Debo confesar mi desánimo en estos momentos de Covid19. No por la actual pandemia (aunque también) sino porque me ha hecho pensar que esta situación es probable que se repita muchas veces en el futuro y, lo que es peor, con otros virus más contagiosos y letales que el que nos asola hoy. Y que es probable que todas las bases sobre las que descansan nuestras certidumbres actuales sobre el diseño y organización de ciudades y territorios tengamos que replantearlas con mucha rapidez y casi sin tiempo a meditar ni a discutir. Entonces, como una forma de evadirme de tanto pensamiento negativo y salir de la melancolía propiciada por no estar prácticamente en contacto con la gente más que a través de una pantalla, consideré que el artículo de hoy se lo debía dedicar a algún clásico. Pensé en Alexander, uno de mis maestros favoritos, y en su libro El lenguaje de patrones. Pero luego me pareció demasiado “arquitectónico” y que sería mejor escribir sobre La buena formar de la ciudad de Lynch.
También podría ser La imagen de la ciudad pero ya le dediqué al libro tres artículos cuando este blog empezaba su andadura (nada menos que en el año 2007) con ocasión de un trabajo que realicé con José Antonio Corraliza sobre paisaje urbano para el Ayuntamiento de Madrid. De forma que me voy a centrar en el libro publicado en el año 1981 por el MIT y titulado A Theory of Good City Form. Seguiré la traducción al español publicada por GG en 1985 con el título de La buena forma de la ciudad. Me costó encontrar el libro ya que estaba en la tercera fila de la buhardilla, pero al abrirlo encontré entre la cubierta y la primera página un artículo que Leon Krier publicó en el periódico El País el domingo 11 de mayo de 1986 titulado “Lecciones reales” donde analizaba “el devastador ataque lanzado recientemente por el príncipe de Gales contra la arquitectura modernista y, en particular, contra una torre de oficinas…” Así, a bote pronto, no acababa de ver la relación de este artículo con el libro, pero luego, conforme avanzaba en su lectura comprendí que, probablemente, en el año 1986 era más perspicaz que en 2020.
El libro se abre con una cita de Louis Henry Sullivan de 27 de enero de 1924 que, entiendo, resume de forma magnífica su contenido: “Todos los hombres son por naturaleza artesanos, su destino es crear… un lugar adecuado y perdurable, un mundo sano y hermoso”. En estas cuatro palabras destacan los objetivos básicos que se deberían considerar al construir una ciudad: funcionalidad (adecuado), perdurable (tradición), salud pública (sano) y belleza (hermoso). Inmediatamente viene el prólogo en el que Lynch lanza “una pregunta ingenua”: ¿Qué hace que una ciudad esté bien? (probablemente se entienda mejor en el original en inglés: “What makes a good City?”). Pero la afirmación de un par de párrafos más adelante, explica el porque el libro permanecía sin abrir en la tercera fila de la buhardilla (al fondo, con otras dos filas por delante): “El objeto de este ensayo es hacer un enunciado general sobre cómo debe ser un buen entorno habitado, que sea relevante y aplicable a cualquier contexto humano”.
Ya desde entonces pensaba que no era posible proponer para todo tipo de ciudades un enunciado general “aplicable a cualquier contexto humano”. Y tengo escrita una nota a mano en libro diciendo que, precisamente, el contexto es crítico, lo que invalida cualquier enunciado general. Y sin embargo… esta maldita pandemia ha puesto en cuestión muchas de mis convicciones y me puse a releer otra vez el libro tratando de evitar los prejuicios y con un espíritu lo más abierto posible. Al fin y al cabo, y a pesar de los muy diferentes contextos, la pandemia afecta a todos los países, a todos los climas, a todas las costumbres y a todas las culturas. A unas más que a otras, claro. Pero debe existir un sustrato común que unifica las cosas. En concreto, respecto a la forma, Lych se hace una serie de preguntas:
“La cuestión fundamental es decidir en qué consiste la forma de un asentamiento humano: ¿Sólo los objetos físicos inertes? ¿O debe incluir los seres vivos? ¿Las acciones emprendidas por la gente? ¿La estructura social? ¿El sistema económico? ¿El sistema ecológico? ¿El control del espacio y su significado? ¿La forma en que aparece ante los sentidos? ¿Los ritmos cotidianos y estacionales? ¿Los cambios seculares? Como cualquier fenómeno importante, la ciudad se extiende a todos los demás fenómenos, y no resulta fácil decidir dónde se ha de realizar el corte”.
