En los párrafos que siguen trataré de hacerme unas cuantas preguntas sobre la manera en la que algo
tan importante para la formación de la identidad social e histórica de un
pueblo, como es el Patrimonio Cultural, se ha convertido en un producto
comercial más. En concreto, en un producto turístico en el que, lo de menos,
es que sirva para consolidar la identidad de un colectivo porque,
sencillamente, se ha convertido en el objeto de deseo de muchos turistas. Objeto de
deseo creado muchas veces de forma artificial mediante técnicas de marketing
muy sofisticadas. El problema es que, casi siempre, este objetivo que
podríamos calificar de accesorio puede poner en serio peligro precisamente su función
principal que es la de crear identidad. Y a ello ha contribuido (en no poca medida) otra
expresión que se ha convertido en una auténtica guía turística en muchos
lugares del mundo: la declaración de Patrimonio Mundial. O, como se suele
conocer también en España: Patrimonio de la Humanidad.
Existe un Comité del Patrimonio Mundial compuesto por 21 representantes de los
países miembros (elegido por la Asamblea General) con su propio Reglamento
Interno y funcionamiento un tanto peculiar, pero en el que no me voy a detener
por no ser objeto de este artículo. Este Comité es el encargado de aplicar la
Convención a la que me refería en el párrafo anterior. Dice el artículo 11.2
de la misma que: “A base de los inventarios presentados por los Estados según
lo dispuesto en el párrafo 1, el Comité establecerá, llevará al día y
publicará, con el título de ‘Lista del patrimonio mundial’, una lista de los
bienes del patrimonio cultural y del patrimonio natural, tal como los definen
los artículos 1 y 2 de la presente Convención, que considere que poseen un
valor universal excepcional siguiendo los criterios que haya establecido. Una
lista revisada puesta al día se distribuirá al menos cada dos años”.
Actualmente dicha lista se compone de 1121 bienes declarados. A España le corresponden 48 de los cuales 42 son culturales, 4 naturales y 2 mixtos. China e Italia van por delante con 55. En total hay nada menos que 167 países que tienen alguno declarado. Tendríamos que empezar por preguntarnos sobre el significado del término Patrimonio Cultural. María Ángeles Querol en su libro Manual de gestión del Patrimonio Cultural dice: “El Patrimonio Cultural es el conjunto de bienes muebles, inmuebles e inmateriales que hemos heredado del pasado y que hemos decidido que merece la pena proteger como parte de nuestras señas de identidad social e histórica”. De esta definición me gustaría destacar tres elementos que considero importantes en lo que se refiere al artículo de hoy: se trata de bienes heredados del pasado (muebles, inmuebles o inmateriales), que merece la pena proteger, y que forman parte de nuestras señas de identidad social e histórica. Dejaremos para otro día la discusión sobre el tema del Patrimonio Natural porque merece un artículo aparte.
Pues bien, a algunos de estos bienes se les supone un valor excepcional y, por tanto, según la Convención, habría que protegerlos a nivel internacional. Son los que figuran en la lista aunque, en realidad, hay dos listas: una de Patrimonio Mundial y otra de Bienes en Peligro. Pero lo importante, para el tema que desarrollaremos hoy, es que al hecho de figurar en esta lista se le ha otorgado un significado turístico importante. ¿Qué busca en realidad un turista cuando, por ejemplo, va a visitar la Alhambra? Para muchos la palabra es: autenticidad. La búsqueda de lo auténtico se ha convertido en un lema en el que se sostienen muchos de los productos turísticos hoy a la venta. Pero el uso de esta palabra no deja de plantear dificultades, algunas casi imposibles de superar, y contradicciones incluso para un bien Patrimonio Mundial. Hay una serie de criterios para que un bien pueda ser declarado, pero en ninguno aparece la palabra auténtico, autenticidad o similar. Obra maestra, testigo, testimonio único, ejemplo singular… estas expresiones sí aparecen entre los criterios establecidos.
