lunes, 3 de mayo de 2021

La saludable costumbre de caminar

A lo largo de diferentes artículos del blog he tratado de argumentar la necesidad de un cambio de modelo en la organización de la ciudad. Necesidad basada en criterios de eficiencia, salud y sostenibilidad. Uno de los pilares básicos de este cambio es dejar de utilizar el coche como referencia del diseño urbano y del planeamiento y sustituirlo por el peatón. Este es uno de los objetivos de la ciudad de cercanía que, tanto desde el punto de vista de la eficiencia ecológica como de la económica, sabemos que funciona mejor que el modelo actual. Es precisamente uno de los pilares de la ciudad de cercanía la posibilidad de realizar la mayor parte de las tareas habituales a pie, también base de una ciudad más saludable. Y tanto el planeamiento como el proyecto urbano deberían ser los encargados de hacerlo posible. O, por lo menos, no imposibilitarlo como sucede actualmente en una gran parte de nuestras ciudades.

Monumento a Thoreau caminando, cerca de la réplica de su
casa en Walden Pond, Concord, Massachusetts
  tripadvisor


Pero hacerlo posible no significa que los usos sociales cambien. Esto se pone de manifiesto en muchas situaciones donde no hay problema como en el caso de pequeñas ciudades, o incluso ciudades medias, en las que, a pesar de que buena parte de las tareas habituales se pueden hacer andando, la costumbre de utilizar el coche de forma indiscriminada se manifiesta de muchas maneras. Así, por ejemplo, para desplazarse al bar a tomar el aperitivo con los amigos se recurre al uso del coche a pesar de que ese bar se encuentre a tan solo doscientos o trescientos metros de distancia. O en lugar de darse un agradable paseo al borde del río que está apenas a cincuenta metros del domicilio, se enciende el coche, se recorren veinte kilómetros se aparca en un descampado al borde de ese mismo río, se admira el panorama, se vuelve al coche y se regresa al domicilio. A veces ni tan siquiera se baja del coche.

Conseguir caminos al colegio más agradables y seguros  periextre

No solamente hay que recuperar espacio para el peatón, sino que el peatón sea capaz de disfrutar del mismo. Hoy no voy a escribir sobre los recorridos peatonales que se hacen por obligación. Así, en una ciudad de cercanía ideal se podría ir andando al trabajo. Pero, a pesar de que la ordenación del barrio lo haga posible no deja de ser una obligación, aunque se vaya andando. O ir a comprar, o al colegio. Necesitamos recuperar el gusto por caminar. Cuando lo hayamos conseguido, el trayecto obligado al trabajo, a la escuela o a la tienda, se habrá convertido en un placer. Además, en un placer respetuoso con el planeta y saludable. Doy por supuesto que esta ciudad de cercanía es posible y que también, los recorridos son confortables. El diseño urbano y el planeamiento tienen herramientas para conseguirlo. Desde luego, si el trayecto no es confortable el placer puede convertirse en tortura. Pero no es suficiente.

Mapa del sedentarismo en España  vivaz
Señalar en la imagen para verla más grande


Sería necesario dar un “paso” más, convertir el hecho de caminar en una costumbre tan arraigada como lo es actualmente ir en coche. Para ello tienen que cambiar muchas cosas. Desde la consideración social del caminante no como el que no tiene otra posibilidad sino como el que “tiene la suerte de poder serlo”, hasta ser consciente de los beneficios que tal práctica tiene para la salud. Ya se han señalado en otros artículos del blog la gran cantidad de problemas que trae consigo la falta de ejercicio, tanto físicos como psicológicos. Pero aquellos a los que es más sensible la población, tales como la obesidad o el sobrepeso, deberían de ser considerados a la hora de convencer de las bondades de caminar.
         Aunque hoy no voy a tratar el tema no me resisto a dar algún dato. En la Revista Española de Cardiología de noviembre de 2019 se puede leer en un artículo de Hernáez, Zomeño y otros: “El exceso de peso en los adultos en España aumenta desde que existen registros, y en 2016 supuso un sobrecoste directo del 2% del presupuesto sanitario. Con esta tendencia, en 2030 se habrá incrementado un 16% el número de casos y un 58% su sobrecoste sanitario directo”. Son cifras que impresionan por su incidencia, incluso económica.

