sábado, 3 de octubre de 2020

Territorio rural, vida urbana

“Hace mucho tiempo, en una galaxia lejana, muy lejana…” presenté mi primera ponencia en un Congreso. La ponencia se titulaba: “El territorio rural. Dos escenarios posibles y un apéndice sostenible”. Claro, por entonces yo era joven y me podía permitir hacer alusiones sexuales en el título de una ponencia. Lo más asombroso es que nadie me dijera nada al respecto y, tanto la lectura como la discusión posterior transcurrieron sin la menor alusión al susodicho apéndice. También es posible que nadie se percatara. El caso es que, hace unos días, me sucedió un hecho insólito que dio pie a este recuerdo. Cuando daba mi paseo matinal por los alrededores de la casa en la que vivo ¡me tropecé con un tractor! (que, por cierto, no era amarillo). Tal suceso, que nunca había ocurrido en los más de treinta años que llevo residiendo en este sitio, me despertó también lejanos recuerdos rurales de mi infancia en Galicia.

Aldea de Figueroa en Terra de Montes (Pontevedra)
De los trabajos de mi tesis doctoral ©jfariña

Y también otros recuerdos más académicos: mi tesis doctoral (sobre los asentamientos rurales en Galicia), mi primer artículo (en Ciudad y Territorio precisamente sobre la aldea gallega), mi primera conferencia (en el Ateneo de Madrid invitado por Celso Emilio Ferreiro sobre la arquitectura popular en Galicia), incluso mi primer libro estaba basado en la tesis. También me vino a la cabeza otro recuerdo más reciente y sobre el que he escrito un artículo en el blog: el Taller que dirigí en marzo de 2019 sobre la revitalización del paisaje rural que se celebró en la aldea de O Couto en Ponteceso (A Coruña). Y me di cuenta de que “Hace mucho tiempo, en una galaxia lejana, muy lejana…” existía un mundo rural que respondía a una forma de vida que hoy había desaparecido ¿o no? Se me ocurrió que sería interesante escribir sobre lo que decía en aquella ponencia del apéndice sostenible hace 25 años en relación con la que entiendo es la situación actual del mundo rural (si es que tal mundo existe).

Recolección mecanizada de almendro en Arrúbal  arioja

En los primeros párrafos de la ponencia ya surgían ciertas dudas: “Puesto que se habla de territorio rural, primero deberíamos de ponernos de acuerdo sobre cuál es el objeto de nuestros intereses. Habría que diferenciar el llamado territorio urbano, del rural e, incluso, de una tercera categoría ¡el medio natural! Tradicionalmente, desde el célebre artículo de Louis Wirth titulado ‘El urbanismo como forma de vida’, publicado en la Revista Americana de Sociología, en 1938, la distinción entre lo rural y lo urbano se basaba, esencialmente, en indicadores sociales. Ambas formas de vida han ido evolucionando de forma distinta en el mundo desarrollado, y en los países menos desarrollados. Un dato, a principios de siglo existían en Galicia más de cien periódicos agrarios, en la actualidad no hay ninguno. Aunque sea un tópico, no por ello deja de ser verdad: la forma de vida urbana es expansiva, colonial, y en la actualidad está eliminando progresivamente en todo el mundo a la forma de vida rural”.

Uno de los muchos periódicos agrarios del XIX-XX
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Pienso que, a día de hoy y en nuestro país, esta eliminación se ha producido de forma casi completa. Los medios de comunicación, las redes sociales como WhatsApp, Facebook o Twitter, Internet, el turismo y los desplazamientos masivos, han impuesto definitivamente un modo de vida que es, esencialmente, urbano. Al escribir este artículo también repasé “El urbanismo como forma de vida” de Wirth y los elementos que caracterizan el modo de vida rural. Para Wirth las relaciones urbanas, frente a las rurales, son de carácter secundario, superficiales, transitorias y segmentadas. Es decir, que las rurales son primarias, profundas, permanentes y continuas. Pero me temo que de este tipo son ya difíciles de encontrar ni en el campo ni en la ciudad. Cabría preguntarse sobre su significado y repercusión sobre el planeamiento. Pero ya entonces escribía que “podrían resumirse en la frase siguiente: los estándares requeridos por la civilización urbana son ahora también necesarios en el mundo rural. Solo que las dificultades para alcanzarlos en el segundo caso son mucho mayores que en el primero”.

