"Esta casa es una ruina", y nuestras ciudades también.
"The Money Pit" (R. Benjamin, T. Hanks, S. Long) listal
Para aquellos que sean incapaces de leer cualquier escrito que supere la extensión de un tuit puedo resumir los seis folios de texto que siguen en unos ochenta caracteres: la actual organización de nuestras ciudades es una ruina ecológica, social y económica. Una vez puestos en materia, y para aquellos con ganas de coronar la cima leyendo todo el artículo, vamos a retrotraernos a los años setenta del pasado siglo veinte. Entonces, y debido a la crisis energética, se produjo un movimiento de vuelta a la ciudad tradicional, después de un período de fuerte expansión. Parecía que se iba a revolucionar la forma de entender la vida urbana, y el urbanismo “centrífugo” se puso en cuarentena. Se hablaba de la necesidad de recuperar el centro de las ciudades que las clases más favorecidas habían abandonado en parte, y se empezaron a producir planes que respondían a estas nuevas necesidades: planes de reforma de centros, de rehabilitación, de reconstrucción de nuevos barrios (sobre todo en áreas chabolistas) o de reutilización de contenedores arquitectónicos.
La vuelta al centro, aquellos felices años de “Recuperar Madrid”.
Oficina del plan: Quintana, Mangada y Leira revista Villa Madrid
Fue el momento del auge del espacio urbano como contenedor de la civilidad, de la creación de las áreas de rehabilitación integral. Así, por ejemplo, en la declaración de Ámsterdam de 1975 se podía leer: “La rehabilitación de los barrios antiguos debe ser concebida y realizada, en la medida de lo posible, de forma que no modifique sustancialmente la composición social de los residentes y que todos los estratos de la sociedad se beneficien de una operación financiada mediante fondos públicos”. La situación actual, tanto por su génesis como por sus circunstancias, es radicalmente distinta y supone, probablemente, un verdadero momento crítico en la evolución del sistema de relaciones tanto de los ciudadanos con la naturaleza como de los ciudadanos entre sí. Y el caso español presenta, además, connotaciones añadidas. Voy a tratar de analizar dos aspectos que ayuden a comprender la situación: la realidad global y la coyuntura local.
La realidad global
Es bien conocido que en el año 2000 se calculó la huella ecológica de la totalidad del planeta y los resultados fueron una llamada de atención acerca de que algo no se estaba haciendo bien: se consumían alrededor de 164 millones de unidades de medida pero la capacidad biológica del planeta era sólo de 125, lo que significaba un exceso de consumo del 31%. Aunque la utilización de otros indicadores pueda cambiar algo el resultado parece que el exceso de consumo de planeta, en cualquier caso, no baja del 20%. Esto sólo es posible porque el planeta ha ido “ahorrando” a lo largo de milenios, y los “ahorros” acumulados en forma de sumideros de contaminación, materiales o energía (combustibles fósiles, energía nuclear) son los que permiten los excesos de consumo.
La huella ecológica de la humanidad 1961-2005
Dado que se ha superado la capacidad del planeta la única alternativa para seguir aumentando el consumo de unos territorios concretos o de unas clases sociales es hacerlo a costa de otros territorios o de otras clases. Va a ser complicado que aquellos países o regiones con altos índices de consumo puedan seguir aumentándolos a costa de otros que ya casi no consumen, porque es literalmente imposible sustraerles más. Más bien, como se ha ejemplificado para el caso de China o la India, esto se va a producir a la inversa, aquellos que consumen muy por debajo de la media van a intentar recuperar para sí los sumideros de contaminación o las fuentes energéticas, biocombustibles incluidos. Y, en lo que se refiere a las clases sociales, puesto que a los menesterosos tampoco se les puede sacar ya más, los super-ricos la han emprendido con las clases medias poniendo el umbral de pobreza cada vez afectando a más gente con un riesgo de revueltas sociales que empieza a ser importante.
Por desgracia no se vislumbra en el horizonte cercano un
"perpetuum mobile" que nos resuelva los problemas wikimedia
La realidad global, por tanto, no parece particularmente favorable a cualquier expansión ya que, de una forma u otra, esta situación supone costos añadidos, o precios más altos en las importaciones de materias primas, biocombustibles y productos agrícolas. La situación ya ha empezado a repercutir de forma muy desfavorable en las posibilidades del entramado empresarial y en la calidad de vida de los ciudadanos (haciendo imposible, por ejemplo, el llamado “estado del bienestar” tal como se entendía hasta ahora). Aparentemente, la única solución posible es algún milagro en forma de invento extraordinario tal como el "perpetuum mobile", o un aumento de la eficiencia (conseguir más con menos). Por ejemplo: no desperdiciando energía o contaminando en desplazamientos innecesarios y caros, o en calentar o enfriar edificios bioclimáticamente absurdos.