Exceso de peso y sedentarismo  xdocs
Señalar en la imagen para verla más grande


De todas formas, hay que reconocer que algo está cambiando. La proliferación de las llamadas “pulseras de actividad” y relojes con capacidad de monitorizar algunas de las variables físicas de sus portadores están llevando a la conciencia de la gente la necesidad de hacer ejercicio. Y, en particular, de caminar. Se han convertido ya casi en un estándar los “10.000 pasos diarios” como objetivo de muchos de estos aparatos incluyendo sistemas de reconocimiento y “honores” cuando se alcanza dicha cifra. A pesar de que las evidencias científicas todavía no son determinantes, sí que parece que hay una relación entre el hecho de caminar y el riesgo de mortalidad.
         Tan solo como una pincelada, en un trabajo de junio de 2020 publicado por la revista BMC (de Springer Nature) del que son autores Hall, Hady y puede leerse: “La evidencia de los datos demostró consistentemente que caminar 1000 pasos adicionales por día puede ayudar a reducir el riesgo de mortalidad por todas las causas y la morbilidad y mortalidad por ECV en adultos, y que los beneficios para la salud están presentes por debajo de los 10.000 pasos por día”. O en otro de 2020 publicado en JAMA y del que son autores Saint-Maurice, Triano, Bassett y otros: “Según una muestra representativa de adultos estadounidenses, una mayor cantidad de pasos por día se asoció significativamente con una menor mortalidad por todas las causas”.

Dibujo del libro de Huart "Physiologie du flâneur"  bnf

Pero hoy no me quería centrar en estas cuestiones. Quería escribir sobre aquellos que han propuesto las diferentes bondades intelectuales y psicológicas del hecho de caminar. En otros lugares del blog ya hay menciones a los situacionistas, a la “dérive” o al “flâneur”. La figura del “flâneur”, paseante urbano, aparentemente sería como la antítesis del paseante de la naturaleza encarnado en Thoreau. En su libro Physiologie du flâneur, su autor Louis Huart escribe: “El verdadero flâneur camina en un sentido hasta que un coche que pasa delante de él, un apuro cualquiera, un escaparate que hace esquina, un empujón o un codazo le invitan a tomar otra dirección. De accidente en accidente, de empujón en empujón, el flâneur va, viene, vuelve otra vez y puede acabar encontrándose o muy cerca o muy lejos de su casa, según los designios del azar”. Aquí tendríamos que hablar también de las flâneuses, pero me remito a otro artículo del blog publicado en marzo del año pasado.
         Para empezar, podríamos remontarnos muy atrás en el tiempo hasta aquellos momentos en los que Aristóteles paseaba dando vueltas por los jardines del templo de Apolo Licio discutiendo con sus discípulos. Eran los peripatéticos, los que “daban vueltas”. Pero, dados cambios producidos desde entonces, será mejor que nos acerquemos algo más al momento actual y aunque estemos casi en la “prehistoria” del mismo es imprescindible empezar por Henry David Thoreau. Thoreau es muy conocido por su publicación de 1854 que lleva por título Walden. Y también por su Ensayo sobre la desobediencia civil de 1849. Sin embargo, el libro que nos ocupa hoy es el titulado Caminar publicado en 1862.

Henry David Thoreau  thoreau

A pesar de que Caminar fue publicado póstumamente ha sido su escrito más popular. Y eso que sus propuestas tienen más que ver con una filosofía de la existencia y el contacto con la naturaleza, que con un paseo o un recorrido de corta duración. Dice al comienzo del ensayo: “La verdad es que hoy en día no somos, incluidos los caminantes, sino cruzados de corazón débil que acometen sin perseverancia empresas inacabables. Nuestras expediciones consisten sólo en dar una vuelta, y al atardecer volvemos otra vez al lugar familiar del que salimos, donde tenemos el corazón. La mitad del camino no es otra cosa que desandar lo andado”. Thoreau caminaba todos los días de tres a cinco horas, eso sí casi siempre cerca de Concord. No se puede decir que fuera un excursionista nato a pesar de que realizó algunas incursiones por New Hampshire, o los bosques de Maine. Lo que pretendía era el contacto con la naturaleza, huir del sedentarismo.
         Así, un poco más adelante escribe: “Cuando recuerdo a veces que los artesanos y los comerciantes se quedan en sus establecimientos no sólo la mañana entera, sino también toda la tarde, sin moverse, tantos de ellos, con las piernas cruzadas, como si las piernas se hubieran hecho para sentarse y no para estar de pie o caminar, pienso que son dignos de admiración por no haberse suicidado hace mucho tiempo”. ¡Qué diría hoy respecto a los ordenadores y las pantallas! Lo que pretendía con sus paseos no es “hacer cardio” o “ejercicio físico” sino contactar con la naturaleza: “Cuando salgo de casa a caminar sin saber todavía a dónde dirigir mis pasos y sometiéndome a lo que el destino decida en mi nombre, me encuentro, por raro y extravagante que pueda parecer, con que, final e inevitablemente, me encamino al sudoeste, hacia un bosque, un prado, un pastizal abandonado o una colina que haya en esa dirección”.