Primera página del artículo de Wirth de 1938
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Pero la cuestión no está solo en la necesidad de que los servicios y equipamientos urbanos alcancen todo el territorio y a todas las personas que lo habitan estén donde estén, también hay problemas relacionados con las labores de las que tradicionalmente se venía ocupando el mundo rural. La agricultura, la ganadería, la pesca, los aprovechamientos forestales, han pasado de ser artesanos a industriales. También ha aumentado de forma muy importante la eficiencia de forma que, con la misma cantidad de suelo, se puede obtener mucho más producto con las adiciones y la maquinaria necesaria. También decíamos que “en muchos lugares, la vocación tradicional agrícola o ganadera está empezando a ser sustituida por el turismo, o todos aquellos servicios derivados del tiempo libre”. Estos cambios no sólo no se han revertido desde el momento en que escribí aquella ponencia sino que se han agudizado.

El turismo rural como renta ¿complementaria?  mamaproof

En el artículo establecía dos escenarios. Uno a medio y otro a largo plazo. Nada científico, por supuesto, todo pura especulación. En el escenario de medio plazo “lo rural como forma de vida ha desaparecido en el planeta. En todas partes los requerimientos de los ‘terrícolas’ son parecidos y corresponden a los estándares urbanísticos más o menos consolidados. Esto significa la necesidad de llevar los servicios hasta el más humilde de los caseríos. La antropización del territorio es cada vez mayor y las tierras ‘vírgenes’ del planeta han quedado reducidas a determinadas reservas intocables ante las que la gente se agolpa para poder visitarlas. La ganadería ha desaparecido de los campos y se concentra en modernos edificios y los cultivos casi no requieren ni tan siquiera suelo. El paisaje de todo el territorio es muy parecido al de las periferias actuales”. Veinticinco años después este escenario no me parece nada descabellado y las labores artesanales se mantienen más bien por cuestiones económicas (sueldos de miseria a los temporeros, inmigración clandestina…) que por otra cosa. En el mundo desarrollado algunos aspectos de este ejercicio de prospectiva son superados por la realidad.

Riadas, una de las consecuencias del cambio climático  publico

El segundo escenario era a largo plazo. Partía del supuesto de que la situación descrita en el párrafo anterior era posible porque se habían invertido en consolidarla todos los ahorros económicos y ecológicos producidos en la etapa anterior. Decía que al terminarse estos ahorros “el mantenimiento de este nivel de urbanización y servicios, por una población cada vez mayor y envejecida, se hace insostenible. La vida empieza a hacerse menos confortable. Surgen voces sobre la necesidad de cambiar el modelo. Probablemente es ya tarde. Una gran parte del planeta se encuentra cementado. Los niveles de escorrentía son muy elevados y las riadas, virulentas. Riadas que, progresivamente van erosionando el escaso suelo que queda libre...” No tengo claro si es que nos hemos saltado directamente de escenario, pero este segundo es parecido a la situación actual. Lo que más me reconforta es que las propuestas que hacía entonces podría suscribirlas enteramente veinticinco años después. Incluso la necesidad ineludible del cambio la recupero como urgencia en un reciente artículo del blog donde recojo algunas de aquellas sugerencias y que he titulado “Es urgente cambiar el modelo”.

Ni una hectárea más urbanizada  inmotensa

Muchos de las razones que alegaba entonces para cambiar este modelo, y las consiguientes acciones que habría que llevar a cabo para lograrlo, se han convertido actualmente casi en lugares comunes, aunque en aquellos momentos era ir contra corriente y casi una provocación. Así, entre otras, proponía: controlar la extensión de la urbanización (me habréis oído repetir miles de veces “ni una hectárea más urbanizada”); conseguir densidades adecuadas; o abordar seriamente la reordenación espacial de los usos agrícolas. Al final hacía una propuesta que, probablemente, no se llegó a entender y fue la parte más criticada de la ponencia: dejar la mayor cantidad posible de territorio sin uso. Decía textualmente: “Ni agrícola, ni turístico, ningún uso. Ello significa, obviamente, la penalización de estos suelos. También significa que habría que inventar algún tipo de redistribución de beneficios y cargas”. Después de tanto tiempo me parece que se trataba de propuestas necesarias y razonables.