Para ilustrar el tema vamos a fijarnos en un caso que (para no levantar resquemores) se encuentra muy lejano. Se trata del casco histórico de la ciudad china de Lijiang situada en una región montañosa entre Tibet y Birmania, Laos y Vietnam. En el año 2013 fue visitada por casi 21 millones de turistas. Si consideramos que en 1990 el número de visitantes era de 98.000 (cifras extraídas del libro de Marco d’Eramo citado al final) cabría preguntarse qué ha pasado entre ambas fechas. Sencillamente, que en el año 1997 la Unesco declaro la ciudad vieja de Lijiang Patrimonio Mundial. Si consultamos la lista de lugares Patrimonio Mundial y seleccionamos “Ciudad vieja de Lijiang” se lee: “La ciudad vieja de Lijiang, que está perfectamente adaptada a la topografía irregular de un sitio importancia comercial y estratégica, ha conservado un paisaje urbano histórico de gran calidad y autenticidad. Su notable arquitectura integra elementos de diversas culturas que se fueron fusionando a lo largo de los siglos. Lijiang posee también un antiguo sistema de abastecimiento de agua, sumamente complejo e ingenioso, que sigue funcionando con eficacia”.
Y entre los criterios que se señalan en la citada página figuran: el II, IV, V. El II es “Haber sido testigo de un importante intercambio de valores humanos a lo largo del tiempo o dentro de un área cultural, en la arquitectura, la tecnología, artes monumentales, urbanismo o diseño paisajístico”. El criterio IV dice: “Ser ejemplo singular de un tipo de edificio, conjunto arquitectónico o tecnológico o paisaje, que ilustre una etapa significativa de la historia humana”. Y el V: “Ser ejemplo singular de una tradición de asentamiento humano, utilización del mar o de la tierra, que sea representativo de una o varias culturas, o de la interacción humana con el medio ambiente, sobre todo cuando este se vuelva vulnerable frente al impacto de cambios irreversibles”. He reproducido textualmente los tres criterios por los que Lijiang ha sido declarado ya que, aunque en la descripción que he reproducido en el párrafo anterior se habla de “un paisaje urbano histórico de gran calidad y autenticidad”, la realidad es que en ninguno de los criterios aparece el término “autenticidad” o similar.
Pero resulta que un año antes, en 1996 se produjo un
terremoto, seguido de 184 réplicas, que dejó prácticamente reducida a escombros
la ciudad vieja. La historia sísmica de la ciudad es intensa con terremotos
importantes en 1481, 1515, 1624, 1751, 1895, 1933, 1951, 1966 y 1977. Después
del terremoto de 1996 las réplicas y los corrimientos de tierra que siguieron
poco quedó de una ciudad que ya había sido devastada por los anteriores.
Cabría preguntarse la
razón de que solo un año después se le incluya en la lista de Patrimonio
Mundial. Probablemente si miramos un poco antes veremos que el gobierno chino
había iniciado una maniobra para “valorizar” (como dice Choay) una ciudad de
apenas diez mil habitantes como destino turístico. En 1985 se declara uno de los
principales destinos turísticos de la región del Yunnan y en 1995 se inaugura el
aeropuerto (¡en una ciudad entonces tan pequeña!). La reconstrucción financiada
por el Banco Mundial y con el aval de estar incluida en la lista de la Unesco se
hace “copiando lo antiguo”. Así, lo que quedaba de los edificios históricos se
tiró y, en su lugar, surgieron edificios con las antiguas pieles pero totalmente
distintos por dentro. Y los nuevos se edificaron siguiendo el mismo patrón.