Por aquí salía de casa a caminar Thoreau  googlemaps

Thoreau caminaba solo casi siempre. Y parece que la soledad es una de las esencias de este tipo de caminar. Aunque también dice Frédéric Gros en su libro Andar, una filosofía (2014) que: “Sea como fuere, la soledad completa no es absolutamente necesaria. Hasta un máximo de tres o cuatro personas… Hasta tres o cuatro personas todavía se puede caminar sin hablar. (...) Más de cuatro personas ya son una colonia, un ejército en marcha. Voces, silbidos, se va de uno a otro, se espera, se forman grupos que no tardan en convertirse en clanes. Cada uno alaba su material. En el momento de comer incluso, cada cual quiere dar a probar a los demás, tiene sorpresas que enseñar, el almuerzo se convierte en una competición. Es un infierno”. Porque casi todos los que tratan de este tipo de caminar lo asocian al silencio y a la lentitud. Pero todos, absolutamente todos, lo relacionan con la libertad.

Caminar solo, caminar en grupo. Caminar siempre vitonica

Gros, en el libro mencionado en el párrafo anterior, deja algunas cosas claras: “Andar no es un deporte. Y eso que, sin embargo, se ha intentado crear un nuevo mercado de accesorios: un calzado revolucionario, calcetines fabulosos, mochilas eficaces, pantalones con grandes prestaciones… Se intenta desde luego colar en la marcha el espíritu del deporte: ya no se anda, se «hace trekking». Se venden finos bastones que confieren a los caminantes la apariencia de esquiadores inverosímiles. Pero la cosa no llega muy lejos. No puede llegar lejos”. Pienso que a estas alturas ya casi he centrado de lo que pretendo con este artículo. Empecé haciendo referencia a las pulseras de actividad, a los 10.000 pasos, a la necesidad de conseguir una sociedad sin sobrepeso… Pero esto es otra cosa. Y no sólo lo dice Thoreau o Gross, también otros autores como Stevenson que, cuando se refiere a la hermandad caminante, escribe que no se camina buscando lo pintoresco o lo original: se camina buscando ciertos agradables estados de ánimo relacionados con la independencia y la libertad.

La ciudad también se puede caminar en soledad  denada

Hasta ahora se ha planteado el caminar en relación a la libertad, la soledad o el silencio. Pero se pueden encontrar muchas otras formas de caminar también relacionadas con estados de ánimo igualmente agradables. Por ejemplo, el paseo. Según David Le Breton el paseo es una forma menor, pero esencial, de caminar: “Rito personal, practicado sin cesar, ya sea de manera regular o al azar de las circunstancias, en soledad o en compañía, el paseo es una invitación tranquila a la relajación y a la palabra, al vagabundeo sin objetivo preciso, a retomar el aliento, a recordar un mundo tal como se percibe a la altura humana”. Aunque ya he dedicado un artículo del blog al paseo no me gustaría dejar de referirme a esta otra forma de entender el camino. Que, además, es propicia a realizarse también en grupo, y relacionada con la solidaridad. En estos momentos tengo la imagen de los grupos de hombres, de mujeres, y de hombres y mujeres, paseando al atardecer por el anillo verde de Vitoria-Gasteiz charlando amigablemente.

Caminar por las ciudades requiere aprendizaje
O'Connell Street People, Chris McMorrow 
chrismcmorrow

Pero claro, no solo se camina para encontrarse con la naturaleza o para hacerlo en grupo charlando amigablemente con los compañeros de camino. Walter Benjamin nos ha enseñado que también se puede hacer en la ciudad y en soledad: “Importa poco no saber orientarse en una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad como quien se pierde en el bosque, requiere aprendizaje. Los rótulos de las calles deben entonces hablar al que va errando como el crujir de las ramas secas, y las callejuelas de los barrios céntricos reflejarle las horas del día tan claramente como las hondonadas del monte” (Infancia en Berlín hacia mil novecientos). Y es que, en la civilización actual a veces la única posibilidad es caminar en ámbitos urbanos. Y tampoco es despreciable hacerlo. Como dice Benjamin, es cuestión de aprendizaje. Y es posible que, en muchos casos, aprender sea incluso más sencillo que hacerlo en la naturaleza.