Mantener los recursos naturales  aquae

Bueno, ¿y dónde ha quedado el “apéndice sostenible”? Hay que ponerse un el momento en que el concepto de sostenibilidad todavía no había llegado a la mayor parte de la población y se veía como algo exótico (no como ahora que todo es sostenible, no solo los apéndices de los artículos). Decía entonces: “Desde hace algún tiempo viene planteándose la necesidad de compatibilizar desarrollo con conservación. Es lo que se ha venido denominando ‘desarrollo sostenible’. En esencia, la teoría es muy sencilla: que cada generación entregue a la siguiente un fondo de capital y un fondo total de recursos naturales al menos igual al que han recibido de la anterior (Informe Pearce)”. Al final proponía que, para conseguirlo, “habría que plantear nuevas formas de protección del medio natural incluyendo la necesaria redistribución de cargas y beneficios. Un mapa de usos del suelo más en consonancia con la verdadera ‘vocación’ del mismo. Una reducción de las superficies urbanizadas, y una penalización al consumo de suelo por habitante”. Esta forma de introducir la sostenibilidad en el esquema territorial respondía a una serie de trabajos que estábamos llevando a cabo en aquellos momentos.

Hay que reducir las superficies urbanizadas
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En esencia, nos encontramos con los mismos problemas que entonces. Aunque, en cierta manera, agudizados por una serie de factores que ya he explicado en muchos de los artículos del blog, como el aumento mundial de la población o un consumismo desaforado. En lo que se refiere al llamado “mundo rural” lo primero que habría que preguntarse es sobre si existe. Es evidente que existen la agricultura, la ganadería, los aprovechamientos forestales… pero aquello a lo que se refería Wirth en el lejano 1938, un modo de vida distinto al urbano, es bastante discutible. Por supuesto, me estoy refiriendo en todo lo escrito al llamado "mundo desarrollado" y no a otras áreas gográficas donde probablemente esta forma de vida todavía se mantenga. Y esa es la cuestión básica. Porque cualquiera que viva hasta en la aldea más lejana precisa los mismos servicios urbanos básicos de los que gozan en Madrid, o en Pontevedra. Y con el actual  sistema de organización de la población rural (entendiendo por tal aquella que se dedica a las labores propias de la agricultura, ganadería, etc.) parece casi imposible.

Una forma de vida prácticamente desaparecida  bercianos

Se ha hablado muchas veces de reconversión industrial. Incluso se está planteando que es necesaria una reconversión turística. Pero casi nadie menciona que es necesaria una reconversión del rural. Ya entonces decía que no hay quien se atreva a ponerle el cascabel al gato. Se trata de una reconversión complicada desde cualquier perspectiva que se adopte, pero teniendo siempre presente el objetivo que hay que considerar hoy de forma prioritaria: no agotar la biocapacidad de planeta y recuperarla en la medida de lo posible en aquellos sitios en los que haya sufrido una degradación. No quiero hablar de formas de cultivo sostenibles (por ejemplo) ya que no es mi campo de conocimiento. Pero voy a plantear algunas pinceladas relativas a la organización del poblamiento. Además, y como ya he dicho, hay considerar la necesidad de que la gente que se dedique a aquellas labores relacionadas con el rural tenga los servicios mínimos con los que cuenta el habitante de cualquier ciudad media o pequeña.

Resulta imprescindible una agricultura de proximidad  tribunalaguas

Y voy a empezar precisamente por las ciudades. No parece demasiado racional que un producto que se puede cultivar cerca de la ciudad que lo va a consumir se traiga desde un lugar situado a siete, ocho o diez mil kilómetros de distancia. Esto significa que son imprescindibles tanto una agricultura como una ganadería de proximidad. En definitiva, una estrategia alimentaria de proximidad con todo lo que esto conlleva. Y el planeamiento debería de preservar de la urbanización todos aquellos suelos aptos para ello y cercanos a los núcleos de población, impidiendo de forma taxativa su urbanización ni a medio ni a largo plazo. Y, a ser posible, recuperar los degradados o los todavía no cementados.
          Ahora que tanto se habla de infraestructura verde y que parece que toda ella debería ser naturaleza sería bueno empezar a pensar que una zona agrícola o ganadera podría formar parte de la misma. Y así es como se está empezando a considerar en muchos lugares como en Londres o en Vitoria-Gasteiz. Esta cercanía ayudaría además a que, aquellas las personas encargadas de conseguir alimentos cultivando la tierra, cuidando animales, pescando... pudieran vivir en la propia ciudad con lo que tendrían acceso a todos los servicios y equipamientos que ofrece y una parte significativa del problema dejaría de serlo.