De forma que el resultado fue una especie de “Lijianglandia” con un enfoque básicamente turístico. Así por ejemplo, como dice Marco d’Eramo refiriéndose a la restauración del complejo Mu (uno de los monumentos más importantes de la ciudad): “En la práctica, los «restauradores» construyeron una reproducción reducida a la mitad (24.000 metros cuadrados en vez de 48.000) de una residencia imaginaria, como probablemente no había existido nunca, sino como debería haber sido, hasta el punto de que la guía de Lonely Planet (edición de 2007) la define como «profundamente renovada (o, mejor dicho, construida desde cero)». Pero Lijiang está llena de otros monumentos «históricos» que no existían antes del terremoto y que las guías evitaban mencionar antes de 1996, como, por ejemplo, la pagoda Wangu”. Pues bien, a esta “Lijianglandia” turística ya hemos dicho que la visitaron alrededor de 21.000.000 de turistas en 2013. Dado que en ese mismo año España llegaba a los 60.000.000 ya puede comprenderse la magnitud de las cifras para una ciudad aislada en la montaña. Bueno, no tan aislada porque después del aeropuerto se construyó un nuevo ferrocarril y una autopista de la cual 98 kilómetros son de puentes y 38 de túneles.
Pero no es solo el caso de Lijiang. No me resisto a reproducir un párrafo del libro de Françoise Chaoy titulado Alegoría del Patrimonio y que cito al final del artículo: "Las reconstrucciones 'históricas' o fantasiosas, las destrucciones arbitrarias, las restauraciones disimuladas han llegado a ser las maneras habituales de valorizar. No multiplicaré los ejemplos. En Canadá, el centro del antiguo Quebec que figura en la lista del patrimonio mundial es el resultado de un vasto proyecto de finalidad nacionalista y turística iniciado en 1960 y que significó la destrucción de un conjunto de edificios antiguos para reconstruir, sin base científica, otros en el estilo de la arquitectura francesa del siglo XVIII. En Alemania, la práctica legítima de la idéntica reconstrucción de las ciudades destruidas durante la II Guerra Mundial, aliada al gusto tradicional de las reconstrucciones históricas, ha conducido en ocasiones a la demolición de centros antiguos (Weiden en Baviera, Linz en el Rhin) en beneficio de reconstrucciones 'ideales' que ni siquiera Viollet-le-Duc se habría atrevido a imaginar".
En estos casos (y en muchos más) no se puede decir que ese Patrimonio Cultural sea un conjunto de bienes heredados del pasado. A menos, claro está, que entendamos como bienes inmateriales la copia de determinadas formas y disposiciones realizadas “a la antigua”. Claro que, si esto fuera así, cabría preguntarse a que antigüedad se refiere la copia. Y es que tenemos el mismo problema que con la restauración de una ruina. Ya he tratado el tema de la ruina en el artículo de junio del año pasado lo que me dispensa de hacerlo ahora. En cualquier caso, la ciudad “vieja” de Lijiang, aparentemente ni es auténtica ni original (aunque esto se podría discutir). En todo caso sería una copia de la ciudad vieja de Lijiang inmediatamente anterior al terremoto. Bueno, eso en algunos casos, porque en otros la copia lo sería de elementos más antiguos o, incluso, inventados. Por lo menos los inventados implicarían una cierta creatividad aunque, claro, eso de “bienes heredados” parece un tanto fuera de lugar.
¿Qué está detrás de todo esto? Como dice François Choay, la valorización del Patrimonio Cultural. Valorización basada en un producto turístico que necesita referentes, a ser posible “externos” a dicho producto y que avalen su importancia. Aparentemente lo de menos es “la protección de nuestras señas de identidad e históricas”. Es más, en muchos casos, su mercantilización trae consigo la pérdida de dichas señas. Y esto es debido a varios factores ya bastante estudiados. Uno de los principales es la banalización del mensaje presentando el bien de manera que pueda ser comprensible para otros colectivos. Para ello se desvirtúa con objeto de ampliar el “mercado” de dicho producto. Pero no solo la banalización del bien. Otro problema, por ejemplo, sería el de la expulsión del lugar precisamente del colectivo que se identificaría por el mismo y su sustitución por cientos de miles de turistas. Claro que el turismo puede ayudar a la conservación y mantenimiento del bien, pero si el control se deja en manos de las operadoras turísticas y de los intereses económicos tenemos un problema.