Los paseos urbanos no tienen porque ser incompatibles
con la cercanía a la naturaleza. Madrid río
  alventus

Dice David Le Breton en relación a estos paseos urbanos: “Cada habitante de la ciudad tiene sus espacios, sus recorridos predilectos, forjados al hilo de sus actividades, que coge de manera unívoca o que varía según su humor, el tiempo que haga, sus ganas de darse prisa o de vagabundear, las compras que tenga que hacer por el camino, etc. Alrededor de cada urbanita se dibuja una miríada de caminos vinculados a su experiencia cotidiana de la ciudad: el barrio donde trabaja, el de sus quehaceres administrativos, el de las bibliotecas que frecuenta, donde viven sus amigos, los que conoció en su infancia o en diferentes periodos de su vida. Tiene también zonas de sombra, los lugares a los que nunca va porque no se asocian con ninguna actividad ni con ningún estímulo, a no ser que pase por ellos en coche alguna vez pero sin la curiosidad suficiente para detenerse, o los lugares que, por lo que sea, le dan miedo”.
         A pesar de todo, deberíamos intentar que fuera posible la existencia de lugares urbanos en los que la naturaleza estuviera presente. Todavía más, deberían de existir caminos que llevaran a la naturaleza desde la ciudad. Y a otros lugares de la ciudad con naturaleza. Unas páginas más y Le Breton dice: “Los lugares de culto, los jardines públicos, los cementerios, conforman en las ciudades enclaves de silencio cercados por el bullicio en los que es posible encontrar un momento de reposo, un breve retiro alejado del mundanal ruido. Se acude a ellos para recobrar el aliento, recogerse, saborear la calma mecida por el genius loci”. Al planificar, al proyectar nuestras ciudades deberíamos tener presentes también estas consideraciones para conseguir, en la medida de lo posible, esos lugares de silencio, de lentitud, de independencia y de libertad, a los que se refería Thoreau cuando paseaba por la naturaleza allá en Concord en la segunda mitad del XIX.

Madrid, cortados del Parque regional del sureste  ecologistas

Y, por supuesto, que sea posible salir caminando a esa naturaleza que se suele encontrar en las periferias de nuestras ciudades o algo más lejos. De forma que, independientemente de conseguir lugares de naturaleza cercana (las zonas verdes de proximidad a las que tantas veces nos hemos referido), son imprescindibles las conexiones entre ellas y con los espacios verdes centrales o más alejados. Porque el camino al descubrimiento, la “dérivé”, la sorpresa que depara el azar de caminar sin rumbo casi siempre es de gran interés. Cuando consigamos que el viaje al trabajo, a la escuela, o a comprar no sea un viaje en coche sino un viaje caminando y que, además, este viaje funcione como forma de encontrar ciertos estados de ánimo placenteros y gratificantes, podremos decir que las ciudades se habrán vuelto más humanas. Y no tendremos que mirar nuestras pulseras de actividad porque seguro que habremos hecho más de los diez mil pasos preceptivos. Y es que caminar es saludable física y psíquicamente, pero también intelectualmente porque es alimento del espíritu.



Al terminar de escribir este artículo me he dado cuenta de que, por la cantidad de citas literales que contiene, en la práctica, no lo había escrito yo sino que, en realidad, lo habían escrito una serie de autores. Es obligado, por tanto, citarlos.