El anillo verde de Vitoria-Gasteiz incluye suelos agrícolas  vitoria-gasteiz

Pero no siempre es posible una agricultura de proximidad. O, por lo menos, suficientemente próxima para que los encargados de ella puedan vivir en la ciudad. El problema es que para que se puedan prestar una serie de servicios urbanos se requiere un mínimo de población ya que, de lo contrario, serían inviables. Esto significa que, probablemente, sería necesaria una cierta concentración de la población en aquellos lugres de mayor centralidad. Y no solo centralidad geográfica, sino también centralidad desde el punto de vista de la innovación partiendo de las bases económicas y culturales tradicionales. Esto se vio con bastante claridad en el taller celebrado en O Couto en marzo del año pasado dedicado precisamente a la revitalización del paisaje rural y fue una de las conclusiones importantes del mismo. A los recursos tradicionales del territorio habría que sumar las nuevas tecnologías y una utilización más efectiva de otras actividades distintas a las tradicionales tales como el turismo o la enseñanza.

Taller sobre revitalización del paisaje rural  fundación

El otro problema importante es que, aunque pueda parecer otra cosa, se producen muchos más alimentos de los necesarios. Hope Jahren autora del libro El afán sin límite: Cómo hemos llegado al cambio climático y qué hacer a partir de ahí, dice después de haber efectuado una investigación a fondo del tema, que “la población se ha duplicado en los últimos 50 años, hay el doble de personas en el planeta, pero la producción de cereales y carne se ha triplicado, la producción de azúcar se ha triplicado, le consumo de combustibles fósiles se ha triplicado y el consumo eléctrico se ha cuadriplicado”. Es decir, que sobra suelo destinado a la producción de alimentos. Esto significa que parte de ese suelo se abandonará (ya se está abandonando) debido al despilfarro que supone que parte de la producción de alimentos se tire, ya que el exceso de producción baja los precios y hace que parte de los oficios del rural tradicional no sean rentables. El problema es más bien político. Es decir, de su distribución.

Aldea de A Borquería en O Cebrerio (Lugo)
De los trabajos de mi tesis doctoral ©jfariña

De cualquier forma, es imprescindible (como ya he dicho párrafos atrás) una reconversión del sector. Todas las reconversiones son dolorosas y, mucho más, la de rural que parece estar en la base de las posibilidades de funcionamiento de las ciudades y de esa forma de vida que hemos llamado urbana. Probablemente el resultado será que, necesariamente, muchas aldeas desaparecerán. Aunque no todas. Habrá que centrar los esfuerzos en aquellas que tengan la posibilidad de salir adelante por sus condiciones de situación, territoriales, climáticas y humanas, y que funcionen como imán de atracción de aquellos otros lugares que, tarde o temprano, volverán a la naturaleza porque "los tiempos están cambiando".
          Probablemente sea este uno de los ejercicios de prospectiva más dolorosos que he realizado y deseo equivocarme, porque está escrito no desde la academia sino desde el sentimiento. Pero, a veces, de los sentimientos brotan las intuiciones que luego se validan científicamente. De mi niñez en un pueblo de Galicia recuerdo el momento en el que cambiaron a las siete y veinte el horario de un programa de radio que oíamos a las siete de la tarde. Hasta entonces no necesitábamos reloj porque poco antes de la hora sonaban las campanas llamando a misa (a los más creyentes), pero a partir de entonces todo cambió. Más tarde comprendí que este cambio en la percepción del tiempo marcó el fin de mi mundo rural y lo convirtió en urbano. Desde entonces, no se si por ventura o desgracia, soy un urbanita.