Inmediatamente después aclara que la respuesta es considerarlos todos. Aunque advierte que: “Nadie pretende afirmar que el describir estas cosas es captar plenamente lo que es un asentamiento humano. Debemos considerar cualquier lugar como un todo social, biológico y físico, si deseamos comprenderlo en su totalidad”. De tal manera que su acercamiento a “La buena forma de la ciudad” no es exclusivamente “formal” sino que incluye multitud de factores que amplían notablemente el campo en el que se mueve el objeto de este libro. Pero si de lo que se trata es de conseguir “una buena forma” es relevante plantearse si es posible conseguirlo. Es decir, si puede estar controlado, incluso “modificado conscientemente por los esfuerzos de los ciudadanos, aunque solo con efectos parciales (y a veces sorprendentes)”. Presuponiendo que esto sea así, y a pesar de los diferentes enfoques, parece necesario partir de un propósito inicial y de unos valores que llega a especificar de forma detallada para cada caso: valores fuertes, deseables, débiles, ocultos y olvidados.
Imagen extraída del original de 'Garden Cities of To-morrow' de 1902
Trataré ahora de abordar el verdadero objeto de este artículo. Se trata de una cuestión que me ha venido preocupando desde hace tiempo y a la que me he referido en los primeros párrafos: “Pero, ¿es posible una teoría normativa general?” Lynch plantea los sueños de las ciudades utópicas que parecen venir de ninguna parte e ir a ninguna parte. Aquellos más científicos que maniobran para ver cómo sobrevivir en el contexto actual. Y también los profesionales que proponen soluciones factibles pero de carácter modesto. No hay tiempo de pensar en la lógica de las soluciones. Y “si una de estas soluciones es adecuada en un momento, lugar o cultura determinados, pronto seré mal aplicada en otro”. Mientras lo leía, pensaba en las soluciones para impedir la transmisión del coronavirus y de como estas soluciones a veces fracasaban al cambiar, no ya de cultura o de país, sino sencillamente de un barrio a otro.
Durante mucho tiempo una de mis preocupaciones fue (y sigue siendo) tener claro si, en el caso de las ciudades, es posible dar normas generales que sean “buenas” para todas. Si es posible que las Buenas Prácticas se puedan aplicar en sitios distintos a a aquellos donde se producen. Si realmente funciona el carácter ejemplarizante de una actuación, como se dice en muchos concursos, al aplicar la Buena Práctica a un lugar (climática, cultural, social o históricamente) diferente. Desde este punto de vista, un libro que se titule “La buena forma de la ciudad” sería absurdo ya que habría que especificar de qué ciudad.
Veamos como trata de resolver Lynch este problema. Va analizando una por una hasta ocho objeciones en contra de esta posibilidad. Desde la afirmación de que la forma física no desempeña ningún papel significativo en la satisfacción de los valores humanos importantes, hasta el hecho de que las teorías normativas pueden ser posibles respecto a objetos puramente prácticos pero no para las cuestiones estéticas, pasando por su irrelevancia en las escales mayores como la ciudad entera o la región. De la discusión acerca de las diferentes objeciones que se plantea a sí mismo concluye que “el intento de diseñar una ciudad como se diseña un edificio es claramente errado y peligroso; nos extenderemos sobre ello en los capítulos siguientes. Sin embargo, sí que intervenimos en los fenómenos complejos, a gran escala, ‘naturales’, con cierto conocimiento, y no siempre provocamos desastres”. Dejo al lector la decisión de que lea esos capítulos y analice porque es errado y peligroso diseñar una ciudad como se diseña un edificio, y me centraré en la solución teórica que ofrece y que le permite escribir toda la segunda parte sobre “Una teoría de la buena forma de la ciudad”.