Situación de nuestros territorios
A lo largo de la historia de la civilización y hasta después de la segunda guerra mundial, las ciudades eran elementos puntuales en el planeta. Desde el punto de vista sistémico se estudiaban como objetos cuya masa era su población, prácticamente sin superficie y unidas entre sí mediante enlaces que apenas tenían impacto apreciable sobre el medio. Desde el punto de vista formal eran una especie de quistes. Eso sí, quistes con un metabolismo exuberante. Pero a partir de entonces la ciudad hace suyo todo el planeta y, apoyándose en el automóvil privado, empieza a ocuparlo de forma indiscriminada. Incluso hubo que encerrar las áreas de naturaleza para protegerlas. El problema es que para que el sistema urbano pueda funcionar necesita del medio natural. Tal y como he desarrollado con más extensión en otros artículos del blog, en el momento actual se pueden distinguir tres territorios con funcionamiento diferenciado: la naturaleza protegida, la ciudad tradicional y el correspondiente al área de interfase entre ambos.
La urbanización se ha apoderado de todo el territorio, EEI, 12/2011 nasa
No es el momento de abordar la cuestión de la naturaleza protegida, que ya he tratado bastante en otros artículos, por lo que sólo voy a dedicar un párrafo a mencionar como el crecimiento urbano fragmentado impide que las áreas naturales se comporten como tales. Ello se debe a que esta forma de urbanizar rompe los ecosistemas convirtiendo la naturaleza en pseudonaturaleza. En algunos sitios, por ejemplo, es ya imposible organizar redes ecológicas (imprescindibles para que estas áreas no se conviertan en relictos). La fragmentación de las áreas naturales aumenta también las zonas de frontera entre territorios antrópicos y no antrópicos reduciendo la biodiversidad e interrumpiendo los procesos ecológicos. Esta forma de expansión urbana es, por tanto, una auténtico desastre para la posibilidad de existencia de una naturaleza que necesitamos para que nuestras ciudades funcionen adecuadamente y tengan algún lugar donde desprenderse de la entropía que les sobra.
La rotura de la ciudad no afecta sólo a la naturaleza cf
Respecto a la situación del territorio en la interfase fragmentada (probablemente en algunos sitios ya la mayor superficie de suelo urbanizado) se ve con bastante claridad que la urbanización se está comportando de forma perversa. La tendencia a vivir en pequeñas comunidades residenciales separadas unas de otras y habitadas por personas de parecida categoría económica y social, la rotura de la ciudad en trozos, ocupando áreas de campo, y dejando entre ellos espacios baldíos de diferentes dimensiones, se ha revelado como un sistema de lo más ineficiente. La cuestión de la movilidad es una de las disfunciones más obvias. Por ejemplo, está más que comprobada la imposibilidad de mantener un transporte público rentable con las bajas densidades de las modernas periferias. Esto también pasa, claro, con una biblioteca. O una escuela. Pero este mal funcionamiento también lo es desde el punto de vista social debido a la segregación espacial producida y a la falta de movilidad entre clases.
La coyuntura local
Durante años los municipios españoles se han financiado a través de licencias e impuestos sobre los suelos urbanos sin pararse a pensar si estaban en condiciones de ofrecer los servicios necesarios. En una especie de huida hacia delante han ido comprometiendo la posibilidad de prestar estos servicios en el futuro para conseguir el dinero necesario para pagar los del presente. No se miraba si, realmente, la organización de la ciudad era la más sensata (o, sencillamente, si era viable el crecimiento propuesto). Lo único que importaba era el aumento del suelo urbano o urbanizable. La rotura del mecanismo se veía venir con bastante claridad. El resultado es que muchos municipios españoles no pueden iluminar las calles todo el año, o recoger la basura en todas las urbanizaciones, o mantener las zonas verdes y el viario. A día de hoy el lema debería ser: ni un metro cuadrado más de nueva urbanización. Resulta necesario un tiempo de transición que permita ir cambiando el modelo de forma paulatina ya que, de lo contrario, el ajuste puede ser muy impactante.
