Cuando se leen las opiniones de bastantes políticos (también de algunos técnicos y de muchos comentaristas y “tertulianos”) sobre el tamaño de las ciudades, casi todos quieren que la suya sea cada vez más grande. Parece como si el tamaño fuera un indicativo de su éxito y, sobre todo, de su poder. De forma que todo el mundo parece estar de acuerdo en la afirmación de que es bueno que “su ciudad” sea cada vez mayor. En el artículo de este mes me gustaría reflexionar sobre esta cuestión porque ya hace años que estoy convencido que este punto de vista no es precisamente el más adecuado, no solamente para el propio funcionamiento de la ciudad, sino también para calidad de vida de las personas que viven en ella y, sobre todo, atendiendo a la relación con el territorio circundante y el planeta.