El problema fundamental a la hora de construir una ciudad es la dificultad de relacionar los objetivos más generales a conseguir, casi siempre casi obvios y sobre los que todo el mundo está de acuerdo, con las decisiones concretas y específicas. Y es que las decisiones concretas y específicas casi siempre tienes múltiples alternativas que parecen cumplir igualmente estos objetivos generales. Incluso que, desde el punto de vista de la racionalidad, son también perfectamente adecuadas. Parece complicado resolver el dilema. Lynch propone situar objetivos intermedios entre los generales y las soluciones específicas. Esto permitiría establecer un cierto grado de generalidad y, a la vez, ayudar a determinar y evaluar las soluciones concretas. Este es el sentido que le da a la expresión de “la buena forma de la ciudad”, sentido que la actual pandemia me ha hecho reconciliar con este libro y, en cierta forma, darle la vuelta a la interpretación del artículo de Leon Krier al que me refería al comenzar el artículo.
Solventado el principal escollo, en la segunda parte desarrolla esta teoría normativa que es la más conocida y citada. En concreto, habla de las cinco principales dimensiones del “rendimiento”: Vitalidad, sentido, adecuación, acceso y control. A estas cinco dimensiones añade dos metacriterios: Eficacia y justicia. Los denomina “metacriterios” porque se supone que no tienen significado ni valor sin haber especificado previamente los cinco valores o dimensiones del rendimiento de los que no son independientes, sino que formar parte de todos y cada uno de ellos. Para Lynch estos siete elementos son los que nos van a permitir definir la calidad de la forma urbana. Es decir, decidir si se trata de una buena forma o no.
Barcelona, descansando a la sombra elperiodico
A pesar de que estos elementos son suficientemente conocidos voy a dedicarles un par de párrafos a su explicación. El primero que propone es el de la vitalidad. La idea de Lynch sobre la vitalidad está relacionada con lo que podríamos denominar supervivencia de la especie. Sería la parte más ecológica de la buena forma y se concretaría en el sustento, la seguridad y la consonancia. Es decir, la salud y todo aquello que, posteriormente se ha venido denominando Servicios de los Ecosistemas (obtención de alimentos, agua, materiales, energía, aire) y también la eliminación de residuos. Por tanto, la variable vitalidad no se refiere exclusivamente a un criterio antropocéntrico sino que va más allá y tiene que ver directamente con la relación con el medio. Este planteamiento, bastante moderno si consideramos la época en la que fue escrito el libro, permite fijar esos objetivos intermedios que hacen posible el acoplamiento entre aquellos más generales y los específicos de diseño.
La mítica pintada de Alcalá de Guadaira elpais
Se diseñó a escala sobrehumana para expresar el poder franck
La tercera dimensión la llama adecuación. Se refiere a la relación entre calles, equipamientos o espacios en general, con las actividades que realiza la gente. Según dice textualmente “la adecuación de los contextos de conducta, incluyendo su adaptabilidad a las acciones futuras”. Las características que definen la relación entre forma y conducta Lynch las explicita en las siguientes: estabilidad y también flexibilidad, capacidad de cambio y reversibilidad. Para determinarlas se puede recurrir a las encuestas y también a la observación directa de las mismas en diferentes condiciones y momentos temporales.
La cuarta es el acceso y se refiere a la capacidad de llegar a los sitios, a los equipamientos e incluso a otras personas. Y no se refiere exclusivamente a lo que normalmente entendemos por accesibilidad sino que también incluye las posibilidades de alcanzar la mayor cantidad posible de elementos distintos. De tal manera que propone la diversidad como una de las formas de medirla. Y también hay que considerar los costos y la energía necesarios para conseguir acceder a esta variedad de elementos.
Imagen extraída del artículo del blog “ciudades para andar” blogdefarina
Por último, está el control: “el grado en que el uso y el acceso a espacios y actividades, y su creación, reparación, modificación y dirección son controlados por aquellos que los usan, trabajan o residen en los mismos”. Los elementos que ayudan a determinar y configurar este control son varios. Interesa mencionar la responsabilidad, que es básica, pero para que sea posible es necesario que exista información suficiente y un cierto grado de motivación que se derive en un compromiso. Pero también la certeza (muy relacionada con la seguridad), o la trasferencia del control. Y es necesaria una cierta relación entre los usuarios y los encargados de ejercer el control, por muchas razones, pero probablemente la más importante sea el imprescindible intercambio de información entre las dos partes. También habría que mencionar en este apartado la necesidad de considerar el tiempo como uno de los elementos básicos que casi nunca se plantean cuando se estudia este tema (y, en general, en todas las cuestiones relacionadas con la construcción de la ciudad) a pesar de su importancia.