Ruinas sin estrenar, los restos del naufragio trailmoto
Murcia, urbanización abandonada Las Lamparillas
Recapitulando: tanto la coyuntura global como la local miran ambas en la misma dirección, recomponer las áreas urbanizadas. Para ello es necesario renovar y rehabilitar la ciudad continua, y transformar la periferia fragmentada de baja densidad (ver el artículo Transformar el sprawl), pensando soluciones territoriales más eficientes desde el punto de vista de las infraestructuras, los servicios, usos y densidades. Esto implica la utilización productiva del territorio entre fragmentos y la reutilización, en la medida de lo posible, de lo existente. Generalmente cuando se habla de rehabilitación o renovación urbana (el ejemplo más clamoroso es la reciente ley 8/2013 de 26 de junio) inmediatamente se piensa en los cascos históricos o en los barrios periféricos de bloques y torres de los ensanches, pero casi nunca en las áreas de interfase fragmentada de baja densidad. Es decir, en lo que solemos denominar sprawl.
Intervención en la ciudad no fragmentada
En lo que se refiere a la parte menos fragmentada del área urbana la situación es muy diferente y bastante más agradecida. Las posibilidades podríamos resumirlas en tres apartados. El primero tiene que ver con la renovación. Probablemente sea necesario renovar barrios enteros de casi imposible rehabilitación. Generalmente situados en zonas más periféricas y construidos en unos momentos en que era necesario alojar en las ciudades a miles de inmigrantes que llegaban de otras localidades más pequeñas o de las aldeas, es muy difícil que superen los mínimos necesarios para cumplir decentemente los objetivos de un alojamiento digno. Y, por supuesto, son muy ineficientes. Además, no suelen contar con ningún tipo de valor histórico, artístico, ni tan siquiera identitario, que justifique su mantenimiento.
¿Rehabilitación, regeneración, renovación, transformación?
Madrid, Usera, barrio de Los Almendrales urbanidade
Pero es suelo urbano consolidado, totalmente antropizado cuyos costes de devolución al medio natural, en general, son superiores a los beneficios. En estos casos habrá que tirar y reconstruir con criterios de sostenibilidad. Se trata de un tipo de operaciones que son muy complejas y sobre ellas existe siempre el peligro de que renovar signifique, en realidad, sustituir cuerpos sociales diversos por otros “de iguales” y, generalmente, correspondientes a capas sociales de mayor poder adquisitivo. Hacer bien una operación de renovación urbana exige un cuidado exquisito por parte del planificador y del gestor que se encargue de llevarla a cabo, y sería un error dejar la dirección de la misma exclusivamente en manos de la iniciativa privada cuyo único objetivo (legítimo en cualquier caso) es conseguir el máximo beneficio. Esta misma advertencia habría que hacerla también para el caso de las operaciones de rehabilitación.
Mejorar la calidad del entorno urbano, Santiago, San Clemente planur-e
El segundo se corresponde con todas aquellas operaciones relacionadas con el aumento de calidad del entorno urbano. La adecuación a los nuevos tiempos de una vivienda o de un edificio de oficinas no termina de puertas para dentro. Cada vez más el entorno urbano se entiende como una prolongación del espacio privado habitado. Sin embargo, el concepto de espacio público está cambiando de forma muy acelerada y en este apartado es muy difícil generalizar. Quizás lo único que se pueda decir de forma rápida, es que las preocupaciones más relevantes están muy relacionadas con la seguridad. La seguridad que se presuponía a las calles, plazas y jardines tenía que ver con el control por parte de los propios ciudadanos. Al bascular en los últimos años lo colectivo hacia lo individual, este control, en parte, ha desaparecido. La consecuencia es un desplazamiento de los espacios de relación de ámbitos públicos a privados. Ello se traduce en la desaparición de las funciones tradicionales del espacio público, bien por no uso, o por colonización por parte de determinados nichos sociales que los utilizan, no como sistema de relación sino como forma de dominio.
Sólo se debería rehabilitar si se aumenta la eficiencia
San Cristóbal, Madrid, Margarita de Luxán y Gloria Gómez
El tercero se refiere a la puesta en carga de los edificios ya construidos. Para ello resulta imprescindible adaptarlos para mejorar sus, generalmente, malas condiciones de habitabilidad. Y esta adaptación debe cumplir un requisito nuevo que en la anterior vuelta a la ciudad tradicional que se produjo en los años setenta y parte de los ochenta del pasado siglo XX no era esencial: la eficiencia. Es decir, los edificios por supuesto que han de ser rehabilitados con criterios de eficacia (han de hacer posible una vida moderna de calidad) pero, además, han de hacerlo eficientemente: consiguiéndolo con el menor consumo de energía posible y produciendo la menor contaminación. Cualquier tipo de subvención o ayuda a la rehabilitación debería venir condicionada a un aumento demostrable de esta eficiencia.
