casi trescientas instituciones públicas que en Londres estaban encargadas, entre otras muchas, de la iluminación, el abastecimiento, el alcantarillado o la pavimentación de la ciudad. Por otra parte, después de las conclusiones de la comisión investigadora de la Ley de pobres (a la que encargaron un informe sobre la epidemia de cólera de Whitechapel) se aprueba la llamada primera ley higienista de 9 de agosto de 1844 para Londres y sus contornos.
Public Health Act, 1848 nationalarchives
Dos años después el Parlamento británico empezó a estudiar una ley general que se aprobó por fin el 31 de agosto de 1848. Se puede decir que, con esta ley, empieza el urbanismo moderno. La intervención de “lo público” en lo privado por razones “higiénicas” fue ya irreversible. Y, a partir de ahí, hemos llegado a la situación actual en la que, por ejemplo en España, el contenido del derecho de propiedad del suelo lo determina el plan de urbanismo como sistema para garantizar su función pública. Pero en aquellos momentos de liberalismo sin concesiones las cosas no fueron sencillas. Dice Benevolo: “El 13 de mayo de 1848 el radical ‘Economist’ lamenta que la Public Health Act no haya encontrado una oposición adecuada, y haya desdeñado adentrarse en detalles dado que la ley se refiere a una gran cantidad de materias que ni siquiera podemos enumerar sin acumular en el espacio de que disponemos una multitud de palabras casi ofensivas (se trata de cloacas, desperdicios, etc.)”.
El cólera como indeseado aliado del urbanismo moderno
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Y más adelante, en este mismo artículo se puede leer: “Sufrimientos y males son castigos de la naturaleza. No pueden ser eliminados, y los impacientes intentos de la filantropía para proscribirlos del mundo por medio de leyes, antes de haber descubierto su objeto y su fin, han hecho siempre más daño que bien”. Claro que estos “razonamientos” fueron barridos por la siguiente epidemia de cólera que alcanzó también a las capas más favorecidas de la población. A partir de estas leyes sanitarias se produjo otra forma de construir la ciudad, que es la que ahora conocemos. Según Benevolo se podría caracterizar como una reacción reformista (mezclada con algunas ideas utópicas) a la urbanización resultante de la Revolución Industrial. El problema es que las circunstancias actuales no son precisamente las de entonces y, probablemente, estemos necesitados de instrumentos diferentes.
Haussmann, París, Avenida de la Opera karmaschulz
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En la última parte del libro analiza lo que sucedió a partir de entonces. Benevolo hace una interpretación de las consecuencias de las rebelión obrera de 1848 y llega a afirmar en uno de los párrafos que el movimiento obrero sale de ella “confundido y disperso”. El Manifiesto de Marx y Engels escrito poco antes, será el germen del que surja en 1864 la Primera Internacional. El acento se pone en la propiedad y el poder y se produce la separación casi irreversible entre “la experiencia urbanística y la izquierda política europea”. Según sus palabras: “En la urbanística, el resultado inmediato es un reforzamiento del aspecto técnico puro. De hecho, en los veinte años que siguen a la revolución de 1848 se realizan los primeros grandes trabajos urbanísticos en las ciudades europeas: les grands travaux de Haussmann en París (1853-69) y de Anspach en Bruselas (1867-71), el trazado del Ring de Viena (de 1857), la transformación de Barcelona (de 1859), la de Florencia…”
La idílica imagen del poblado obrero de Bournville, 1895
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Las páginas que siguen dedicadas a la filantropía y a los poblados para trabajadores traslucen una cierta amargura al afirmar que “la urbanística cae profundamente en el ámbito del nuevo conservadurismo europeo”. Al encontrarse Benevolo en la órbita de la democracia cristiana más bien a la izquierda, sus planteamientos no dejan de tener un cierto sesgo ideológico, pero lo que no se le puede negar es la claridad en la forma de ordenar unos acontecimientos convulsos que tuvieron traducción concreta en una forma nueva de ordenar la ciudad. Su tesis sobre la ruptura entre urbanismo y política producida en aquellos momentos a la que nos referíamos en alguno de los párrafos anteriores le lleva a terminar diciendo que: “En este punto los hechos exigirán una nueva confrontación entre los programas urbanísticos y los políticos, que supere la fractura abierta hace cien años. Tal es la tarea ante la cual nos encontramos hoy”.
Nuevos condicionantes de contorno, cambio climático
NASA, desviación temperatura media en junio 2017 nasa
No estoy demasiado seguro de que esta sea la tarea a la que nos enfrentamos en el siglo XXI. De lo que no cabe duda es que nos encontramos ante un tiempo nuevo, con problemas distintos que requieren soluciones diferentes. Es imprescindible mirar atrás, saber de donde venimos, cuales son los avances que nos han permitido llegar a la situación actual sin haber descarrilado totalmente, pero no sé si es muy acertado suponer que es necesario enmendar los males del pasado para afrontar el futuro. Sobre todo porque, probablemente, los males del pasado no se pueden abordar de la misma forma con un contexto tan diferente. En cualquier caso, este nuevo repaso que le he dado al libro de Benevolo para escribir el artículo me ha descubierto, a pesar de las decenas de anotaciones con diferentes plumas, bolígrafos y lápices con las que he ido colocando señales en el camino de mis sucesivas lecturas, que todavía tenía cosas por descubrir (he escrito unas cuantas notas más). Os recomiendo su lectura, no os arrepentiréis.