Imagen extraída del artículo del blog “Ciudades más cercanas” blogdefarina
Respecto a los dos metacriterios, eficacia y justicia, están íntimamente relacionados entre sí ya que la justicia se refiere a la distribución equitativa de los costos que deberán ser los adecuados (eficacia) a las situaciones concretas para la creación y el mantenimiento de los asentamientos. Todo lo que hemos visto no es más que una manera de plantear la construcción de la ciudad de forma que sea necesario referirla a pautas sobre lo bueno y lo malo. Esto significa que, para Lynch, los valores deberían constituirse en un elemento central de las decisiones. Incluso la tradicional división entre teorías procesuales, funcionales y normativas, parece artificial si se plantea así el problema. Hasta en la base de las propuestas más funcionales existen valores éticos en sus fundamentos más últimos. Todo esto lo aplica en la tercera parte del libro a cuatro temas concretos: el tamaño de la ciudad y la idea de comunidad vecinal, crecimiento y conservación, textura urbana y tramas y modelos de ciudad y diseño urbano.
Imagen extraída del artículo del blog “La ciudad orgánica” blogdefarina
La ambición con la que está escrito el libro es su mayor virtud. Aquí están prácticamente todos los debates que se han dado en el urbanismo y se integran una multitud de ideas y conocimientos que van más allá de lo puramente especulativo, intentando establecer una especie de mapa para moverse en el mundo de los asentamientos humanos y en su complejidad. Ya planteé al comenzar el artículo mis reticencias ante las teorías generales en el diseño y la construcción de la ciudad. Sobre todo porque en la época en la que leí el libro los ataques (sobre todo desde las ciencias sociales) a las posturas universalistas desde los que preconizaban que lo verdaderamente importante era el contexto, eran muy fuertes. Sin embargo ahora, a finales del 2020, parecemos necesitados otra vez de un cierto armazón más global y el planteamiento de una situación como la propuesta por Lynch: situar objetivos intermedios entre la norma general y el contexto. Claro, esto es muy bonito en el papel aunque parece bastante complicado llevarlo a la práctica. Pero, es muy posible que realmente sea el camino más adecuado.
Imagen extraída del artículo del blog “Es urgente cambiar el modelo” blogdefarina
Comprendo que el artículo de hoy es de lectura complicada pero es que el tema es complicado. Sobre todo, en momentos en los que se atisba un cambio de paradigma. Me van pasando imágenes de lo que ha sido el urbanismo desde mis años de estudiante hasta hoy y la confrontación evidente entre plan y proyecto todavía no me parece superada ¿acaso la propuesta de Kevin Lynch podría superarla? En estos momentos particularmente negativos (por eso, para evadirme, he escrito este artículo) no me parece nada claro.
Todo esto voy pensando, mientras subo a la buhardilla a dejar otra vez el libro en la tercera fila, allá al fondo donde es casi imposible de recuperar a menos que haya una urgencia (como está sucediendo ahora) o tenga que escribir otro artículo como el de hoy. Al bajar, me olvido de todo y me pongo a darle vueltas a la charla online que tengo que dar el próximo viernes, sabiendo que no voy a poder ver las reacciones de mis oyentes ni estrechar la mano ni darles un abrazo a los amigos que me acompañan en la mesa redonda. Corren tiempos de incertidumbre, malos tiempos para aquellos que necesitan certezas. En las últimas imágenes pongo enlaces a los artículos del blog que hablan de lo que (para mí) "todavía" son certezas. Y, por supuesto, para aquellos que no lo hayan leído, recomiendo la lectura de La buena forma de la ciudad de Kevin Lynch. Uno de esos escasos libros que te obligan a pensar.