Territorios ruinosos
Como se ha visto y con ser todo lo anterior muy importante, la verdadera lucha por la supervivencia de la ciudad, es decir de la civilidad democrática, se va a producir en las áreas de ciudad fragmentada y de baja densidad. De esos miles y miles de hectáreas que pueblan en su mayor parte las áreas urbanizadas del mundo desarrollado. Y se va a producir por una razón muy sencilla: su funcionamiento está basado en unos precios irrisorios de la energía (toda ella está subvencionada por lo menos en aspectos clave tales como la no internalización de los costes ecológicos, pero también en muchos otros) que ha permitido desplazamientos horizontales de personas, energía, materiales y alimentos, realmente absurdos. Pero este tiempo se está acabando. Ya no se puede acaparar más energía por parte del mundo desarrollado, y no porque el problema sea que la energía se agota. El verdadero problema es su precio.
Una forma de vida sólo sostenible a años luz de "todo lo que se conoce"
Buenos Aires, La Providencia, Resort & Country Club laprovidencia
En un plazo más o menos cercano, y a menos que maravillosos inventos no lo remedien en forma de energía casi ilimitada y muy barata, este funcionamiento urbano va a colapsar. De hecho, está colapsando. Como ya se ha dicho, muchos ayuntamientos no tienen dinero suficiente para recoger la basura de cientos y cientos de hectáreas urbanizadas por todo el municipio, o para suministrar alumbrado público. Y eso sin hablar de servicios esenciales como la educación, la sanidad o la seguridad. Las bajas densidades y la fragmentación impiden suministrar la mayor parte de los servicios urbanos. Pero el gran problema va a ser el transporte, ya que toda esta organización está basada en el dispendio energético del automóvil individual. Porque el transporte colectivo, a menos que tenga fortísimas subvenciones, no es rentable. Se necesitan densidades mínimas para que se pueda prestar un servicio útil, sin tardar horas en llegar al destino, con recorridos eternos debido a la cantidad interminable de paradas para recoger a uno o dos viajeros en cada una. Pero el mayor problema es que, aunque una parte muy pequeña de la población pueda pagarlo, el planeta no puede.
Los jóvenes ya están en ello, premio Europan de este año, europan
Fragmento del panel de Kalmar (Sánchez, Batlles, Font y Sendín)
Este es el campo de batalla en el siglo XXI: que nuestras ciudades, que nuestros territorios, que nuestras casas, no sean una ruina. Así como decía al comienzo del artículo que la vuelta a los centros urbanos significó la adaptación de la ciudad tradicional al siglo XX, en el momento actual necesitamos transformar todos estos territorios de urbanización fragmentada y dispersa en algo distinto, que pueda funcionar con un consumo de planeta mucho menor que el actual y que, a pesar de ello, permita una vida digna a sus habitantes. La regeneración y la rehabilitación de los centros, de los ensanches tradicionales en la ciudad de media y alta densidad, cuentan ya con técnicas, soluciones, experiencias que permiten, si se trabaja con un mínimo de racionalidad, obtener respuestas eficientes, seguras y adecuadas a las necesidades de sus habitantes. Pero las áreas de sprawl son todavía un terreno en el que tenemos que investigar de forma mucho más intensa que hasta ahora. Afortunadamente, algunos jóvenes ya están en ello.
Nota: los demás números de la Revista Aragonesa de Administración Pública pueden encontrarse aquí. El artículo que ha dado origen a esta entrada, y que incluye notas y otras cosas que he tenido que suprimir para adaptarlo al blog, puede obtenerse gratuitamente en este enlace. De cualquier forma, e independientemente de mi aportación, el número monográfico pienso que es muy interesante y puede obtenerse, también en .pdf, aquí. La referencia es la siguiente:
Tejedor Bielsa, Julio (ed.): Regeneración y rehabilitación urbana en España. Situación actual y perspectivas. Monografías de la Revista Aragonesa de Administración Pública. Departamento de Hacienda y Administración Pública del Gobierno de Aragón, Zaragoza, 2013.