Nota 1.-En relación con el caminar saludable:
  • Hall, K., Eric, H., Bassett, D. y otros (2020): "Systematic review of the prospective association of daily step counts with risk of mortality, cardiovascular disease, and dysglycemia", International Journal of Behavioral Nutrition and Physical Activity. 17. 10.1186/s12966-020-00978-9.
  • Hernández, A., Zomeño, M.D., Dégano, I.R. y otros (2009): "Exceso de peso en España: situación actual, proyecciones para 2030 y sobrecoste directo estimado para el Sistema Nacional de Salud", Rev. Esp. Cardiol. 2019;72:916-24
  • Saint-Maurice, P.F., Troiano, R.P., Bassett, D.R. y otros (2020): "Association of Daily Step Count and Step Intensity With Mortality Among US Adults", JAMA 2020;323(12):1151-1160
Nota 2.-En relación a la filosofía del caminar:
  • Por supuesto hay que empezar por el ensayo de Henry David Thoreau. Hay diferentes ediciones en español, la que he consultado es de la editorial Árdora Exprés y está publicada en Madrid en 1998 y se titula Caminar. En realidad, se trata una conferencia que leyó en el Liceo de Concord el 23 de abril de 1851. Posteriormente fue publicado como ensayo en la revista Atlantic Monthly Vol. IX, Junio 1862, nº LVI pp. 657-673 con el título Walking. Quien quiera consultar la edición original en inglés puede hacerlo en este enlace.
  • También el libro de Louis Huart publicado por la editorial Gallo Nero en 2018 y titulado Fisiología del flâneur. El original en francés se titulaba Physiologie du flâneur de M. Louis Huart con dibujos de MM. Alophe, Daumier y Maurisset. Fue editado poar Aubert et Cie y Lavigne, en París en 1841. Puede consultarse en francés en este enlace.
  • La edición del libro de Frédéric Gros Andar, una filosofía es de la editorial Taurus, y fue publicado en el año 2018. El original francés que lleva por título Marcher, une philosophie se publicó en el 2011 por la editorial Flammarion. Leer este libro es casi tan gratificante como caminar. Empieza así: “Andar no es un deporte”. Esta frase resume perfectamente todo el planteamiento del libro.
  • El ensayo de Robert Louis Stevenson al que se refiere la cita del texto se titula "Caminatas" y está extraído del libro Caminar que incluye también otro titulado "De las excursiones a pie" cuyo autor es William Hazlitt. La edición que he consultado es de la editorial Nórdica y está publicado en el año 2015 con un prólogo de Juan Marqués. El ensayo de Stevenson fue publicado originalmente en el Cornhill Magazine en 1876 con el título "Walking Tours". Puede consultarse en inglés este enlace. El de Hazlitt en el New Monthly Magazine de enero de 1822 con el título "On going a Journey". Puede leerse en inglés en esteenlace.
  • Otro libro imprescindible es el de David Le Breton titulado en español Elogio del caminar. Publicado por Siruela la edición que he leído es de 2018. El original en francés se titula Éloge de la marche y fue publicado por ediciones Métailié en el año 2000. Consta de una serie de ensayos algunos de cuyos títulos son: El primer paso, el cuerpo, dormir, silencio, cantar, animales, paseos... La segunda parte titulada "Caminantes de horizontes" se refiere a caminar hacia Tombuctú, la marcha hacia los grandes lagos y la ruta de Esmara.
  • La cita de Walter Benjamin, otro gran caminante, está extraída de Infancia en Berlín hacia mil novecientos. La edición consultada es de editorial Abada y está basada en la que editó Tillman Rexroth en el 1972 a la que se incorporaron textos descubiertos posteriormente. Y es que esta obra la comenzó a escribir Benjamin en el verano de 1932 recopilando una serie de recuerdos, pero nunca llegó a terminarla. La primera edición la realizó póstumamente Theodor Adorno en 1950.
  • Y aunque no aparece citado en el artículo, también me ayudó mucho para escribirlo Las ensoñaciones del paseante solitario de Jean-Jacques Rousseau. El texto que consulté está publicado por Alianza Editorial en el año 2016. Se trata de una obra sin finalizar escrita entre 1776 y 1778. Se publicó por primera vez en 1782. Presenta una visión de la felicidad cercana a la relación con la naturaleza que se desarrolla mediante paseos botánicos contemplativos. El original en francés titulado Les rêveries du promeneur solitaire se puede leer en este enlace.

DESDE ENERO DE 2020 TENGO INHABILITADOS LOS COMENTARIOS DEBIDO A LA PROLIFERACIÓN DE PUBLICIDAD QUE RECIBÍA. AQUELLOS QUE QUIERAN HACER ALGUNA CONSULTA PUEDEN ESCRIBIRME AL CORREO ELECTRÓNICO QUE FIGURA EN EL CURRÍCULUM, Y MIS ALUMNOS PUEDEN HABLARLO CONMIGO DIRECTAMENTE.