Puede leerse el articulo del blog Cityland, ciudad de vacaciones
Surge así la que he llamado “Marca Unesco”. Lo que importa es estar en la lista. Lo que significa aparecer
en las principales guías turísticas y ofertas de las operadoras. Es así como
determinados centros históricos, algunos monumentos o parajes naturales se
llenan de turistas cambiando la forma de vida y las costumbres de los habitantes cuyos antepasados (bueno, en algunos casos no tan
antepasados) crearon el lugar. Incluso expulsándolos. Nada que ver con la preservación de las señas de
identidad social e histórica de un colectivo. Se trata de crear un producto,
hacerlo deseable para que se pueda consumir por la mayor cantidad de gente
posible. Para ello no importa banalizarlo, desvirtuarlo. El caso es convertirlo
en un objeto de consumo. Probablemente sería necesario cambiar los objetivos y
poner el énfasis, no en la difusión a los ajenos, a los que vengan a hacerse un
selfi en el sitio famoso, sino en la difusión entre los propios, para conseguir
hacerlos conscientes de aquello que han recibido en herencia. Pero estamos en la
era de la fama y, como dice Bauman en su libro Vida de consumo:
“Debajo de esa fantasía de fama hay otro sueño, el sueño de no disolverse
ni permanecer en esa chatura gris, en esa masa insípida de productos sin rostro,
el sueño de convertirse en un producto admirado, deseado y codiciado, un
producto muy comentado, que se destaca por sobre esa aglomeración informe, un
producto insoslayable, incuestionable, insustituible. Ésa es la materia de la
que están hechos los sueños, y los cuentos de hadas, de una sociedad de
consumidores: transformarse en un producto deseable y deseado”. Eso es,
precisamente lo que hace la “Marca Unesco” con “el conjunto de bienes muebles,
inmuebles e inmateriales que hemos heredado del pasado y que hemos decidido que
merece la pena proteger como parte de nuestras señas de identidad social e
histórica” como dice Ángeles Querol. ¿Hay alternativa?
Nota 1.-Algunas direcciones
de Internet de interés:
- La “Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural” en formato .pdf se puede encontrar en este enlace.
- El listado de los Bienes Declarados, en este otro enlace.
- Los criterios de selección aquí.
- Y la descripción de la ciudad vieja de Lijiang y los criterios de la declaración en este.
Nota 2.-También a lo largo del texto he mencionado:
- El libro de María Ángeles Querol titulado Manual de Gestión del Patrimonio Cultural cuya primera edición es el año 2010, pero que actualmente cuenta con una segunda edición actualizada y aumentada dele año 2020. Está publicado por la editorial Akal.
- Una descripción bastante detallada del proceso de la declaración de Lijiang como Patrimonio Mundial se puede encontrar en el libro de Marco d’Eramo titulado El selfie del mundo. Una investigación sobre la edad del turismo. Es de la editorial Anagrama y ha sido publicada en el año 2020. El original en italiano Il selfie del mondo. Indagine sull’età del turismo es del año 2017.
- El libro de François Choay se titula Alegoría del Patrimonio y fue publicado por Gustavo Gili en el año 2007. Se trata de la traducción del original en el francés publicado por Le Seuil en el año 1992 titulado L’Allégorie du patrimoine. También es de gran interés el titulado Le Patrimoine en questions. Anthologie pour un combat publicado en el 2009 por la misma editorial.
- La primera edición en español del libro de Zygmunt Bauman cuya cita cierra este artículo y que se titula Vida de consumo fue publicada por la editorial Fondo de Cultura Económica en el año 2007. Año también de la edición inglesa titulada Consuming Life de Polity Press.